La llave de metal cobrizo era
fría al tacto, el óxido se aferraba a su
metal como un parásito. La miré extrañada, parecía un chiste de muy mal gusto.
— ¿Mi abuelo… — pregunté
incrédula — … me dejó su mansión?
Corrección: Me había dejado todo
lo que tenía, su monstruosamente enorme casa, su negocio y taller de muecas,
junto con una abultada cuanta bancaría. Con esta fortuna no haría falta ni que
busqué esposo, podía vivir tranquilamente hasta el lecho de mi muerte.
Me paré frente a la enorme
casona, la miré con ojos nostálgicos, la última vez que había estado aquí fue
cuando era una pequeña. Me había mudado de Londres con mis padres a los diez
años, y desde entonces no había vuelto a ver a mi abuelo, siempre recibía sus
cartas, pero no era lo mismo. Y ahora volví, llegando justo para su funeral.
Una dolorosa despedida.
— Gracias, abuelo — musité para
mí misma, con una sonrisa en el rostro, mientras abrazaba la llave contra mi
pecho, sintiendo el calor del amor que mi abuelo alguna vez me brindó.
Abrí la verja, escuchando su
agudo chirrido al correrse a un lado, haciéndome espació para pasar. Caminé por
el sendero de piedra, sintiendo el ambiente muy diferente a como lo recordaba,
ya no estaba aquella sensación acogedora y cálida, de simpatía y cariño, que
brindaba la presencia de mi abuelo. Ahora no sentía nada de eso, todo se veía
frio y oscuro, ni siquiera había una brisa que avivara la vegetación.
Metí la llave en la cerradura de
la puerta principal, y al girarla, escuche como el mecanismo interior giraba
hasta destrabar la puerta.
Si afuera se veía desolado,
dentro de la casa era aun peor. Los muebles estaban ocultos detrás de sabanas y
cortinas blancas, el piso estaba cubierto por una débil capa de polvo, señal de
que la casa estaba siendo deshabitada desde hacía un tiempo.
Subí las escaleras de madera, en
dirección al segundo piso, mientras me dejaba llevar por una ola de recuerdos,
como cuando sentada juntó a la chimenea, recibía mi primera muñeca de
porcelana, obsequio confeccionado por mi mismo abuelo.
Me paré frente a una puerta que
reconocía muy bien, era el taller personal de mi abuelo, él era de los hombres
que amaban tanto su trabajo que se lo llevaban a su casa. Abrí la puerta
lentamente, encontrándome estantes de muñecas, con sus finos trajes de seda, y
sus pieles de porcelana perlada. Otras estaban aun sin terminar, se hallaban
sobre el escritorio, junto a las herramientas. Caminé hasta dicho escritorio y
comencé a revolver los cajones, sólo por curiosidad. Mis ojos encontraron un
diario, de tapa azul, lo tomé entre mis dedos, y lo admiré un momento antes de
abrirlo, allí podría encontrar cierta privacidad de mi difunto abuelo, tal vez
por un pequeño momento, si leía su diario, podría sentirlo vivo.
Abrí el diario en una página al
azar. Era un diario de trabajo, había diseños de muñecas algunos textos al
azar, como recordatorios o ideas a desarrollar. Pero a mitad del diario, el
contenido cambiaba drásticamente.
— 6 de agosto de 1735: Mis ojos
todavía no pueden creerlo. Apenas puedo confiar en lo que he visto. Los
fantasmas no existen— me quedé en
silencio un momento, procesando lo que acababa de leer. Antes de armar una
conjetura al respecto en mi cerebro, preferí continuar con la lectura del
diario — 13 de agosto de 1735: No fue un error. Realmente lo había visto. Hay
un fantasma en mi casa. No parece peligroso, pero si muy triste y solitario.
Las siguientes páginas mostraban
modelos de lo que parecían ser un nuevo muñeco, que estaba titulado como Jeb, pero
lo que indicaba las medidas y otras características, se salía de lo
convencional. ¿Qué pretendía hacer? Un escalofrió recorrió mi espalda,
obligándome a cerrar el diario. Dejé el cuaderno sobre el escritorio de madera,
y giré sobre mi eje, hasta encontrarme con la última cosa que no había
inspeccionado en la habitación.
