Nunca
creí que la fortuna fuera tan impredecible. Cuando vives entre alhajas y
piedras preciosas, crees que eres dueño del dinero y que este nunca te va a
dejar. Gran error, la riqueza es tan efímera como indomable. Por más que
intenté tomarla a la fuerza y atarla a mí, tarde o temprano la perdí, y me
quedé con nada más que yo misma y un esposo que despilfarraba mi dinero en
juegos y alcohol.
Mi pequeña luz de esperanza fue mi
madre. Ella era como un ángel salvador que me abría sus brazos en mi peor momento,
a pesar que, para Henry, era como un demonio que sólo tenía como misión en su
vida molestarlo y criticarlo por todo. Y la verdad, es que mi madre tenía
razón, pero yo siempre fingí que no estaba de acuerdo con ella por miedo a
Henry, a veces, me miraba con un brillo aterrador en los ojos, que me
paralizaba, ocasionando que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo hasta
convertirme en piedra. Por eso, nunca podía contradecirlo.
— Eres un vago — decía ella cada vez
que le pedía dinero prestado.
—
Cierra la boca, Doris — le respondía él.
—
Encima de vago, respondón. Ni siquiera tienes respeto por la vieja que te dio
un techo después de que despilfarraste toda la fortuna de tu esposa.
Y
allí estaba su mirada, Henry clavaba sus ojos en mi madre como si fueran
puñales e intentara asesinarla sólo con las pupilas. Si ese poder realmente
existiera, las dos ya estaríamos muertas desde mucho antes. Pero mi madre era
muy diferente a mí, ella nunca se dejó amedrentar. Golpeaba el suelo con su
tacón y le devolvía una mirada mucho más dura e intimidante. Y luego, le
golpeaba con su chal tejido a mano hasta que lograba sacarlo de la habitación.
—
¡Yo te voy a enseñar… — iba un golpe — a respetar — le asestaba uno en el
rostro — a tus mayores! — y el golpe de gracia era el que lo sacaba por fin de
la habitación — ¡Mocoso malagradecido!
Henry
se iba de la casa refunfuñando por lo bajo y jurando mil maldiciones.
—
¡Ya me las pagarás, vieja bruja! — y se escuchaba el portazo violento.
Cuando
esto sucedía, no volveríamos a saber nada de Henry hasta el día siguiente. Yo
siempre pasaba la noche sola y preocupada.
—
No te angusties, hija — me decía mi madre al verme con los ojos enrojecidos —.
Apuesto que está seguro y feliz entre las piernas de su amante — mi madre era
algo tosca para decir las cosas, nunca mediaba sus palabras ni pensaba que
podía herirme con ellas, a pesar, de que ambas, sabíamos que siempre decía la
verdad.
Sí,
mi esposo no sólo era un derrochador de dinero, también me era infiel con
tantas mujeres como le fuera posible.
¡Ah,
qué infeliz era!, a veces deseaba que existiera esa máquina de tiempo como en
la novela de Wells para volver al
pasado y detenerme a mí misma en el día de mi boda. ¡Ah, qué dichosa me
sentiría de librarme de ese hombre malvado e inútil!
…
Fue
extraño, pero mi madre murió semanas después. La encontré debajo de las
escaleras. Por su posición y los golpes de su cuerpo, pude entender que había
caído desde el primer piso y rodó por los escalones hasta la entrada.
Ese
día lloré como nunca lo había hecho. No sólo lloraba la partida de mi madre, si
no también, que ahora estaría sola, completamente sola, con ese monstruo que se
hacía llamar mi esposo.
…
Y
así fue, tal como lo supuse, cuando el único ángel que me cuidaba partió, la
casa se convirtió en un infierno, y fue Henry el diablo que se encargó de hacer
de mi día a día una completa agonía.
Se
volvió completamente loco y violento, cuando después de visitar a un escribano
y este nos informara que él no podría recibir ni un solo peso de la casa y
bienes de mi madre, por una cláusula que hizo ella todavía en vida, su felicidad
por pensar que volvería a ser rico, se esfumó de inmediato y fue reemplazada
por ira y enojo, todo… canalizado sobre mí.
