viernes, 10 de diciembre de 2021

Una Cálida Navidad

 


Definitivamente, esa familia tiene una cálida navidad. Todos se ven alegres, sus sonrisas lo denotan. Todos ríen a carcajadas, en torno a una enorme mesa familiar, repleta de los mejores y más suculentos banquetes que he visto en mi vida. El tradicional pavo no puede faltar, imperando en la mesa, con su piel dorada y ornamentada con exquisitas especias. Las ensaladas, hay desde saludables a empalagosas, y debo decir que mis ojos se van, sin disimulo, de un plato a otro.    

Mi estómago gruñe sonoramente. Los que me rodean ríen a carcajadas.  

— Todos tenemos hambre — bromea uno de ellos, olfateando el aire, percibiendo la estela del aroma de una cena suculenta.    

Continúo analizando aquella familia simpática, que, evidentemente, son muy felices.

Tienen un enorme árbol de navidad, hermoso y extravagantemente decorado, que combina a la perfección con las luces de colores que cuelgan en la pared y ventanas más cercanas. Ventanas, que dan un cuadro nevado propio de fantasía, a través de sus lúcidos cristales. Los pinos cubiertos de nieve y las calles con velos blancos. Todo es precioso.   

La familia se ha puesto de acuerdo para vestir buzos con motivos navideños que combinen. Una de las niñas tiene estampados de renos, la abuela, con aires modernos, luce una chaqueta de lana blanca nívea, con decorados de copos de nieve. ¿Y la madre?, la madre viste el buzo más divertido de aquella familia, que porta tantos colores y formas en esa lana como le es posible.        

Pero, los platillos y la decoración, no es lo más importante en esa cena, no, lo verdaderamente importante esta noche es el amor y la familia. Eso puedo entenderlo bien con sólo observarlos. En sus ojos achinados y brillosos, en las miradas de ternura del esposo a la esposa, definitivamente llevan enamorados desde hace años, en cómo la nieta le da un abrazo infinito a su abuelo, y este la llena de mimos, y, finalmente, en cómo la hermana mayor, con un carácter servicial, se asegura que nadie fuera lo suficientemente vergonzoso como para quedarse sin comer.       

Es una atmósfera hermosa, envidiosa, cálida. ¡Eso es lo que yo llamo una cálida navidad!, creo que ya lo dije, pero ver como esa familia se quiere tanto… Se ven tan cálidos y felices…, eso hace que un nudo se forme en mi garganta. Y lo entiendo, ya que duele, ya que…

— ¿Cuándo vas a tirarlo al fuego? — mi fuero interno detiene aquella descripción al ser interrumpido por la voz del hombre que me mira expectante.  

Por la impresión, guardo un segundo de silencio, uno que se torna incómodo a medida que el hombre no aparta la vista de mí. Decido responderle cuando al fin pude recuperarme un poco de mis emociones, y ese nudo ya no me molestaba tanto.    

— Sí, ahora mismo lo hago — le aseguro, obteniendo una respuesta aliviada de parte de mi interlocutor.  

Antes de proceder, vuelvo a mirar esa imagen publicitaria en la revista, al parecer intentan vender árboles de navidad, o algo así, y sin perder más tiempo tiro la revista, con familia y todo al barril metálico que contiene un improvisado fuego, en medio de una noche fría y oscura. Luego acerco mis dedos, medianamente enguantados, a las llamas. Mis compañeros, sucios y mal vestidos, tiritando al castigo de la noche, me imitan. Siento como la piel de mis dedos queman. Esa será la única calidez que sentiré en esta noche de navidad.    

 


...
Este relato fue escrito para el "CONCURSO DE RELATOS, XXIX Edición: CUENTO DE NAVIDAD de CHARLES DICKENS". 
...

Luego de terminar de escribir el relato, y me quedara con un final tan sombrío y melancólico, me pregunté: ¿cómo diablos haré para desearles una feliz navidad con esta historia tan cruda?, mejor dicho, ¿está bien que les desee una feliz navidad?, y la respuesta es un rotundo sí, pues, y como dice el protagonista de esta historia: “los platillos y la decoración, no es lo más importante en esa cena, no, lo verdaderamente importante esta noche es el amor y la familia”, así que amen y usen estas fechas para ser felices y hacer el bien.

Por último, quiero recomendarles una película que fue algo de inspiración para este relato: Tokyo Godfather. Se trata de una animación japonesa, dónde los protagonistas son tres indigentes que encuentran un bebé abandonado en la noche de navidad. Realmente, no tiene desperdicio la película, ya que es una opción diferente en el largo repertorio de películas navideñas, y, definitivamente, merece la pena darle una oportunidad.       



Un saludo y felices fiestas.    

domingo, 7 de noviembre de 2021

El gnomo

 

Coloqué aquel muñeco de yeso en el jardín. Tenía un rostro inquietante. Fue eso lo que me impulsó a comprarlo.    

— ¡Gyaaa! — se escuchó un grito, parecido al graznido de una arpía, desde la verja de entrada — Esas cosas, se adueñan primero de tu jardín y, luego, ya no serás tú el dueño de tu casa. ¡Deshazte de él mientras puedes!   

Yo ignoré su advertencia. No tenía ningún sentido las palabras de una sexagenaria supersticiosa.

Esa noche, me desperté al sentir que algo golpeaba la ventana de mi habitación. Creí percibir una pequeña sombra del otro lado de la ventana, era como si me observara.    

