Jun se
encontraba camino a la prisión, según le habían reportado, debía encontrarse
allí de inmediato.
— ¿Qué
es lo que ha pasado? — murmuraba para sí mismo mientras apresuraba el paso.
Sus
ojos se ensancharon una vez que se encontró con la prisión, había sangre
recorriendo el piso de las celdas y manchando las paredes, ya no había
prisioneros, solo estaban sus cuerpos sin vida, con heridas que abrían su pecho
o cuello.
— Una
katana — susurró al ver la superficie fina de las heridas, cortadas
limpiamente, seguramente con una hoja metálica fina y afilada. Podía recrear la
escena en su mente, los ataques, la espada penetrando la piel, abriendo una
hendidura mortal en su víctima.
Jun
camino por el pasillo, encontrándose con la misma escena una y otra vez, todos
los prisioneros, sin excepción, estaban muertos.
— ¿Qué
sucedió aquí? — le preguntó a un soldado que había llegado antes que él. Este
al ver a su superior primero lo saludo, y luego se dedicó a contarle lo que
sabía.
—
Cuando llegamos ya todos estaban muertos.
— ¿Y
los custodios de la prisión? — dijo mirando detrás del soldado, donde se
hallaban dos hombres sentados sobre la pared, se los veía algo perdidos y
adoloridos.
— Los encontramos inconscientes.
No recuerdan nada, recibieron un fuerte golpe en la cabeza — respondió el
soldado.
Unos gemidos de dolor interrumpió
la conversación de los militares, los jadeos provenían de una de las celdas.
Jun corrió junto al soldado, hacía donde provenían aquellos lamentos. En la
celda se encontraba un extranjero, agonizando, mientras intentaba decir cosas
ininteligibles.
Jun se agachó junto al moribundo
y exigió una respuesta.
— ¿Quién fue?
— Black ronin… black…black
ronin…— el prisionero no dejaba de repetir aquellas palabras, mientras la luz
de la vida que albergaba sus ojos, se iba renando lentamente con cada nueva
respiración dada, hasta que finalmente murió, todavía con las palabras en la
boca.
— ¿Qué es un black? — preguntó el
soldado, quien no conocía la lengua del extranjero.
— No lo sé — confesó Jun
despreocupado — Pero por lo menos ahora sabemos que se trata de un ronin.
— Tukusama-sama, ¿Cree que el
asesino sea un villano o un héroe?
— ¿Héroe? — preguntó Jun
sorprendido.
— Todos los presos eran enemigos
del emperador. Tal vez esa sea su forma de llamar la atención del emperador. Actuando
como un justiciero.
Jun se quedó en silencio un
segundo, pensando en lo que acababa de escuchar.
Ahora mismo el reino estaba en
paz, las guerras habían terminado, el emperador había ganado la guerra pero
había perdido a su hijo en la batalla, y con él perdió a su heredero, ya no
había nadie que pudiera heredar su trono. Entonces, luego de llorar semanas en
el funeral de su primogénito, anunció a todos los reinos que conformaban su
imperio que había llegado a una decisión, aquel que se casara con su hija, se
convertiría en el siguiente emperador, pero él, el mismísimo emperador, sería
quien eligiera al esposo de su hija, por eso mismo todos los jóvenes ricos
querían resaltar de una u otra manera, para que el Rey los eligiera a ellos. Y
seguramente este incidente de la prisión llegaría los oídos del Rey. Y así fue
como sucedió, pero no solamente el emperador se enteró del misterioso ronin que
había matado a todos los presos políticos, sino que también su fama se
desparramó por los reinos, extendiéndose como una enfermedad mortal en un
cuerpo, su hazaña estaba en boca de todos, todos los habitantes se preguntaban:
¿Quién era aquel famoso Black Ronin?
Tukusama Jun, uno de los samurái de elite más reconocido y uno de los
hombres más allegados al emperador, luego de que toda esa fiebre con respecto
al Black Ronin estallara, había sido recomendado por el mismo emperador para
llevar a cabo una investigación sobre quien podría llegar a ser aquel fugitivo.
