viernes, 29 de mayo de 2015

Frágil como porcelana




                La luz de la luna entró por la ventana posándose como un alma sobre su frágil piel de porcelana. La muñeca absorbió la luz y sus ojos de vidrio se iluminaron con vida. Estaba despierta. Dio un largo bostezo desperezándose de su largo sueño, se sacudió el polvo de su pulposo vestido floreado y dando pequeños pasos con sus delicados piececitos fue saliendo de la repisa que la exponía.
Se sentía cansada, sin energía. No faltó más de algunas vueltas de la llave de su pecho para recobrar la voluntad que parecía perdida. Luego de que ella misma se diera cuerda, caminó hasta el final del estante encontrándose con la repisa del pirata. La bailarina lo saludó con entusiasmo, agitando su pequeña mano vidriosa. El brioso pirata de regios rasgos alzó su pecho solemnemente y le devolvió el saludo regalándole una pequeña, pero atractiva sonrisa. La bailarina de porcelana se alejó del pirata con una enorme sonrisa en sus labios carmesí.         
Con cuidado bajó de la estantería, la cual exponía los muñecos de una extraña colección de porcelana. Había un faraón con brillosas alhajas doradas, un guerrero griego con metálicas grebas y un yelmo de rojas crines, una hermosa mujer que vestía un amplio vestido turquesa y cubría su cabeza con un paraguas del mismo color, un pirata que posaba fieramente mostrando su amplió sombrero emplumado y por su puesto estaba ella, la bailarina.
La bailarina piso el suelo de la habitación, giró su cabeza hacía todas direcciones asegurándose que no hubieran moros en la costa. Con desmedido entusiasmo, luego de comprobar que el camino era seguro, se encaminó hacia la ventana por donde entraba la luz de la luna llena. Una luna misteriosa. Una luna mágica.      
Trepó hasta el ancho marco de madera, y apoyando sus palmas sobre el vidrio de la ventana miró hacía el misterioso jardín exterior. Había dos lunas, una sobre el cielo, la otra sobre el agua de la piscina.
Los flamencos de rosados cuerpos se acercaron a la ventana caminando con sus patas de alambre. Apoyaron sus picos sobre la ventana intentando hablar con la bailarina, pero no se escuchaban a través del vidrio, solo podían mirarse y devolverse gestos amistosos. La bailarina lamentó que esta vez no hayan olvidado la ventana abierta como una de las noches anteriores, donde había sido capaz de saltar al jardín y pasear por alrededor de las masetas de flores sentada sobre el lomo de un flamenco. Había sido una aventura inolvidable.      
Las horas pasaron y ella no se había dado cuenta que la noche se estaba yendo junto con la luna. Febo se asomaba pasiblemente asomando su incinero rostro sobre el horizonte.  
La bailarina se precipitó a salir de la ventana. Debía volver a su repisa de inmediato. En medio de su arrojo por volver, sus torpes pies tropezaron entre ellos y cayó desde el marco de la ventana golpeando fuertemente contra el suelo.  
La muñeca intentó levantarse, pero no pudo. Su pie derecho, que fue el primero en tocar el suelo, se había hecho añicos. Alrededor de ella se esparcían decenas de fragmentos de porcelana. Con sus manos intentó arrastrarse, pero fue en vano, la luz del sol se caló por la ventana y la inundó, robándose así la vida que la luna le había dado. Sus ojos perdieron el brillo ante ganados.  
Al cabo de un par de horas una joven ingresa a la habitación y encuentra a la bailarina de porcelana sobre el suelo con su pie destrozado. La tomó con delicadeza, juntando pieza por pieza de su pierna rota.  
La joven gritó enojada:
― ¡Matías!― Un niño de no más de ocho años respondió al llamado entrando en la habitación muy confundido ― ¡¿Cuántas veces te he dicho que no juegues con mis muñecas?!― Refunfuñó frenéticamente ― No son para jugar, son de colección.
El niño la miró asustado, su hermana estaba verdaderamente enfadada:
― Yo no las he tocado― Intentó aguantar el llanto que amenazaba con salir― ¡No estoy mintiendo!

domingo, 24 de mayo de 2015

Prisión de Inocentes



Sus penitenciarios esperan una larga vida, de panza llena y de agonía repletas.  

La única cura es una muerte artificial. 

Cada inocente recuerda sus antes anchas tierras, ahora viven en jaulas pequeñas,
donde no pueden desatar su instinto salvaje, sino solo a la humano acatarse.    

Fríos barrotes los rodean de forma empírica, privándoles de su libertad merecida.

Es un oscuro lugar, donde lo salvaje se vuelve humano, y lo humano salvaje.  

Salvajismo artificial, que no más que la maldad lo habrá de sustentar.  


