jueves, 29 de octubre de 2015

Bésame


Bésame, bésame,
que no existe mejor poesía,
que la de tus labios.

Nuestras bocas unidas,
como niños,
juegan a encontrarse.

Ámame, ámame,
permíteme en tu corazón vivir,
como mi único hogar.  

Deja que nuestros cuerpos bailen,
al unísono de una canción romántica,
que el mismo Apolo,
ha escrito para nosotros. 

Abrázame, abrázame,
que sólo te pido,
que nunca dejes de besarme,
de la misma manera, que hoy lo haces. 






lunes, 26 de octubre de 2015

Ella estaba muerta


Ella estaba muerta; pero su tumba, donde debería estar su cuerpo, estaba vacía.  

lunes, 19 de octubre de 2015

Pachamama viva


                Llovía a cántaros, la lluvia golpeaba la acera de forma rabiosa. El piloto no se dejó intimidar por la tormenta, ya había volado en varias oportunidades con temporales mucho mayores.  
                Wilcox era un hombre recién entrado en los treinta años, miró por la ventanilla con sus ojos de manteca, él tampoco se dejó intimidar por la lluvia, su destino era Sudamérica, salía de la comodidad de su hogar civilizado para internarse en la húmeda y peligrosa selva misionera. Alguien que se atreve a un cambio tan drástico no le temé a una simple lluvia de invierno.     
                Cuando habían llegado, Wilcox miró por la ventanilla contemplando una vasta tierra roja, parecían lagos y ríos de sangre.
                 Un anciano lo estaba esperando en el aeropuerto junto a su camioneta destartalada y despintada, él sería el intermediario entre las tribus guaraníes y su improvisado español.  
                Wilcox bajó del avión cargando con un enorme bolso, el anciano se acercó a él y lo ayudó a colocar el bolso detrás de la camioneta:
― ¿Wilcox verdad?― Le preguntó con un extraño acento que nunca había escuchado, donde parecía pronunciar las “e” como si fueran “i” y colocar “eses” donde no iban ― Yo soy José― Le dijo extendiéndole la mano, Wilcox le devolvió el saludo.  
El extranjero se subió al asiento del acompañante y José encendió la camioneta la cual gimió como un león al prender el motor.  
― La tribu guaraní a la que vamos tiene como cacique a un hombre llamado Katu-Itaete, si él te acepta podremos hablar con ellos sin ningún problema. Por cierto, no me has dicho que has venido a hacer por estos lados.    
― Negocios― Respondió secamente Wilcox, sin separar la mirada del camino.
― ¿Un hombre de pocas palabras?, ¿Eh?― José rió, esperando que el extranjero lo acompañara en su carcajada, pero Wilcox no lo hizo, se quedó callado, como si no hubiera escuchado nada.  
Luego de andar por un largo camino de tierra roja, la camioneta llegó hasta las entrañas de la nada, donde florecía una pequeña aldea guaraní, con chozas de ramas y troncos con techos de paja y hojas, los habitantes ya no llevaban sus ropas habituales y coloridas de un típico nativo, sino que habían sido visitados por la civilización, sus pechos eran cubiertos por remeras o desteñidas camisas, y sus pies estaban descalzos o apoyados sobre ojotas de plástico, pero todavía conservaban su arcaico idioma.  
José fue el primero en comenzar a hablar, se dirigió a ellos en su idioma, Wilcox no entendió nada en guaraní, así que esperó la traducción al español.
― Katu-Itaete  quiere saber cuáles son tus intenciones, sino no te darán la información que buscas.
― Diles que soy un cazador― Le dijo el gringo,  José hacía el trabajo de traducir sus palabras al mismo tiempo que eran habladas.
Wilcox caminó hasta la camioneta y tomó de atrás su pesado bolso, lo arrojó al suelo y abriendo la cremallera de esté les mostró a los nativos su contenido. Todos expresaron asombro en sus rostros y algo de estupor, al ver lo que contenía, era la piel de un Jaguar, sedosa y brillosa, parecía un anaranjado sol manchado en rosetas negras, escondido en un sucio bolso de tela.   
                El cacique miró la piel animal y de sus labios sólo salieron unas palabras:   
―Japi yaguareté-abá ― Y todos en la aldea gritaron de emoción, como si un redentor hubiera llegado a su aldea para salvarlos del mal. 
― ¿Qué ha dicho?
― Que eres un cazador de yaguareté-abá.
― ¿Qué es eso?
José volvió a hablar con Katu-Itaete, le interrogó, buscando información al respecto:
― Ellos creen que su antiguo Paí se ha transformado en yaguar, dice que está matando sus gallinas. Vos al cazarlo serias consagrado como el más fuerte de la aldea. Eres un héroe ante sus ojos.    
Wilcox rió, como si hubiera escuchado la ridiculez más grande del mundo.