Solo tenía como pruebas la escena sangrienta que dejó, y el testimonio de los
custodios, que por cierto no era gran cosa, solo recordaban haber sido
golpeados por un samurái vestido de negro.
Con esa idea en mente se dirigió
al templo de samurái donde se encontraban los jóvenes más prometedores del
imperio, tal vez uno de ellos quería llamar la atención del Rey de aquella
manera.
— Tukusama-sama, ¡Bienvenido! —
Lo saludaron con una reverencia los jóvenes al verlo entrar.
— Continúen con su entrenamiento.
Los chicos obedecieron y
volvieron a sus anteriores tareas. Un veterano del clan se acercó a Jun.
— Jun-sama, tanto tiempo — Lo
recibió con una sonrisa, ambos habían sido compañero de batalla— ¿Qué te trae a
mi clan?
Jun observó a los jóvenes, eran
tres, cada uno singular a su manera.
— Cuéntame de los pretendientes.
El primero era un chico delgado,
se lo veía débil, pero veloz al mismo tiempo. Estaba practicando su puntería en
un blanco circular, y todas las flechas caían dentro del primer círculo.
— Él es Shimizu Masaru, su
técnica con la espada es muy mala, pero realmente destaca con el arco y flecha,
además tiene una inteligencia sobre el promedio.
El segundo aprendiz, era parecido
al anterior, solo que algo más alto y corpulento, estaba sentado en una mesa
leyendo unos pergaminos con mucha atención, mientras tomaba apuntes en otra
hoja.
— Él es el hermano de Masaru, Shimizu
Hideo, a pesar de que es bueno luchando, su fuerte es la medicina, sabe vendar
heridas y curar enfermedades.
— Eso es asombro siendo tan joven
— agregó Jun, contemplando al joven hundido en su estudio.
Y el tercer joven era distinto a
los anteriores, le rodeaba un aura algo oscura, y su manejo del arma y las
artes marciales era sorprendente.
— Ishinomori Isamu, es el hijo del Samurái
Legendario, que luego de terminar muerto en combate su hijo se convirtió en el pretendiente
favorito del reino, y la mayoría cree que él heredara el trono.
— ¿Es decir que su fama se
debe a su padre?
— En parte sí, pero no se puede
negar que es un luchador talentoso.
La conversación entre los dos
samuráis fue interrumpida por un joven, que luego de dar una reverencia, habló
para llamar la atención del anciano.
— He terminado de limpiar el
jardín.
— Muy bien. Ahora encárgate de
pulir las espadas de la armería. Que queden brillantes y relucientes, tanto que
pueda ver mi rostro reflejado en su metal.
En el rostro del joven se plasmó
una expresión difícil de interpretar y luego de hacer una reverencia caminó
hasta la armería más cercana, tomó una naginata y procedió a limpiarla con un
trapo, frotaba el metal de la hoja, como si su vida dependiera de ello.
— ¿Y ese chico?, ¿También es tu
aprendiz?
— ¿Quién?, ¿Eiji-kun?, por
supuesto que no — se mofó el viejo samurái conteniendo una carcajada.
Jun le envió una mirada
analizadora al joven, era delgado, pero se veía que era fuerte, y su mirada
irradiaba fuego, como si en su interior se estuviera quemando un sentimiento de
hambre de lucha.
— Es el hijo de Niimura-sama.
— ¿El traidor?
— Sí, luego del ritual seppuku de
su padre, Eiji-kun ha insistido en unirse al clan, pero no es más que un
chiquillo pretensioso, la traición se reciente en su sangre, no es alguien que
inspiré confianza.
— En otras palabras no es más que
un vagabundo. Un ronin.
— Trabaja duro, eso no lo voy a
negar, pero no creo que este a la altura. Una persona como él no haría más que
traer deshonra a nuestro clan.