Desde esa noche comenzaron a pasar cosas extrañas: macetas rotas, zapatos desaparecidos, objetos cambiados de lugar, el piso lleno de tierra del jardín, entre otras cosas.  

— Está echándote de tu casa — me informó la anciana, otro día.  

No, no quería creerle, pero… se me hacía imposible seguir viviendo en esa casa, sentía que, efectivamente, alguien me estaba echando.

Tomé a aquel gnomo de mi jardín, lo envolví en una bolsa de trapo y lo arrojé en un río que quedaba a varios quilómetros de mi casa.   

Era de noche cuando volví. Revolví mis bolsillos, pero no encontré la llave de la verja. Levanté la vista al sentir que algo se movía en el jardín. Era ese muñeco de yeso, estaba mirándome fijamente, con aquella horrenda sonrisa perversa, con su pico en una mano y, en la otra, las llaves de mi casa. No, de su casa.   

martes, 5 de octubre de 2021

Multidimensional (recorte)



La obsesión de Murphy había surgido una fría noche de octubre. Como acostumbraba, salía al pórtico de su casa de campo a fumar su pipa, mirando a las perennes y misteriosas estrellas.

Su contemplación fue interrumpida, cuando una estrella en particular llamó su atención. No, esta no era una estrella común. Tenía movimiento y su trayectoria era completamente antinatural. 

La luz bailarina desapareció de repente. Murphy se mantuvo expectante, pero la estrella nunca volvió a hacer acto de presencia.  

Esa noche, Murphy no pudo conciliar el sueño.

Murphy, como buen hombre de intelecto, no podía dejar pasar un fenómeno semejante como si no tuviera ninguna importancia.

Esa misma madrugada, el profesor Murphy se levantó de su lecho, asustando a su adormilada esposa en el proceso. Ignoró el regaño que vino de su cónyuge, y sin perder más tiempo, se internó en su laboratorio.  

Pasaban las horas, y sus labios se encogían con frustración, al borde de la locura, a un paso de resignarse y dejar aquella ambición de lado.

— En una hora estará lista la comida. Sino sales de esa pocilga, te sacaré yo a la fuerza y te llevaré a la mesa a rastras — Murphy frunció el ceño al verse interrumpido por su mujer. Entendía su enojo, cuando él se encerraba en su laboratorio era como si el tiempo se detuviera.

— ¿Tiempo? — se dijo a sí mismo — ¡Ahora no, mujer! ¡He encontrado la solución!

Su esposa rezongó unos minutos, pero no tardó en darse por vencida, sabía que cuando su esposo entraba en su papel de loco científico era imposible devolverlo a la realidad.   

Horacio Murphy giró su cabeza y clavó los ojos en aquel cuadro que colgaba en la pared. Un hombre canoso, despeinado, lo miraba divertido y le sacaba la lengua.  

Las ideas vinieron a su cabeza como un rayo.

— ¡Por supuesto! — se dijo — ¡La teoría de la relatividad plantea al tiempo como la cuarta dimensión!, pero si nosotros somos tridimensionales, ¿cómo somos capaces de percibir la cuarta dimensión? — Murphy abrió los ojos comprendiendo todo — ¡Percibimos su sombra! ¡Eso es! Los días, el pasado, el envejecimiento, son la sombra de la cuarta dimensión — el profesor se llevó los dedos al mentón, mientras terminaba de acabar la idea en su cabeza — Un ser cuatridimensional sería capaz de ver el tiempo por completo, no sólo su sombra. Vería el pasado, presente y futuro al mismo tiempo. Sería Dios”.   

Murphy se removió nerviosamente. Sentía que había hecho un descubrimiento que le estremecía las entrañas. ¿Acaso esa podría ser la explicación de un ser omnisciente? ¿Y qué fue esa luz, entonces?, ¿una sombra de un ser multidimensional?, ¿cuántas dimensiones más existían?, ¿los fantasmas podrían entonces ser sombras de seres que han trascendido la tridimensionalidad…?, Y lo más importante: ¿habría manera de poder percibir aquellos seres en su totalidad y no sólo sus meras sombras?     

Horacio volvió a clavar los ojos sobre aquella imagen del hombre sacando la lengua.    

— ¡Por supuesto! — gritó eufórico, y en un ataque de frenesí, besó al vejete del poster en la frente — ¡Gracias, Albert!

¡Lo había entendido!, ¡la respuesta eran los agujeros de gusanos!, por estos, supuestamente, se podría viajar en la cuarta dimensión, por el tiempo, en toda su extensión y dimensión. ¿Y si fuera capaz de abrir agujeros de gusanos a la quinta, sexta y séptima dimensión?

Sin perder más tiempo se puso manos a la obra. Volcó todo su cerebro y conocimientos de años en un sólo artefacto. Fue una trabajosa labor que le llevó décadas de culminar, pero al final, lo logró.  

Frente a él se hallaba el portal. Era como una puerta circular. Sólo necesitó activar el interruptor y del centro del marco, centelló una cortina que comenzó a girar sobre sí misma.

¡Lo había logrado!

Se adentró a dicho portal. Él sería el inventor y el conejillo de indias al mismo tiempo. La sensación, que su cuerpo experimentó al traspasar dicho umbral, fue inefable para la mente humana. Podía sentir cada partícula de su cuerpo descomponerse y componerse, sentir el tiempo en él y a su alrededor, ver el espacio de manera completa. Lo que tenía delante, detrás, arriba y debajo al mismo tiempo. Veía el principio y el fin de cada ser y objeto a su alrededor.    

