domingo, 10 de diciembre de 2023

El Costo

 


Existió una vez el estudiante más exigente. Sentía que incluso la nota más alta, el 10, no era suficiente para él. Pasaba noches enteras sin dormir y entrenaba su magia hasta que sus dedos se acalambraban y su frente presionaba dolorosamente. Siempre quería más, ser más poderoso. No le gustaba el ritmo de la academia de magia, y en pocos meses ya había sobrepasado a sus compañeros de aula en el manejo de los hechizos básicos. Ya los hechizos básicos no le eran suficientes.

Un profesor lo vio tomando libros de la biblioteca para estudiantes avanzados, y después de eso apostó por los hechizos más peligrosos. Se acercó a la mesa del estudiante con preocupación, y no pudo evitar advertirle: "La magia no es un arte que debamos manejar sin cuidado. Seguimos siendo humanos, y como humanos hay cosas en el mundo que nunca debemos ver". El alumno asintió para dejar a su profesor tranquilo, pero, en su mente, desoyó las sabias palabras del instructor y decidió llevarse el libro hasta su habitación. Allí continuó con el exhaustivo entrenamiento mágico.

Consumió las páginas de aquel libro arcaico, una tras otra, memorizó los conjuros y conjuró los hechizos hasta la obscena perfección.

Con el paso de las semanas, se volvió una celebridad en su salón. Sus compañeros estaban embelesados con la puesta en escena de los nuevos hechizos aprendidos. El único que no vio aquella imagen con buenos ojos fue el profesor, pero mantuvo silencio. El joven estudiante había llegado a una obsesión sin retorno. “La magia es como una droga. Tengan cuidado con ella, o los consumirá”, esas eran siempre las palabras que les decía a los estudiantes en el primer día de clases. Por supuesto, siempre había un alumno que quería hacer las cosas a su ritmo y no al de la magia.  

La noche fatídica llegó, encontrando al novicio leyendo un conjuro, el más complejo que una vez leyó. El hechizo prometía abrir los canales mágicos. “La magia ya no tendrá diques y fluirá como río sin escollos”, leyó el estudiante y creyó entender que el hechizo, no solo lo convertiría en el mejor estudiante, sino en el mejor mago del mundo mágico.

No esperó más para comenzar a recitarlo. Realizó los preparativos correspondientes y centró su mente en aquellas runas cargadas de misteriosos y añejos secretos. Pudo sentir como, a medida que leía, la magia lo poseía; sus venas palpitaban y el icor mágico se liberaba. Poderes que nunca creyó que podrían existir comenzaron a ser visibles ante sus ojos, podía verlos, podía entenderlos. Tenía ante sus ojos toda la verdad.

El novicio se sentía dichoso y lleno de orgullo. Pero algo salió terriblemente mal. La magia liberada era demasiado, incluso para alguien como él. Intentó ordenarla, controlarla e incluso sosegarla, pero sus intentos eran en vano; la magia que ahora anidaba en él comenzaba a desbordarse de su limitado contenedor humano. Un cuerpo humano nunca podría soportar o albergar poderes tan inmensos y divinos.

Un enorme resplandor de luz, engendrado por la magia misma, se escapó del conjuro frente a sus ojos y llenó la habitación como si de un relámpago se tratara. Aquella luz era voraz, consumía todo a su alrededor, escuchó como sus libros comenzaban a incendiarse y su cama crujía bajo la presión mágica. Lo más desgarrador fue el grito que salió de su garganta, pero el dolor de una garganta desgarrada no era nada comparado con el fuego que había comenzado a abrasar su rostro y sus ojos. No podía ver nada, la luz lo había cegado y el fuego lo estaba consumiendo.  

Ante aquel estruendo, sus compañeros y el profesor acudieron a la habitación. “Manténganse alejados”, dijo el profesor, horrorizado al ver que la habitación de su problemático estudiante estaba envuelta en una luz mágica y en un fuego hambriento.  “Extínguete”, les ordenó a las llamas y estas obedecieron ante su presión mágica.

Entre escombros y cenizas, encontraron al novicio rebelde, estaba entero, a excepción de sus ojos que ahora estaban quemados, dejándolo completamente ciego.

Había visto aquello vedado a los humanos, y cargaría el costo de su desobediencia en el estigma de su ceguera.


...


Este relato participa del Concurso de relatos 39ª Ed. Harry Potter y la piedra filosofal de J. K. Rowling