Jun miró al chico, su misión era
encontrar a Black Ronin, y todos eran sospechosos, ¿Acaso este chico podría
llegar a ser quien buscaba?, pero él no era el único, miró al prodigio del
clan, Isamu-kun, provenía de una familia de largo linaje de los más grandes
samurái de la historia. Pero con mirar no podía hacer más que conjeturas que no
llevaban a ningún lado, necesitaba conocer a los jóvenes más de cerca, y su
instinto le decía que entre ellos se encontraba el samurái negro que estaba
buscando.
— Furukawa-sama, ¿Podría quedarme
unos días?
— Por supuesto — le respondió el
anciano con una sonrisa sincera — ¡Eiji-kun! — llamó de repente, al chico
vagabundo — Prepárale una habitación a Jun-sama, se quedara con nosotros unos
días.
— Por supuesto — el joven giró
encarando al samurái — por favor venga conmigo —le pidió con una reverencia.
Jun siguió a Eiji-kun por el
templo, hasta una habitación deshabitada. Estaba vacía a excepción de un futón
y unos viejos arreglos florales.
— Cualquier cosa que necesite, no
dude en llamarme.
Jun ignoró su hospitalidad, no
tenía tiempo que perder, quería hablar con él chico, esperaba sacarle algo de
información presionándolo un poco con una charla.
— Yo conocí a tu padre, Niimura-sama
— Jun pudo ver como la expresión en el rostro del joven había cambiado, estaba
teniendo el efecto que él esperaba — Luchamos juntos en las guerras, no puedo
decir que éramos amigos, pero me sorprendió mucho lo que sucedió, realmente
nadie se lo esperaba.
Jun se quedó en silencio unos
momentos, sin despegar los ojos del rostro de Niimura-kun, estudiaba todo de
él, cada palabra, cada gesto, cualquier cosa, por pequeña que sea, podía
servirle.
Eiji se quedó unos momentos en
silencio, no parecía estar pensando, sino soportando algo, como un sentimiento
profundo.
— No puedo defender a mi padre
por lo que ha hecho, traicionar al emperador. Es imperdonable. Pero a pesar de
haberse redimido y muerto con honor, las personas no olvidan que era un traidor
que vendió información al ejército enemigo — las palabras en la boca del joven
sonaron sin expresión o emoción alguna, como si estuviera hablando de un tema
irrelevante. Esto le llamó la atención a Jun, no podía decir si el chico estaba
fingiendo indiferencia o no. Era un joven misterioso.
— Su traición todavía te persigue
a ti, fuiste rechazado de todos los clanes, obligado a vagar sin un maestro, a
ser tratado como la escoria de un samurái con la esperanza vana que en un
futuro te acepten — Jun intentó provocar al joven. La respuesta que diera ahora
podría ser indispensable, podía delatarse a sí mismo, así que se abstuvo
siquiera de parpadear, clavó los ojos sobre el joven, esperando a su
reacción.
Eiji contestó de inmediato,
siquiera se detuvo a pensar una respuesta. Habló sin apartar la mirada del
samurái veterano, a pesar de que se dejaba basurear por todos, continuaba
manteniendo un aire de fortaleza que parecía ser inamovible de su persona.
— Es algo que no se puede evitar,
¿Cierto?
Jun se quedó atónito ante su
respuesta, esperaba que su respuesta fuera algo más violenta, pero fue todo lo
contrario, incluso sonó resignada. Así que se arriesgó con una última
pregunta.
— ¿Has escuchado del incidente en
la prisión?
— Por supuesto, ¿Quién no ha
escuchado sobre el misterioso Black Ronin?
Después de eso Eiji-kun se
despidió de Jun con una reverencia y desapareció en la noche.
La conversación que habían
mantenido había dejado a Tukusama pensando, apenas podía dormir, su mente se
llenaba de ideas y conjeturas, pero no podía quedarse con eso solo, todavía
debía investigar a los pretendiente, los tres jóvenes samuráis más prometedores
del reino, incluso del imperio.