Los ojos de su alma captaron el mundo entero, y allí vio seres que creyó parte de mitología, de ciencia ficción y de cuentos de hadas, pero eran reales, existían en esa dimensionalidad. Dragones, hadas, pequeños seres grises con cabezas grandes y ojos almendrados, ángeles, demonios, las almas de los muertos.

Pero hubo en toda esa dimensionalidad, algo que no pudo ver. Algo que ya no existía. El agujero de gusano se había cerrado. Sólo era un viaje de ida. El camino a la trascendencia no admite retrocesos. 

Había trascendido la tercera dimensión. Su cuerpo material se había perdido en el agujero de gusano y ahora quedaba sólo su espíritu multidimensional. Pero los seres dimensionales más pequeños, como su esposa, no podían verlo, no podían percibirlo ya.   

Su mujer lo buscó por días. Lloró, denunció su desaparición a la policía, incluso oró y ayunó, pero nunca fue capaz de encontrarlo. A veces creía percibir el fantasma de su esposo, asechándola, como si le gritara algo, algo que nunca podía comunicar. Eso la asustaba a horrores, ya que sólo podía pensar que él había muerto y su cuerpo desaparecido misteriosamente.


                                                   ... 


Esta es la versión recortada (897 palabras) que aplica para el CONCURSO DE RELATOS, XXVIII Edición: LA GUERRA DE LOS MUNDOS de H.G. WELLS.

La consigna consistía en incorporar al relato un ser extraterrestre. Y la pregunta que ha guiado el desarrollo de la trama se basó en: ¿de dónde provienen los extraterrestres?

Esa pregunta me llevó a pensar en todas aquellas criaturas y seres de los que algunas ves creímos ver. Talvez las hadas existen, sólo que se encuentran en otra dimensión, al igual que los ángeles, los extraterrestres y el mismo Dios. Tal vez no somos capaces de entenderlo aún porque nuestros cuerpos tridimensionales no poseen la capacidad de percibir las otras dimensiones. ¿Y si los mitos, leyendas y religiones son testimonios de aquellas sombras, que se dejan entrever en nuestra pobre tridimensionalidad?, nunca tendré una respuesta.

Pero de algo estoy segura, y eso lo teorizo al final del relato: de la muerte no hay retorno. Una vez que dejemos nuestro cuerpo tridimensional atrás, será tomar un camino de un solo sentido.

Pueden leer el relato completo en la siguiente entrada:

https://librospuenteaotrosmundos.blogspot.com/2021/10/multidimensional.html?showComment=1633473724165#c285138082297526536 



Multidimensional

La obsesión de Murphy había surgido una fría noche de octubre. Como acostumbraba, salía al pórtico de su casa de campo a fumar su pipa, mirando a las perennes y misteriosas estrellas. Había tomado dicha costumbre después de que su esposa asmática lo regañara un centenar de veces, por darse a su vicio dentro de la casa.

Sus ojos estaban tan acostumbrados a ver a aquella bóveda negra de puntos brillantes, que, si se propusiera, podría pintar aquella imagen nocturna de memoria sobre un lienzo limpio.

Su soliloquio fue interrumpido, cuando una estrella en particular llamó su atención. No, esta no era una estrella común, no, incluso dudaba siquiera que se tratara de una estrella en primer lugar. Tenía movimiento y su trayectoria era completamente antinatural y salida de cualquier lógica. 

— Sólo algo inteligente podría moverse de aquella manera — masculló aún sosteniendo la pipa con los labios.

La luz bailarina dio una última voltereta para desaparecer por completo. Murphy se mantuvo expectante, esperando por su segundo acto astral, pero la estrella nunca volvió a hacer acto de presencia.

Esa noche Murphy no pudo conciliar el sueño. La imagen de esa estrella y su extraño baile se repetía en su mente, una y otra vez.

Murphy, el profesor Murphy, mejor dicho, era un hombre de ciencias. Había tenido una larga trayectoria estudiando las ciencias exactas y otra más dando clases a alumnos de elevados intelectos. Y como buen hombre de intelecto, no podía dejar pasar un fenómeno semejante como si no tuviera ninguna importancia.

Murphy, era profesor de física y tenía una gran afección por los estudios científicos y las invenciones tecnológicas. Y, como nunca en su vida, sintió que por fin había encontrado el verdadero sentido a sus conocimientos y habilidades, no podía gastarlas sólo enseñándole a adolescentes, no, él estaba destinado a ser mucho más.

Esa misma madrugada, antes de que cantara el gallo en su gallinero, el profesor Murphy se levantó de su lecho como un poseso, asustando a su adormilada esposa en el proceso. Ignoró el regaño que vino de su cónyuge, y sin perder más tiempo, se internó en su laboratorio, del cual estaba seguro que no saldría hasta obtener una respuesta, que por lo menos, lo dejara satisfecho.

Sus estudios comenzaron por la astronomía. Revisó centenares de manuales y enciclopedias que desarrollaban estudios sistemáticos y profundo sobre el éter y todo cuerpo sideral que lo compone. Pero cuántas estrellas, planetas, materia oscura estudiaba más se convencía de estar errando en la materia. Murphy sentía que nada de eso lo convencía. Un planeta, un asteroide e incluso una estrella, nunca tendría un comportamiento tan errático e improbable.

Siguió con las matemáticas, era imposible hallarle una fórmula, una operación que diera una respuesta a dicha trayectoria. ¿Acaso dicho objeto era capaz de burlar a la gravedad?

