La obsesión de Murphy había
surgido una fría noche de octubre. Como acostumbraba, salía al pórtico de su
casa de campo a fumar su pipa, mirando a las perennes y misteriosas estrellas.
Su contemplación fue interrumpida,
cuando una estrella en particular llamó su atención. No, esta no era una
estrella común. Tenía movimiento y su trayectoria era completamente antinatural.
La luz bailarina desapareció de
repente. Murphy se mantuvo expectante, pero la estrella nunca volvió a hacer
acto de presencia.
Esa noche, Murphy no pudo
conciliar el sueño.
Murphy, como buen hombre de
intelecto, no podía dejar pasar un fenómeno semejante como si no tuviera
ninguna importancia.
Esa misma madrugada, el profesor
Murphy se levantó de su lecho, asustando a su adormilada esposa en el proceso.
Ignoró el regaño que vino de su cónyuge, y sin perder más tiempo, se internó en
su laboratorio.
Pasaban las horas, y sus labios
se encogían con frustración, al borde de la locura, a un paso de resignarse y
dejar aquella ambición de lado.
— En una hora estará lista la
comida. Sino sales de esa pocilga, te sacaré yo a la fuerza y te llevaré a la
mesa a rastras — Murphy frunció el ceño al verse interrumpido por su mujer.
Entendía su enojo, cuando él se encerraba en su laboratorio era como si el
tiempo se detuviera.
— ¿Tiempo? — se dijo a sí mismo —
¡Ahora no, mujer! ¡He encontrado la solución!
Su esposa rezongó unos minutos,
pero no tardó en darse por vencida, sabía que cuando su esposo entraba en su
papel de loco científico era imposible devolverlo a la realidad.
Horacio Murphy giró su cabeza y
clavó los ojos en aquel cuadro que colgaba en la pared. Un hombre canoso, despeinado,
lo miraba divertido y le sacaba la lengua.
Las ideas vinieron a su cabeza
como un rayo.
— ¡Por supuesto! — se dijo — ¡La
teoría de la relatividad plantea al tiempo como la cuarta dimensión!, pero si
nosotros somos tridimensionales, ¿cómo somos capaces de percibir la cuarta
dimensión? — Murphy abrió los ojos comprendiendo todo — ¡Percibimos su sombra!
¡Eso es! Los días, el pasado, el envejecimiento, son la sombra de la cuarta
dimensión — el profesor se llevó los dedos al mentón, mientras terminaba de
acabar la idea en su cabeza — Un ser cuatridimensional sería capaz de ver el
tiempo por completo, no sólo su sombra. Vería el pasado, presente y futuro al
mismo tiempo. Sería Dios”.
Murphy se removió nerviosamente.
Sentía que había hecho un descubrimiento que le estremecía las entrañas. ¿Acaso
esa podría ser la explicación de un ser omnisciente? ¿Y qué fue esa luz,
entonces?, ¿una sombra de un ser multidimensional?, ¿cuántas dimensiones más
existían?, ¿los fantasmas podrían entonces ser sombras de seres que han
trascendido la tridimensionalidad…?, Y lo más importante: ¿habría manera de
poder percibir aquellos seres en su totalidad y no sólo sus meras sombras?
Horacio volvió a clavar los ojos
sobre aquella imagen del hombre sacando la lengua.
— ¡Por supuesto! — gritó
eufórico, y en un ataque de frenesí, besó al vejete del poster en la frente —
¡Gracias, Albert!
¡Lo había entendido!, ¡la
respuesta eran los agujeros de gusanos!, por estos, supuestamente, se podría
viajar en la cuarta dimensión, por el tiempo, en toda su extensión y dimensión.
¿Y si fuera capaz de abrir agujeros de gusanos a la quinta, sexta y séptima
dimensión?
Sin perder más tiempo se puso
manos a la obra. Volcó todo su cerebro y conocimientos de años en un sólo
artefacto. Fue una trabajosa labor que le llevó décadas de culminar, pero al
final, lo logró.
Frente a él se hallaba el portal.
Era como una puerta circular. Sólo necesitó activar el interruptor y del centro
del marco, centelló una cortina que comenzó a girar sobre sí misma.
¡Lo había logrado!
Se adentró a dicho portal. Él
sería el inventor y el conejillo de indias al mismo tiempo. La sensación, que
su cuerpo experimentó al traspasar dicho umbral, fue inefable para la mente
humana. Podía sentir cada partícula de su cuerpo descomponerse y componerse,
sentir el tiempo en él y a su alrededor, ver el espacio de manera completa. Lo
que tenía delante, detrás, arriba y debajo al mismo tiempo. Veía el principio y
el fin de cada ser y objeto a su alrededor.
Los ojos de su alma captaron el
mundo entero, y allí vio seres que creyó parte de mitología, de ciencia ficción
y de cuentos de hadas, pero eran reales, existían en esa dimensionalidad.
Dragones, hadas, pequeños seres grises con cabezas grandes y ojos almendrados,
ángeles, demonios, las almas de los muertos.
Pero hubo en toda esa
dimensionalidad, algo que no pudo ver. Algo que ya no existía. El agujero de
gusano se había cerrado. Sólo era un viaje de ida. El camino a la trascendencia
no admite retrocesos.
Había trascendido la tercera
dimensión. Su cuerpo material se había perdido en el agujero de gusano y ahora
quedaba sólo su espíritu multidimensional. Pero los seres dimensionales más
pequeños, como su esposa, no podían verlo, no podían percibirlo ya.
Su mujer lo buscó por días. Lloró, denunció su desaparición a la policía, incluso oró y ayunó, pero nunca fue capaz de encontrarlo. A veces creía percibir el fantasma de su esposo, asechándola, como si le gritara algo, algo que nunca podía comunicar. Eso la asustaba a horrores, ya que sólo podía pensar que él había muerto y su cuerpo desaparecido misteriosamente.
...
Esta es la versión recortada (897 palabras) que aplica para el CONCURSO DE RELATOS, XXVIII Edición: LA GUERRA DE LOS MUNDOS de H.G. WELLS.
La consigna consistía en incorporar al relato un ser extraterrestre. Y la pregunta que ha guiado el desarrollo de la trama se basó en: ¿de dónde provienen los extraterrestres?Esa pregunta me llevó a pensar en todas aquellas criaturas y seres de los que algunas ves creímos ver. Talvez las hadas existen, sólo que se encuentran en otra dimensión, al igual que los ángeles, los extraterrestres y el mismo Dios. Tal vez no somos capaces de entenderlo aún porque nuestros cuerpos tridimensionales no poseen la capacidad de percibir las otras dimensiones. ¿Y si los mitos, leyendas y religiones son testimonios de aquellas sombras, que se dejan entrever en nuestra pobre tridimensionalidad?, nunca tendré una respuesta.
Pero de algo estoy segura, y eso lo teorizo al final del relato: de la muerte no hay retorno. Una vez que dejemos nuestro cuerpo tridimensional atrás, será tomar un camino de un solo sentido.
Pueden leer el relato completo en la siguiente entrada: