Miró a su alrededor. Decenas de cuerpos desperdigados sobre charcos de sangre. Al entender que había terminado, una sonrisa sarcástica se formó en su boca. Reírse en esa situación le supo mal. Se sintió diferente, con un grado de humanidad menos a antes de entrar en ese lugar.
Metió su mano en su bolsillo, y de allí sacó la fotografía que guardaba. Acarició la imagen manchándola con sangre. Intentó limpiarla, pero solo la ensució más. Le había hecho una promesa a esa mujer, no, se había hecho una promesa a sí mismo: encontrar la mafia que le había arrebatado aquella mujer y, sintiéndose como un justiciero, llevaría a los culpables ante la justicia. Pero algo sucedió en el camino, el deseo de cárcel se convirtió en deseo de sangre; ni un culpable quedó vivo, él mismo acababa de asegurarse de que fuera así. Había vengado su muerte, pero ya no estaba seguro si era de la manera que ella hubiera querido. ¿Se decepcionaría de él?
Del bolsillo sacó una de las hojas del libro favorito de ella: “Quién con monstruos lucha, cuide de no convertirse en uno, porque cuando miras largo tiempo al abismo, él te mira a ti”, aquella frase lo había estado atormentando el último tiempo.
Miró otra vez la carnicería a su alrededor.
Con la misma arma que había dado muerte a esos monstruos, llevó el cañón a su frente y lo mantuvo allí.
Ahora el monstruo era él.
…