Caminé en su dirección, y tirando
la cortina blanca que lo cubría, lo descubrí, al verlo, un grito se ahogó en el
fondo de mi garganta. Un cadáver.
Cuando lo volví a ver con más
detenimiento me di cuenta que no se trataba de un cadáver, estaba en muy buenas
condiciones para ser uno. Tal vez estaba dormido o algo por él estilo. Di un
paso hacía él, con el corazón palpitante en el fondo del pecho, él miedo calaba
por debajo de mi piel, erizándola. Todo era tan extraño.
Toqué con la punta de mi dedo, la
piel de su rostro, percatándome de esta manera que no estaba muerto, ni tampoco
vivo, y mucho menos durmiendo. Era un muñeco de porcelana, pero se veía tan
real que parecía real. Era la figura de un joven, de cabellos azabache y
brillosos, su piel era perlada, y su cuerpo, su ropa, todo estaba tan bien
confeccionado, que parecía que en cualquier momento podía levantarse y decirme
algo. Incluso las facciones de su rostro eran impecables. Mentón fino, nariz
respingada, pómulos hinchados, labios de curvas profundas, parpados suaves y
pestañas largas. Tenía los ojos cerrados, como si ocultaran un secreto, un
tesoro.
Mis dedos acariciaron su rostro,
comprobando por segunda vez que lo que mis yemas tocaban no era piel humana,
sino una porcelana muy fina y poco común. Mis dedos bajaron por su cuello,
hasta encontrar detrás, en su nuca una abertura. Lo corroboré con mis ojos, se
trataba de una cerradura.
Tomé el diario nuevamente, y
comparé los bocetos del muñeco con la figura delante de mí, eran el mismo
muñeco, al parecer este era el último modelo en el que trabajaba mi abuelo. Y
debo decir que hizo un gran trabajo. Era un muñeco estupendo y hermoso. En la
tapa al final, me percaté que había una llave
pegada. La arranqué del diario, y mirando al muñeco con algo de recelo,
debo decir que me daba miedo darle cuerda. Pero finalmente lo hice, tomando
coraje, ignoré mi corazón palpitante, e introduje la llave en la cerradura de
su nuca, le di tres vueltas y retiré la llave. Preparándome para lo que lo que
pudiera suceder.
Pasó un segundo, dos y tres, no
pasó nada. Parecía que mi abuelo no había terminado su último proyecto. Una
lástima.
De repente el muñeco abrió sus
ojos.
Me quedé sin habla, y un calor
ascendente quemó mi cuerpo, caminé hasta la pared opuesta, mirando al muñeco
con miedo. Eso fue aterrador.
Sus ojos eran de un color irreal,
eran tan claros que parecían ser de hielo. Giró sus pupilas hasta localizarme,
me miró por unos segundos, estudiando todo mí cuerpo hasta que se detuvo en la
llave que llevaba en las manos, fue entonces que se levantó de su asiento en un
grácil movimiento.
Sentía mis manos pegajosas por el
sudor, y mis rodillas estaban perdiendo fuerza a causa del miedo que causaba el
muñeco en mí. ¿Qué era esto?
El muñeco lo que hizo a
continuación me dejó sin habla, realmente no lo esperaba. Me hizo una
reverencia y habló.
— Mi nombre es Jeb. Mi anterior
dueño murió, por eso caí dormido hasta encontrar un nuevo amo.
¿Jeb?, llevaba el mismo nombre
que el título de los bocetos. Pero eso no era lo más impresionante, el muñeco
me había hablado. Un muñeco de porcelana a escala humana estaba hablando, era una
situación totalmente irreal.
Esto debía ser una pesadilla.
Estaba segura. Una muy mala y horrible pesadilla.
El muñeco dio un paso en mi
dirección y volvió a abrir su boca de porcelana para proferir palabras.
— ¿Puedo conocer el nombre de mi
nueva ama?