En cualquier zoológico, animales han de sufrir salvajismo estoico.     

jueves, 21 de mayo de 2015

La mazmorra de espejos



                La humedad se caló por mi nariz e inundó mi garganta. Abrí los parpados lentamente, estaba mareada y me dolía la cabeza. Intente enfocar la vista en algún sitio específico, cuando lo hice, mis ojos encontraron un esqueleto blanquecino envuelto en harapos. Pegué un grito agudo. Tenía frente a mí un cadáver, el cual parecía estar muerto desde hacía muchos años, ya que la carne y piel habían desaparecido dejando solo en el lugar sus huesos.   
Me arrastre llorando hasta la pared contraría del cadáver. No entendía que sucedía. ¿Dónde estaba? Mis ojos pasearon por la habitación. Piso pedregoso, paredes de concreto o piedra, no lo podía establecer con seguridad, antorchas colgantes del alto techo, y una nota. Había una nota de amarillento papel sobre el emperdigado suelo. Dude unos segundos, pero la tomé y abriéndola con cautela la leí:  
“¡Bienvenida al juego de los espejos!
Todos me conocen como Hidalgo del Reflejo. Yo mismo he construido este laberinto de espejos, con la intención de que algún día sea superado. Cientos de jugadores han paseado por los túneles y caminos intentando llegar a la salida, pero ninguno lo ha logrado, ¿Tú serás la primera de ellos en escapar del laberinto?  
Supera el laberinto, y tu premio será tu libertad”    
Releí la nota varias veces incrédula. ¿Era parte de un juego macabro?, ¿Qué clase de hombre malvado podría divertirse a costas del sufrimiento ajeno? Presione mis sienes con fuerza, no podía creer nada de lo que había leído. Luego giré la vista hacía el esqueleto:
― ¿Eras uno de ellos?, ¿De los jugadores?― Le pregunté al cadáver sin esperar respuesta alguna ― Espero no terminar como tú.
Si no quería terminar siendo un esqueleto polvoriento debía marcharme de inmediato, intentar resolver el laberinto.
En la habitación había una sola puerta, la cual era de una oscura y tenebrosa madera. Abrí aquella puerta empujándola por la pesada aldaba que colgaba de su centro. Del otro lado de la habitación me encontré a mí misma, cuatro, cinco y seis veces. Estaba por todas partes. La habitación estaba llena de espejos.
Me sentía desorientada. Hacía donde mirara estaba yo. ¿Cómo se supone que resuelva el laberinto si ni siquiera tiene pasadizos que recorrer? Estaba furiosa. Tenía ganas de gritar y patear los espejos hasta hacerlos añicos:
― ¡¿Te estás divirtiendo?!― Grite enfadada ― ¿Hidalgo del reflejo, te entretiene verme confundida?, ¿Esperas con ansias mi rendición y verme convertida en esqueleto?―Reí irónicamente ― ¡Pues no lo veras!, saldré de este maldito laberinto, cueste lo que cueste― Respire agitadamente ― ¡Y luego iré a buscarte!, sea donde sea que te encentres, pagaras por lo que me has hecho a mí y a todos a los que sometiste a tu diabólico juego― Una lágrima corrió mi mejilla ― Tenía familia… ― Dije tristemente, no sabía si volvería a verlos.  
Detuve mi llanto, no dejaría que ninguna lágrima más inundara mis ojos, debía permanecer fuerte en estas circunstancias. No debía dejarme abandonar por la emoción, debía estar concentrada y resolver el laberinto.
Cuando me dispuse a buscar un pasadizo oculto escuche un ruido de pisadas. Me alarme. ¿Era el hidalgo del Reflejo?, ¿Había escuchado todo lo que le había dicho, y mis amenazas?    
Por detrás de un espejo se acercó un pequeño ser jorobado. Tenía melena abundante y una especie de túnica pardusca que cubría su curvado cuerpo. ¿Este era el Hidalgo del reflejo?, no se veía muy aterrador como me lo había imaginado.  
El ser habló con una voz ronca y rasposa:  
― Escuche lo que gritaste― Me mostró una sonrisa con sus desaliñados dientes amarillentos ― Eres muy valiente.
― Gracias― Le dije sin perder desconfianza en el jorobado ― ¿Quién eres?― Le pregunté, claramente esa cosa no era humana.
― Mi nombre es Gronco, soy un duende de la tierra parda― Me dijo ― No soy de este mundo― Dijo señalando al suelo ― El Hidalgo ha recolectado seres de todas las dimensiones en su maligno juego de espejos―sacudió su cabeza  con pesadumbre ― Muchos ya están muertos, y otros se perdieron en el laberinto y no los he vuelto a ver.  
El duende me observó detenidamente y luego me dijo:
― No quiero ser pesimista, pero los humanos son los que menos duran en el laberinto.