Al final, y con menos interés, pues, nunca creyó que su respuesta podría hallarse en tales ramas científicas, le dio una oportunidad a la física.

Pasaban las horas, y sus labios se encogían con frustración, al borde de la locura, a un paso de resignarse y dejar aquella ambición de lado, pero algo en él despertó aquello que necesitaba para saber cómo estudiar a aquella estrella loca.  

— En una hora estará lista la comida. Sino sales de esa pocilga, te sacaré yo a la fuerza y te llevaré a la mesa a rastras — Murphy frunció el ceño al verse interrumpido por su mujer. Entendía su enojo, cuando él se encerraba en su laboratorio era como si el tiempo se detuviera.

— ¿Tiempo? — se dijo a sí mismo.

— ¿Qué? ¿Qué diablos dices, Horacio?

— ¡Ahora no, mujer! ¡He encontrado la solución!

Su esposa rezongó unos minutos, pero no tardó en darse por vencida, sabía que cuando su esposo entraba en su papel de loco científico era imposible devolverlo a la vida real hasta que este obtuviera su cometido.  

Tiempo, ¿qué es una hora?, se preguntó. El presente no es más que una sombra del tiempo.

Volvió a las bases dimensionales de la física. Un ser tridimensional es capaz de percibir la dimensionalidad a la que pertenece y a las menores a estas adyacentes. Pero, ¿qué sucede con la cuarta y la quinta dimensión?

Horacio Murphy giró su cabeza y clavó los ojos en aquel cuadro que colgaba en la pared. Un hombre canoso, despeinado, lo miraba divertido y le sacaba la lengua.   

Las ideas vinieron a su cabeza como un rayo.

— ¡Por supuesto! — se dijo — ¡La teoría de la relatividad plantea al tiempo como la cuarta dimensión!, pero si nosotros somos tridimensionales, ¿cómo somos capaces de percibir la cuarta dimensión? — Murphy abrió los ojos comprendiendo todo — ¡Percibimos su sombra! ¡Eso es! Los días, el pasado, el envejecimiento, son la sombra de la cuarta dimensión — el profesor se llevó los dedos al mentón, mientras terminaba de acabar la idea en su cabeza — Un ser cuatridimensional sería capaz de ver el tiempo por completo, no sólo su sombra. Vería el pasado, presente y futuro al mismo tiempo. Sería Dios — abrió los ojos y recitó de memoria — “Y en Tu libro se escribieron todos Los días que me fueron dados, Cuando no existía ni uno solo de ellos”.  

Murphy se removió nerviosamente. Sentía que había hecho un descubrimiento que le estremecía las entrañas. ¿Acaso esa podría ser la explicación de un ser omnisciente? ¿Y qué fue esa luz, entonces?, ¿una sombra de un ser multidimensional?, ¿cuántas dimensiones más existían?, ¿los fantasmas podrían entonces ser sombras de seres que han trascendido la tridimensionalidad…?, Y lo más importante: ¿habría manera de poder percibir aquellos seres en su totalidad y no sólo sus meras sombras que son dejadas por accidente en nuestra tercera dimensión?    

Horacio volvió a clavar los ojos sobre aquella imagen del hombre sacando la lengua.    

— ¡Por supuesto! — gritó eufórico, y en un ataque de frenesí, besó al vejete del poster en la frente — ¡Gracias, Albert!

¡Lo había entendido!, ¡la respuesta eran los agujeros de gusanos!, por estos, supuestamente, se podría viajar en la cuarta dimensión, por el tiempo, en toda su extensión y dimensión. ¿Y si fuera capaz de abrir agujeros de gusanos a la quinta, sexta y séptima dimensión?

Sin perder más tiempo se puso manos a la obra. Volcó todo su cerebro y conocimientos de años en un sólo artefacto. Fue una trabajosa labor que le llevó décadas de culminar, pero al final, lo logró.  

Frente a él se hallaba el portal. Era como una puerta circular. Sólo necesitó activar el interruptor y del centro del marco, centelló una cortina que comenzó a girar sobre sí misma.

¡Lo había logrado!, ¡tenía un pequeño y personal agujero de gusano en su laboratorio!

No tardó más en adentrarse a dicho portal. Él sería el inventor y el conejillo de indias al mismo tiempo. La sensación, que su cuerpo experimentó al traspasar dicho umbral, fue inefable para la mente humana. Podía sentir cada partícula de su cuerpo descomponerse y componerse, sentir el tiempo en él y a su alrededor, ver el espacio de manera completa. Lo que tenía delante, detrás, arriba y debajo al mismo tiempo. Veía el principio y el fin de cada ser y objeto a su alrededor.    

Los ojos de su alma captaron el mundo entero, y allí vio seres que creyó parte de mitología, de ciencia ficción y de cuentos de hadas, pero eran reales, existían en esa dimensionalidad. Dragones, hadas, pequeños seres grises con cabezas grandes y ojos almendrados, ángeles, demonios, las almas de los muertos. Se encontró con su madre y padre muertos y pudo verlos y hablar con ellos.

Pero hubo en toda esa dimensionalidad, algo que no pudo ver. Algo que ya no existía. El agujero de gusano se había cerrado. Sólo era un viaje de ida. El camino a la trascendencia no admite retrocesos. 

Había trascendido la tercera dimensión. Su cuerpo material se había perdido en el agujero de gusano junto con este y ahora quedaba sólo su espíritu multidimensional, capaz de ver y pertenecer a cada dimensión. Pero los seres dimensionales más pequeños, como su esposa, no podían verlo, no podían percibirlo ya.  

