Una loba
madre se despertó en medio de la lluvia. Escuchó un sonido que resaltaba sobre las
gotas que caían del cielo, era un llanto como nunca había escuchado antes, era
agudo, fuerte y sonaba desesperante. La loba antes de salir, revisó a sus
cachorros que dormían pacíficamente, y mientras salía de la cueva fue perseguida
por los ojos expectantes del macho alfa, quien la observaba a la distancia, inmóvil
pero curioso.
La
loba hizo uso de su oído y de su olfato, y estos sentidos la llevaron hasta una
criatura que desconocía. Era un cachorro de piel calva y rosada que lloraba con
la boca abierta y la palma de las manos apretada fuertemente. La loba recogió
al cachorro de las mantas que lo envolvían, procurando hacerle el menor daño posible.
Y de esa manera lo cargó de vuelta a la cueva.
Toda
la manada se despertó al sentir un nuevo aroma invadir la cueva. Inspeccionaron
a la criatura con su olfato registrando así el aroma del nuevo miembro de la
manada.
El
macho alfa miró al cachorro con desconfianza mientras lo rodeaba acechante, recibió
de su pareja un gruñido amenazante que lo obligó a detenerse. Y eso fue
suficiente para que el cachorro que había recogido la hembra alfa sea aceptado
en la manada.
Los
meses pasaron y el cachorro crecía más lento que sus otros dos hermanos. Los
cachorros de la loba ya podían caminar y correr, sin embargó, el cachorro
salvado de la lluvia no hacía más que llorar y beber la leche de su madre
adoptiva. Recién estaba aprendiendo a moverse, se sentaba en su lugar con
dificultad, y a veces se arrastraba unos centímetros intentando seguir a su
madre cuando salía de la cueva, pero sus esfuerzos eran en vano, porque con la
fuerza que poseía en ese momento nunca podría seguirla afuera, y ese era motivo
para llorar durante varias horas hasta que la loba decidía volver. A la noche
la cachorra no pasaba frío, porque era abrigada por el espeso pelaje de sus dos
hermanos y de su madre, incluso a veces la pareja de la loba se acercaba a hacerle
compañía, generalmente pasaba sólo en las noches más frías.
La cachorra
creció hasta convertirse en una niña, ya era capaz de moverse por sí misma, y
de seguir a fuera de la cueva al resto de la manada cuando salía de caza, ella
no podía participar, pero los miraba desde la distancia. Tampoco podía comer la
carne cazada muy seguido porque le daba dolor de estomago y vómitos, por eso
mientras la manada cazaba, ella se dedicaba comer algunas frutas que encontraba.
Solía comer lo mismo que comían las liebres o los pájaros, porque esa era su
seguridad que esa fruta no le haría mal, eso lo había aprendido luego de
mordisquear una fruta de un horrible sabor, que la dejó varios días sin poder
salir de su cueva porque sentía mucho sueño y mucho calor en todo su cuerpo,
tanto que por un momento pensó que moriría, pero por suerte pudo recuperarse y
volver a salir con su familia.
Una
tarde, mientras se preguntaba por qué sus hermanos ya eran adultos y ella todavía
seguía siendo una niña a pesar de que ya había vivido varios inviernos, salió a
recolectar algo para comer, y fue allí cuando se encontró con una hermosísima
ave, de muchos colores, y con una voz que la cautivó por completo. En esa tarde
descubrió el canto, intentó imitar al ave, y se dio cuenta que no podía hacerlo,
no sabía cómo copiar su voz melodiosa y aguda, pero se dio cuenta que ella podía
cantar a su manera, sentía su garganta vibrar cada vez que copiaba el estilo de
canto, y la ave le respondía en cada intento. Fue divertido, y cuando supo que
ya había pasado el tiempo que necesitaba la manada para cazar, volvió en dirección
a la cueva, se encontró con la manada en el río que quedaba a unos metros de la
cueva, estaban saciando allí su sed luego de correr detrás de una presa.
Los
lobos al verla llegar se alegraron enormemente, corrieron hasta ella y saltaron
felices para recibirla, sus hermanos le lamían las manos, y su madre se acercó
hasta ella, la niña le acarició el lomo repetidas veces, mientras su madre le
rozaba el hocico cariñosamente contra su hombro.
La niña
se sentía feliz y amada. Y con una sonrisa en sus labios, toda la manada volvió
a la cueva para protegerse del frío de la noche.
Desde
ese día la niña no dejo de cantar, y descubrió que cada vez que cantara los
lobos iban hasta ella, donde fuera que se encontraba, una vez subió por el río
hasta que ya no divisó la cueva, y fue allí que comenzó a cantar, y toda la
manada no tardó en encontrarla, y cuando la vieron, sus hermanos saltaron sobre
ella para demostrarle su afecto. Ella se
carcajeó al sentir las cosquillas de la lengua de los lobos sobre su rostro.
Incluso una vez subió a un árbol muy alto y desde allí cantó, esta vez la
manada tardó más en encontrarla, pero cuando lo hicieron se pararon sobre el
tronco del árbol aullando en su dirección. Era un juego divertido de busca y
encuentra, el cual la niña nunca se cansó de jugar.
