Las
llamas se inflaban y alzaban, danzarinas, mortíferas, llenando las paredes de
la casa como serpientes, pintando en negro ceniza el camino por donde habían
pasado. Las ráfagas, hambrientas habían consumido el oxigeno de la atmosfera, saturándola,
haciéndola imposible de respirar.
— ¡Todo
esto es tú culpa!— Le recriminó el hombre mientras tomaba el brazo de la joven
con brusquedad.
Eglantine se cubrió el rostro con
la otra mano, apenas podía respirar en medio de aquella nube de humo y cenizas.
— Lo siento — Masculló en medio
de una tos, luchando por respirar.
— Un lo siento no arreglara esto
— Su prometido se veía enfadado, en sus ojos brillaba el reflejo del fuego que
lo rodeaba.
— Debemos irnos, huir… ¡Suéltame!
— Dijo sacudiendo su brazo, sin poder lograr zafarse del agarre de su prometido.
— ¿Huir?, ¿A dónde?, ¡Ya no me
queda nada!— Clavó su mirada sobre la joven, mirándola con ira contenida — ¡Mi
casa!, ¡Mi riqueza!, ¡Lo he perdido todo!, ¡Y todo es por tu culpa! — Volvió a
sacudir a la joven, mientras esta gemía de dolor sintiendo como los dedos del
hombre se cerraban con fuerza sobre su antebrazo.
Las llamas se incrementaban, extendiéndose
por toda la casa, tomando las paredes, inundando el segundo piso también.
El hombre levantó su mano sobre
la chica, dispuesto a golpearla, a descargar toda su furia y bronca sobre ella.
Moriría allí, él y ella. Estaba dispuesto a perecer con su fortuna.
Eglantine viendo como la mano del
hombre se movía hacía su rostro, gritó, llamando al que sabía que sería el único
en ayudarla.
— ¡O´Niasrax!
La mano del hombre se detuvo
antes de llegar a la chica, un fuerte temblor por toda la casa lo detuvo en el
acto.
El prometido comenzó a correr,
arrastrando a la joven, mientras esta intentaba soltarse, pero le era inútil,
el hombre era muy fuerte. El hombre subió la escalera, en dirección al segundo
piso. Tomó a su prometida por el cabello rojillo y la arrojó dentro de una
habitación.
— No dejaré que nos encuentre.
Tampoco te entregaré a él — Dijo con rabia en su mirada azul, mientras tomaba
un arcabuz que colgada encima de la chimenea, lo cargó con pólvora y una bala.
Eglantine comenzó a llorar, las
lágrimas surcaron por sus mejillas empapadas en grises cenizas.
— Cállate, o lo atraerás aquí — Y
fue muy tarde O´Niasrax ya había escuchado su llanto, e iba por ella. Con su
impecable habilidad trepó por las paredes exteriores, en el tejado sintió el
aroma de la joven llenar sus pulmones, dándole con precisión su ubicación.
O´Niasrax rasgó con sus patas las
tejas del techo, abriendo una entrada en la casa, un rugido aterrador dio a
conocer su imponente presencia.
El prometido viendo al enorme
dragón sobre su cabeza, por un momento se quedó congelado, era tan imponente,
aterrador e intimidante, pero el rugido que soltó a continuación le sirvió para
salir del trance. Apuntó el arma a la cabeza de la criatura y disparó. La bala
voló por el aire, hasta impacta en el hocico del dragón.
O´Niasrax sacudió su cabeza con
un gemido de dolor, la bala le había abierto el labio, haciendo que su quemante
sangre, encendida como la lava se escapara de su interior, quemando la madera
del suelo al gotear sobre esta.
La criatura alada volvió a rugir,
aun mucho más enfadada que la vez anterior. Mirando al hombre de ojos azules
como una criatura odiosa e insignificante, y la verdad que a su lado lo era.
El prometido quiso volver a
cargar su arcabuz, pero el dragón no le dio suficiente tiempo para hacerlo.
Abrió sus fauces humeantes y de ellas dejó escapar una ráfaga que envolvió en
fuego al hombre, este gritó, siendo víctima de una gran tortura y dolor,
quemado vivo, hasta la muerte.
El cuerpo incinerado del hombre cayó
al suelo inmóvil.
Eglantine se levantó del suelo, y
corrió hasta el centro de la habitación, alzando los ojos hacía el techo donde
se encontraba la abertura y el dragón de escamas plateadas mirando por ella.
—Viniste por mí — Dijo con una
enorme sonrisa.
El dragón tomó a la joven entre
sus jarras con suma delicadeza, y ampliando las alas de su espalda se lanzó a
la noche, huyendo lejos de aquella casa.
Mientras volaba rodeada de la
noche, sostenida por las zarpas de O´Niasrax, recordó como había llegado exactamente
a este momento:
Un matrimonio arreglado con un hombre horrible, violento e
irrespetuoso. Embargada por esta nueva realidad, escapó al bosque, corriendo si
rumbo fijo, se rehusaba a vivir una vida a lado de aquel despreciable ser.
En el bosque lo conoció, era un hombre misterioso y solitario, que
vivía en el límite del bosque, al pie de una montaña, en una cueva oculta por
una espumosa cascada. Su nombre era O´Niasrax, y no era un humano común, su alma
estaba ligada a una extraña magia que le permitía trasmutar en otro ser mucho más
grande y poderoso.
O´Niasrax cuidó de ella, la llevó a su cueva cuando la encontró
desmayada en medio del bosque, después de todo seguía siendo un humano, y su
corazón se había apiadado de la pobre joven lastimada.
Pasaron los días y su prometido había organizado un grupo de treinta
hombres a caballo que cruzara todo el bosque buscándola sólo a ella, la quería de
vuelta, se había burlado de él descaradamente al huir de esa manera, él era el
hombre más rico de la cuidad y no aceptaría semejante deshonra, la recuperaría
y la haría su mujer a la fuerza.
El grupo encontró a Eglantine bañándose en el lago, junto a la cascada.
Cuando intentaron capturarla una enorme bestia alada los atacó, perdieron
varios hombres, pero estaban armados, lucharon contra la bestia, hiriéndola con
sus flechas y arcabuces.
Mientras el dragón estaba ocupado luchando contra los intrusos, el
prometido aprovechó su distracción para tomar a la joven de cabellera rojilla,
tan roja como un fuego encendido, y llevársela en su caballo de vuelta a su mansión.
O´Niasrax no tardó en percatarse de la ausencia de la mujer, siguió su
aroma por el bosque hasta una mansión en la ciudad. Rugiendo con rabia incendió
las paredes de la casa con su aliento de fuego, esperando que le devolvieran a
la joven de cabello escarlata.
La criatura voló por encima del
bosque dejando la mansión, ahora hecha ceniza, atrás, sus alas cortaban las
nubes, mientras que la luna llena proyectaba su sombra alada sobre los árboles.
La joven pelirroja sonreía
embobada deleitándose de la sensación del viento abrumando su cabello, y abrazándola
con cada aleteó que daba.
El dragón entró por la cascada,
dejando que la cortina de agua mojara su lomo herido por las flechas. Aterrizó
en el suelo de roca, dejando delicadamente a la joven de pie, para luego
volverse humano.
O´Niasrax cayó de bruces con un
quejido atorado en su garganta, la batalla lo había agotado.
— O´Niasrax —Murmuró Eglantine mientras
abrazaba a su amado con delicadeza, procurando no darle más dolor del que sentía.
El joven correspondió su abrazó y la besó dulcemente, mientras le prometía
estar con ella por siempre, protegiéndola de cualquiera que quisiera hacerle
daño.