― Ni siquiera me conoces― Le dije enfadada ― Los humanos somos muy fuertes e inteligentes.
El duende encorvado rió irónicamente al escuchar mis palabras:
― Yo estoy en el laberinto desde hace más de cinco años, el ultimo humano que he visto duro menos de una semana― Me miró con sus verdosos ojos ― Los humanos son la raza más débil y testaruda, actúan sin pensar, y se creen los más inteligentes a pesar de todas sus equivocaciones.
No podía creer lo que estaba escuchando, quería defenderme, pero no sabía cómo, ¿Qué le podía contestar, si todo lo que decía era verdad?
― Esas cosas son los que nos hacen humanos, actuamos con el corazón, con sentimiento, y no nos importa equivocarnos si sabemos que lo hicimos con amor.
Gronco me miró incrédulo abriendo sus extraños ojos:
― Me agradas― Dijo mirándome de reojo ― Tengo esperanza en ti.
Gronco señaló el suelo donde se encontraba una cuerda verde:
― Los que estamos en el laberinto desde hace varios años hemos marcado lo que recorrimos con cuerdas de colores.
Cuando centre la vista con mucha atención sobre la cuerda reconocí que pasaba a través de una puerta, la cual tenía el mismo marco que los espejos, por eso no la había percibido antes.
Atravesé el marco siguiendo a Gronco, el cual me guió a través de varios pasadizos y habitaciones hasta que llegamos a una enorme habitación donde no había ningún espejo, sino solo puertas que llevaban a otros pasadizos y habitaciones:
― Esta es la sala principal― Dijo mostrándome el centro de la misma donde se hallaba un enorme nudo que unía decenas de cuerdas de distintos colores ― La marrón lleva a unos cultivos― Dijo mientras centraba la vista en la cuerda marrón viéndola como se perdía a través de una de las puertas ― Esta lleva a una fuente de agua― Me indicó señalando una cuerda azul.  
― ¿La roja a donde lleva?― Le pregunte.
― Lleva a una escalera― Me respondió ― El laberinto es una mazmorra, como un sótano construido debajo de la casa del Hidalgo del Reflejo.
― ¿Lo has visto?― Pregunté extrañada y alterada al mismo tiempo.
― No, nadie la ha visto. Nunca pudimos pasar más allá de la primera habitación.
― ¿Por qué?  
― Porque tiene un guardián de metal. Todos los que se enfrentaron al golem alguna vez están muertos. Todas las puertas tienen un guardián, algunos ya fueron vencidos, es la razón por la cual tenemos una fuente y un huerto. El golem de metal es el más difícil de los guardianes que hay en el laberinto.  
Me quede paralizada, el laberinto era mucho más difícil de lo que suponía. Estaba repleto de pruebas que superar.
― ¿Esa es la salida?― Le pregunté.
― No lo sabemos, pero la mayoría cree que si. El guardián más fuerte debe custodiar la salida o la casa de Hidalgo del Reflejo. Son solo teorías que hemos formulado los que seguimos vivos.   
Por la puerta que llevaba a la fuente salieron dos seres, uno era un enorme lobo blanco de ojos brillosos, y el otro era un minotauro. Si, era un minotauro, no podía creer que un ser así existiera, tenía pecho ancho, patas con pesuñas y una frente de la cual nacían dos curvados cuernos. El minotauro traía entre sus manos una vasija de agua, y el lobo traía otra colgando entre su hocico.  
― ¿Una nueva?― Dijo el minotauro mirándome con sus oscuros y espantosos ojos negros. Mi piel se erizó como un puercoespín al escuchar su profunda y gruesa voz. Era un ser aterrador ―No tengas miedo― Me dijo el minotauro al notar mi reacción al verlo. Yo asentí con la cabeza y me disculpe avergonzadamente.  
El lobo dejó la vasija en el suelo y luego habló. Las cosas cada vez se ponían más extrañas, nunca había escuchado a un can hablar: 
― La fuente casi se ha agotado― Dio un pequeño gruñido ― Debemos hallar la salida cuanto antes o moriremos de sed.     
De otra puerta salió una mujer de piel escamosa, nunca había visto semejante criatura. Era asombrosa, en lugar de cabello tenía una prominente cresta membranosa como la aleta de un pez, sus manos eran como garras de afiladas zarpas y tenía una larga cola que agitaba como látigo. Me miró con sus reptiles ojos y luego dijo a los demás:
― La huerta se ha secado. Esto es lo último que nos queda de comida― Dijo mostrando una canasta que contenía algunas frutas.
― Debemos luchar contra el guardián de metal, es la única forma de salir de aquí― Dije levantando la voz para que todos esos extraños seres me escucharan.
La mujer lagarto me miró de forma despreciativa:
― ¿De dónde salió esta humana?― Dijo lazando un suspiró ― No harás más que entorpecer las cosas― Me dijo de forma despectiva.
― Con tu actitud tú no ayudas mucho.
Cuando dije esto la mujer reptil frunció el ceño con disgusto y enterró sus zarpas sobre la tela de mi vestido de forma amenazadora:  
― Déjala, ella tiene razón― Dijo el minotauro― Ya es tiempo de enfrentarse al golem metálico.
La mujer me soltó las ropas, pero no dejó de lanzarme miradas asesinas. Esa criatura escamosa me daba mucho miedo.  
Estuvimos un tiempo discutiendo hasta que ideamos un plan. Recogimos toda el agua que restaba de la fuente. Y llevamos con nosotros las últimas frutas de la huerta que restaban.   
Los cincos, los últimos jugadores que quedaban en el laberinto,  caminamos siguiendo la cuerda roja, la cual nos llevó hasta una enorme escalera de piedra.   
Subimos escalón por escalón, fuimos dando pequeños pasos mesurados. Sabíamos que del otro lado nos encontraríamos con la mayor prueba que deberíamos enfrentar en nuestras vidas.
Gronko, el duende, con sus huesudas manos empujó la puerta que se encontraba al terminar el último escalón. Ingresamos por ella con nuestros corazones palpitantes por la tensión.
                Allí se encontraba el guardián. Era una enorme armadura de metal que brillaba de forma extraña iluminando así la oscura habitación. La armadura estaba vacía, se podía ver el espacio a través de las partes que la componían, el yelmo cubría un rostro que no existía, las grebas se sostenían y movían por una fuerza invisible, la pechera no protegía ningún pecho. La armadura tenía vida propia. Nunca había visto nada igual.
                El minotauro y el lobo blanco fueron los primeros en atacar al golem, el cual resistió sus ataques y los derribó con un pesado golpe de su brazo. El minotauro se levantó del suelo con rapidez y envistió a la armadura mágica con sus filosos cuernos. Sus cuernos chocaron contra el metal de la pechera haciendo que el guardián cayera al suelo en un ruidoso golpetear de metales contra las piedras del suelo.   
                El guardián no tardó en incorporarse pero esta vez tomó una espada de un armero y atacó con ella al minotauro. La armadura fue tan veloz que el minotauro no tuvo tiempo de esquivar la hoja de metal que atravesó su pecho. La criatura se derrumbó con su pecho convertido en un rojo caudal. Lloré viendo como el minotauro perdía su vida y yo no podía hacer nada al respecto.
El lobo se enfureció al ver a su amigo muerto y con un saltó y un gruñido de tristeza atacó al golem colgándose de su brazo, hundiendo sus dientes en el frio metal.  Pero el golem fue más fuerte, arrojó al animal contra la pared.  
El lobo intentó incorporarse pero no pudo, tenía todos sus huesos rotos por el fuerte golpe contra la dura pared.  
El guardián hubiera atravesado con su espada al lobo también si la mujer reptil no lo hubiera detenido con una lanza que tomó del armero. Ellos pelearon lanzando golpes y esquivando o bloqueando los ataques de su adversario. La mujer era ágil y fuerte, pero el guardián lentamente tomaba ventaja sobre ella. Debía actuar rápido, osino ella también podría morir a manos del golem de metal.       
Me sentía impotente, no quería quedarme viendo como todos morirían hasta que llegara mi turno de morir con ellos. Tal vez la solución no era enfrentarlo en una batalla, sino buscar vencerlo de otra manera.  
Mire  como el golem luchaba, como agitaba la espada con agilidad descargando toda su fuerza en cada ataque sobre la mujer reptil. Fue allí cuando lo vi. La luz que irradiaba la armadura provenía de su interior. La pechera cubría una bola de fuego que latía como un corazón, aquello le daba vida.
No lo dude, tome una vasija con agua y espere el momento justo. Cada vez que extendía su brazo para atacar con la espada se dejaba entrever su corazón de fuego. Lance con fuerza el agua de la vasija sobre el costado de la armadura, empapando así su corazón de fuego. Fuego que se apagó al entrar en contacto con el agua.
La armadura perdió color y luego su vida, derrumbándose sobre el suelo mientras sus partes se desparramaban por separado sobre el ancho pedregal. El guardián de metal había sido derrotado.                     
Pudimos respirar, sentimos como nuestros corazones retomaban un pulso normal. La tensión desaparecía junto con el peligro.   