A la mañana siguiente, Jun caminó
por el jardín, donde encontró a los hermanos Shimizu sentados debajo de un
cerezo. Jun se acercó hasta ellos y se sentó acompañándolos en lo que parecía
ser su desayuno. Era una buena oportunidad para rescatar información de los
jóvenes.
El hermano más joven le sirvió
té, mientras se aventuraba a comenzar una conversación.
— ¿Por cuánto tiempo se quedara Tukusama-sama
en nuestro templo?
— El tiempo que sea necesario —
respondió Jun — Hay algo que debo resolver primero.
— Mmm — el joven lo miró
fijamente, con la curiosidad brillando en sus pupilas. A simple vista se podía
notar que el hermano menor era mucho más sociable que su hermano mayor, quien
hasta ahora no había proferido ninguna sola palabra, se encontraba ensimismado
sobre el té que sostenía entre sus manos — Entonces es cierto que estas aquí
para investigar a los pretendientes — más que como una pregunta fue una
afirmación, como si el chico no necesitara escuchar la respuesta de Jun, porque
él solo ya lo había descifrado — Crees que uno de nosotros es el samurái negro.
Jun se sorprendió un momento por
la perspicacia del aprendiz, se lo veía tan joven, pero sus ojos brillaban con
una extraña inteligencia que nunca antes había visto. El chico parecía saber
más de lo que debía, o simplemente era bueno leyendo el ambiente e intuyendo
las situaciones.
— Eso trato de averiguar — respondió
Jun sin obviar sus intenciones, no tenía sentido mentir o esconder la verdad,
cuando Masaru-kun sabía muy bien que hacía él allí.
— Suerte entonces, no me gustaría
que un encapuchado se llevé el trono, cuando nosotros hemos trabajado tan duro para
ganarnos el favor del emperador — a pesar de que sus palabras sonaban sinceras,
Jun no pudo sacarse esa sensación de desconfianza que irradiaba el aura del
chico.
— Y ¿Tú? — dijo esta vez
dirigiéndose al hermano mayor — ¿Qué piensas de Black Ronin?
El hermano callado se vio
sorprendido e incluso confundido, como si acabara de llegar de un largo viaje,
miró a Jun con ojos enredados.
— ¿Quién es ese? — preguntó, su
voz era algo ronca y pausada, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por
proferir palabras.
— ¿Black Ronin?, ¿No has
escuchado de él? — se sorprendió Jun, aun que le constaba creerse la
desinformación del primogénito Shimizu, tal vez era su estrategia, fingir
desconocimiento para que no desconfiaran de él, ¿Cómo alguien que apenas sacaba
la vista de los libros era capaz de ser un luchador fugitivo?, ¿Pero si todo
era parte de su actuación?, ambos hermanos eran sospechosos a su manera.
— No, no lo he hecho — le
respondió, sin preocupación alguna por su falta de información sobre el tema. Al
parecer ni siquiera los rumores habían llegado hasta él.
Jun creyendo que no podría
sacarles más información, se levantó de la tierra y fue en búsqueda del
pretendiente que le faltaba interrogar, el favorito, que para él resultaba ser
el más sospechoso.
Lo encontró entrenando juntó a la
armería, golpeando un muñeco de madera con una tachi. Sus movimientos estaban
cargados de una fortaleza y brutalidad poco antes vista, cargando en cada golpe
una fuerza que lograba dañar el muñeco cada vez un poco más, que seguramente si
estuviera vivo, cada golpe podría ser mortal. Era realmente asombroso, podía
verse como la sangre había dejado en el aprendiz nada más y menos que la fuerza
de generaciones y generaciones de cientos de los mejores samuráis, formando lo
que era en ese momento, un niño prodigio, ahora un joven adulto realmente
temible. Pero había algo que en su entrenamiento fallaba, los ojos veteranos de
Jun lo percibieron al instante.
Isamu detuvo sus ataques cuando
se percató que Jun lo estaba observado.
— Realmente eres bueno — lo
elogió esperando a su reacción, no olvidaba para que había ido al templo.