Su mujer lo buscó por días. Lloró, denunció su desaparición a la policía, incluso oró y ayunó, pero nunca fue capaz de encontrarlo. Sólo, de vez en cuando, creía percibir fugazmente el fantasma de su esposo, asechándola, como si le gritara algo, algo que nunca podía comunicar. Eso la asustaba a horrores, ya que sólo podía pensar que él había muerto y su cuerpo desaparecido misteriosamente.     

 


He escrito este cuento para el CONCURSO DE RELATOS, XXVIII Edición: LA GUERRA DE LOS MUNDOS de H.G. WELLS.

La consigna consistía en incorporar al relato un ser extraterrestre. Y la pregunta que ha guiado el desarrollo de la trama se basó en: ¿de dónde provienen los extraterrestres?

Esa pregunta me llevó a pensar en todas aquellas criaturas y seres de los que algunas ves creímos ver. Talvez las hadas existen, sólo que se encuentran en otra dimensión, al igual que los ángeles, los extraterrestres y el mismo Dios. Tal vez no somos capaces de entenderlo aún porque nuestros cuerpos tridimensionales no poseen la capacidad de percibir las otras dimensiones. ¿Y si los mitos, leyendas y religiones son testimonios de aquellas sombras, que se dejan entrever en nuestra pobre tridimensionalidad?, nunca tendré una respuesta.

Pero de algo estoy segura, y eso lo teorizo al final del relato: de la muerte no hay retorno. Una vez que dejemos nuestro cuerpo tridimensional atrás, será tomar un camino de un solo sentido.

Link del concurso: 

https://concursoeltinterodeoro.blogspot.com/2021/10/laguerradelosmundosconcursoderelatos.html      

sábado, 11 de septiembre de 2021

La Caja del Mimo



 

El señor Pericles pensó que ese iba a ser un día como cualquier otro, pero se equivocó. Pues, en su lugar, cualquiera pensaría que ese sábado sería como cualquier otro sábado de su vida. Como siempre, se levantó a las seis de la mañana y todo marchaba normal.  

Por supuesto, la indumentaria y el maquillaje llevaba de un gran preparativo, así que pasó sus habituales dos horas frente al espejo, pintando su rostro de blanco y negro. Dibujando una sonrisa falsa, pero alegre. Y su traje, que parecía de un preso con frac, lo esperaba planchado e impecable sobre el placar.    

Antes de marcharse, como ya era rutina diaria, se dio una última ojeada al espejo. Estiró los tirantes y se sonrió a sí mismos cuando al soltarlos, estos latiguearon contra su pecho.

Tomó su maleta de trabajo, que por supuesto estaba vacía. Y con ella, y todo embadurnado en maquillaje y apretado en su traje a rayas, abandonó aquella vieja y familiar habitación de hospedería.

Hizo el mismo recorrido de siempre. Anduvo por las mismas tres calles que bien conocía, con los pasos más cerca de la pared que del cordón. Dobló a la izquierda cuando se encontró con la avenida principal, y desde allí tuvo que caminar otras tres cuadras más. Estaba seguro que si cerraba los ojos, podría llegar a su destino sin perderse. Su cuerpo estaba acostumbrado a recorrer siempre el mismo trayecto.  Ni una cuadra más, ni una calle menos.

Por fin llegó a aquella plaza. Era la ideal para un mimo como era el señor Pericles. Ya que frecuentaban muchos niños que eran atraídos por las hamacas y los toboganes.

— ¡El señor Pericles está aquí! — dijo uno de ellos. Y como siempre, los niños comenzaron a congregarse a su alrededor, acompañados de algunos hermanos mayores y de madres protectoras, que se negaban a dejar a sus pequeños jugando solos en el parque, sin la supervisión de un mayor.

El señor Pericles hizo una reverencia. Esa era su costumbre antes de comenzar el show. Su público, que no era poco, pero tampoco mucho, lo recibió con aplausos.

Y comenzó el acto. Hizo lo que estaba acostumbrado a hacer y en el mismo orden. Levantó un yunque enorme, le costó, obvio, algunos niños se rieron cuando sus rodillas temblaron a causa del enorme peso que estaban soportando. Pero… las risas no eran tantas como siempre. Tocó un piano, y se cayó graciosamente de la butaca cada vez que llegaba a la última nota. Al parecer el acto ya no les parecía tan gracioso como siempre.   

Las risas de antes, esta vez fueron reemplazadas por toses, bostezos e incluso algunas quejas.

— Mamá, el señor Pericles es aburrido. Hace siempre el mismo acto.

— Oh, cariño, tienes razón. Lleva haciendo el mismo acto desde que yo era pequeña.

El mimo se sintió desfallecer cuando los murmullos llegaron hasta él. ¡El público no se estaba divirtiendo!, corría peligro que se levantaran y abandonaran al viejo Pericles ahí solo, en medio de la plaza, con sus imitaciones para él solo.      

Al parecer, los niños ya no eran tan fáciles de contentar como antes.  

Bien, si este público difícil quería algo nuevo, el señor Pericles se los daría. Se saldría de su rutinario show que llevaba siendo un éxito durante los últimos años, todo eso haría para no ser olvidado, para seguir despertando risas infantiles. Haría un cambio.  

Uno de los niños, se había levantado de su lugar, con obvias intensiones de abandonar el acto del mimo, pero se detuvo cuando se percató que algo cambió en la rutina del mimo.  

