Tomó un lápiz y papel, y se puso
a escribir:
― La
lluvia caía como ríos, corriendo por sus abultados labios rojos de flor. Las
gotas saltaban sobre su cabello de oro. Y ella parpadeaba seductoramente,
mostrando sus cielos celestes. Era una mujer hermosa, pero con un corazón
marchito, que gustaba de jugar con los hombres por el simple placer de hacerlos
sufrir.― Escribió y leyó en voz alta al mismo tiempo.
Polilla,
así es como lo llamaban, miró su producción con una sonrisa, le estaba
gustando. No quería admitirlo, pero estaba escribiendo para vengarse, su
anterior mujer lo engañó, jugó con su corazón, nunca había sentido tanto dolor
en la vida. Creyó que una buena forma de vengarse sería escribiendo un cuento
que la criticara, la idea era crear un personaje malicioso al igual que ella,
manipuladora y fría, al final del cuento se quedaría sola, sería consumida por
la soledad que ella misma había creado de su maldad. De aspecto no se parecía
en nada a su antigua mujer, pero no le importaba, él estaba seguro que ambas
tendrían el mismo destino, la terrible y oscura soledad.
Polilla
siguió escribiendo, la nombró Adelfa, porque era hermosa y delicada como una
flor, pero era venenosa también. Casi al terminar su cuento se vió en un apuro,
no podía hacerle eso a su personaje, no podía darle su merecido, que terminara
en soledad. Él se encontraba solo y le dolía desearle lo mismo a otro. Luego de
estar un largo tiempo pensando que hacer, dejó el cuento inconcluso, y se
decidió por ir a dormir, ya lo terminaría por la mañana.
Sus
sueños fueron agitados, las pesadillas lo embriagaron, sentía como un puñal
penetraba su corazón una y otra vez. Sólo hay un lugar donde se vuelven a vivir
los momentos pasados, los sueños.
Despertó
a la mitad de la noche, todavía con la pesadilla calcada en su retina, reviviendo
todo otra vez. Creyó ver un cabello dorado que se paseó por delante de él, pero
el sueño era poderoso y no le dejó vislumbrar bien aquella figura, lo obligó a
caer nuevamente dormido, preguntándose inconscientemente si aquello que había
visto era real o no.
Por la
mañana abrió los ojos lentamente, recordando lo que creyó ver, con miedo a que
fuera real, pero estaba solo en su habitación.
Se
vistió y se dirigió a la cocina, tenía pensado desayunar rápido y luego
dedicarse cien por cien a terminar aquel cuento, y darle a Adelfa lo que se
merecía, un castigo doloroso.
Sus ojos se inflaron de la
sorpresa al chocar contra el umbral de la cocina, había alguien en su casa, una
mujer delgada y hermosa que estaba rebuscando en el interior de su nevera. La
mujer lo vió y sonrió mientras cerraba la puerta:
― Quería prepararte el desayuno,
pero tienes la heladera vacía― Rió aquella joven de cabello rubio, que le habló
como si lo conociera de toda la vida.
Polilla no podía creer nada de
esto, sabía muy bien quien era aquella mujer, la había imaginado en su mente, y
ahora extrañamente estaba ante sus ojos. Era Adelfa, la flor venenosa de su
cuento. ¿Cómo había salido de las hojas en donde la había escrito?
― Debo estar soñando todavía―
Dijo Polilla en voz alta, todavía incrédulo.
― ¿De qué estás hablando, amor?―
Preguntó Adelfa acercándose a él, para darle un delicado beso sobre sus labios.
Ese besó selló su duda, sintió
sus suaves labios sobre los de él, la sintió real, de carne y hueso. ¿Cómo es
posible algo así?, ayer estaba descripta en una hoja de papel, hoy estaba en alma
y cuerpo delante de él.
No pudo responder a su pregunta,
¿Qué podía decirle?, ¿Qué era producto de su imaginación?
Adelfa caminó hacía el baño y
prendió la ducha, para luego cerrar la puerta tras ella mientras lanzaba un
beso al aire, destinado para Polilla. Él le sonrió, simulando que todo estaba
bien.
Pasaron unos segundos y seguía
escuchando como la lluvia chocaba contra los azulejos del baño, Adelfa comenzó
a tararear, con su suave voz una melódica canción de amor. Fue allí cuando
Polilla traspasó velozmente la distancia que lo separaba de su teléfono, buscó
en la agenda un número y llamó:
― Vamos, vamos, atiende― Decía
impaciente ― ¿Jefe?, ¡Soy yo, Polilla!― Dijo a través de su celular ―Necesito
que vengas, ahora mismo ― Y colgó, impaciente se retorció las muñecas.
A los minutos alguien tocó a la
puerta, era Jefe, así lo llamaban porque era muy mandón. Polilla abrió la puerta
y lo invitó a pasar haciéndole señas que guardara silencio.
― ¿Qué sucede?― Le preguntó Jefe
muy extrañado por la actitud de Polilla.
― Hay una chica en mi ducha…
― Ah, que bien, veo que ya
superaste a tu ex― Le dijo Jefe palmeándole el hombro con una sonrisa picarona
en su rostro.
― ¡No!― Negó Polilla ― No
entiendes, esa chica no existe, es de uno de mis cuentos, no sé cómo diantres
salió de mi cabeza.
Jefe lo miró abriendo los ojos de
par en par, muy sorprendido por sus palabras, en un momento pensó que se
estaba burlando de él.