¿Nueva ama?, le di una rápida
mirada a su ropa, tenía un frac negro, elegante, que se ceñía a su cuerpo, como
si hubiera sido confeccionado a su medida. Era un mayordomo.
— Amelie Collingwood — le respondí temerosamente.
— ¿Collingwood? — preguntó Jeb de repente, mientras los rasgos de su cara
formaban una expresión de sorpresa. Me resultó fascinante de la manera que se
movía su rostro. ¿Cómo podía un muñeco de porcelana mostrar ciertas emociones
tan naturalmente? — Ese era el apellido de mi anterior amo.
— Sí, era mi abuelo.
Los labios del muñeco formaron una sonrisa. Me quedé mirando fascinada
como mostraba sus dientes detrás de sus labios. Era aterradoramente asombroso.
— Entonces será un honor servirle a usted también — dijo y luego tomó mi
mano entre sus dedos enguantados para besarme los nudillos. Un calor se rebalsó
por todo mi cuerpo como un volcán ante aquella acción, era un muñeco, lo
entendía, pero no podía dejar de sentirme de aquella manera extraña ante su
presencia. Era tan imponente, y tan hermoso al mismo tiempo.
— ¿Mi abuelo te creó? — era obvio que sí lo había hecho, pero quería
escuchar su respuesta de todas maneras.
— Esa no es la palabra correcta — me respondió, con su voz, que me
resultaba tan adictiva de escuchar — Yo no diría que me “creó”, sino que me
“atrapó”.
— ¿Qué quiere decir eso?
— Mi alma está atrapada dentro de este muñeco, tu abuelo sólo confeccionó
este cuerpo de porcelana para que yo pudiera habitar.
— ¿Antes estabas vivo?, ¿Eras un humano?
— Antes de ser un muñeco era un fantasma, y antes de eso era un humano.
Lo escuché atentamente, sus palabras eran tan difíciles de procesar, un
alma humana dentro de un cuerpo de porcelana.
— ¿Eres la presencia que mi abuelo relataba en su diario?
— Luego de aparecer varias veces ante él, le mostré mi aflicción más
grande, la tortura que un alma errante como era yo podía sufrir: La soledad
eterna. Sin poder interactuar con nadie, estar entre medio de los vivos y los
muertos, sin poder abandonar mi anterior vida, me era imposible descansar en
paz. Sólo me quedaba errar eternamente entre los vivos, en soledad absoluta — se
lo oía apenado, y mi corazón se movió ante sus palabras — Tu abuelo fue mi
salvador, me regaló un escapé, no estoy vivo, pero esto es mejor que no estar
muerto tampoco, y que errar para siempre entre los vivos — me respondió mirando
su propio cuerpo, mientras extendía las manos a los costados.
Mi corazón se aceleró de manera frenética, no entendía la verdadera causa
de su acelerado ritmo, no sabía si era el hecho de escuchar la historia de Jeb
y todo lo relacionado a mi abuelo, que hasta entonces había sido un misterio
para mí, o si era la simple presencia del mayordomo. Tal vez era un poco de
ambas cosas. Después de todo todavía no acababa de procesar aquella extraña
historia sobre fantasmas y muñecos poseídos.
Las próximas horas fueron extrañas, Jeb se había dedicado a limpiar la
casa de arriba abajo, los pisos estaban relucientes, incluso las habitaciones
se veían más iluminadas, ya no se veía como una casa abandonada. Yo me había
dedicado a mirar a Jeb mientras hacía su trabajo, lo miraba como una obra de
arte, y verdaderamente lo era. Debía reconocer el talento de mi abuelo, era un
muñeco maravilloso, sus movimientos tan naturales, su aspecto tan real. Sus
facciones tan atractivas.
Me senté sobre el sillón de la sala, con el diario de mi abuelo en mano,
estaba decidida a leerlo completo, así de esa manera, tal vez podría entender
mejor a Jeb.
Había un recorte de periódico sujeto a las hojas del diario con un broche
de metal, que databa de 1720, quince años atrás, justo antes que mi abuelo
comprara esta casa. Hablaba sobre un caso de asesinato, terrible y sangriento,
como nunca se ha visto en los últimos años de Londres.
