La
humedad se caló por mi nariz e inundó mi garganta. Abrí los parpados
lentamente, estaba mareada y me dolía la cabeza. Intente enfocar la vista en
algún sitio específico, cuando lo hice, mis ojos encontraron un esqueleto blanquecino
envuelto en harapos. Pegué un grito agudo. Tenía frente a mí un cadáver, el
cual parecía estar muerto desde hacía muchos años, ya que la carne y piel habían
desaparecido dejando solo en el lugar sus huesos.
Me arrastre llorando hasta la
pared contraría del cadáver. No entendía que sucedía. ¿Dónde estaba? Mis ojos
pasearon por la habitación. Piso pedregoso, paredes de concreto o piedra, no lo
podía establecer con seguridad, antorchas colgantes del alto techo, y una nota.
Había una nota de amarillento papel sobre el emperdigado suelo. Dude unos segundos,
pero la tomé y abriéndola con cautela la leí:
“¡Bienvenida al juego de los espejos!
Todos me conocen como Hidalgo del Reflejo. Yo mismo he construido este
laberinto de espejos, con la intención de que algún día sea superado. Cientos
de jugadores han paseado por los túneles y caminos intentando llegar a la
salida, pero ninguno lo ha logrado, ¿Tú serás la primera de ellos en escapar del
laberinto?
Supera el laberinto, y tu premio será tu libertad”
Releí la nota varias veces incrédula.
¿Era parte de un juego macabro?, ¿Qué clase de hombre malvado podría divertirse
a costas del sufrimiento ajeno? Presione mis sienes con fuerza, no podía creer
nada de lo que había leído. Luego giré la vista hacía el esqueleto:
― ¿Eras uno de ellos?, ¿De los
jugadores?― Le pregunté al cadáver sin esperar respuesta alguna ― Espero no
terminar como tú.
Si no quería terminar siendo un
esqueleto polvoriento debía marcharme de inmediato, intentar resolver el
laberinto.
En la habitación había una sola
puerta, la cual era de una oscura y tenebrosa madera. Abrí aquella puerta empujándola
por la pesada aldaba que colgaba de su centro. Del otro lado de la habitación
me encontré a mí misma, cuatro, cinco y seis veces. Estaba por todas partes. La
habitación estaba llena de espejos.
Me sentía desorientada. Hacía
donde mirara estaba yo. ¿Cómo se supone que resuelva el laberinto si ni
siquiera tiene pasadizos que recorrer? Estaba furiosa. Tenía ganas de gritar y
patear los espejos hasta hacerlos añicos:
― ¡¿Te estás divirtiendo?!― Grite
enfadada ― ¿Hidalgo del reflejo, te entretiene verme confundida?, ¿Esperas con ansias
mi rendición y verme convertida en esqueleto?―Reí irónicamente ― ¡Pues no lo
veras!, saldré de este maldito laberinto, cueste lo que cueste― Respire
agitadamente ― ¡Y luego iré a buscarte!, sea donde sea que te encentres,
pagaras por lo que me has hecho a mí y a todos a los que sometiste a tu diabólico
juego― Una lágrima corrió mi mejilla ― Tenía familia… ― Dije tristemente, no
sabía si volvería a verlos.
Detuve mi llanto, no dejaría que
ninguna lágrima más inundara mis ojos, debía permanecer fuerte en estas circunstancias.
No debía dejarme abandonar por la emoción, debía estar concentrada y resolver
el laberinto.
Cuando me dispuse a buscar un
pasadizo oculto escuche un ruido de pisadas. Me alarme. ¿Era el hidalgo del Reflejo?,
¿Había escuchado todo lo que le había dicho, y mis amenazas?
Por detrás de un espejo se acercó
un pequeño ser jorobado. Tenía melena abundante y una especie de túnica pardusca
que cubría su curvado cuerpo. ¿Este era el Hidalgo del reflejo?, no se veía muy
aterrador como me lo había imaginado.
El ser habló con una voz ronca y
rasposa:
― Escuche lo que gritaste― Me
mostró una sonrisa con sus desaliñados dientes amarillentos ― Eres muy
valiente.
― Gracias― Le dije sin perder desconfianza
en el jorobado ― ¿Quién eres?― Le pregunté, claramente esa cosa no era humana.
― Mi nombre es Gronco, soy un
duende de la tierra parda― Me dijo ― No soy de este mundo― Dijo señalando al
suelo ― El Hidalgo ha recolectado seres de todas las dimensiones en su maligno
juego de espejos―sacudió su cabeza con pesadumbre
― Muchos ya están muertos, y otros se perdieron en el laberinto y no los he vuelto
a ver.
El duende me observó
detenidamente y luego me dijo:
― No quiero ser pesimista, pero
los humanos son los que menos duran en el laberinto.
― Ni siquiera me conoces― Le dije
enfadada ― Los humanos somos muy fuertes e inteligentes.