― Entonces hay un Jaguar cerca― En su rostro se demarcó un amplia sonrisa ambiciosa ― Indágales información sobre el animal, donde lo han visto y si saben si tiene alguna madriguera.
José ya no estaba tan feliz como antes, la sonrisa había sido borrada de su boca, y le preguntó a Katu-Itaete de mala gana:
― Dice que aparece durante la noche cuando todos duermen. Uno de la tribu ha encontrado huellas a nueve quilómetros de aquí― José miró a Wilcox mientras hablaba, lo miró como si estuviera hablando con un demonio o un aterrador fantasma ― Wilcox, posiblemente no te interese mi opinión, pero yo creo que Pachamama es la madre de todos, y nos da tanto la vida como la muerte, puede enfadarse por que querés quitarle a uno de sus hijos, el Jaguar, y por eso se puede revelar contra vos…
Wilcox interrumpió las palabras de José con un ataque de risa, su rostro se había vuelto bordo de tanto reír, su cuerpo se encorvaba pidiendo auxilio, ya que sus pulmones parecían explotar:
  ― Realmente eres ignorante― Le dijo con los ojos llorosos ― Yaguarete-aba no existe, al igual que Pachamama.
José se sintió ofendido, estaba atacando sus pensamientos, sus ideales, su fe:
― Deberías tener cuidado con lo que dices, no vaya a ser que Pachamama te demuestre su existencia de la peor manera.   
Wilcox volvió a burlarse en la cara de José, con una ronca carcajada despreciativa:
― Ya tengo la información que necesito, no seguiré perdiendo tiempo con ustedes.
José asintió en aprobación, se subió a su camioneta y sin  dirigirle la palabra ni despedirse, se marchó, ni siquiera esperó que le pagara lo prometido por traducir, no quería su dinero, dinero de un cruel cazador de Jaguaretés.
Wilcox sacó de su bolso su arma de caza, se colgó el bolso al hombro y comenzó la marcha a pie, internándose en el corazón de la selva misionera.      
La selva era espesa, y estaba llena de vida. La maleza parecía bailar cuando la brisa la tocaba, el sol inexistente, débil, no podía atravesar la alta pared de ramas, se creaba así un bunker oscuro y húmedo, hogar de miles de vidas. Pero las pisadas del hombre hacían alejar a la fauna viva, que huía despavorida al aroma tenebroso y amenazante del humano, que por supuesto olía a muerte.     
Según las indicaciones de los nativos, encontró las huellas donde esperaba, éstas eran frescas, y estaba seguro que eran de un jaguar adulto, y ante sus intereses un ejemplar muy valioso.
La maleza se movió, y Wilcox reaccionó como un animal de instinto, giró sobre sí mismo, sigilosamente, mirando la proveniencia del movimiento, creyó que algo lo asechaba.     
Sin miedo alguno movió sus pies y se dirigió a aquellos arbustos, para descubrir que ocultaban un nido, sus ojos se abrieron entusiasmados y su corazón saltó de alegría, lo que buscaba no era sólo un jaguar adulto, sino que era una madre, que guardaba en un tierno nido, encima de un colchón de ramas, una fresca cría, de pocas semanas, de cabello todavía como pelusa, brillante y hermoso, haciendo desentono ante tan oscura atmosfera.
La cría miró asustada, sus ojos cafés estaban tristes, denotaba su acelerado corazón el miedo que se veía en su pequeño rostro, un humano había encontrado su escondite.   
Wilcox tomó del bolso una pequeña jaula, y agarrando al cachorro del pescuezo lo obligó a entrar en aquella reducida cárcel. Wilcox rió feliz, con la cría haría buen dinero vendiéndola a algún zoológico o a un mediocre circo.
Pachamama lloró al ver aquella escena, un pequeño bebé, futuro rey de la selva misionera siendo apresado injustamente. Los reyes deben ser libres, gobernar con total poderío y elegancia, pasear por su reino verde con la libertad que se merecen, no divertir en una vulgar exhibición o ser el felpudo de un suelo macabro. Los reyes merecen la vida. Sí, Pachamama lloró, se lamentó, y se despertó en la madre de la cría.  
La jaguareté fue guiada por su instinto salvaje, sabía que su cría estaba en peligro, por eso volvió a su nido volando como si tuviera alas. Atravesó la selva hasta llegar a su hija. Hizo lo que toda madre haría, defender a su hija. Sigilosamente se colocó detrás de Wilcox, sin que éste advirtiera su presencia.
Wilcox en un momento sintió un rayo golpear su espalda y miles de alfileres enterrarse en su garganta, era la madre jaguar, que con sus afiladas garras, su única arma, atacó al humano dispuesta a dar su vida por su bebé. El extranjero intentó girarse y arremeter contra aquello que se había adherido a su cuerpo como una lapa, pero fue imposible, su muerte estaba jurada, se desangró, y su carne se pudrió, volviéndose tierra que alimentó la sed de justicia de Pachamama.



