El automóvil se
detuvo frente a una pendiente de arena. Los zapatos de cuero, lustrados hasta
el brillo, chocaron con las piedras del camino, las cuales rodaron como
asustadizas al impacto del cuero azabache. El investigador se sostuvo con una mano
el sombrero para que no escapara con el viento, le dio una ojeada al comisario
que bajaba del auto su maleta. El comisario caminó hasta igualarlo, y en
silencio ambos subieron hasta la cima, donde encontraron un enorme monolito de
colores blancos y rojos intercalados. Era un faro muerto, sin luz, porque no
había farero que tuviera el menester de prender el farol guía.
El investigador y
el comisario ingresaron al faro sin ninguna dificultad presentada, ya que la
puerta estaba abierta, como si alguien hubiera entrado, saqueado y vuelto a
salir, olvidando cerrar la puerta a su paso. Una sensación fría recorrió el
cuerpo del detective al adentrarse en la primera sala, no supo porque, ni
identificar que era. Dio una mirada por todo el faro, y la situación era tal
cual como le habían informado, el farolero había desaparecido, había dejado
todas sus pertenencias y se había esfumado como si nunca hubiera existido.
Estaba su ropa, sus libros, sus discos, incluso un café, ya frío y sin terminar,
sobre la mesa.
El detective se
acercó al librero por algo que le llamó la atención. Los libros estaban
cubiertos por una pequeña película de polvo. Recorrió las líneas, repasando
libro por libro, hasta llegar a uno que interrumpía la capa polvorienta. El lomo
de un libro celeste tenía marcado dedos sobre su perfil, removiendo manchas de
polvos de su superficie, dando a entender que ese libro había sido retirado del
estante recientemente. Se dejó llevar por su curiosidad, aquella propia de su
oficio, y con el dedo anular empujó el libro fuera del estante. Ya en sus manos
ojeó el título: “El Hombre Invisible” de H. G. Wells. Cuando abrió el libro,
una nota se escapó de su interior, y al momento de tocar el suelo, lo levantó
de un movimiento veloz, lo leyó en un segundo y lo guardó en su bolsillo cuando
sintió los pasos del comisario acercándose a su espalda.
— ¿Encontró alguna
pista?
— No, no encontré
nada — dijo volviendo a poner “El Hombre Invisible” de vuelta en su lugar.
— Muy bien — dijo el comisario — Si no hay nada
aquí, lo mejor será que volvamos a la comisaria para seguir investigando.
— Yo me quedaré.
El comisario miró al investigador fijamente,
como si intentara descifrar un secreto en él.
— Como quieras — le restó importancia a su
decisión. El policía caminó hacia la salida, y antes de irse volvió a hablar —
¿Cuántos días necesitas?, ¿Dos, tres?
Lo pensó y luego respondió — Tres.
— Bueno entonces en tres días vendré a
buscarte.
El comisario se fue sin decir nada más, ya que
entendía la decisión del detective, quería quedarse en el faro porque creía que
de esa forma resolvería el caso. Y ¿Porqué tres días?, la respuesta era simple,
el farolero era nuevo, remplazaba a un anciano que había vivido allí toda su
vida. Solo vivió tres días en ese faro y luego desapareció sin dejar rastro
alguno, o eso era lo que pensaba el comisario.
Cuando el detective ya estuvo solo en el faro,
volvió a sacar la nota del interior del bolsillo, se sentía algo culpable por
ocultar esa información del comisario, era como si estuviera entorpeciendo la
investigación, pero tenía una corazonada, un sentimiento extraño y algo frío
que le decía que debía mantener ese hallazgo en secreto.
“Es mi
primer noche en el faro y no puedo dormir. Hay algo afuera merodeando, no se
deja ver pero puedo sentir su presencia fría vigilándome” eso era lo único que decía la nota, más una
firma que correspondía al hombre desaparecido. En lo primero que el detective
pensó era que alguien andaba acosando al farolero. Como si lo vigilara tramando
un plan antes de ir por él. O esa impresión le dio la nota. ¿Qué había sucedió
con el farolero?, esa persona que lo molestaba lo habría secuestrado, esa era
la opción más lógica, o en un caso extremo pudo haberlo matado y escondido su
cuerpo, o tirado su cadáver al mar.