— ¿Eh?, ¿el señor Pericles nos trae un nuevo show? — dijo, y volvió a sentarse, dándole esta vez toda su atención al que vestía a rayas.  

Pericles, se sobó los guantes, pensando en un acto improvisado. Tenía que sacar algo de la galera de inmediato.   

— ¿Qué está trayendo el viejo Pericles? — preguntó un niño interesado, cuando el mimo comenzó a jalar de una cuerda trasparente, la cual lucía sumamente pesada.

— Qué buen actor — dijo una de las madres —. Incluso pareciera que hiciera fuerza de verdad, y todo.

Pericles escuchó aquellas palabras. Se limpió una gota de sudor que se escurrió por su maquillaje. Sí, lucía real, porque extrañamente, después de treinta años de actuar como mimo, realmente sentía que estaba arrastrando una enorme caja con una soja. ¿Qué diablos?, se preguntó Pericles. No entendía nada. Pero siguió con el acto.  

Fue un gran esfuerzo real, pero logró traer aquella caja invisible.

Pericles, con algo de temor, tanteó en el lugar con las manos. ¡Parecía una locura! ¡Lo sabía! ¡Pero él sintió que estaba empujando una caja real y pesada! Pero por suerte, todo había estado en su imaginación. Sus palmas sólo tocaron aire, así, que, con el pulso del corazón más tranquilo, pudo continuar con su nuevo acto.

Hizo que abría una puerta invisible y que la traspasaba. Después de cerrarla, hizo un chiste que despertó carcajadas en todos los espectadores. Dio un par de saltos dentro de la supuesta caja e hizo como si se golpeara la cabeza con el techo invisible. Los niños no podían parar de reír mientas Pericles se sobaba la cabeza y fingía llorar de dolor.

A continuación, colocó la palma de su mano sobre la supuesta pared invisible. La idea era mostrarles a los niños el tamaño de la caja. Pero… tuvo que volver la mano en un reflejo veloz cuando sintió algo.

No, no, no…

Debía ser su imaginación.

Los espectadores se sorprendieron, siendo contagiados por la expresión del viejo Pericles.   

— ¿Mamá qué le sucede al mimo?

— Es todo parte del show, hijo.

Sí, sí, eso pensaban los espectadores. Pero… ¡Pericles había sentido algo! Tenía guantes gruesos, pero incluso, a través de ellos había podido sentirlo. ¡Había una maldita pared real!

No, no…

¡Debo estar volviéndome loco!, es imposible que haya una pared real, pensó.  

Pericles estiró su mano una segunda vez. Necesitaba asegurarse que todo había sido parte de su imaginación.

Pudo soltar un suspiro de alivio, cuando su palma no encontró más que aire y la mismísima nada.

Sí, debía ser su imaginación. Talvez no estaba lo suficientemente descansado.

Intentó no darle mucha importancia a lo sucedido y siguió con su show.

Abrió la puerta de la caja una vez más y salió de ella.

Esa había sido una caja grande, ahora se metería en una caja pequeña. Si la grande había venido de la izquierda, de la derecha traería la pequeña.

Tomó otra cuerda imaginaría y comenzó a tirar de esta.  

Otra vez…, lo sintió. Pero esta vez la caja no era tan pesada, no, se sentía como si trajera una más pequeña, una mucho más pequeña, como del tamaño de una caja de zapatos.

Se preguntó si lo mejor sería dejar el acto allí y volver a su casa. Talvez, mañana sería un mejor día, pero no, el viejo Pericles era un hombre perfeccionista y ¡nunca había abandonado un acto!, ni siquiera en días de lluvia. ¡Y hoy no sería la primera vez que faltaría a su antaña tradición de actos!

Cuando tuvo la supuesta caja ante sus pies, hizo como si la pisara y saltara sobre ella. Luego de un par de saltos, dio un paso a la derecha, pero se tropezó cuando sus pies dieron con algo.     

Los niños estallaron en risas cuando el viejo Pericles cayó al suelo. Ellos pensaron que fue parte del acto, pero no. ¡Sus pies realmente habían chocado con algo! Se giró, buscando aquello que lo había hecho caer, pero sus ojos no encontraron nada. El escenario estaba vacío.

¿Acaso había tropezado con la caja invisibl…? No, eso era una locura.  

¡Definitivamente se estaba volviendo loco!

Se levantó del suelo, con el corazón hecho un desastre. Aquellos incidentes lo estaban asustando. ¡Pero incluso así Pericles continuó con el show!, sí, Pericles era de esos hombres que no saben cuando detenerse.

El acto final consistía en entrar en una caja pequeña, en una que medía la mitad que él.

Primero empezó colando un pie dentro de la caja. Su idea era meter un brazo a continuación, pero falló cuando entendió que algo extraño estaba sucediendo con su pie. Pues, lo sentía pesado, como si hubiera quedado atascado en una pequeña caja. Intentó sacarlo de la caja trasparente, sus manos, contra todo pronóstico y lógica, sintieron aquella caja, pequeña como una de zapatos, que rodeaba a su pierna. Tiró de ella, pero no había manera de zafarse. La caja tenía a su pie mordido como si dientes tuviera. Estaba completamente atrapado en su interior.

Las carcajadas resonaban a su alrededor.

— ¡Este acto es realmente bueno!

— ¡Sí!, no sé porque no lo hizo antes.  

— Cierto, siempre actuando el mismo acto aburrido por años.