— Su té, mi Lady — Jeb se acercó con una bandeja en mano.
Levanté la vista del diario para recibir la merienda que había preparado.
Este muñeco había limpiado toda la casa, y todavía le había sobrado tiempo para
preparar té y una tarta de moras.
— ¿No te sientes cansado?, has hecho mucho por hoy — le pregunté, mirando
como Jeb dejaba la taza de fina porcelana china sobre la mesa ratonera, seguida
de una porción de la tarta.
— Este cuerpo no necesita descansar — me respondió, parándose recto, a un
lado de mi silla.
— Eres como un súper humano entonces, ¿Qué otros poderes mágicos tienes?
— le pregunté emocionada, por conocer más de este muñeco.
— En verdad no son poderes mágicos, yo lo llamaría más como desperfectos
de poseer un cuerpo de porcelana.
— ¿Qué quiere decir eso?
— Un cuerpo de este material no necesita recargar energías, por lo tanto
no duermo ni como. Tampoco posee nervios, por lo tanto no puedo sentir nada al
tocar algo, ni frio, ni calor, ni dolor, ni nada. Me pierdo de los mejores
placeres de estar vivo.
Me quedé en silencio un momento. Realmente era muy mala su situación
había sido bastante estúpida al envidiar, por un omento, un cuerpo como
ese.
— Sólo existe una cosa que me hace en parte humano, y eso es mi alma,
sólo puedo percibir las cosas abstractas, como emociones o sentimientos.
— Lo siento mucho — me disculpé, sintiéndolo realmente, de sólo
imaginarme una situación así, mi corazón se estrujaba de tristeza.
— No lo sientas, como dije antes, esto es mejor que estar vagando como un
espíritu errante.
— ¿Hay una manera de liberarte?, ¿Sin que vuelvas a ser un espíritu
errante? — le pregunté cambiando de tema repentinamente — Aquí dice: “Rompe el
envase y liberaras el alma” — leí el diario, escrito con la letra de mi padre —
Pero si te liberara ahora volverías a tu estado anterior, nuevamente serías un
alma que no puede descansar en paz. Se dice que las almas que permanecen en la
tierra, lo hacen porque han dejado un asunto sin resolver, algo que todavía los
une emocionalmente. ¿Qué es lo que te ha tenido anclado aquí? —la expresión en
el rostro de Jeb cambio, mostrándome una atormentada comprensión — ¿Tiene algo
que ver con esto? — le dije mostrándole la noticia periodística, que hacía unos
minutos atrás había encontrado dentro del diario de mi abuelo —El último hijo
de una familia noble fue encontrado muerto en su habitación. Su presunto
asesino se encuentra desaparecido...
— Es suficiente — me detuvo Jeb, era la primera vez que el muñeco se
dirigía a mí de aquella manera, pero no iba a reprenderlo, necesitaba saber
todo de él.
— Explícamelo por favor— dije en un ruego, la verdad era bastante
patético que una joven de una familia nobleza como la mía, le ruegue a un
mayordomo, pero no podía hacer nada al respecto, ya que este no era un
mayordomo corriente.
—Su nombre era Lilith, la conocí en uno de los famosos bailes que
organizaba mi madre, era varios años mayor que yo, pero no me importo, le
propuse casamiento y ella aceptó sin vacilar, en ese momento no me pareció
extraño que una mujer mayor que yo aceptara el compromiso, pensé que realmente
me amaba, por eso no le importaban los prejuicios que pudieran surgir de
nuestra unión, ¡Qué equivocado estaba!, ella sólo iba detrás de mi fortuna.
Luego del casamiento, todos mis hermanos murieron de forma sospechosa,
dejándome a mí como único heredero. Ella se deshizo de todos, de mis hermanos,
de mis padres, y a lo último de mí, para heredar de aquella manera todo el
dinero que tenía. Ella vendió la casa, pero mi alma se quedó estancada aquí.
