Era de
madrugada cuando un bullicio escandaloso lo despertó en su litera. Los graznidos
de los elefantes y los rugidos de los leones se mesclaban con los vítores
humanos. Ewdrin se levantó exaltado y sorprendido al mismo tiempo. Tomó su
chamarra violeta y salió de su carro, con la intención de averiguar qué era lo
que sucedía afuera. Se encontró con un tumulto
de personas, las bailarinas danesas, el mago Oscar, Dane, el encantador de
leones, y el presentador Barnum. Todos eran sus compañeros de circo.
—
¿Oscar, que sucede?— Le preguntó Ewdrin al mago. Este se rascó la barba
puntiaguda, y hablando en un tono casi imperceptible intentó contarle lo poco
que sabía.
— Hay
una nueva atracción — Dijo, en su voz pudo oír algo de miedo, cada vez que
alguien nuevo aparecía los otros temían perder fama y más tarde prestigió, eso
significaba menos paga y menos números en el circo.
— ¿Qué
es? — Preguntó intentando ver algo en la multitud, pero no veía a nadie nuevo —
¿Un lanza cuchillos?, ¿Trapecistas?, ¿Contorsionistas?
— No,
no — El mago tragó fuerte, intentando serenarse — Dicen que nunca antes se vio
algo como esto.
De
repente Barnum apareció en la multitud de cirqueros, seguido por cuatro hombres
desconocidos, a simple vista parecían marineros. Piratas. Se los veía sucios y
fortachones, y de muy mal carácter. Estos piratas cargaban un enorme tanque por
medio de gruesas sogas, el tanque estaba cubierto por una cortina negra,
ocultando lo que escondía en su interior.
Barnum
pasó una mano por su frac rojo, entallando las arrugas de vuelta a su lugar.
Tenía una torcida y macabra sonrisa en su rostro, y sus ojos brillaban como dos
antorchas encendidas. Ante su presencia el bullicio se acalló.
— Queridos compañeros, en estos
últimos meses nuestro circo ambulante ha perdido fama, muchos de nuestros compañeros
nos han abandonados, y más de uno veíamos el cierre del circo inminentemente
imposible de detener, pero yo les traigo la esperanza, y les aseguro nuestro
futuro — El presentador de circo tiró de la cortina negra, y ésta calló como
una cascada oscura, deslizándose sobre el vidrio del tanque. Cuando los ojos
descubrieron lo que veían, varios suspiros y gemidos asombrados se escaparon de
los cirqueros. Una mujer yacía dentro del tanque de agua, tenía una cabellera
negra, que ondeaba junto con el agua, y en lugar de pies, se hallaba una cola
de pescado, con escamas y una aleta membranosa al final — Les presento a la
Sirena de Fiji, traída desde las mismas islas de Feejee, sólo posible gracias a
un crédito de un millón de libras pude comprarla al contrabando ingles. Vale la
pena, en un par de funciones recuperaremos el dinero y pagaremos la deuda. Eso
no es lo más importante, ¡Nos convertiremos en el mejor y más prestigioso circo
de América!, ¡¿Qué dijo América?!, ¡DEL MUNDO!
Todos los cirqueros aplaudieron
con entusiasmo desmedido, incluso algunos rieron con lágrimas en los ojos.
Menos el payaso Ewdrin, sus ojos estaban fijos en el rostro de la sirena, no
podía apartar la mirada del gesto asustado y triste de la joven acuática, un
rostro que denotaba el sufrimiento de una cárcel injusta.
Esa noche el circo estuvo de
fiesta, se vaciaron varios barriles de cerveza, los músicos tocaron hasta la
mañana, y las bailarinas entretuvieron a sus compañeros con su seductor baile,
hasta que el sol se posó sobre el horizonte.
Ewdrin al ver que todos se
hallaban dormidos y alcoholizados, no dudó en infiltrarse a la carpa donde
estaba escondido el tanque de agua. Se acercó minuciosamente hasta quedar a un
metro del enorme estanque. La sirena al verlo se removió nerviosa, pero cuando
comprendió que no corría peligro dejó de agitarse y se quedó quieta, mirando al
payaso con sus ojos negros, estudiándolo detenidamente, decidiendo interiormente
si tenía a su frente un enemigo o amigo.
Ewdrin sintió una sacudida a su
corazón. Ella era distinta a cualquier cosa antes vista, y tenía una belleza
inusual. La sirena se impulsó con su cola y sacó la cabeza sobre el agua, abrió
sus grisáceos labios para proferir una melodía almidonada y deleitosa, suave
como una nube, y dulce como la miel. Pero no era una canción feliz, sino una
triste, en la cual estaba cargada su sufrimiento y anhelo de libertad.
Tal vez había una forma de
liberarla, pensó el payaso, pero lo que tenía en mente arruinaría su trabajo en
el circo. Debería huir, desaparecer. Pero cuando volvió sus ojos al rostro de
la sirena, y la vio sentada en el fondo del estanque, acurrucada contra la
pared de vidrio, tan sola y triste, supo lo que debía hacer, sin importar nada,
debía sacarla de allí.
Tomó uno de los candelabros que
iluminaban la carpa, y golpeando con su base de metal repetidas veces sobre la
pared de vidrio, consiguió agrietarla hasta que estalló una abertura, dejando
que por ella se escapara el agua que contenía junto con la sirena.
La mujer marina se hallaba sobre
el suelo, removiéndose de un lado para el otro, sus ojos de terror buscaban
agua, pero no lo encontraban.
Ewdrin se agachó junto a la
sirena, y tomándola de las muñecas la sacudió suavemente para que se
tranquilizara. Los ojos de la sirena se clavaron en el payaso, comprendiendo
que él la había liberado de su prisión. Sintió las escamas de su cola
escocerles en dolor, volvió a retorcerse, pero esta vez gritando con lágrimas
en los ojos. A falta de agua, la piel de su cola se estaba secando hasta quedar
como el papel arrugado.
Ewdrin ante la visión, intentó
levantar a la sirena en brazos para llevarla a un lugar húmedo, pensó en
meterla en la tina de su carro, pero la sirena lo detuvo sin palabras, sus ojos
le dijeron que esperara.
Unos segundos después, cuando
estuvo completamente seca, sin un rastro de humedad en su cuerpo, la sirena se
irguió en su lugar hasta quedar sentada, y con los dedos comenzó a retirar las escamas
secas, descubriendo debajo de su tegumento grisáceo dos piernas humanas.
La sirena intentó pararse con sus
dos nuevas piernas, pero por falta de práctica no tenía la fuerza o habilidad
requerida para mantenerse en pie, sino fuera por el payaso que la sostuvo de
los codos hubiera caído al suelo.
Ewdrin, aun impactado por lo
sucedido, se quedó uno segundos en silencio, hasta que luego de procesar el
hecho de que la sirena se había convertido en humana, la tomó entre brazos,
levantándola hasta su pecho. Y con la criatura en brazos salió de la carpa y se
perdió lejos del circo. Sus compañeros cirqueros nunca supieron que fue de él o
de la sirena.
Barnum al ver que había perdido
lo que sería su mayor atracción, se cayó de bruces con el corazón envenenado en
rabia. Por mandato del presentador, las bailarinas confeccionaron un muñeco,
mitad humana y mitad cola de pescado para mostrar en la primera función, las
entradas habían sido vendidas y miles de personas esperaban la presentación de
la Sirena de Fiji.
La primera función de la sirena
fue un fiasco, no era lo que la propaganda decía. Los espectadores esperaban
una mujer viva nadando en un estanque de agua, no lo que parecía ser un cuerpo
putrefacto, obviamente falso. Fue la ruina de Taylor Barnum y de su circo. Pero
lo que nadie supo es que la Sirena de Fiji existió, sólo que un día desapareció
dejando en su lugar un estanque destrozado, no podía contar la verdad, nadie le
creería, pero la muñeca falsa fue aun mucho peor. Nunca recuperó su honor a
causa de la vergüenza ocasionada por uno de los llamados más grandes y
ridículos engaños del siglo diecinueve.