La mujer reptil tomó entre sus brazos al malherido lobo y lo cargó hasta el final de la habitación donde se hallaba una enorme puerta metálica rodeada por un artístico marco tallado con figuras extrañas. Yo abrí la enorme puerta dejando que por ella entrara la luz del sol y el aire exterior. Era nuestro premio, era la libertad.  


jueves, 14 de mayo de 2015

Secretos del piélago



Con tus fortines castros
estás abrumado en secretos,  
y te asomas como pálidos artos,
oculto entre oscuros velos.

Con tus voces de astros,
de espesas aguas,
te paseas entre barcos,
ocultando mil alhajas.  

Con tu suelo dorado,
escondes y proteges,
como un cofre adornado,
lo que no quieres que otros encuentren.

Hondo y recóndito piélago,
misterioso para ojos terrestres,
que se ocultan como cobardes marineros,
que no salen de sus andenes.   



domingo, 10 de mayo de 2015

La prisión de Narciso


Clavel
Allí se acercaba Narciso. Siempre tan hermoso y brillante, con su esplendorosa cabellera dorada. Voló hacia mí con una enorme sonrisa en su rostro: 
― Clavel― Me dijo ― Amapola ha encontrado una plantación de girasoles a unos pocos quilómetros.
― ¿Cuándo partimos?― Le pregunte sintiendo como el entusiasmo florecía en mi interior como un caudal. Me fascinaba salir a recolectar, sobre todo si lo hacía en compañía de Narciso. Amaba a Narciso con toda la fuerza de mi alma, aun que él seguramente nunca lo sabría. Nunca seríamos más que buenos amigos. 
― Tu no iras― Me dijo mientras desaparecía la sonrisa de su rostro ― Algunos elfos dicen haber visto criaturas gigantes― Suspiró perezosamente― No quiero que vayas.  
― ¿Me estas prohibiendo ir?― No sabía si sentirme alagada por su protección o herida por considerarme una elfo débil e indefensa.
― Si, si compruebo que es seguro la próxima nos acompañaras― Dijo tomándome de las manos cariñosamente y luego depositando sobre mi frente un dulce beso. Siempre sabía cómo convencerme. Eso era jugar sucio.   
Luego vi como un grupo de recolectores de cinco elfos se alejaban de la aldea volando por encima de la copa de los árboles. 

Sophia
                Estaba regando los girasoles de mi jardín cuando descubrí algo que volaba entre las flores. Al principio creí que eran abejas, pero no eran tan pequeñas para ser abejas, ni tan coloridos para ser colibrís. En realidad los había visto bien, pero mi primer pensamiento fue que mis ojos me engañaron. Los elfos no existen. Las pequeñas personitas aladas que visitan los jardines no son reales sino sólo dentro de los cuentos de hadas.
                No estaba equivocada, mis ojos no me habían mentido. Había pequeñas criaturitas con alas volando por mi jardín.

Narciso
                Una sombra me cubrió mientras intentaba guardar la última semilla en el costal.
                Un montón de posibles animales pasaron por mi mente: Perros, agilas, gatos, pero lo que verdaderamente tapó la luz del sol era algo mucho más fiero y terrible que un oso pardo. Era la bestia más temible de todas, y la más cruel, un humano.
                Mis compañeros corrieron a esconderse, pero yo no pude. Una enorme mano con extrañas uñas rojas se me sobrevino.  
Sentí como todo se oscureció. Mi mirada se esfumó, mi pecho se constreñía dificultando mi respiración. No podía moverme. Finalmente mi mente también cayó en aquella oscuridad. Me desmaye sin comprender lo que me sucedía.                        

Clavel
                La preocupación me abrumó. ¿Y si realmente había alguna bestia gigante en aquella plantación? Me estaba impacientando, hacía más de dos horas que el grupo recolector debería haber regresado a la aldea. Todavía no volvía ninguno de los recolectores. Narciso todavía no volvía.    
                Luego de tres horas de retrasó los recolectares volvieron. Pero entre ellos faltaba alguien:
                ― ¿Dónde está Narciso?― Le pregunté a Amapola, la líder de los recolectores. En su rostro pude notar preocupación.
― Lo siento― Me respondió con voz apagada ― Ella se lo llevó.
Salí volando con todas mis fuerzas aleteando mis alas lo más veloz que podía. Amapola intentó detenerme pero la esquive, no dejaría a Narciso en las garras de un humano.
Volé hasta el campo de girasoles y descubrí a un lado de la plantación una enorme pared de ladrillos y en ella una ventana abierta. No pensé dos veces antes de aventarme hacía ella.

Sophia
                No podía creer lo que tenía entre manos.  Seguramente era la primera persona en el mundo que tenía tanta suerte como para ver y capturar una de estas criaturitas. Ya podía oler mi glamoroso futuro de cerca: Rodeada por importantes y celebres figuras científicas peleándose entre sí para comprarme el espécimen, dando sus mejores ofertas. Asediada por micrófonos de noticiarios o entrevistas, todos querrán saber cómo lo conseguí. Y lo más importante abrumada en billetes.
Dinero, dinero, dinero. No podía pensar en otra cosa. 
Mire nuevamente al elfo, era muy pequeño, le sería fácil escapar cuando despertara, pero yo no dejaría ir mi oportunidad de hacer fortuna tan fácilmente.   
Coloque a la criatura dentro de un frasco vacio y lo cerré con el corcho de una botella de vino mientras con la otra mano tomaba el teléfono para llamar a todas las cadenas de televisión que seguramente les interesaría mi historia. Hoy mi vida cambiaría para siempre.   