miércoles, 14 de octubre de 2015

Oscuro astro



Oscuro astro,
que vuela sin rumbo fijo,
dejas un fino rastro,
de destellada luz,   
sobre mi corazón lastro.  

Nunca dejes de andar,
por el anchuroso vacio,
para mi alma llenar,
ya lacerada y marchita,
la vuelves encendida lava.

Como las Pléyades sólo nocturnas,
brillas para mí como Astrea,
deliciosa luz ante mi mirada abstrusa,
pintas mi cielo, mi alma,
de placido color diurnal.      

El mayor de los infinitos,
existe en mi amor por ti,
no le creas a los mitos,
que dicen de mí, y de ti,

déjate amar sin requisitos.      

lunes, 5 de octubre de 2015

El veneno de una flor

   
     Tomó un lápiz y papel, y se puso a escribir:
                ― La lluvia caía como ríos, corriendo por sus abultados labios rojos de flor. Las gotas saltaban sobre su cabello de oro. Y ella parpadeaba seductoramente, mostrando sus cielos celestes. Era una mujer hermosa, pero con un corazón marchito, que gustaba de jugar con los hombres por el simple placer de hacerlos sufrir.― Escribió y leyó en voz alta al mismo tiempo.   
                Polilla, así es como lo llamaban, miró su producción con una sonrisa, le estaba gustando. No quería admitirlo, pero estaba escribiendo para vengarse, su anterior mujer lo engañó, jugó con su corazón, nunca había sentido tanto dolor en la vida. Creyó que una buena forma de vengarse sería escribiendo un cuento que la criticara, la idea era crear un personaje malicioso al igual que ella, manipuladora y fría, al final del cuento se quedaría sola, sería consumida por la soledad que ella misma había creado de su maldad. De aspecto no se parecía en nada a su antigua mujer, pero no le importaba, él estaba seguro que ambas tendrían el mismo destino, la terrible y oscura soledad.      
                Polilla siguió escribiendo, la nombró Adelfa, porque era hermosa y delicada como una flor, pero era venenosa también. Casi al terminar su cuento se vió en un apuro, no podía hacerle eso a su personaje, no podía darle su merecido, que terminara en soledad. Él se encontraba solo y le dolía desearle lo mismo a otro. Luego de estar un largo tiempo pensando que hacer, dejó el cuento inconcluso, y se decidió por ir a dormir, ya lo terminaría por la mañana.     
                Sus sueños fueron agitados, las pesadillas lo embriagaron, sentía como un puñal penetraba su corazón una y otra vez. Sólo hay un lugar donde se vuelven a vivir los momentos pasados, los sueños.   
                Despertó a la mitad de la noche, todavía con la pesadilla calcada en su retina, reviviendo todo otra vez. Creyó ver un cabello dorado que se paseó por delante de él, pero el sueño era poderoso y no le dejó vislumbrar bien aquella figura, lo obligó a caer nuevamente dormido, preguntándose inconscientemente si aquello que había visto era real o no.  
                Por la mañana abrió los ojos lentamente, recordando lo que creyó ver, con miedo a que fuera real, pero estaba solo en su habitación.
                Se vistió y se dirigió a la cocina, tenía pensado desayunar rápido y luego dedicarse cien por cien a terminar aquel cuento, y darle a Adelfa lo que se merecía, un castigo doloroso.
Sus ojos se inflaron de la sorpresa al chocar contra el umbral de la cocina, había alguien en su casa, una mujer delgada y hermosa que estaba rebuscando en el interior de su nevera. La mujer lo vió y sonrió mientras cerraba la puerta:
― Quería prepararte el desayuno, pero tienes la heladera vacía― Rió aquella joven de cabello rubio, que le habló como si lo conociera de toda la vida.   
Polilla no podía creer nada de esto, sabía muy bien quien era aquella mujer, la había imaginado en su mente, y ahora extrañamente estaba ante sus ojos. Era Adelfa, la flor venenosa de su cuento. ¿Cómo había salido de las hojas en donde la había escrito?
― Debo estar soñando todavía― Dijo Polilla en voz alta, todavía incrédulo.
― ¿De qué estás hablando, amor?― Preguntó Adelfa acercándose a él, para darle un delicado beso sobre sus labios.
Ese besó selló su duda, sintió sus suaves labios sobre los de él, la sintió real, de carne y hueso. ¿Cómo es posible algo así?, ayer estaba descripta en una hoja de papel, hoy estaba en alma y cuerpo delante de él.
No pudo responder a su pregunta, ¿Qué podía decirle?, ¿Qué era producto de su imaginación?
Adelfa caminó hacía el baño y prendió la ducha, para luego cerrar la puerta tras ella mientras lanzaba un beso al aire, destinado para Polilla. Él le sonrió, simulando que todo estaba bien.  
Pasaron unos segundos y seguía escuchando como la lluvia chocaba contra los azulejos del baño, Adelfa comenzó a tararear, con su suave voz una melódica canción de amor. Fue allí cuando Polilla traspasó velozmente la distancia que lo separaba de su teléfono, buscó en la agenda un número y llamó:
― Vamos, vamos, atiende― Decía impaciente ― ¿Jefe?, ¡Soy yo, Polilla!― Dijo a través de su celular ―Necesito que vengas, ahora mismo ― Y colgó, impaciente se retorció las muñecas.    
A los minutos alguien tocó a la puerta, era Jefe, así lo llamaban porque era muy mandón. Polilla abrió la puerta y lo invitó a pasar haciéndole señas que guardara silencio.  
― ¿Qué sucede?― Le preguntó Jefe muy extrañado por la actitud de Polilla.
― Hay una chica en mi ducha…
― Ah, que bien, veo que ya superaste a tu ex― Le dijo Jefe palmeándole el hombro con una sonrisa picarona en su rostro.  
― ¡No!― Negó Polilla ― No entiendes, esa chica no existe, es de uno de mis cuentos, no sé cómo diantres salió de mi cabeza.
Jefe lo miró abriendo los ojos de par en par, muy sorprendido por sus palabras,                  en un momento pensó que se estaba burlando de él.
― ¿Eres comediante ahora?
― Sólo necesito que te fijes si tú también la vez― Le rogó Polilla.
― ¿Me estas pidiendo que me meta en la ducha mientras una chica se está bañando?, ¿Qué cosas locas me pides?― Le dijo pero luego se sintió tentado por la propuesta, le lanzó una sonrisa maliciosa ― Está bien, lo hare, pero si la chica me intenta golpear le diré que tu eres el pervertido que invita a sus amigos a espiar a sus novias mientras se bañan.
― Sí, sí, ¡Sólo hazlo de una vez!― Se impacientó Polilla.
Jefe caminó hasta el baño y lentamente abrió la puerta para espiar:
― Buena broma me has jugado, has prendido la ducha y todo como para engañarme, la verdad es que casi me la creó― Dijo Jefe riendo.
― ¿De qué estás hablando?― Polilla se adentró al baño muy preocupado por su salud mental.
Adelfa se estaba bañando debajo de la ducha y cuando notó que dos hombres habían entrado al baño comenzó a gritar:
― ¡¿Qué haces Polilla, cómo te atreves a traer a alguien mientras me baño?!― Se tapó velozmente con una toalla y salió corriendo en dirección a la habitación principal, muy enfadada.
― ¡Adelfa!
― ¿Quién es Adelfa?
― ¡¿No la has visto correr?!
― En serio, no sé de qué me hablas, ¿Puedes cerrar la ducha y dejar de desperdiciar agua sin sentido?, ¡El chiste ya paso!
