lunes, 4 de diciembre de 2017

Era una casa


                Era una casa de luz. Sonaba una fiesta alegre, y la sala era más pequeña que las personas que podía contener, pero igual rebosaba de visitantes. La calefacción calentaba los corazones, y las luces y lámparas iluminaban la alegría del hogar.
                Ella estaba sentada en la cabeza de la mesa, con una sonrisa radiante y los ojos vivos. Todos la rodeaban de risas y afectos. Una música de risas y voces alegres llenaban la casa. Los niños correteaban, las mujeres regalaban sonrisas de cordialidad, mientras que los hombres se congregaban a su alrededor con actitud jovial.
                Yo estaba en la esquiva, con las niñas de mi misma edad, miraba todo desde la distancia, feliz también, porque el ambiente alegre era contagioso.      
                Pero luego llegó él, cuando sus pies pasaron el umbral todos se callaron, la música alegre se detuvo, y un silencio frío le siguió. Todas las miradas ya no estaban puestas en ella, sino ahora estaban puestas en él, pero los ojos no transmitían el mismo sentimiento. A ella la miraban con cariño, a él con despreció.
                Cuando él se sentó en la cabeza opuesta de la mesa, la calefacción se descompuso de inmediato. Ya no era un hogar cálido. Su mirada de frío apagaba la sonrisa de los visitantes, sólo había una persona que todavía sonreía, y era ella.    
                La primera persona en abandonar la casa fue un niño, luego de que la primera luz estallara, dejando ese rincón en oscuridad. A medida que las lámparas se apagaban, o estallaban en una lluvia de cristales, más personas salían por la puerta. Hasta que llegó un momento que éramos pocos en esa casa, tantos faltábamos, que ya se hacía sentir la ausencia de la calefacción, porque no había suficientes cuerpos para calentarse entre sí, aunque fuera un espacio reducido.   
                Cuando la última luz se acalló, y toda la casa quedó a completa oscuridad, solo quedaba un visitante, y esa era yo. Me acerqué a la mesa, y la miré a ella. Su cuerpo se había tintado en rosetas moradas, y su rostro joven aun, lucía una piel plegada y vieja. Lo único que no había cambiado en ella era esa sonrisa, que seguía en el mismo lugar, parecía dar batalla, oponiéndose a caer. Entonces supe que ella era fuerte. Mis ojos miraron al otro extremo, él seguía igual, con unos ojos fríos, y una sonrisa oscura. Sólo mirarlo generaba la necesidad en mí de alejarme. Pero antes de salir tomé la mano de ella.
                — Vámonos juntas— le dije.
                Ella primero lo miró a él, y eso fue suficiente para soltar mi mano. Resignada, salí de aquella casa sola.  
                Al siguiente día pasé por aquella casa, pero no entré, solo miré por la ventana.
                Muchos visitantes miraban desde afuera, al igual que yo, otros visitantes, después de traspasar la puerta de la casa, se alejaron por la calle, se olvidaron de la casa y nunca más pegaron la vuelta.  
                Miré por la ventana, y lo que vi era distinto a lo que conocía.   
                Era una casa de sombras. Desde el exterior sentí el frío que emanaba desde dentro, desde su corazón. Estaba en completa oscuridad, y sólo era habitada por dos personas. Ella sentada en un extremo de la mesa, y él en el otro. En completa sombras, frío y soledad.   
                Al tercer día me decidí a volver por ella, me negaba a dejarla un solo día más en aquella fría oscuridad, pero cuando entré por segunda vez a aquella casa, las cosas ya no eran como antes. Él estaba sentado en su extremo de la mesa, y donde se suponía que debía estar ella, solo había una laguna escarlata.     

                

2 comentarios:

  1. Un ser que absorbió la vitalidad, el calor,la luz.
    Y eligió a ser mujer como victima. O tal vez haya sido ella quien eligió ser victima. Tal vez algo lo atrajo de ese ser, a pesar de que le costaría la vida. O tal vez se sacrificó para que todos pudieran huir. Especialmente el personaje narrador.

    Un abrazo.

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