Esa
fue la primera vez que Henry me golpeó.
Si
antes le tenía miedo, ahora, su sólo nombre, su sola mención, su sola
presencia… me aterraba.
…
—
¿Así que tu madre te cuida después de muerta? — decía Henry con veneno en la
voz, mientras depositaba un plato de sopa que él mismo había preparado sobre la
bandeja.
Estaba
recostada en la cama y mi esposo se encargaba de cuidarme. Pues, hacía semanas
que me sentía descompuesta, mis fuerzas se extinguían lentamente y ni siquiera
sabía por qué. Sólo necesitas descansar,
decía Henry, duerme y mañana amanecerás
recuperada. Todas las noches decía lo mismo, y mis vanas esperanzas se
veían flaquear cuando despertaba aún más enferma que el día anterior.
—
¿Así que yo no podré ver ningún peso de tu herencia?, me parece un poco injusto
siendo tu esposo, ¿no crees? — decía mientras acercaba otra cucharada de esa
hedionda sopa casera a mi boca, cual no me atrevía a rechazar por temor a las represalias.
—
Lo siento — era lo único capaz de decir, aunque por dentro me alegraba que este
diablo no viera ni una sola moneda, si él tuviera acceso a la propiedad, esta
ya la hubiera perdido desde hacía rato a causa de sus vicios y malos
hábitos.
Cuando
Henry se aseguraba que en el plato ya no quedaba ni una sola gota de sopa por
beber, salía de la habitación y me dejaba sola hasta la siguiente hora de
comer.
…
Nunca
supe cuál fue mi enfermedad, y Henry tampoco llamó a un doctor.
—
No es tan grave, en unos días más te recuperarás — decía siempre que le pedía
por un médico.
Fue
esa noche, la peor de todas y la recuerdo como una congoja perpetua, la revivo
en mis recuerdos, una y otra vez, atormentándome constantemente, en la piel y
en la mente.
Mi
piel ardiente, quemante como un infierno.
La
jaqueca, punzante, sentía como si fuera un hierro hirviendo que se hundía en mi
frente.
Mis
pulmones, colapsaban con cada inspiración, el aire no entraba, me estaba
ahogando.
Henry
acudió a mi lado y tomó mi mano en un signo de consuelo.
Al
principio me alegré, al pensar que incluso en momentos así, tenía un poco de
humanidad en él y un pequeño rezago de sentimientos por mí. Pero si mi dolor le
angustiaba, ¿por qué sonreía?
Esa
noche creí que moriría.
No
sé en qué momento de la noche, pero el dolor que aquejaba mi cuerpo completo me
venció y caí inconsciente.
…
A
la mañana siguiente, cuando el dolor menguó hasta desaparecer por completo. Una
voz conocida, que hacía mucho que no escuchaba, me despertó.
—
Despierta, hija.
Abrí
los ojos de manera veloz.
Esto
debía ser un sueño.
Busqué
con la mirada a la dueña de aquella voz familiar. Allí estaba, mi madre, en una
aparición completamente perfecta. Todo en ella era tal cual la recordaba. El
tono de piel, el color de su cabello, cada pequeña mancha en su rostro y arruga
en su cuerpo, todo, todo estaba allí.
Llevé
mi mano a mi frente para comprobar que todavía no tuviera fiebre. Pensaba que
la alta temperatura podría ser el motor de esta realista alucinación.
Frío.
Mi
frente no tenía ni una pizca de calor.
Entonces
no era una alucinación. Mi madre era real, y estaba, ahora, ante mis ojos.
—
Hija, lo que te ha dicho Henry es todo mentira. Yo no me caí de las escaleras.
No fue un accidente, fue él quien me empujó.
Abrí
la boca a causa de la incredulidad.
Me
costó procesar aquella información de primero. Pero tenía sentido, siempre
había sospechado de la muerte de mi madre. Una caída por las escaleras, era una
muerte común, pero se vuelve sospechosa si tienes al mismo diablo asechándote
día y noche.
—
Él está enojado porque no puede compartir la herencia conmigo.