Se preparó para pasar la noche, cenó unas
frutas que había en la cocina, no se preocupó por pasar hambre, ya que la
despensa estaba repleta de conservas y comida embasada. Eso era un dato
importante, el presunto asesino o secuestrador no tenía ningún interés en algo
material, todas las pertenencias de valor todavía estaban en la casa, dinero,
joyas, incluso la caja fuerte permanecía impoluta, entonces ¿Qué era lo que
buscaba?
El día se ocultó dando lugar a la noche, la
cual inundó con sus brazos oscuros todo el cielo y el mar. Se encontraba reposando en el sillón, mirando
hacia la noche por la ventana, estaba completamente solo, por un lado tenía el
mar y por el otro arena. El pueblo más cercano se encontraba a quince
quilómetros. Y al volver a mirar hacia el mar fue cuando comprendió lo que
verdaderamente era la soledad, se imaginó al farolero viviendo en esta quietud,
siguiendo una rutina, no escuchar signo de vida mas que de su propia
respiración. Por un momento se sintió melancólico, pero luego se recordó que él
no era un farolero, y que terminado el caso volvería a su ruidosa vida en la
ciudad. Un movimiento fuera de la ventana lo alertó obligándolo a romper con el
hilo de pensamientos que estaba dilucidando hasta el momento. Se levantó de
donde estaba sentado y se acercó a la ventana, no veía nada, paseó los ojos por
el mar, todo estaba calmo e inmóvil. Caminó a la siguiente ventana, la cual
daba a un pequeño bosque de árboles desojados. Todo estaba igual de tranquilo,
cuando su corazón se apaciguó al comprobar que no había nada, el movimiento
volvió a sentirse, pero esta vez acompañado de un frío helado que le recorrió
toda la espalda. Tembló su cuerpo a causa de un escalofrió y sus ojos vieron
como las largas ramas de los árboles se movían furiosas a contraviento como si
fueran violentamente empujadas, por una entidad que no estaba allí. Entonces se
le vino a la mente el título de la obra donde había encontrado la nota: “El
Hombre Invisible”, y parecía que a eso mismo se estaba enfrentando.
Giró su cuerpo siguiendo los movimientos de las
ramas, los cuales se dirigían hacia la puerta, sintió como la respiración se
atoraba en su boca cuando algo rasguñaba la madera de la puerta del otro lado,
incluso giró el picaporte una vez, pero sin lograr abrir la puerta. Aquella
cosa sin cuerpo se volvió a mover, se escuchaba el crujir de las hojas y de las
ramas al romperse a su paso, como la tierra se levantaba y las rocas golpeaban
la pared. El detective estuvo toda la noche en vela, no pudo cerrar ni un ojo,
aquella presencia transparente se paseó alrededor del faro durante toda la
noche, molestando de manera aterradora, y sólo se detuvo con la llegada del
sol.
El investigador estaba sentado en el sillón,
con el cuerpo tenso, sin poder dejar de temblar. Sostenía un arma en la mano, pero en ese momento se
preguntó si realmente una bala tendría alguna efectividad contra un cuerpo sin
masa. Intentaba convencerse a sí mismo que la noche había ocultado el cuerpo
del intruso, que no había sido más que un juego de percepción, a pesar de su
buena vista. Intentaba encontrar la lógica a todo esto, era imposible que se tratara
de un hombre invisible, como lo decía el título de la novela donde había
encontrado la nota. Estaban jugando con su mente, estaba seguro. Luchando con
estos pensamientos todo el día, devino la noche nuevamente, más oscura que la
anterior, más fría.