― ¿Eres comediante ahora?
― Sólo necesito que te fijes si tú
también la vez― Le rogó Polilla.
― ¿Me estas pidiendo que me meta
en la ducha mientras una chica se está bañando?, ¿Qué cosas locas me pides?― Le
dijo pero luego se sintió tentado por la propuesta, le lanzó una sonrisa maliciosa
― Está bien, lo hare, pero si la chica me intenta golpear le diré que tu eres
el pervertido que invita a sus amigos a espiar a sus novias mientras se bañan.
― Sí, sí, ¡Sólo hazlo de una vez!―
Se impacientó Polilla.
Jefe caminó hasta el baño y
lentamente abrió la puerta para espiar:
― Buena broma me has jugado, has
prendido la ducha y todo como para engañarme, la verdad es que casi me la creó―
Dijo Jefe riendo.
― ¿De qué estás hablando?―
Polilla se adentró al baño muy preocupado por su salud mental.
Adelfa se estaba bañando debajo
de la ducha y cuando notó que dos hombres habían entrado al baño comenzó a gritar:
― ¡¿Qué haces Polilla, cómo te
atreves a traer a alguien mientras me baño?!― Se tapó velozmente con una toalla
y salió corriendo en dirección a la habitación principal, muy enfadada.
― ¡Adelfa!
― ¿Quién es Adelfa?
― ¡¿No la has visto correr?!
― En serio, no sé de qué me
hablas, ¿Puedes cerrar la ducha y dejar de desperdiciar agua sin sentido?, ¡El
chiste ya paso!
― No era un chiste― A Polilla le
comenzó a doler la cabeza, todo era muy irreal y complicado ― ¿No la escuchas
llorar en la habitación?
Jefe abrió la puerta de la habitación
de Polilla, esperando encontrar algo, pero no había nada que sus ojos pudieran
ver:
― ¡Otra vez!― Adelfa salió de la
habitación muy enojada, todavía envuelta en la toalla, sus mejillas estallaban
de fuego.
Polilla los veía a los dos, uno al
lado del otro, pero Jefe no parecía notar su presencia:
― ¡Allí esta!, ¿No la vez? ― La
señaló, pero Jefe ni siquiera le respondió con un sí o no.
― Creo que te has vuelto loco
desde que tu mujer te dejo― Jefe miró a Polilla con pena.
― Espero que esto no sea una
broma de ustedes dos, porque no es gracioso― Dijo Polilla y luego se cruzó de
brazos muy ofendido, creyendo que todo esto era un chiste de muy mal sabor.
― Creo que me iré― Dijo Jefe, su
rostro trasmitía preocupación, creía que su amigo estaba loco de verdad, que la
tristeza había despertado la demencia en él.
Jefe se fue, y sólo quedo Polilla
y el rostro enfadado de Adelfa:
― ¡Qué sea la última vez que metes
a alguien en el baño mientras me estoy duchando!― Polilla no pudo decir nada,
Adelfa salió caminando a paso veloz y se encerró en su habitación, azotando la
puerta con rabia.
Al día siguiente, Polilla y
Adelfa estaban sentados en el living desayunando, ella no paraba de hablar y
mimar a su novio, había preferido olvidar lo que pasó ayer y darle otra
oportunidad a Polilla, aunque ni siquiera se la haya pedido.
Polilla intentaba escuchar todo lo
que decía, prestarle atención, pero su mente volaba por miles de dudas, todo lo
que estaba viendo era una incertidumbre, ya no sabía que era real y que no.
La puerta fue golpeada
interrumpiendo así la conversación que era sostenida en el living. Polilla se
levantó a abrirla, allí encontró a Jefe acompañado por un médico con su blanco
delantal.
― Hola― Dijo Polilla invitándolos
a pasar a su casa, los miró extrañado, ¿Por qué Jefe había traído un doctor con
él?
― Cuéntame Polilla― Le dijo el
doctor sentándose en el sillón junto a Adelfa, pero sin ni siquiera mirarla ― ¿Cómo
es esa Adelfa de la qué me ha contado tu amigo Jefe?
― Está sentado junto a ella― Le
dijo señalándola.
El doctor giró su cabeza, sus
ojos no vieron más que vacio:
― Sí, ya veo― Dijo anotando en
una cartilla que traía entre manos ― Cuéntame un poco de ella.
― Apareció ayer, es igual a un
personaje de un cuento mío, no entiendo cómo se salió de ahí― Dijo mirando a la
joven, la cual le giñó el ojo seductoramente.
― Ah, ah― Se levantó del sillón y
caminó hacia la puerta ― Bueno señor Polilla no necesito saber más― El doctor
abrió la puerta y dejó entrar a otros doctores más, se los veía fuerte y
grandotes, parecían enfermeros que por las noches eran de seguridad en los
boliches.
Polilla sabía muy bien que se
proponían estas personas, pero no iba a resistirte, tal vez realmente
necesitaba ayuda, tal vez realmente se había vuelto loco.
Polilla pasó el resto de los días
encerrado en una habitación acolchada, aislado del mundo, como nadie le creyó
se volvió agresivo, creyó que se burlaban de él, sintió vergüenza y bronca. Se
volvió loco porque no le creyeron lo que veía. Cualquiera diría que Polilla
vivió solo el resto de su vida, pero en realidad no fue así, Adelfa lo acompañó
todos aquellos años de locura, ella nunca se fue de su lado.