Narciso
                Abrí los ojos lentamente y solo me vi a mi mismo imitando cada uno de mis movimientos. Vi mi pálido rostro lleno de estupor. ¿No entendía que estaba sucediendo?    
                Estire mis manos y ellas chocaron contra una extraña superficie transparente pero reflejante al mismo tiempo.
Me seguía viendo y al lado de mi reflejo apareció Clavel, siempre tan hermosa. Debía ser alguna ilusión, su imagen aparecía en medio de toda esta confusión para acompañarme, pero para mi desgracia no era real. Ella estiró su mano para tocar la mía, pero el vidrio nos las separaba de por medio. Nunca había anhelado tanto tocar su piel, aun que fuera solo una ilusión de la real.     

Clavel
                Luego de traspasar la ventana mis alas se enredaron en unas viejas telarañas. Volé con dificultad hasta la mesa más cercana. Me senté encima de un enorme libro intentando sacar los hilos arácnidos de mi espalda, pero no lo hice, porque mis ojos lo encontraron. Lo encontraron a él.
                Narciso estaba encerrado dentro de una prisión transparente. Esas cosas humanas ya las había visto antes perdidas o abandonadas en el bosque, creó que se llamaban frascos o botellas.
Lo mire, se veía perdido, me miraba como si no fuera real, como si fuera una aparición. Coloque la palma de mi mano sobre la mano de Narciso, pero una pared fría nos separaba. Intente retener el nudo de lágrimas dentro de mi garganta, no era momento de llorar, debía sacarlo de allí cuanto antes.     
Agite mis alas con dificultad y volé hasta la parte superior del frasco, había una tapa de un extraño material, parecía madera, pero no lo era del todo. Tome la tapa con mis manos e intente sacarla con toda mi fuerza. Era imposible, yo sola no podía, estaba muy hundida. Narciso estiró sus manos y las colocó por debajo del corcho y ambos empujamos la tapa hacía fuera.    
Narciso salió volando del interior del frasco y me abrazó fuertemente:
― Gracias, gracias, gracias― Repitió varias veces y luego cubrió mi boca con la suya.
Me estaba besando, algo que nunca creí posible. Fue un beso tierno pero lleno de pasión.
Luego de aquel efusivo beso que me dejo sin aliento, Narciso me ayudó con las telarañas que se enredaban en mis alas, las retiró tiernamente. Luego tomó mi mano y me dirigió hacia la ventana abierta, hacía la libertad.    

Sophia
                Los periodistas ya estaban en mi casa. Podía notar el entusiasmo y la curiosidad en sus rostros. No podía esperar a mostrarles al elfo y ya subastarlo por millones.
                Los invite a pasar:
                ― Lo que están por ver vale más que millones, es la prueba irrefutable de que cosas más pequeñas que nosotros existen. Los cuentos de hadas que no los creíamos más que leyendas son reales― Les dije abriendo la puerta de la sala con entusiasmo sobreactuado― Aprecien al elfo, única prueba hasta ahora de su existencia.
Los periodistas entraron en la sala atropelladamente, peleándose por ser los primeros en filmar con sus cámaras al extraño espécimen. Pero donde debería haber un frasco con un elfo, solo había un frasco vacio. ¿Dónde estaba?  
Los periodistas se miraron unos a otros. Creían que estaba loca y que había imaginado todo:
― ¡No lo entiendo!― Dije histérica ― Estaba aquí, yo misma lo encerré en el frasco.  
― No son más que cuentos de hadas, los elfos no existen― Dijo uno de los periodistas muy fastidiado ―No vuelvas a llamarnos nunca más, y menos para decir mentiras.
Mi oportunidad de hacer fortuna se había esfumado misteriosamente sin dejar rastro. Las cosas no salieron como las planee, los científicos deberían estar ofertando millones por el elfo, no deberían tratarme como una loca mentirosa.  
Todos los periodistas abandonaron mi casa de inmediato dejándome sola con mi frasco vacio.

                 



miércoles, 6 de mayo de 2015

Tiempo


En el corazón del tiempo,
se mueve el destino,
en cada latido y eco,
crea caminos serpentinos.

Encuentros y encrucijadas,
y caminos encontrados,
cada cuanto se hayan,
en ayeres pasados.  

Tiempo devorador,
marchitas y corroes,
cada árbol, cada flor,
con tus fieros goznes.

Tiempo, amo de la muerte,
en tus manos está la vida,
como el fuego al hereje,
cuando quieres la quitas .  