El joven sonrió con
fanfarronería. No era más que un muchacho engreído, podía saberlo de solo verlo
sonreír de aquella manera.
— Mi maestro dice que me
convertiré en el mejor samurái de la historia — dijo sin una pizca de humildad.
Este chico comenzaba a irritarle.
— Tu maestro sí que te tiene en
estima.
— Por supuesto, de alguien como
yo, es lo menos que se podría esperar.
Jun no pudo detener una
carcajada. Es cierto que el chico tenía talento natural, pero le faltaba mucho
por aprender, eso lo sabía solamente de haberlo visto hacía un segundo al
entrenar.
— Tus golpes son demasiados
brutos — afirmó Jun al mirar las heridas en la madera del maniquí — Te falta
precisión, eres fuerte de naturaleza, pero la agilidad no es tu fuerte.
El rostro de Isamu-kun se
transformó, seguramente no estaba acostumbrado a recibir críticas semejantes.
Frunció el entrecejo, obviamente más que ofendido. Sentía que su orgullo corría
peligro.
— La fuerza lo es todo. Al final
siempre gana el más fuerte.
— ¿Estás seguro? — el joven no
cambio de parecer —Bueno en ese caso, no tendrías miedo de practicar contra mí,
¿Qué puede hacer un anciano contra un joven de fuerza semejante?
Jun tomó un tachi de la armería.
Y de un momento al otro chocaron metales. Jun podía sentir la fuerza de su
oponente en cada golpe a su espada, en como vibraba la hoja al bloquear cada
ataque. Realmente era fuerte, demasiado, pero sus ojos llenos de experiencia le
decían mucho de su oponente, veía cada espacio, cada movimiento brusco y poco
grácil, no necesitó más que un movimiento de espada para mandar a volar el arma
de su contrincante.
El metal del filo acarició el
cuello de Isamu, quien se estremeció al sentir el frio del metal. Había perdido
a los pocos segundos de encontrar sus espadas.
— Eres fuerte, sí, pero todavía
te queda mucho por aprender.
El joven hizo una reverencia a
modo de disculpa, se sentía avergonzado por sus palabras anteriores, nunca
había estado en una batalla de verdad, y sin embargo había creído que era
invencible. ¡Qué lejos estaba de la verdad!
— Levanta la cabeza — le ordenó
amablemente — No tienes que avergonzarte. De las derrotas te volverás mejor.
El aprendiz levantó el rostro,
mirándolo seriamente.
Ahora que Jun había puesto al
muchacho engreído en su lugar, tenía el camino libre para interrogarlo a su
antojo.
— ¿Qué opinas de Black Ronin?
— Qué no es más que un perdedor
cobarde, si quiere ganar el favor del emperador que no se disfrace y salga a
matar como un loco sin sentido. Que demuestre su fuerza y habilidades con la
cara destapada.
Esas palabras le habían dado una
idea a Jun, tal vez quien se escondía detrás de Black Ronin era nada más y
menos que alguien que no podía ganar siendo quien era. Pero ¿Quién era esa
persona?, ¿Quién era despreciado de esa manera para no ser tomado en
cuenta?
A la mañana siguiente Jun fue
despertado por los murmullos que corrían por el templo, un rumor nuevo había
aquejado a la ciudad y se había desparramado por el resto del imperio. Black
Ronin había vuelto a atacar, pero esta vez en un camino que era propiedad del
emperador. Había cortado la garganta a seis ladrones, que habían atacado al recaudador,
para robarle los tributos recogidos de los países sometidos después de las
guerras. Tributos que le pertenecían al Emperador.
Jun observó la escena en el
camino, el carruaje del cobrador había sido atacado. El recaudador y sus
guardias estaban muertos. Los ladrones fueron encontrados muertos tres
quilómetros más adelante. Según el relato de una campesina del lugar Black
Ronin los había interceptado y matado a todos en pocos movimientos. La anciana
no pudo verle el rostro por que llevaba un hoate, una máscara de metal que le
cubría el rostro, además tenía un jingasa que le apartaba el semblante entre oscuras
sombras.