El duende encorvado rió irónicamente
al escuchar mis palabras:
― Yo estoy en el laberinto desde
hace más de cinco años, el ultimo humano que he visto duro menos de una semana―
Me miró con sus verdosos ojos ― Los humanos son la raza más débil y testaruda, actúan
sin pensar, y se creen los más inteligentes a pesar de todas sus
equivocaciones.
No podía creer lo que estaba
escuchando, quería defenderme, pero no sabía cómo, ¿Qué le podía contestar, si
todo lo que decía era verdad?
― Esas cosas son los que nos
hacen humanos, actuamos con el corazón, con sentimiento, y no nos importa
equivocarnos si sabemos que lo hicimos con amor.
Gronco me miró incrédulo abriendo
sus extraños ojos:
― Me agradas― Dijo mirándome de
reojo ― Tengo esperanza en ti.
Gronco señaló el suelo donde se
encontraba una cuerda verde:
― Los que estamos en el laberinto
desde hace varios años hemos marcado lo que recorrimos con cuerdas de colores.
Cuando centre la vista con mucha
atención sobre la cuerda reconocí que pasaba a través de una puerta, la cual
tenía el mismo marco que los espejos, por eso no la había percibido antes.
Atravesé el marco siguiendo a
Gronco, el cual me guió a través de varios pasadizos y habitaciones hasta que
llegamos a una enorme habitación donde no había ningún espejo, sino solo puertas
que llevaban a otros pasadizos y habitaciones:
― Esta es la sala principal― Dijo
mostrándome el centro de la misma donde se hallaba un enorme nudo que unía
decenas de cuerdas de distintos colores ― La marrón lleva a unos cultivos― Dijo
mientras centraba la vista en la cuerda marrón viéndola como se perdía a través
de una de las puertas ― Esta lleva a una fuente de agua― Me indicó señalando
una cuerda azul.
― ¿La roja a donde lleva?― Le
pregunte.
― Lleva a una escalera― Me
respondió ― El laberinto es una mazmorra, como un sótano construido debajo de
la casa del Hidalgo del Reflejo.
― ¿Lo has visto?― Pregunté
extrañada y alterada al mismo tiempo.
― No, nadie la ha visto. Nunca
pudimos pasar más allá de la primera habitación.
― ¿Por qué?
― Porque tiene un guardián de
metal. Todos los que se enfrentaron al golem alguna vez están muertos. Todas
las puertas tienen un guardián, algunos ya fueron vencidos, es la razón por la
cual tenemos una fuente y un huerto. El golem de metal es el más difícil de los
guardianes que hay en el laberinto.
Me quede paralizada, el laberinto
era mucho más difícil de lo que suponía. Estaba repleto de pruebas que superar.
― ¿Esa es la salida?― Le pregunté.
― No lo sabemos, pero la mayoría
cree que si. El guardián más fuerte debe custodiar la salida o la casa de
Hidalgo del Reflejo. Son solo teorías que hemos formulado los que seguimos
vivos.
Por la puerta que llevaba a la
fuente salieron dos seres, uno era un enorme lobo blanco de ojos brillosos, y
el otro era un minotauro. Si, era un minotauro, no podía creer que un ser así
existiera, tenía pecho ancho, patas con pesuñas y una frente de la cual nacían
dos curvados cuernos. El minotauro traía entre sus manos una vasija de agua, y
el lobo traía otra colgando entre su hocico.
― ¿Una nueva?― Dijo el minotauro mirándome
con sus oscuros y espantosos ojos negros. Mi piel se erizó como un puercoespín al
escuchar su profunda y gruesa voz. Era un ser aterrador ―No tengas miedo― Me
dijo el minotauro al notar mi reacción al verlo. Yo asentí con la cabeza y me
disculpe avergonzadamente.
El lobo dejó la vasija en el
suelo y luego habló. Las cosas cada vez se ponían más extrañas, nunca había
escuchado a un can hablar:
― La fuente casi se ha agotado―
Dio un pequeño gruñido ― Debemos hallar la salida cuanto antes o moriremos de
sed.
De otra puerta salió una mujer de
piel escamosa, nunca había visto semejante criatura. Era asombrosa, en lugar de
cabello tenía una prominente cresta membranosa como la aleta de un pez, sus
manos eran como garras de afiladas zarpas y tenía una larga cola que agitaba
como látigo. Me miró con sus reptiles ojos y luego dijo a los demás:
― La huerta se ha secado. Esto es
lo último que nos queda de comida― Dijo mostrando una canasta que contenía
algunas frutas.
― Debemos luchar contra el guardián
de metal, es la única forma de salir de aquí― Dije levantando la voz para que
todos esos extraños seres me escucharan.
La mujer lagarto me miró de forma
despreciativa:
― ¿De dónde salió esta humana?―
Dijo lazando un suspiró ― No harás más que entorpecer las cosas― Me dijo de
forma despectiva.