sábado, 2 de mayo de 2015

El Gato Negro


Una niña muy alegre de rizos dorados, y algo petisa, se paseaba por el parque cantando muy jubilosa una canción infantil. Llevaba entre sus manos a su mejor amiga, la cual era una muñeca muy guapa y de tela, envuelta en un vestido manchado por un color rosa, seguramente de algunas fibras para colorear.    
La niña se sentó debajo de un enorme árbol, muy robusto y espeso con verdes hojas que danzaban a los compas del viento. La niña sentó a su amiga a su lado. Arrancó una flor blanca muy hermosa del suelo, y la acomodó en el cabello de lana de la muñeca:
― ¡Mina!... Que linda te queda esa flor.
La niña muy feliz se levantó nuevamente. Tomó su muñeca del brazo, y mientras corría la agitaba en el aire.
En un momento la niña tropieza y la muñeca se le resbala de las manos perdiéndola de vista. La jovencita se sentó en el suelo abrazando su rodilla. Le dolía mucho, casi tanto que quería llorar, pero no, se aguantaba. Ella pensaba que las niñas grandes son fuertes y no lloran.
Inmediatamente se incrementó y comenzó a mirar hacia todas partes. Al caerse había perdido su muñeca, y no la encontraba. Ya comenzaba  atardecer, pero se rehusaba a volver a su casa sin su muñeca. No podría dormir si Mina no dormía con ella.
Comenzó a buscar por todas partes, y fue a la zona más alejada del parque. Nadie iba a ese lugar. Los compañeros de su escuela decían que un enorme árbol de allí estaba embrujado, pero a pesar de los rumores, la niña se atrevió a cruzar la valla que separaba esa parte encantada del resto del parque.   
Al cruzar la valla de madera y dar unos cuantos pasos, se encontró con el gran árbol, el cual sus compañeros lo creían encantado:
― ¿Este es el árbol embrujado?― Pensó en voz alta― No lo veo muy extraño, parece un árbol común y corriente― Mofó burlona.
― Eso crees tú, pero te equivocas― Una vos delicada le respondió.  
― ¿Quién es?― Peguntó la niña muy confundida.  
― El hada del árbol― Respondió esta delicada voz dejándose ver de quien provenía.
Una delgada, pequeña y hermosa mujer vestida de ropas blancas apareció por detrás del árbol.
El hada le preguntó qué le sucedía, ya que notó que el rostro de la niña se veía triste y angustiado:
― ¿Qué cosa tan horrible te ha ocurrido para tener el rostro triste de tal forma?
― Mi muñeca a desaparecido…― Decía la niña comenzando a llorar.
― Comprendo que tan importante es esa muñeca para ti, y por eso te ayudare a tenerla de vuelta― La niña miró los ojos del hada, en ella encontró bondad.
― ¿Cómo lo harás?― Le preguntó la niña muy agradecida por que se había ofrecido a ayudarla.
― Al ser el hada del árbol tengo ciertos poderes sobre la naturaleza, se lo que hoyen los árboles, veo lo que el viento ve, y puedo entender a los pájaros que habitan el parque― Las palabras del hada parecían ser muy prometedoras, al igual que fantasiosas.  
La niña sonrió esperando que el hada la ayude como sea, la mínima ayuda colabora en algo:
― Entonces… ¿Tú sabes que le sucedió a Mina?― Le preguntó la pequeña abriendo los ojos ilusionada.
― Yo no, pero el árbol si― Dijo señalando el árbol “encantado”.
― Y, ¿Qué sabe él?
― Dice que vió al Gato Negro robar tu muñeca― Dijo la pequeña mujer cruzándose de brazos.
― ¿Qué gato?― Dijo la niña girando sobre sí misma buscando algún felino a la vista.
― No es cualquier gato, ni tampoco es un gato negro― Dijo entonando una voz imponente ― Él es “El Gato Negro”.
La niña miró al hada confundida, no comprendía del todo lo que le decía.
El hada voló rodeando el enorme árbol, la niña la siguió por detrás. El hada se paró frente a una pequeña puerta que se escondía entre la áspera corteza del árbol:
― Escapó por aquí― Le dijo la criatura mágica abriendo la puerta al girar del picaporte.
La niña se arrodilló intentando traspasar la puerta. Pero fue imposible. La puerta era muy pequeña para ella:  
― ¿No hay otra puerta más grande?― Le preguntó levantándose del suelo.
― No, es la única, pero…― Dijo el hada reflexionando― Puedo convertirte en un hada temporal.
La pequeña comenzó a saltar de entusiasmo. ¡Convertirse en un hada era algo sensacional!, aun que sea solo por un ratito.
El hada comenzó a elevarse por el aire. Parecía que saltaba sobre la nada y caminaba sobre escalones invisibles. El hada dio varios giros y pasos de bailes sobre la cabeza de la nena. Con cada movimiento sus alas despedían un brillo luminoso que caía en forma de polvo mágico. Este polvo inundó la cabeza de la pequeña. Tanto que ingresó por su nariz y estornudo.
Con cada estornudo sentía que su estomago se encogía extrañamente. Cuando pudo recuperar su aire vio una enorme flor blanca, y después otra y después otra más. Luego comprendió que las flores no eran grandes, sino que ella era pequeña. Y sobre su espalda se agitaban dos alas de mariposa, sus alas de mariposa. Era un hada.