Varios dueños de casa pasaron, todos asegurando que la casa estaba maldita, no
duraban más de uno o dos meses ara que otro nuevo compre la casa, hasta que tu
abuelo, el señor Collingwood, él no me vio como el resto, no me tuvo miedo,
sino que se apiado de mí. Nunca me pude perdonar de lo que pasó, si hubiera
sido más perspicaz, un poco más observador, mi familia no hubiera sufrido aquel
final.
Jeb se inclinó, y apoyó ambas manos sobre el modular más cercano, se lo
veía afligido, presionando sus nudillos con fuerza. Fue solo una acción de unos
segundos, luego volvía retomar la
compostura, parándose recto a mi lado, como todo buen mayordomo.
— ¿Quieres ser liberado? — le pregunté, aunque al formular aquella
palabra se anudó mi garganta repentinamente. ¿Por qué acaso quería conservarlo?, ¿No quería dejarlo ir?, no, no, eso
sería muy egoísta de mi parte. Ese chico ya había sufrido suficiente.
El muñeco me miró un momento en silencio, como si estuviera analizando mí
pregunta, ¿Él quería ser liberado de su cuerpo?
—Desear cosas imposibles es una pérdida de tiempo. Prefiero concentrarme
en el presente, y disfrutar el ahora — me respondió con una sonrisa que hizo
acelerar mi corazón.
Las sombras cubrieron el cielo, anunciando la extinción de un nuevo día.
Me recosté sobre mi lecho, mientras Jeb con una mano sostenía una vela
encendida y con la otra subía las sabanas para taparme hasta el cuello.
— Buenas noches, mi Lady— dijo dando media vuelta en dirección a la
puerta.
Me senté sobre la cama velozmente, y mis dedos se aferraron a su manga,
impidiendo su marcha.
— Espera no te vayas todavía.
El muñeco volvió a girar, hasta encararme con su mirada, sus ojos
denotaban cierta sorpresa ante mi accionar. Mis mejillas se tiñeron de carmesí,
y en un impulso nervioso solté su manga. Sentía mi cuerpo quemar por una acción
tan descarada y vergonzosa, apenas pude hablar correctamente, las palabras escapaban
de mi boca en medio de un torbellino de balbuceos.
— Emm…eh… — estaba haciendo el ridículo frente a él, la razón era que con
sólo mirarlo lograba revolucionar mi interior, estaba comenzando a admirar,
todo él me fascinaba — ¿Q…que harás ahora?
— Ya que no puedo dormir, creó que leeré algún libro.
— ¿Podrías leerme algo? — mis mejillas quemaron mucho más de lo que antes
lo hacían, no podía creer que le estuviera pidiendo algo así. Ni tampoco
entendía porque me sentía avergonzada, era i mayordomo, podía pedirle lo que
quisiera y debía cumplirlo, pero no podía evitar sentirme nerviosa.
Una sonrisa apareció en su rostro de porcelana.
— ¿Qué libro desea que le lea?
— Él que elijas está bien — le respondí velozmente, esquivando su mirada.
Seguí a Jeb con la mirada, viendo como desaparecía por la puerta de mi
habitación, para volver un momento después con un libro en mano. Se sentó en el
banco junto a mi cama, y abriendo el libro en la primera página leyó. Me dejé
llevar por las palabras que relataban una historia ficticia. Me concentré en el
tono de voz de Jeb, tan profundo y grave, la matiz en su voz, provocaba que mis
parpados se sintieran pesados, como si estuvieran pintados en plomo. Lentamente
fui cerrando los ojos, presintiendo que el sueño llegaría pronto. Cerré los
ojos, y me dejé llevar, solo prestándome a la voz del mayordomo, que me era
extrañamente deleitosa.
Jeb creyendo que ya estaba dormida interrumpió la lectura, cerró el
libro, y todavía con los ojos cerrados pude escuchar como se levantaba de su
asiento, y dando un paso, se paró a un lado de mi cama. Podía sentir su mirada
sobre mí, haciendo a mi corazón acelerar a un ritmo anormal. La respiración se
atoró en mi boca cuando sentí unos dedos enguantados acariciar mi mejilla, pero
me quedé quieta, simulando que todavía seguía durmiendo.
