27 de septiembre de 1849, Nueva York.
Un nuevo
monstruo había comenzado a habitar en mi hogar. Cada cierto tiempo me volvía a
suceder. Estaba acostumbrado. La única manera de deshacerme de ellos era
“aprisionándolos” en un papel. Pero no bastaba con poner su nombre en una hoja.
No, era mucho más complejo, debía darle un lugar, un tiempo y una historia en
la qué habitar. Con el gato negro había sido fácil. Con ese maldito cuervo que
repetía como loro “Nunca más” me había llevado un poco más de tiempo, y luego
estaba ese piso palpitante. ¡Era exasperante! Pero… ahora con Reynolds algo
andaba mal. Era la primera vez que no podía encerrar a una de aquellas
alucinaciones en el papel. Era extraño en demasía, generalmente al primer
intento funcionaba, pero con Reynolds había escrito decenas de relatos, y
Reynolds seguía allí, tan aterrador, acechante y molesto. Me estaba volviendo
loco. Lo había convertido en villano, en coprotagonista, en personaje
secundario, terciario, cuaternario, ¡incluso en el maldito protagonista!, pero
nada lo dejaba satisfecho. ¡Se negaba a meterse en el papel sin importar qué!
29 de
septiembre de 1849, Nueva York.
El insomnio
comenzó a hacerse presente. Era evidente con Reynolds mirándome fijamente,
junto a la cama, con sus ojos oscuros sin un ápice de brillo, sus dientes aterradores,
su piel de difunto, su cuerpo monstruoso y su voz… cada vez que lo escuchaba
respirar se me helaba la sangre.
— ¡Vete!
Déjame dormir, maldito monstruo. ¡Métete en el malnacido papel! — No había
caso. Reynolds era terco y cada día que compartíamos juntos, se volvía más
aterrador y exasperante.
Comencé a
escribir cartas a mis familiares y amigos, estaba desesperado, sentía que
Reynolds nunca me dejaría, que se quedaría vigilándome hasta el último aliento
miserable de mis días, y no quería que fuera lo último de ver en mi lecho de
muerte.
1 de
octubre de 1849, Nueva York.
A Maria
Clemm, en Richmond:
Durante
más de diez días estuve totalmente trastornado, fuera de mí, aunque no bebí ni
una sola gota; durante ese lapso, imaginé las calamidades más atroces. Fueron
sólo alucinaciones, consecuencia de un ataque como jamás había experimentado en
mis carnes, un ataque de mania-à-potu [delirium tremens].
2 de
octubre de 1849, Nueva York.
Llevo días
sin dormir. Puede que ello haya ocasionado que los demás monstruos escaparan.
Al estar débil, loco y poco cuerdo, los cuervos habían logrado fugarse de sus
prisiones de papel. Mi casa estaba plagada de emplumados negros que iban por
aquí y revoloteaban por allá. Me tapé los oídos, pero el graznido enloquecedor
se escuchaba por encima de mis manos. Me estoy volviendo loco. Ya no lo
soporto.
3 de
octubre de 1849, Baltimore, Maryland.
Ahora no
eran sólo los cuervos, el gato negro saltaba por las paredes, maullaba a la
noche, rasguñaba los muebles y brincaba sobre mí.
— ¡Basta!
¡Basta! ¡Deténganse! — Las paredes y el piso no dejaban de latir, de palpitar
como un músculo vivo.
Miré a mi
alrededor en busca de algo que pudiera serme útil. Mis ojos chocaron con los de
Reynolds. Me miraba fijamente con esos orbes negros espeluznantes. Estoy loco.
Corrí a la calle sin saber bien el curso que tomaba. Sólo podía pensar en
escapar de los monstruos. Los cuervos volaban y graznaban a mi alrededor. El
gato negro corría a mi lado, maullando como un desquiciado. Tenía que hacer un
esfuerzo casi sobrehumano para no tropezar con la acera que no dejaba de
palpitar a mis pies.
— ¡Basta!
Déjenme tranquilo.
Alguien se
acercó a mí. Creo que dijo algo, pero no pude entenderlo. Su imagen y palabras
parecían vedadas por una tela difuminada.
7 de
octubre de 1849, Washington D. C.
Estaba
recostado. En un pequeño lapso de lucidez pude entender que me llevaron a un
hospital. Estaba aislado, solo con mis monstruos y mi locura.
— ¡Reynolds!
¡Reynolds! — Creo que alguien me preguntó quién es Reynolds, pero yo no pude
responderle. Solo podía centrar mi visión en aquella bestia del demonio, que
estaba parada, inamovible, junto a mi camilla. Lo miré con furia, él había
ganado, sería lo último que vería antes de morir.
Este relato
de 689 palabras fue escrito para el “CONCURSO DE RELATOS XXXII Ed.CUENTOS MACABROS de EDGAR ALLAN POE”.
Como ya se
habrán dado cuenta, el protagonista del relato es el mismo Poe. Llevada por la
incertidumbre que existen en relación a su muerte, decidí escribir mi propia
versión, donde Poe fue “asesinado” por sus propias creaciones. Los hechos que
se relatan en el cuento están basados en hechos biográficos del autor:
Se sabe que
Edgar Allan Poe murió el 7 de octubre de 1849. Cuatro días antes de su muerte,
el 3 de octubre, Poe fue encontrado en las calles de Baltimore, Maryland, en un
estado delirante. Según Joseph W. Walker, la persona que lo encontró, el
escritor estaba «muy angustiado, y (...) necesitado de ayuda inmediata». Fue
llevado al hospital universitario de Washington, donde murió a las 5 a.m. del
domingo 7 de octubre. En ningún momento tuvo la lucidez necesaria para explicar
de forma coherente cómo había llegado a dicho estado.
La carta es
un fragmento real de su correspondencia con Maria Clemm, su suegra. Pero me
tomé la licencia de cambiar la fecha de esta carta para que coincidiera por el
hilo argumental del relato. La carta fue escita el 19/07/1849, unos meses antes
que en el relato.
¿Y quién es
Reynolds? Se dice que, en su agonía, Poe llamó repetidas veces a un tal
"Reynolds" la noche antes de su muerte, pero nadie ha sido capaz de
identificar la persona a la cual se refería.
Su muerte es
un real misterio en todas sus letras.