Esperó sentado en el mismo lugar, pero pasaban
los minutos, que se convertían en horas, y todavía el intruso no aparecía. Se
levantó de su asiento y buscó por la sala nuevas pistas, tal vez faltaba algo
por descubrir, por eso mismo la entidad no volvía a aparecer. Era una teoría
totalmente ilógica, pero después de lo sucedido el día anterior, hasta lo más
descabellado perdía cualquier carácter increíble, volviéndolo un díscolo de la
realidad y todo lo racional. Miró las
paredes y sus decorados: una maseta con un helecho cerca a morir, algunos
cuadros, uno en especial y bastante hermoso se hallaba sobre una enoteca de
madera de roble. Siguió con su búsqueda hasta posar los ojos en un gramófono,
con un disco vinilo todavía en el plato giratorio. ¿Qué es lo último que
escuchó el farolero antes de morir?, esa duda invadió su mente de inmediato, lo
que lo llevó a accionar aquel aparatejo. Movió el brazo con la púa y escuchó la
melodía reconociéndola al instante: “La Sinfonía n.º 2” de Ludwig van Beethoven.
Movió su cabeza levemente saboreando la concordancia perfecta entre los
instrumentos. Manteniendo el nombre en la mente se acercó a la pila de discos
que descansaban al lado del tocadiscos. Pasó uno por uno hasta llegar a la
carpeta del vinilo que ahora mismo estaba sonando de fondo. Rebuscó en el
interior, y no estaba vacío como suponía, sino que encontró una segunda
nota.
“La
música lo mantiene alejado, pero a su término, con la venida del silencio, el
hombre invisible vuelve más fuerte, con frío convertido en azufre”, miró la nota y sus dedos temblaron ligeramente,
¿Qué se volvería más fuerte?, y ¿Qué quería decir con azufre?, cuando volvió a
la realidad, se dio cuenta que la música se había detenido y fue en ese momento
que su corazón palpitó con violencia. Podía sentir como una capa de sudor se
formaba sobre su piel y sus falanges temblaban sin detenerse. De repente sintió
esa sensación helante que había sentido la noche anterior, pero esta vez era
más fuerte, parecido a un frío invernal infiltrándose por sus huesos. Miró por
la ventana al escuchar ruido por fuera, los árboles se movían con violencia, y sus
ojos no encontraban el mar por ningún lado, era como si se hubiera evaporado
por completo. Al frío se le unió un hedor caliente, a fuego, a azufre infernal.
Su mirada encontró aquel intruso, pero esta vez
no venía solo, podía ver que por donde pasara aquel fantasma sin cuerpo, a su
paso dejaba una estela de fuego, incendiando los árboles y cambiando la arena
por lava encendida, roja calcina. Fuera por la ventana que mirara, solo veía
fuego mezclarse con humo naciente, el cual empezó a crecer y a infiltrarse en
el faro, por las ventanas, las rendijas y el espacio del umbral de la puerta.
La vista le quemaba, ya que la habitación entera se había oscurecido a causa
del humo, remplazando el oxigeno por aquel nubarrón de cenizas. Era como
respirar fragmentos de fuego y chispas, lo sentía ingresar por sus fosas y
quemarle el interior del rostro, la garganta y los pulmones, hasta que un
momento respirar se volvió imposible. De a poco su conciencia se fue apagando,
hasta quedar totalmente dormido.
Cuando despertó podía respirar y ver con libre
perfección. Corrió a las ventanas y no vio ningún vestigio de haber sido
atacado por un incendio, los árboles estaban intactos, al igual que el océano
seguía ahí. ¿Había sido todo un sueño?, no podía dejar de temblar, nunca había
vivido algo parecido. Descartaba la música de inmediato, si volvía a escuchar algo
corría el peligro de que esa cosa volviera aún más fuerte que la última vez, y
quería evitar eso.
El detective pasó el resto del día con una
batalla mental mientras intentaba controlar su cuerpo de sufrir un colapso
nervioso. Esta noche había sido mucho más espeluznante que la anterior. Apenas
pudo comer unas galletas insípidas, le era imposible tragar cualquier cosa más
pesada, ya que sentía que los nervios de su estómago no lo resistirían.
