lunes, 7 de noviembre de 2022

El Rey de la Selva

 


Soy el terror de la Sabana. Cuando yo llego al lugar, todos los animales comienzan a correr despavoridos y a gritar llenos de un inefable miedo que les llega hasta la médula. “¡Auxilio!”, “¡Socorro!”, “El león está cazando, ¡corran!”, esas son las frases que generalmente llenan el valle ámbar cuando mi presencia arriba desde el escaso dosel arbóreo.

Y, como en mis anteriores asesinatos, tuve éxito. Una pequeña gacela, posiblemente con unas pocas horas de nacida, fue lo suficientemente torpe como para correr en la dirección equivocada. Con un zarpazo la mandé a la tierra y su cuello se quebró fácilmente entre mis fauces. Quitarle la vida, sentir su último aliento en mi boca, escuchar el ruido de sus pequeños huesos quebrarse y la sangre fresca en mi lengua no me espantó, estaba suficientemente acostumbrado.    

Arrastré a mi presa manchando de carmín la maleza que quedaba detrás. El canto de despedida fue el llanto de la madre de mi víctima y de los miembros de su manada. Llantos y maldiciones siempre eran lo que seguía a mi partida.

Caminé y solté la pequeña gacela enfrente de un montón de ramas viejas y secas. Del interior del improvisado nido, salió un cachorro. Su madre y sus hermanos habían muerto por el ataque de unos vagabundos que intentaron hurtar mi hogar. Siempre lamenté llegar tarde de aquel patrullaje. Luego de ahuyentar a los leones nómadas, este pequeño salió de su escondite para demostrarme que esos asesinos no me habían quitado todo.  

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