Jun procesó toda la información
rescata, que por cierto no era de gran ayuda, no le decía nada nuevo del
samurái negro que ya no supiera. Se sentía abrumado y desesperado, parecía que
nunca podría llegar al final de esto. Y conocer a los pretendientes no le había
hecho más que llenarlo de dudas. Todos eran sospechosos. Y si Black Ronin se
encontraba fuera del templo, ¿Si estaba buscando en el lugar equivocado? Todas
estas dudas lo enojaban.
Acudió al palacio luego del
llamado del Emperador. El Emperador estaba furioso, no veía al samurái negro
más que como una amenaza, se negaba a seguir con este estúpido juego de
acertijos y fugitivos, quería ponerle fin a todo esto cuanto antes. Así que el Emperador
autorizó un duelo que se llevaría a cabo en el mismo palacio. Tenían tres días,
los pretendientes se enfrentarían contra Black Ronin en el patio del palacio, y
el ganador de ellos se convertiría en el esposo de su hija, por consiguiente,
como había prometido, heredaría el trono también.
La madrugada del tercer día
llegó, y toda la ciudad se había reunido en el patio del palacio, nadie se
perdería el duelo, solo esperaban que el samurái negro se presentara a tiempo.
Con la aparición de los tres
pretendientes la muchedumbre se encendió en vítores, cada uno alentando a su
favorito.
Los aprendices se posicionaron en
medio del palacio, con el sol despertando detrás de ellos, anunciando la
madrugada, arrastrando consigo la mañana. Todos estaban expectantes, todo el
reino, el Emperador, incluso Jun había asistido, esperaba ver a Black Ronin con
sus propios ojos.
El sol nació dorado en el cielo,
la madrugada culminó con el comienzo de un nuevo día, y los corazones excitados
se unían en una orquesta de palpitares sincronizados. Pasaron los minutos y el
samurái fugitivo tardaba en aparecer. Algunos murmullos comenzaron a brotar en
la muchedumbre, mientras la decepción florecía en Jun, ya que había albergado
la esperanza de que Black Ronin hiciera su aparición.
— ¡Como lo suponía! — irrumpió el
joven engreído en medio del murmullo — El fugitivo no era más que un cobarde.
¡No es dignó de enfrentarse conmigo!, ¡Ni siquiera se atrevió a presentarse al
duelo!
— No te adelantes, Ishinomori Isamu-kun
— Irrumpió una voz, era Black Ronin, quien miraba a los pretendientes desde lo
alto de la muralla del patio — No faltaría a mi propio duelo — Sonrió por
debajo del jingasa, todavía ocultando la mayor parte de su rostro.
— Al fin te dignas en aparecer
ante mí — habló el emperador parándose de su asiento desde donde era espectador.
Black Ronin con un ágil movimiento bajó de la muralla parándose en medio del
patio, donde todos los ojos podían verlo— No sé cuál es tu intención al
vestirte de esta forma, e ir impartiendo muerte donde nadie te ha llamado.
— ¿No es obvio? — preguntó Black
Ronin de manera irónica. Mientras llevaba su mano hasta su rostro. La máscara
que le cubría la mirada se desprendió y cayó al suelo, y luego procedió a
quitarse el sombrero en forma de cono, revelando por fin su identidad.
— Eiji-kun — susurró Jun para sí
mismo al ver el rostro de Black Ronin por primera vez, a pesar que siempre
había sospechado de él, sin embargo de igual manera se sorprendió al verlo,
envuelto en su armadura, con los ojos llameantes, nunca había visto a nadie con
una presencia igual.
—Niimura Eiji — lo reconoció de
inmediato el Emperador — Tu padre era un hombre con uno de los cargos más altos
en la milicia, sin embargo eso no le bastó. ¡Era un traidor!, y al parecer
puedo ver que su sangre pesa mucho en ti, saliendo a impartir muerte por tu
cuenta, sin mostrar la cara, no es una acción muy honrosa.
