domingo, 10 de abril de 2022

Demasiado cerca


— Ha habido un nuevo caso esta madrugada. Ven a la escena del crimen — me informa mi compañera Daniela, al otro lado de la línea — ¡No vuelvas a dormirte, Blas Simon!

Luego de cortar la llamada, me siento en la cama, desperezándome. No tardo en percatarme que mi despertador se halla en el suelo otra vez. Lo tomo y vuelvo a colocarle una pieza que se salió, seguramente en el impacto. 

Voy hasta el placar que se encuentra a unos metros de la cama. Allí selecciono un traje pulcramente cuidado y me visto con él, de manera perezosa.

Llegué a la escena. Pasé por debajo de las cintas de seguridad, haciendo equilibrio con mi taza de café.

— El mismo modus operandi — me saluda mi compañera.

— Buenos días, Daniela. Sí, yo también dormí bien — dije a modo de broma. Daniela es una obsesiva del trabajo, tanto que a veces se le olvida la cortesía más básica.

Ella ignora mi comentario y continúa relatando los hechos.

— La víctima se llama Daiana Ortíz. El asesinato sucedió entre las doce y las tres. Los cortes que presenta en el cuello parecen estar hechos con la misma arma punzocortante de los anteriores casos. Un punzón o un picahielo, talvez.

— No es nada nuevo… — digo con algo de frustración. Pues, es de los asesinos más limpios a los que nos hemos enfrentado, nunca deja pistas.

— No, esta vez sí tenemos algo nuevo — dice y me señala con la vista una cámara de seguridad.

Luego de revisar los archivos, hicimos copia de la figura del sospechoso. No era más que la sombra de un hombre encapado y con una galera antigua.

— ¿Dónde he visto esa galera antes? — me pregunto a mí mismo.

Desde entonces comienza en mí un extraño frenesí por atrapar a aquel hombre. Puede que Daniela haya contagiado algo de su obsesión por el trabajo en mí. Me cuesta conciliar el sueño más que nunca, sospecho de todos.

— ¿Otra vez has tenido insomnio, Blas? Deberías relajarte un poco.

— Es bastante irónico que lo aconsejes tú.

— Es cierto que le dedico mucho tiempo al trabajo, pero yo no soy la que tiene problemas para dormir — me regaña, en eso tengo que darle la razón.

Miro a Daniela, que se centra en revisar una vez más la evidencia que tenemos. Lo hemos repasado todo más de cien veces, pero parece que el tipo de la galera no hace más que reírse de nosotros.

Suspiro con frustración. Pensar que ese tipo nos está tomando el pelo, me pone de muy mal humor.

Mi compañera deja los papeles en la mesa y se centra en mí de manera curiosa.

— Nunca te vi tan obsesionado por un caso — afirma. Es obvio que busca explicaciones de mi parte para mi extraño cambio de hábitos laborales —. Blas Simon ha pasado de ser un detective flojo a un detective diligente, parece demasiado bueno para ser verdad.

— Es que este asesino lo siento muy cerca…, demasiado cerca — no tengo manera de explicarlo. Pero siento que ya lo conozco, y me hierve la sangre pensar que se está burlando de mí, justo en frente de mis narices.


Decidí investigar por mi cuenta. Sí, sé que es arriesgado, pero sentía que no íbamos a ninguna parte.

Es de noche. Por suerte el abrigo que llevo me protege bastante del frío invernal. He estudiado tanto el caso que siento que conozco al asesino como a la palma de mi mano, incluso, me atrevo a especular en los lugares que podría atacar a su siguiente víctima.

Siempre la misma historia. Atacaba a una mujer en algún callejón oscuro a las doce de la noche. De preferencia delgadas, de cabello castaño y estatura mediada. Una descripción muy similar a la mía, debo reconocer, por eso estoy segura que mi plan funcionará.

Por supuesto que estoy sola. Blas me regañaría si se entera de mi osadía y volvería a tacharme de obsesiva con el trabajo. Pero, esto lo hago más por él que por mí, pues… no me gusta verlo tan estresado últimamente.

Estoy segura que si atrapo al asesino, Blas volverá a ser el mismo de antes. Me preocupa su estado anímico.

Agudizo el oído cuando escucho que unos pasos me siguen de cerca. Utilizo, discretamente, un espejo para espiar a mi espalda. ¡Es el asesino!, lo reconozco por su galera.

Finjo no escucharlo, y guio mis pasos y los de él a un callejón sin salida.

Giro sobre mi propio eje y le apunto con mi arma.

— ¡Entrégate ahora!

El tipo de la galera no parece dispuesto a colaborar, todo lo contrario, saca del interior de su capa un picahielo. ¡Estaba en lo cierto con el arma!

El hombre se abalanza en mi dirección con el arma en alto, con evidentes intenciones de cometer, conmigo, su siguiente crimen. Pero yo no se lo permitiré. Disparo tres veces sobre su pecho, hasta que cae inerte sobre el suelo.

Me acerco al cadáver, le retiro la galera para poder ver mejor su rostro.

— ¡No, no puede ser! ¿Blas?


Vuelvo a despertar. Tengo sed. Mucha sed.

Tiro ese estúpido despertador junto a la cama. ¡Cuánto lo odio!

Camino hasta el placar que se encuentra a unos metros. Corro los trajes pulcramente cuidados y descubro una pared falsa. La quito y revelo el secreto que guarda: una capa negra y una galera antigua.

Tengo sed de sangre y esta noche voy a saciarme.





Este relato obtuvo el 8° lugar en el "CONCURSO DE RELATOS XXXI Ed. EL HALCÓN MALTÉS de DASHIELL HAMMETT"