— Si solo pudiera sentir algo en este cuerpo, las cosas serían distintas.
Es tan injusto — escuché que el muñeco susurraba para sí mismo, luego lo último
que percibí fueron sus pasos alejándose de mí, y el sonido de la puerta al
cerrarse.
Ya sola en mi habitación me incorporé, quedando sentada en mi cama. Mis
dedos viajaron hasta mi mejilla, todavía con el recuerdo del toque de Jeb. ¿Qué
fue eso?, todavía recordaba el tonó de Jeb al decir esa frase, cargada de
cierta tristeza resignada. Él había confesado eso, pensando que yo estaba
dormida, pero ¿Qué había querido decir?, ¿Qué sería diferente para nosotros?
Me levanté de la cama, pisando con mis pies descalzos el frio suelo, sólo
sabía una cosa, y eso era que Jeb no era feliz como estaba ahora, y yo no podía
soportar que fuera infeliz, no importara lo que tendría que hacer, lo
liberaría.
Caminé por la habitación procurando hacer el menor ruido posible, no
tenía tiempo de vestirme, así que solamente me calcé y me abrigué con una
caperuza de piel negra.
Anduve por el pasillo en puntitas de pie, me detuve un segundo frente a
la puerta de la biblioteca, y allí´ estaba el, sentado sobre el sillón, leyendo
un libro, parecía tan absorto en su lectura, que ni siquiera se percató de mi
presencia, aproveche esta ocasión para continuar mi camino hasta la puerta
principal.
Sintiendo que mi corazón quisiera escapar de mi pecho, me aventuré por
las calles de Londres, en dirección al único lugar donde podría encontrar un
poco de información útil.
Llamé a la puerta, y a pesar de que era muy tarde en la noche, me
atendieron igual, el escribano de mi familia, abrió la puerta de su casa,
todavía con su pijama a rayas puesto.
— Señorita Collingwood, ¿Qué hace aquí a estas altas horas de la noche? —
el anciano me miró con preocupación, abriendo la puerta de par en par e
invitándome a ingresar a su casa.
— No se preocupe no me ha pasado nada malo, y disculpé la hora que vengo
a molestarlo, es que necesito su ayuda urgentemente.
— Entonces tome asiento y cuénteme en que necesita que la ayude.
Me senté sobre el sillón más cercano, retorcí el cordón de la caperuza
entre ms dedos, estaba comenzando a ponerme nerviosa, grandes preocupaciones me
atacaban interiormente, ¿Qué pasaría si no podía recoger de este hombre la
información que necesitaba?, ¿Qué haría?
— Me gustaría conocer sobre los antiguos propietarios de la mansión de mi
abuelo.
El escribano me miró en silencio por un segundo, y luego se sentó en la
silla de enfrente, totalmente predispuesto a hablarme sobre el tema.
— Es una historia bastante aterradora.
— Me gustaría escucharla de todas formas, por motivos personales que no
puedo revelarle, pero le aseguro que agradecería mucho su ayuda.
— En ese caso le contaré: La última dueña heredó la casa luego de que su
marido muriera, su nombre es Lilith Wolff, es una pobre mujer, que según dicen
los que la conocen, sufre una maldición que la vuelve tan desgraciada y feliz,
no importa cuánto ame, todos sus matrimonios terminan mal.
— ¿Maldición? — pregunté irónicamente, aunque el anciano no captó la
ironía en mi voz.
—Se dice que una gitana la maldijo en su niñez, y desde entonces
no puede tener un amor feliz, pero ella nuca se rinde, realmente es una mujer
valiente.
Realmente era una excusa
ridícula, estaba segura que la misma Lilith
había empezado ese rumor.
— Y ¿Ahora que es de ella?
— Está probando suerte en un nuevo amor, se volvió a casar. Si deseas
buscarla, yo puedo darte su dirección.
— Sí, sí, gracias, es lo que necesito.
Luego de que me diera la información sobre su paradero, me despedí del
anciano.
— Muchas gracias por su hospitalidad.
— No es ningún problema. Espero que puedas encontrarla, la verdad es una
mujer muy agradable.
