miércoles, 5 de diciembre de 2018

La reunión

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Siempre odié las reuniones familiares y está no es la excepción. Vinieron todos y de todos lados, incluso mi hermana Ester, que nunca fue capaz de llamar una sola vez en todo este tiempo, ni para saber como me encontraba. Pero ahora, llegado a este extremo, todos se habían reunido. También están sus hijos, mis sobrinos, “los ocupados”, como a mí me gusta llamarles. Nunca tenían tiempo, ni siquiera para tomar una mísera taza de té.   
Luego está Ramiro, el esposo de Ester, siempre me miró con suficiencia, como si yo fuera un mero estorbo en esta familia. Recuerdo esa vez que lo eché de mi casa en Navidad.  No me place recordar el porqué ahora, pero sólo diré que todos se fueron detrás de él, y pasé el resto de la víspera sola, con una copa de sidra en la mano y lágrimas en los ojos.  
Desde ese momento comprendí que mi única amiga era la soledad. Era la única que nunca me traicionaría, ni se iría de mi lado, a pesar de lo dolorosa que resultaba a veces.
Pero ya está en el pasado, aprendí a no vivir en mis recuerdos. Sólo el presente y el porvenir me interesan.  
Seguramente se preguntarán, si odio a todo el mundo, ¿Por qué asistí a esta reunión?. La verdad es que la reunión me encontró a mí.  Voy a irme de viaje, y todos lloran por mi partida. Estoy frente al tren, y tengo a los hipócritas llorando a mi alrededor. Hubieran llorado antes, ahora es tarde para detener mi partida. Me voy y nada me detiene.
Pero tampoco se crean que ellos están tristes porque me mandé a mudar, no señor, si me voy, se van conmigo sus posibilidades de recibir algo de mi parte, a pesar de que yo nunca recibí nada de las de ellos.   
¡Oh, Dios!, ya llegó la peor. Su entrada fue como un torbellino de lágrimas y gritos. Incluso fingió un desmayo, quien Ester atendió con el amor fraternal que nunca me brindó a mí. Clotilde, esa sucia mujer, siempre mirándome como a un insecto, y ella creyéndose una estrella sobre el resto de su familia, pobres mortales inmundos. A pesar de tener la misma sangre de padres, nunca fuimos hermanas, éramos como meras desconocidas. Y ahora es la más afectada por mi viaje. ¡Ja, irónico!, pero a mí no me engaña, la conozco, con y sin su máscara de actriz.  
Luego llegaron mis hijos con sus hijos. Mis hijos lloraron, y me pregunté si sus lágrimas eran honestas o no, talvez no lloraban por mi mudanza, sino por arrepentimiento. Mis nietos ni siquiera se molestaron en mirarme, se sentaron alejados, entre ellos, y se hundieron en el mundo artificial de sus celulares, que les iluminaban los rostros como si fuera una película de terror.
Nunca vi tantas lágrimas de cocodrilo en mi vida y en el mismo lugar, pero esas lágrimas no me detendrán. Este viaje me espera y no pienso volver nunca.
Nunca se interesaron por saber como estaba, y ahora que me voy, todos me rodean como buitres hambrientos. Pero están muy equivocados si piensan que van a ver una moneda de mi bolsillo.
Antes de afrontar este viaje me aseguré que ninguno de ellos vaya a hacerse de mi fortuna, ni de mi casa, ni de mis autos, ni de mis cuentas, nada, me deshice de todo, vendí todo y regalé lo que no se podía vender.  
Es irónico como ayer, mi casa se encontraba vacía, sumida en mi única compañera, la soledad, y hoy, está atestada de amigos y familiares. De algunos que incluso hacía más de media vida que no los veía. Pero ahora ya es tarde. Llegaron muy tarde.  
Me doy una última mirada a mí misma en el cajón y decido emprender el viaje. El tren me espera, está por zarpar, y yo no pienso quedarme ningún segundo más en este lugar.