Un día
algo gris, que amenazaba con aparecer con una tormenta en cualquier momento,
ella se encontraba acariciando el cuello del macho alfa quien recibía las
caricias gustosamente. Aquel macho tenía una personalidad algo difícil, al
principio no la aceptaba, incluso a veces le gruñía cuando intentaba acercarse
a él, pero la niña se terminó ganando su afecto, ahora se dejaba apapachar con
frecuencia, e incluso la acompañaba todas las mañanas cuando salía al río a
tomar agua para protegerla, eso lo hacía desde esa vez que la había atacado un
oso, y había sido el alfa quien la había defendido primero. Desde ese momento
su relación había cambiado para mejor.
Ese día
la niña notó que las cosas andaban medias extrañas, el bosque estaba más silencioso
que de costumbre y se sentía como si una presencia que no fuera bienvenida se estuviera
infiltrando en territorio que no le pertenecía. Ella se dio cuenta que no era
la única que sentía esa extraña presencia, porque la manada se encontraba inquieta.
Unas
voces que nunca había escuchado antes le llamaron la atención. Tanto que se
levantó de donde estaba para seguir esos desconocidos sonidos. Se escabulló por
el bosque hasta que encontró la fuente de aquellas voces, eran seres que
caminaban erguidos, y al igual que ella tenían la piel calva y rosada. Se asustó
cuando esos seres descubrieron su presencia, dijeron algo en su dirección pero
ella no entendía lo que decían. Una de esas criaturas la tomó con fuerza por el
brazo y fue cuando comenzó a gritar asustada, tenía miedo que la lastimaran,
que la mordieran, como había hecho antes el oso con ella. El lobo alfa salió de
entre los árboles al momento de escucharla gritar, y no perdió tiempo en saltar
sobre la criatura que había asustado a alguien de su manada. Cayó sobre esa
bestia y le hundió los dientes en el brazo. La bestia gritó con fuerza y golpeó
al lobo con una patada en el vientre, pero a pesar del dolor que pudo sentir se
volvió a levantar, y esta vez le mordió los pies. El gruñido del lobo fue
apagado con un fogonazo de un tubo metálico, y un pequeño agujero se abrió en
el costado del alfa, dos fogonazos mas cayeron sobre el alfa malherido, y al
cuarto el animal dejó de moverse. La niña comenzó a llorar, ella no entendía lo
que había pasado, pero sabía bien lo que era la muerte, la había visto miles de
veces, en las cacerías, en las peleas de territorios, por eso podía saber que
el alfa estaba muerto, y ese conocimiento causó tanto dolor en ella que no podía
detener las lagrimas.
Esas bestias
asesinas volvieron a tomar a la niña a pesar que ella se resistía, gritaba y
lloraba, pero ella no tenía fuerza que medir contra ellos, ella seguía siendo todavía
un cachorro.
La llevaron
a un nuevo lugar, y la introdujeron en nueva manada, al principio no hacía mas
que llorar, e intentar escaparse de nuevo con su verdadera familia, pero esas
bestias le impedían irse. La vistieron, la bañaron, la alimentaron, le enseñaron
a hablar y un montón de cosas, como a contar, el nombre de los colores y los días
de la semana. Al principio se resistía, pero con el pasar de dos años lentamente
comprendió lo que sucedía. Ella no era un lobo, ella pertenecía a ese lugar,
con seres de su misma especie, tenía una nueva familia y nunca volvió a pasar
frío, pero sin embargo todavía extrañaba a la manada.
Una
noche luminosa, donde la luna se hallaba entera y radiante en el firmamento,
escuchó a lo lejos unos aullidos conocidos. No esperó más, escapó por la
ventana, y corrió alejándose de su casa, la cual quedaba a un quilómetro del
bosque donde había sido rescatada. Y allí miró al cielo estrellado, y ampliando
su pecho de aire, cantó como antes acostumbraba a hacerlo. Sintió su garganta
vibrar nuevamente, cantó tan fuerte que le dolieron los oídos y su voz se podía
escuchar a la distancia. Sus ojos se aguaron en pesadas lágrimas. El canto los
llamó, y como siempre ellos acudieron a encontrarla. La manada salió de entre
los árboles y corrieron hasta ella. Allí estaban todos los de la manada,
incluso sus hermanos y su madre, solo faltaba el alfa. La rodearon felices,
corrieron, saltaron, le lamieron las
manos y el rostro, mientras ella los abrazaba y les acariciaba las cabezas. Estuvo
así más de una hora, hasta que escuchó su nuevo nombre ser llamado. Ella giró
la cabeza y se encontró con su familia humana que la estaba esperando a la
distancia. La niña se volvió a despedir de su manada con decenas de caricias, y
luego corrió hasta los padres que la esperaban, ambos la tomaron de cada mano y
volvieron caminando a su casa.
Todos
los años en la misma temporada, la manada volvía al bosque, y por las noches respondían
al canto de la niña, salían a su encuentro y se veían por un par de horas,
cuando llegaba el momento de marcharse, la niña sabía que no volvería a cantar hasta
el próximo año.