—
Lo sé — respondió mi madre y se sentó en la cama junto a mí. Sonreí cuando su
mano se posó sobre la mía en un signo de amor maternal. Su presencia era tan
real, nunca me dejó. Henry tenía razón, seguía cuidándome incluso después de
muerta. Supuse que ahora podía verla por haber sufrido un episodio que me llevó
cerca a la muerte —. Me alegro de haber colocado esa cláusula en mi testamento.
No quería que vuelva a quitarte todo lo que tienes y una vez más te vieras en
la calle.
—
¿Es segura esa cláusula? — le pregunté.
Ella
negó suavemente.
—
Sólo hay una manera de romperla.
…
Después
de mi recuperación, Henry se veía más alegre y vivaz. Ya no pasaba mucho tiempo
en la casa, pero cuando lo hacía, ya no me gritaba ni maltrataba.
A
pesar de que ya no era tan diablo como antes, mantuve en secreto que podía ver
a mi madre y hablar con ella. Creí que, si se lo contaba, él se burlaría de mí
o se enojaría por volverme loca.
Yo
estaba feliz, creía que eso se debía a mi enfermedad. Tal vez, al pensar que
pudo perderme, decidió cambiar su trato hacia mí y ser un buen esposo por fin.
Estaba
tan feliz, que solía adularlo constantemente, sentía que se lo merecía por ser
bueno conmigo.
Eso huele delicioso.
Esa corbata te hace ver
más atractivo.
¿No crees que hoy es un
hermoso día?
¡Qué te vaya bien! ¡Te
extrañaré mientras no estás!
¡Ten cuidado de camino a
casa!
…
Con
el pasar de los días, noté que algo extraño pasaba.
Henry…
su actitud conmigo. Algo andaba mal.
…
Un
par de días después entendí qué era lo que andaba mal.
Un
hombre y una mujer llegaron a la casa. Al principio, creí que se trataban de
amigos de Henry, pero supe, de manera desgarradora que no lo eran.
Henry
los llevó por toda la casa. Y la pareja lo siguió con los brazos entrelazados.
La mujer se veía muy entusiasmada en el recorrido.
—
Me gusta, querido — dijo ella.
—
A mí, también. Es justo lo que estamos buscando — le respondió su esposo.
Henry
amplió una enorme sonrisa en su rostro al escuchar la conversación ajena.
—
Me alegra que estén interesados en comprarla.
—
Por supuesto, nos encanta la casa.
No
lo entendía. ¿Por qué Henry estaba haciendo esto? ¡Él no podía hacer esto! ¡La
cláusula se lo prohibía!
—
Pero, hay algo que no comprendo… — dijo de repente la mujer y Henry la escuchó
con atención, al igual que yo —. ¿Por qué alguien quisiera vender una casa tan
hermosa?
—
Esta era la casa que compartía con mi esposa, y ahora que… — se lleva una mano
al rostro fingiendo pesadumbre — ella está muerta, pienso venderla.
Mis
ojos se abrieron por completo.
¿Qué?
¿Qué
diablos estaba diciendo?
Giré
a ver a mi madre, ella me sostuvo la mirada de manera implacable, pero no
contestó nada, sólo se dedicó a escuchar las palabras de mi esposo.
—
Oh, lo entiendo. Debe ser muy duro con todos los recuerdos que debe guardar
esta casa de ella — agregó el hombre para terminar con el silencio.
Ya
no pude escuchar más nada. Las palabras que proferían las personas me supieron
lejanas e indescifrables.
Me
alejé de la escena sintiendo que mi mente era asediada por una nube de
confusión.
Me
sentía consternada y dolida. Nunca creí que algo así pudiera suceder
conmigo.
—
Sólo había una manera de invalidar la cláusula de que la casa no pudiera
venderse — habló mi madre, yo la miré abrumada —, esta regía mientras tú
estuvieras con vida.
Él…
él… el diablo había… me había. ¡No podía decirlo!
Azoté
la puerta y salí de aquella habitación como si fuera llevada por una ráfaga de
aire.
La
mujer gritó.
—
¿Qué fue ese ruido? — preguntó asustada.
— No lo sé, el viento habrá cerrado la puerta.