― No era un chiste― A Polilla le comenzó a doler la cabeza, todo era muy irreal y complicado ― ¿No la escuchas llorar en la habitación?
Jefe abrió la puerta de la habitación de Polilla, esperando encontrar algo, pero no había nada que sus ojos pudieran ver:         
― ¡Otra vez!― Adelfa salió de la habitación muy enojada, todavía envuelta en la toalla, sus mejillas estallaban de fuego.  
Polilla los veía a los dos, uno al lado del otro, pero Jefe no parecía notar su presencia:
― ¡Allí esta!, ¿No la vez? ― La señaló, pero Jefe ni siquiera le respondió con un sí o no.  
― Creo que te has vuelto loco desde que tu mujer te dejo― Jefe miró a Polilla con pena.
― Espero que esto no sea una broma de ustedes dos, porque no es gracioso― Dijo Polilla y luego se cruzó de brazos muy ofendido, creyendo que todo esto era un chiste de muy mal sabor.  
― Creo que me iré― Dijo Jefe, su rostro trasmitía preocupación, creía que su amigo estaba loco de verdad, que la tristeza había despertado la demencia en él.
Jefe se fue, y sólo quedo Polilla y el rostro enfadado de Adelfa:
― ¡Qué sea la última vez que metes a alguien en el baño mientras me estoy duchando!― Polilla no pudo decir nada, Adelfa salió caminando a paso veloz y se encerró en su habitación, azotando la puerta con rabia.
Al día siguiente, Polilla y Adelfa estaban sentados en el living desayunando, ella no paraba de hablar y mimar a su novio, había preferido olvidar lo que pasó ayer y darle otra oportunidad a Polilla, aunque ni siquiera se la haya pedido.
Polilla intentaba escuchar todo lo que decía, prestarle atención, pero su mente volaba por miles de dudas, todo lo que estaba viendo era una incertidumbre, ya no sabía que era real y que no.  
La puerta fue golpeada interrumpiendo así la conversación que era sostenida en el living. Polilla se levantó a abrirla, allí encontró a Jefe acompañado por un médico con su blanco delantal.
― Hola― Dijo Polilla invitándolos a pasar a su casa, los miró extrañado, ¿Por qué Jefe había traído un doctor con él?   
― Cuéntame Polilla― Le dijo el doctor sentándose en el sillón junto a Adelfa, pero sin ni siquiera mirarla ― ¿Cómo es esa Adelfa de la qué me ha contado tu amigo Jefe?
― Está sentado junto a ella― Le dijo señalándola.  
El doctor giró su cabeza, sus ojos no vieron más que vacio:  
― Sí, ya veo― Dijo anotando en una cartilla que traía entre manos ― Cuéntame un poco de ella.
― Apareció ayer, es igual a un personaje de un cuento mío, no entiendo cómo se salió de ahí― Dijo mirando a la joven, la cual le giñó el ojo seductoramente.  
― Ah, ah― Se levantó del sillón y caminó hacia la puerta ― Bueno señor Polilla no necesito saber más― El doctor abrió la puerta y dejó entrar a otros doctores más, se los veía fuerte y grandotes, parecían enfermeros que por las noches eran de seguridad en los boliches.     
Polilla sabía muy bien que se proponían estas personas, pero no iba a resistirte, tal vez realmente necesitaba ayuda, tal vez realmente se había vuelto loco.    
Polilla pasó el resto de los días encerrado en una habitación acolchada, aislado del mundo, como nadie le creyó se volvió agresivo, creyó que se burlaban de él, sintió vergüenza y bronca. Se volvió loco porque no le creyeron lo que veía. Cualquiera diría que Polilla vivió solo el resto de su vida, pero en realidad no fue así, Adelfa lo acompañó todos aquellos años de locura, ella nunca se fue de su lado.