Era una casa de luz. Sonaba una
fiesta alegre, y la sala era más pequeña que las personas que podía contener,
pero igual rebosaba de visitantes. La calefacción calentaba los corazones, y
las luces y lámparas iluminaban la alegría del hogar.
Ella estaba sentada en la cabeza
de la mesa, con una sonrisa radiante y los ojos vivos. Todos la rodeaban de
risas y afectos. Una música de risas y voces alegres llenaban la casa. Los
niños correteaban, las mujeres regalaban sonrisas de cordialidad, mientras que
los hombres se congregaban a su alrededor con actitud jovial.
Yo estaba en la esquiva, con las
niñas de mi misma edad, miraba todo desde la distancia, feliz también, porque
el ambiente alegre era contagioso.
Pero luego llegó él, cuando sus
pies pasaron el umbral todos se callaron, la música alegre se detuvo, y un
silencio frío le siguió. Todas las miradas ya no estaban puestas en ella, sino
ahora estaban puestas en él, pero los ojos no transmitían el mismo sentimiento.
A ella la miraban con cariño, a él con despreció.
Cuando él se sentó en la cabeza
opuesta de la mesa, la calefacción se descompuso de inmediato. Ya no era un
hogar cálido. Su mirada de frío apagaba la sonrisa de los visitantes, sólo
había una persona que todavía sonreía, y era ella.
La primera persona en abandonar
la casa fue un niño, luego de que la primera luz estallara, dejando ese rincón
en oscuridad. A medida que las lámparas se apagaban, o estallaban en una lluvia
de cristales, más personas salían por la puerta. Hasta que llegó un momento que
éramos pocos en esa casa, tantos faltábamos, que ya se hacía sentir la ausencia
de la calefacción, porque no había suficientes cuerpos para calentarse entre
sí, aunque fuera un espacio reducido.
Cuando la última luz se acalló,
y toda la casa quedó a completa oscuridad, solo quedaba un visitante, y esa era
yo. Me acerqué a la mesa, y la miré a ella. Su cuerpo se había tintado en
rosetas moradas, y su rostro joven aun, lucía una piel plegada y vieja. Lo
único que no había cambiado en ella era esa sonrisa, que seguía en el mismo
lugar, parecía dar batalla, oponiéndose a caer. Entonces supe que ella era
fuerte. Mis ojos miraron al otro extremo, él seguía igual, con unos ojos fríos,
y una sonrisa oscura. Sólo mirarlo generaba la necesidad en mí de alejarme.
Pero antes de salir tomé la mano de ella.
— Vámonos juntas— le dije.
— Vámonos juntas— le dije.
Ella primero lo miró a él, y eso
fue suficiente para soltar mi mano. Resignada, salí de aquella casa sola.
Al siguiente día pasé por
aquella casa, pero no entré, solo miré por la ventana.
Muchos visitantes miraban desde
afuera, al igual que yo, otros visitantes, después de traspasar la puerta de la
casa, se alejaron por la calle, se olvidaron de la casa y nunca más pegaron la
vuelta.
Miré por la ventana, y lo que vi
era distinto a lo que conocía.
Era una casa de sombras. Desde
el exterior sentí el frío que emanaba desde dentro, desde su corazón. Estaba en
completa oscuridad, y sólo era habitada por dos personas. Ella sentada en un
extremo de la mesa, y él en el otro. En completa sombras, frío y soledad.
Al tercer día me decidí a volver
por ella, me negaba a dejarla un solo día más en aquella fría oscuridad, pero
cuando entré por segunda vez a aquella casa, las cosas ya no eran como antes.
Él estaba sentado en su extremo de la mesa, y donde se suponía que debía estar
ella, solo había una laguna escarlata.
Un ser que absorbió la vitalidad, el calor,la luz.
ResponderEliminarY eligió a ser mujer como victima. O tal vez haya sido ella quien eligió ser victima. Tal vez algo lo atrajo de ese ser, a pesar de que le costaría la vida. O tal vez se sacrificó para que todos pudieran huir. Especialmente el personaje narrador.
Un abrazo.
Gracias por leer y comentar. Un saludo!
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