Eiji-kun frunció la mandíbula,
aguantando una parda de insultos que tenía para decir.
— He cubierto mi rostro para
demostrar que la sangre de mi padre no carga en mí, matar a los enemigos del
imperio es todo lo contrario a un traidor. No hago más que demostrar mi sincera
lealtad a su majestad. Si lo hubiera hecho con el rostro destapado seguramente
mis acciones hubieran tenido otra repercusión. Siquiera era tomado en cuenta
antes de convertirme en Black Ronin, yo solo hago esto para recuperar la honra
que se me fue quitada solo por ser hijo de mi padre, aun que él murió de forma
digna, sus acciones no han sido olvidadas, y pretendo, después de hoy, que lo
que ha hecho sea olvidado y ganar el orgullo que siempre merecí.
El Emperador se quedó en silencio
unos segundos, su mirada dibujaba una sensación excitada. Verdaderamente este
chico le había llamado la atención, tal vez era el heredero que estaba
esperando.
— Si querías recuperar tu honor
debiste haber muerto con tu padre — El joven engreído irrumpió en la
conversación, se lo veía furioso, se negaba a perder contra un ronin. Desfundó
su katana y con ella pretendió atacar a Eiji, pero el chico fue más rápido y
bloqueó su ataque con ambas katanas que portaba.
Isamu atacaba a Eiji como una
bestia rabiosa, impartía un golpe detrás del otro, sin medir sus acciones, solo
pensaba en cortar y matar. En cambio Eiji mantuvo la cordura, bloqueó cada
ataque satisfactoriamente, podía sentir como sus muñecas ardían a causa de la
fuerza de su oponente al chocar contra sus katanas. Su contrincante era más
fuerte, pero no le temía ni un poco, su padre lo había entrenado hasta el día
de su muerte, e incluso después de ese día nunca dejó de adiestrarse, se había
convertido en la basura del clan, no con la intensión de ser aceptado un día,
porque sabía que nunca lo admitirían, sino porque tenía un lugar donde
entrenar, cuando todos dormían, pasaba desvelado practicando sus movimientos,
sus ataques y mejorando su defensa, esperando a que este día llegara.
Esperó el momento justo, y cuando
vio en Isamu un espacio, contraatacó, rasgó la carne de la cintura de su
oponente, abriendo una franja roja que liberó un río carmesí. Pero el fanfarrón
no se rindió, volvió a atacar, pero su golpe poco certero lo puso en
desventaja, Eiji volvió a contraatacar de manera efectiva, abriendo una herida
en su hombro. Black Ronin parecía intocable, se movía con sutileza y agilidad,
ningún golpe parecía efectivo contra él. Al final la batalla terminó cuando la
katana de Eiji atravesó la clavícula del muchacho, no fue una herida mortal,
pero lo dejó fuera de combate.
Eiji-kun giró sobre su eje y
apuntó a los hermanos Shimizu con una de sus katanas, esperando a que le
atacaran, porque el duelo todavía continuaba, pero ninguno de los dos se movió,
estaban bastante aterrorizados como para hacer cualquier movimiento, la fuerza
y agilidad de Black Ronin los había sorprendido, y sabían que los superaba por
mucho, y que les sería imposible ganarle.
— Veo que tenemos un ganador—
irrumpió el Emperador.
Eiji-kun se arrodilló frente al
Emperador, quien lo miraba con las pupilas encendidas. Incluso Jun lo miraba de
igual manera, ahora lo veía bien, entendía que el chico siempre había poseído
esa aura, esa presencia que obligaba a los otros a respetarlo y admirarlo, sin
importar cual sea su pasado, su espíritu lo superaba en gran medida.
— Prometo cuidar bien de su hija,
y de no decepcionarlo al heredarme su lugar.
— Lo sé, Eiji-kun — le respondió
el emperador, sonriendo sinceramente, mientras un sentimiento de devoción lo
embargaba por completo.