Pericles intentó gritar, explicarles que no era un acto, que verdaderamente su pie había quedado atorado en una caja invisible, pero… su voz no salió. Se había quedado mudo, como un mimo.   

Y desde ese día, el mimo Pericles no dio más un acto, porque su vida entera se convirtió en uno. Nadie había vuelto a escuchar su voz, y siempre lo veían arrastrando una pierna, como si de ella colgara algo molesto y pesado.   

Su traje de rayas, no se lo volvió a cambiar nunca más. Una vez él mostró que no se lo podía quitar cuando lo regañaron por llevar ese viejo traje sucio y rotoso por el uso. Y era así, incluso una de las madres intentó ayudarlo. Pero los botones no se desprendían. El traje de mimo lo tenía cautivo. ¡Se sabía que incluso dormía y comía con él!    

Y aún peor, los rumores decían que Pericles había olvidado su verdadero nombre. Cuando tuvo que firmar una forma, le solicitaron que lo hiciera con su verdadero nombre, pero el viejo se quedó pensando durante horas, frente al papel, como si ya no recordara cuál era, y derrotado, ya no le quedó de otra que firmar con su nombre artístico y con el que todos lo conocían: el mimo Pericles.       

  

 


martes, 7 de septiembre de 2021

La Guerra de los Mundos

 



             — ¿A dónde fue papá? — le pregunté a mi madre, quién miraba triste por el ventanal hacia las estrellas.

Desde que vinieron los militares a casa, no lo había vuelto a ver. Ellos dijeron “reclutamiento”, pero yo aún no lo entendía.     

— ¡Mira, mami, una estrella fugaz!  

Cuando mi madre captó aquella estrella, su expresión mudó a una de completo terror.

¿Por qué la asustaba tanto?  

La incomprensión comenzó a anidar en mí, cuando vi que la estrella comenzaba a comportarse de manera extraña. Parecía cambiar de dirección y acercarse a nosotros, ampliando su deslumbre a cada segundo que pasaba. ¡Iba a chocarnos!

Mi madre actuó de inmediato. Me cubrió con su cuerpo al momento que la estrella chocó contra la superficie de nuestro planeta, produciendo un gran estruendo.

Fuera comenzó a escucharse un gran bullicio. Mi madre no pudo detenerme de salir de casa. Quería ver lo que sucedía fuera. Odiaba que nunca me explicaran lo que sucedía solo porque era un niño.

— ¡Hijo, vuelve! ¡Es peligroso!

Por mi costado, pasó una legión de militares. Corrían en dirección a dónde había caído la estrella.  

— ¿Papá? — Imposible. Él estaba entre ellos.

Los seguí desde atrás.    

Abrí la boca al llegar al lugar. ¡No se trataba de una estrella sino de una nave espacial! De ella comenzaron a bajar seres uniformados. Ellos lucían completamente distinto a nosotros y tenían extrañas armas.  

— ¡Peleen! — gritó el capitán de nuestro ejército — ¡No permitan que los malditos humanos también capturen este planeta!      


...

Este microcuento (de 250 palabras) fue escrito para el concurso "MICRORRETO: ¡DE CINE!", del blog El Tintero de Oro.   

Link al blog: 

https://concursoeltinterodeoro.blogspot.com/2021/09/relatosinspiradosentitulosdepeliculas.html 

Me pareció muy interesante la idea de escribir un microcuento a partir de un título de una película. Yo elegí "La Guerra de los Mundos" y a la hora de escribirlo me pregunté: ¿Qué sucedería en un futuro si para nosotros ya nos fuera posible navegar el universo y llegar a otros planetas? Y tristemente sólo pude pensar en una respuesta. 



domingo, 5 de septiembre de 2021

¡Sorpresa! Audiolibro de Huésped Gatuno


Escribo esta entrada, después de mucho, mucho tiempo de tener el blog inactivo, para anunciarles algo que les encantará a los fans de "Huésped Gatuno".

¿Alguna vez se preguntaron cómo sonaba la voz de Erik?, pues, ya no tienen que preguntárselo más, porque pueden escucharlo directamente de YouTube.
 
¡Sip!, leyeron bien. En YouTube se subirá el audiolibro de Huesped Gatuno. Y ya está disponible el ¡primer capítulo!, ¡así que corran a escucharlo!


Un agradecimiento especial al grupo de Auwatt por crear tan hermoso audiolibro. Estoy más que feliz que me hayan dado esta oportunidad. 🧡





viernes, 30 de abril de 2021

La Salamanca de Cochicó


 

Lo que voy a contar a continuación, no es una leyenda: es una anécdota. Así que el que quiera creer que crea, y el que no, puede decir que prefiere creer en lo que dicta su razón, porque algo que carece de lógica no debe ser cierto. La mayoría del tiempo, yo también lo creo así, no lo sé, pero lo que esta persona me contó ese día, el temor impreso que vi en sus ojos, esa incertidumbre e incomprensión, no pudo ser una simple ilusión.        

Antes de comenzar a relatar los hechos que nos acontecen, cabe destacar que los nombre en este relato fueron alterados, para resguardar la integridad de los participantes, pues, ya que temen a las burlas de los incrédulos, que neciamente cierran su mente a otras perspectivas y realidades.   

Estamos en pleno siglo veintiuno, pero aún, encontramos hombres que llevan en la sangre todo el aspecto y la esencia de los gauchos, esos hombres de antes, con boleadoras en el cinturón, que surcan el desierto aún a caballo. Y, Ramón, nuestro protagonista, es justamente, uno de estos hombres.   