― Con tu actitud tú no ayudas
mucho.
Cuando dije esto la mujer reptil
frunció el ceño con disgusto y enterró sus zarpas sobre la tela de mi vestido
de forma amenazadora:
― Déjala, ella tiene razón― Dijo
el minotauro― Ya es tiempo de enfrentarse al golem metálico.
La mujer me soltó las ropas, pero
no dejó de lanzarme miradas asesinas. Esa criatura escamosa me daba mucho
miedo.
Estuvimos un tiempo discutiendo
hasta que ideamos un plan. Recogimos toda el agua que restaba de la fuente. Y llevamos
con nosotros las últimas frutas de la huerta que restaban.
Los cincos, los últimos jugadores
que quedaban en el laberinto, caminamos siguiendo
la cuerda roja, la cual nos llevó hasta una enorme escalera de piedra.
Subimos escalón por escalón,
fuimos dando pequeños pasos mesurados. Sabíamos que del otro lado nos
encontraríamos con la mayor prueba que deberíamos enfrentar en nuestras vidas.
Gronko, el duende, con sus
huesudas manos empujó la puerta que se encontraba al terminar el último
escalón. Ingresamos por ella con nuestros corazones palpitantes por la tensión.
Allí se
encontraba el guardián. Era una enorme armadura de metal que brillaba de forma
extraña iluminando así la oscura habitación. La armadura estaba vacía, se podía
ver el espacio a través de las partes que la componían, el yelmo cubría un
rostro que no existía, las grebas se sostenían y movían por una fuerza invisible,
la pechera no protegía ningún pecho. La armadura tenía vida propia. Nunca había
visto nada igual.
El
minotauro y el lobo blanco fueron los primeros en atacar al golem, el cual
resistió sus ataques y los derribó con un pesado golpe de su brazo. El
minotauro se levantó del suelo con rapidez y envistió a la armadura mágica con
sus filosos cuernos. Sus cuernos chocaron contra el metal de la pechera
haciendo que el guardián cayera al suelo en un ruidoso golpetear de metales
contra las piedras del suelo.
El guardián
no tardó en incorporarse pero esta vez tomó una espada de un armero y atacó con
ella al minotauro. La armadura fue tan veloz que el minotauro no tuvo tiempo de
esquivar la hoja de metal que atravesó su pecho. La criatura se derrumbó con su
pecho convertido en un rojo caudal. Lloré viendo como el minotauro perdía su
vida y yo no podía hacer nada al respecto.
El lobo se enfureció al ver a su
amigo muerto y con un saltó y un gruñido de tristeza atacó al golem colgándose de
su brazo, hundiendo sus dientes en el frio metal. Pero el golem fue más fuerte, arrojó al animal
contra la pared.
El lobo intentó incorporarse pero
no pudo, tenía todos sus huesos rotos por el fuerte golpe contra la dura pared.
El guardián hubiera atravesado
con su espada al lobo también si la mujer reptil no lo hubiera detenido con una
lanza que tomó del armero. Ellos pelearon lanzando golpes y esquivando o
bloqueando los ataques de su adversario. La mujer era ágil y fuerte, pero el guardián
lentamente tomaba ventaja sobre ella. Debía actuar rápido, osino ella también podría
morir a manos del golem de metal.
Me sentía impotente, no quería
quedarme viendo como todos morirían hasta que llegara mi turno de morir con
ellos. Tal vez la solución no era enfrentarlo en una batalla, sino buscar
vencerlo de otra manera.
Mire como el golem luchaba, como agitaba la espada
con agilidad descargando toda su fuerza en cada ataque sobre la mujer reptil.
Fue allí cuando lo vi. La luz que irradiaba la armadura provenía de su
interior. La pechera cubría una bola de fuego que latía como un corazón,
aquello le daba vida.
No lo dude, tome una vasija con
agua y espere el momento justo. Cada vez que extendía su brazo para atacar con
la espada se dejaba entrever su corazón de fuego. Lance con fuerza el agua de
la vasija sobre el costado de la armadura, empapando así su corazón de fuego.
Fuego que se apagó al entrar en contacto con el agua.
La armadura perdió color y luego
su vida, derrumbándose sobre el suelo mientras sus partes se desparramaban por
separado sobre el ancho pedregal. El guardián de metal había sido derrotado.
Pudimos respirar, sentimos como
nuestros corazones retomaban un pulso normal. La tensión desaparecía junto con
el peligro.
La mujer reptil tomó entre sus
brazos al malherido lobo y lo cargó hasta el final de la habitación donde se
hallaba una enorme puerta metálica rodeada por un artístico marco tallado con
figuras extrañas. Yo abrí la enorme puerta dejando que por ella entrara la luz
del sol y el aire exterior. Era nuestro premio, era la libertad.