La niña voló feliz, danzando y girando sobre el aire. Nunca había vivido algo tan emocionante:
― No pierdas el tiempo― Le dijo el hada ― ya que es limitado.
La niña dejó de volar para escucharla con atención:
― Cuando oigas a las luciérnagas cantar es hora de volver.
La niña se despidió del hada y luego ingresó por la pequeña puerta sin dificultad alguna.
Del otro lado sus ojos se abrieron impresionados. Nunca había visto un paisaje igual. Las flores eran enormes y hermosas luciendo extraños colores. El césped bailaba al compas de una invisible melodía. Las mariposas de enormes ojos volaban inundando el ancho cielo. Y un cristalino estanque era el escenario de una banda de ranas cantarinas.
La niña se acercó a una de las ranas, una que tenía una protuberante papada vibrante:
― ¡Buenos días, señor!― La interrumpió mientras cantaba.
― Baileeeeen, baileeeeen flores del  jardín, baile…e… ¿Qué?, ¿Qué quieres niña?― Dijo mientras la banda interrumpía su canción.
― Estoy buscando al Gato Negro, ¿Usted sabe dónde encontrarlo?
― ¿Estas buscando a ese ladrón, embustero?― La rana croó fastidiada ― Claro que se dónde encontrarlo, aun que desearía no saberlo, ¡Ese gato se ha robado mi micrófono favorito!
― ¿Podría decirme por favor donde lo encuentro?
― Claro, solo rodea el estanque y te encontraras con su casa. La reconocerás de inmediato porque tiene sus paredes tejidas con lana roja.   
La niña se despidió amablemente de la rana, la cual y su banda retomaron el canto de inmediato.
La pequeña rodeó el estanque como el reptil le había indicado, encontrando al final una casa tejida por lana roja. Era una casita muy extraña y bonita. La niñita sabía que a los gatos les gustaba la lana, pero no que la usaban para construir sus casas.
La nena traspasó la puerta de umbral de lana encontrándose en el interior de la casa del Gato Negro. Supo la pequeña de inmediato que el gato era un ladrón, ya que el suelo estaba cubierto por un montón de cosas, seguramente robadas. Zapatos, relojes, sombreros, medias, pelotas, cucharas, llaves, y un montón de cosas más que nunca se imaginó que podría robar un felino. Pero entre todas aquellas cosas no encontró su amada muñeca. Sintió como la decepción y la ira la invadía.
El Gato Negro apareció entre las cosas robadas agitando su cola con enojó:
― ¡Fuera de mi casa!, estas son mis cosas― Le dijo el felino negro como la noche mostrando sus dientes enojado. Sobre su cabeza llevaba un sombrero rayado.   
― ¡Vengo por mi muñeca!― Le dijo le niñita intentando no aparentar miedo en su voz.
El gato pareció divertirse por que lanzó una aguda carcajada, mientras le mostraba donde se encontraba la muñeca perdida: 
― Te la daré con una condición― Dijo ― Las muñecas son juegos de humano, y yo soy un gato, si consigues darme un juguete más interesante dejare que te la lleves.
La niña pensó un segundo. No perecía justo. No tenía el tiempo suficiente para buscar un nuevo juguete y regresar por Mina a tiempo. Necesitaba idear un plan de inmediato.
La jovencita paseó la mirada por las cosas robadas. El gato ya tenía muchos juguetes, pero quería uno nuevo. Entre las montañas de cubiertos y zapatos encontró una tijera. Allí fue cuando comprendió lo que debía hacer.
Tomó la tijera entre sus dedos y cortó el extremo de uno de los hilos de lana que formaban las paredes de la casa. Tiró con fuerza del cordón y este fue saliendo de la costura hasta quedar suspendido del techo.
El Gato negro miró el cordón suspendido con curiosidad, pero no se movió de su lugar.
La niña tomó el cordón y lo agitó con fuerza haciendo que este volara por la habitación. Esta vez el gato no se pudo resistir y saltó para tomar el cordón entre sus patitas. Jugó con el cordón con entusiasmo. Nunca se había divertido tanto en su vida gatuna.
La niña aprovechó la distracción para tomar la, ahora, enorme muñeca y salir de la casa del Gato Negro.  
Dio algunos pasos y fue cuando escuchó a las luciérnagas cantar con sus melodiosas voces:
“La luz del sol, nos baña con calor,
La luz del sol, nos llena de color…”     
Así cantaban las luciérnagas.
La pequeña tomó la muñeca con fuerza y voló veloz hacia la puerta de salida. Podía sentir como su estomago comenzaba a ensancharse.
Creyó que no llegaría a tiempo y se quedaría encerrada en aquel lugar de por vida. Pero no. Logró traspasar la puerta a tiempo.
Encontrándose fuera y alta otra vez, abrazó a Mina con entusiasmo. La había recuperado.
Corrió a su casa de vuelta, encontrándose a su madre en la cocina:
― ¡Mamá!― Gritó la pequeña muy emocionada ― ¡Me paso algo mágico!, me convertí en un hada para salvar a Mina de un Gato Negro ladrón.
La madre puso los ojos en blanco con fastidió y reprendió a su niña:
― ¡Ya te dije, hija, que no digas mentiras!