— Sí, estoy segura de eso.
Con la nota en la mano, caminé hasta la dirección señalada, casi sin
pensar demasiado, ya que si lo hacía, el miedo se colaría en mi interior. Iba
al encuentro de una asesina. Pero me recordaba a mi misma que esto lo hacía por
Jeb, y dicha razón era suficiente para seguir adelante.
Siguiendo la dirección en la nota llegué hasta una enorme mansión, la
cual no me sorprendió, esta viuda negra buscaba solteros adinerados.
Trepé una enredadera para escalar el muro, fue un trabajo forzoso, ya que
una señorita no acostumbra a realizar estas acciones descaradas, y mucho menos
por un simple mayordomo, pero no podía evitarlo, rebajarme de aquella manera.
Jeb era especial, yo lo sabía.
Caí sobre tierra húmeda, y corrí sin detenerme hasta la puerta de
entrada, la cual al inspeccionarla con mis manos, me percaté que estaba abierta
sin cerrojo. La abrí lentamente, encontrándome con un salón vacio, no escuchaba
movimientos por ningún lado, ni siquiera de sirvientes, ¿Dónde estaba todo el
mundo?, algo andaba mal aquí.
Comencé a subir la escalera de mármol, alfombrada con un tapiz carmín.
Fuera donde miré, toda la mansión era lujosa. Solo había una habitación
iluminada, y aquella era mi destino. Llegué a la puerta de la habitación, la
cual estaba abierta. Me coloqué debajo del umbral mirando hacia el interior, y
lo que vi me heló la sangre. Fue una escena aterradora, un cuerpo ensangrentado
yacía en el suelo, era un hombre adulto, ahora muerto, y encima de él se
hallaba una mujer hermosa, con cabellos escarlatas, sosteniendo un cuchillo,
con su hoja de metal bañada en sangre, no cabía duda, ella era Lilith, y
acababa de llegar justo en el momento que mataba a su nuevo esposo.
— ¿Quién eres tú? — me preguntó levantándose del cuerpo de su esposo,
ahora difunto.
Las palabras se atoraron en mis labios, ¿Qué podía decirle?, nunca esperé
encontrarla en esta situación. Inconscientemente di un paso hacia atrás,
alejándome de la asesina unos centímetros más.
— Bueno, no importa quién seas, ahora eres un testigo quien puede
sabotear todo lo que hasta este momento he creado— sus palabras sonaron como
una amenaza, la cual provocó un escalofrió en mi cuerpo, realmente me encontraba
en una muy mala situación — Debería deshacerme de ti también — dijo dibujando
en su rostro la sonrisa más macabra que vi en
mi vida.
Lilith saltó sobre mí, con el cuchillo en alto, dispuesta a herirme con
él. Todo sucedió tan rápido, que ni siquiera tuve tiempo de reaccionar, solo me
quedé allí quieta, viendo como la pelirroja acortaba la distancia entre
nosotras de manera furtiva, con una llama asesina brillándole en los ojos.
Cerré los ojos y escuché como la hoja del cuchillo golpeaba contra algo,
que no pude saber que era. Abrí los ojos y me encontré a Jeb, bloqueando el
paso de Lilith, usando sus manos como escudo.
Mis labios se separaron en una expresión de asombro, nunca me esperé que
él saliera a mi rescate.
Lilith dio un salto hacia atrás, temblando ligeramente, como si estuviera
viendo un fantasma.
— ¿Jeb?, ¡No es posible! — su voz sonó perturbada y confundida, podía ver
en sus ojos el miedo acrecentándose sin parar, al ver en persona a alguien que
unos años atrás había matado con sus propias manos.
— ¿Qué haces aquí? — pregunté casi en un susurro.
— Cuando me di cuenta que no estabas en casa, salí a buscarte — me
respondió, dándome una breve mirada, para posar los ojos nuevamente en Lilith.
— Bueno, no importa — retomó la palabra la pelirroja —Deberé matarte dos
veces al parecer— y al decir eso largó una carcajada y se lanzó sobre el
muñeco, con el cuchillo en dirección a su pecho.