En una de sus típicas cabalgatas por Cochicó, las cuales ya eran rutina en su día a día, sucedió algo que rompió esa monotonía a la que acostumbraba.

Talvez fue porque esa vez se le hizo tarde para volver a su finca, ya era de noche, y extrañamente, ninguna luz artificial funcionaba. Pero la verdad, es que no importa, hoy en día, cuánto intente hallarle una razón, eso nunca cambiaría lo que vivió esa extraña noche.     

Azuzó a su compañero equino para que acelerara la marcha, pues, una extraña sensación comenzaba a hacérsele carne en la piel. No podía estarse tranquilo. Había algo malo en esa noche, y el murmullo lúgubre de las lechuzas, no ayudaba a su ánimo. Sólo podía pensar en volver a su casa con su familia cuanto antes.

Su caballo se detuvo de repente, tanto que debió aferrarse a las briznas con fuerzas para no caer de este.

Una figura, una sombra henchida le obstruía la calle de tierra. Al principio no pudo encontrarle forma, pero, cuando sus ojos lograron acostumbrarse a la nueva imagen frente a él, entendió que se trataba de un hombre, de un par, de otro gaucho. Pero lo que más le extrañó, era que ese hombre le era completamente desconocido. Allí en Cochicó, todos se conocían los rostros de memoria. ¿Quién era este extraño gaucho que se paraba inerte frente a él, inmóvil como una aparición de otro mundo?

Ramón le preguntó quién era, qué hacía en medio de la noche, en medio de la calle.

El extraño no contestó, porque cuando Ramón parpadeó, el hombre ya no estaba allí. Lo buscó con la mirada, pero no lo halló por ningún lado. Sólo vio una cosa que resaltó sobre las sombras de esa noche sin estrellas. Se trataba de una luz a la lejanía, que brillaba entre los árboles y la maleza, atusada por la sequía. Al principio, pensó que se trataba de la luz mala, pero no, esto era algo mucho más grande y brillante.  

Y, como es el corazón de un gaucho, valiente por naturaleza, no pensó dos veces antes de indicarle al caballo hacerse a un lado para dejar el camino atrás. Y así se escabulló por la espesura del lateral, en un veloz remesón que lo llevó a encontrarse con la fuente de aquella luz. 

A la distancia divisó una casa, entendió de inmediato que de allí provenía aquella luz, como un lucero en medio de la noche.

La visión de la casa le pareció sumamente extraña, ya que estaba en medio del campo, y la última finca había quedado varios kilómetros detrás.

Volvió a instar al caballo, pero, por más que su compañero trotara incansablemente, por lo que parecieron horas, la distancia seguía siendo la misma, los árboles a sus lados se movían y quedan atrás, pero la casa seguía estando en el mismo lugar, allí, sobre el horizonte, brillante como la única estrella en esa noche. Era como si no llegara nunca.

Pero Ramón no se rindió, volvió a acusar a su caballo, latigueó las bridas, y su compañero obedeció, continuando con el camino interminable hacia esa casa.

Parecería que la noche se terminaría antes de que él pudiera llegar a esa casa, pero, contra todo pronóstico, lo que pareció, en un principio no más que una ilusión, era real. Los cascos del caballo salpicaron la tierra hasta llegar a la entrada de esa casa.  

Esta se veía vieja, pero alegremente decorada e iluminada. Había caballos atados en la entrada y un montón de invitados. Por supuesto, ninguna cara conocida. Pero, como eran amigables, Ramón no tardó en sentirse cómodo entre ellos.

Charló con ellos, no podía dejar de reír mientras bebía vino, con aquel sabor casero y avinagrado. Sólo hay una cosa de esa fiesta que puede recordar con exactitud, y es el rostro pueril de aquella china jovencita, con dos trenzas a cada lado de su oreja, como salida de otra época. Ella se acercó con una bandeja de tortitas caseras. Olían y se veían deliciosas, pero por alguna extraña razón no tuvo deseos de comerlas. Pero como lucían tan apetitosas, no quería arrepentirse tiempo después por quedarse con las ganas, así que tomó varias y las guardó en los bolsillos de su bombacha. La fiesta siguió entre baile, lo hicieron cantar acompañado por una guitarra criolla.  

Nunca se había divertido tanto.  

El baile le había abierto el apetito, así que sacó una de las tortitas de sus bolsillos y se la llevó a la boca. A partir de ese momento, los recuerdos de Ramón se vuelven un torbellino confuso, ni siquiera sabe que pasó después. Sólo recuerda despertar, cuando los molestos rayos del sol quemaban sus párpados.  

Su cuerpo se aquejó por completo. Pues, había estado durmiendo en medio del campo, sobre la tierra fría y helada. Miró hacia todas direcciones, no había pistas de ninguna casa, ni señales de alguna fiesta de anoche. Sólo su caballo pastando a unos metros, atado a un tronco viejo. 

Estaba solo en medio de la nada. 

Regresó a su casa. Su mujer estaba asustada por la ausencia de su esposo toda la noche.

— ¿Dónde estabas? — le cuestionó ella, al borde de las lágrimas.

— Estuve en una fiesta. Una china me dio unas tortitas re ricas… — Ramón metió su mano en el bolsillo, con la intención de compartir aquellas delicias con su esposa, pero cuando buscó con los dedos en el interior de su bombacha, estos tocaron una sustancia arenosa, que le supo nauseabunda. La apretó entre los dedos y la llevó frente a sus ojos, para percatarse que tenía los bolsillos llenos de bosta de caballo.