La tercera noche se hizo presente, primero lo
invadió un silencio irreal, era como si no existiera y se encontrara en medio
de un vacio desprovisto de toda inercia. En las primeras horas no pasó nada, mas
que la presencia de aquel sentimiento frío y de vacío que lo acompañaba. Caminó
por la habitación sintiendo como si sus pies anduvieran por el aire, mientras
sostenía en su mano una copa de vino tinto. Intentó distraer su mente para no
sentirse más aterrorizado, buscó algo con que entretenerse y fue, en esa
búsqueda, que se percató de algo que antes no le había dado importancia. Aquel
cuadro que había contemplado antes, que bien conocía de aquel famoso pintor
renacentista. Su original era un mural y ahora podía ver una copia más pequeña
delante de sus ojos, y era hermosa. Reconocía a las trece personalidades
retratadas alrededor de una mesa. Obra famosísima, considerada por muchos, la
mejor del mundo. En esa contemplación se dio cuenta que el recuadro de polvo
sobre la pared no coincidía con el marco de la pintura, esa era una señal que
el cuadro había sido removido en los últimos días, así que con cuidado descolgó
el cuadro, mientras hacía equilibrio con la copa de vino en su otra mano. Lo
giró para sorprenderse al ver una tercera nota enganchada en el dorso de la
pintura, la tomó con cuidado y volvió el cuadro a su lugar. Desdobló la hoja de
papel con extrema lentitud, como si de esa manera pudiera posponer su lectura,
pero no pudo retrasarlo más que unos segundos, ya que de igual manera tuvo que
leerlo.
“Es la
última noche, estoy seguro. El hombre invisible volvió, y esta vez viene por
mí. No importa lo que haga, no hay escapatoria, no hay salvación”, leyó en silencio, mientras podía sentir como
el terror y el pánico se apoderaba de su persona. Ante la sensación de angustia
la copa de vino se resbaló de sus dedos, manchando la moqueta de madera con su
jugo tinto. Corrió sin detenerse, con la respiración acortada, en dirección a
la puerta, pero no llegó a acercarse a ella, porque esta misma se abrió por sí
sola en un fuerte movimiento de violencia, descargando sobre la sala una
tormenta de frío lúgubre y fuego azufrero. Una presencia invisible, pero no por
eso sin fuerza se sintió en toda la sala, y atacó su cuerpo con un impulso de
violencia. Todo en el dolía, seguir viviendo era insoportable, su cuerpo por
momentos se convulsionaba a causa del terror, seguido por millares de espasmos dolorosos
e incontrolables que aquejaban todo lo que era en él. Entonces sintió como el
azufre y el hielo lo destruían desde dentro hacía fuera.
Al día siguiente el comisario viajó en su
automóvil tarareando una canción algo infantil durante todo el viaje. Estacionó
frente al faro y bajó del carro paralizándose un segundo al sentir un frío
parecido a la muerte, pero no le dio importancia, ya que creyó que podría ser
alguna corriente proveniente del mar cercano. Caminó subiendo la montaña de
arena y esquivando los árboles que se interponían en su camino hasta llegar al
faro. El comisario se extrañó al encontrar la puerta abierta de par en par,
pero no reparó mucho en eso, sino que decidió entrar sin detenerse mucho tiempo,
ya que ansiaba volver a la ciudad.
— ¡Detective!, vine a buscarlo, ¡Ya es el
tercer día!, vine a buscarlo como prometí.
El comisario al no recibir respuesta alguna
volvió a insistir — ¿Detective? — pero no obtuvo más que silencio. Revisó en
todas las habitaciones, incluso caminó por la playa, pero no lo encontró por
ningún lado. Sólo estaba el sombrero del detective sobre una silla, su saco
colgado en el perchero junto a la habitación y una copa de vino tinto
desparramada sobre el piso, debajo de una pintura. Se giró y buscó con sus ojos
varias veces, pero el detective no estaba por ningún lado, había
desaparecido.