Jeb no tuvo tiempo de esquivar el ataque sorpresivo, el cuchillo penetró
su cuerpo, dejando detrás un sonido vidrioso al traspasar su piel de porcelana.
Un grito escapó de mi boca al presenciar esa escena, con el mango sobresaliendo
de su saco negro, pero no salió sangre de la herida, ni siquiera Jeb lanzó un
aullido de dolor como cualquier persona lo haría, él no podía sentir dolor.
Lilith retiró el cuchillo del pecho de Jeb en un rápido movimiento, y a continuación intentó
apuñalarlo de nuevo, pero esta vez Jeb estaba preparado para su ataque, esquivó
el cuchillo y tomó su muñeca con fuerza. La pelirroja se sacudió con fuerza
intentando zafarse de su agarré, pero lo que provocó fue que ambos cayeran al
suelo.
— ¡Jeb! — grité, esperando respuesta de él, quien se encontraba inmóvil,
al igual que Lilith. Segundos después alguien se movió, fue la pelirroja.
Un charco de sangre se esparció por el suelo, producto de la caída, Lilith
había hundido el cuchillo en su propio pecho, abriendo una hendidura por donde
escapaba un caudal escarlata brillante. Gimió, suspirando entrecortadamente y
luego murió lentamente, arrastrándose lejos del inmóvil Jeb.
Corrí y me arrodille junto al cuerpo de mi mayordomo, lo giré poniéndolo boca
arriba, descubriendo que seguía con vida pero no se lo veía muy bien. Su pecho
estaba descubierto, mostrando una grieta en su piel de porcelana, la cual
seguía creciendo y ramificándose por el resto de su cuerpo.
“Rompe el envase y liberaras el alma”
— Jeb — mascullé, mirando como sus ojos iban perdiendo lentamente aquella
luz, símbolo de vida — Lo lamento, por mi culpa volverás a vagar como un alma
solitaria, lo siento mucho — me disculpé mientras las lágrimas se agolpaban en mis
parpados.
— No, yo tengo que agradecer, me has liberado — dijo esbozando una
sonrisa débil — Por fin podré descansar en paz, aun que lo que más me duele es
dejarte, me hubiera gustado pasar más tiempo contigo.
— Yo, no quiero que ye vayas — mi garganta se sentía anudada, y mi
corazón prisionero de un gran dolor de inminente perdida, que sabía que no podía
detener.
Su cuerpo terminó por agrietarse todo, todo su rostro estaba inundado de raíces
y hendiduras que se abrían mostrando un interior brillante, liberando su alma
cautiva. Su cuerpo se desalmó dejando su alma libre, era brillante como un sol,
pero no quemaba la visa al contemplarlo, era hermoso en todo su esplendor, tan
puro. Jeb estiró su mano y me tocó la mejilla con sus dedos cálidos, que se
sentían tibios al contacto con mi piel, embriagándome en una sensación nunca
antes sentida.
— Por fin puedo sentirte — dijo con su boca envuelta en llamas doradas, y
luego me besó, envolviéndome con un calor apabullante, puro e embriagador, que
llenaba mi interior de una manera amena, haciendo que mi corazón se encendiera,
deleitándose de su presencia.
La luz que me rodeaba fue desapareciendo de a poco, la figura de Jeb
comenzó a verse menos intensa, hasta que segundo tras segundo, desapareció de
mi vista, dejándome sola en la habitación. Jeb se había marchado.
Muy interesante. Excelente técnica!
ResponderEliminarMuchas gracias Jesús Alfonso por leer, me alegra que le haya gustado el cuento. Un saludo
EliminarLa protagonista heredó algo más aparte de la mansión y del dinero. Y es una personalidad poco común, el ver el sufrimiento de un fantasmas, cuando otros se aterran frente a un fantasma.
ResponderEliminarY ella se esforzó en ayudarlo, tal como lo hizo su abuelo.
Otra herencia.
Saludos.
Gracias por leer y comentar.
EliminarCierto, su herencia sobrepasa más allá de lo material, ya que tiene la habilidad de compadecerse a nivel espiritual.
Un saludo.