martes, 2 de diciembre de 2025

El Altar


Hubo un gran alboroto en la aldea luego de la llegada de los Sabios de las Estrellas. Bajaron de las nubes, ocasionando un gran huracán: las rocas volaron perforando las paredes y los árboles fueron levantados de raíz.

Eran tres y nos dieron el mayor de los obsequios: un altar. Pero no era un altar cualquiera: en él moraba un ser divino que respondía nuestras inquietudes a cambio de algo sin valor.

¡Sí que eran sabios generosos! La diosa se manifestaba por un pedacito de roca.

—¿Ganini, irás a ver a la diosa? —preguntó mi madre.

—Sí, madre. No pienso casarme sin antes consultarlo en el altar.

Esa mañana, mientras nuestra Estrella Madre apenas se asomaba en el horizonte, sin importar que el frío calara dolorosamente en mi piel, me levanté temprano y me uní a la excursión a las cavernas doradas.

Tomé un pico y no me detuve en recolectar las rocas hasta que llené tres vasijas. A más generosa la ofrenda, más benevolente el oráculo.

Yo llevé dos vasijas y mi madre la tercera.

Ingresamos al templo de metal. Dentro, las luces y las imágenes rectangulares nos recibieron. No era la primera vez que ingresaba, pero no podía dejar de sorprenderme por los zumbidos metálicos y los botones que, como pequeñas estrellas, se encendían y apagaban constantemente. Era una magia que ninguno de los geminianos entendíamos. Solo sabíamos que eran capaces de reproducir las fuerzas de las estrellas y que el templo de metal funcionaba gracias a ella.

Dejamos las vasijas en el suelo cuando llegamos hasta los sabios. Sus rostros estaban detrás de un escudo transparente y tenían dos tubos por boca. Eran criaturas increíbles. Al principio sus aspectos nos aterraron: pensamos que eran monstruos que venían a devorarnos. Pero hablaban nuestra lengua y nos obsequiaron orbes mágicos que se encienden en la noche. ¡Nunca creímos que podríamos ver en la oscuridad! También nos aligeraron el trabajo en los cultivos y la extracción de rocas con algo llamado “herramientas”.

¡Los Sabios de las Estrellas eran nuestros salvadores!

—La diosa te recibirá —dijo el Sabio Mayor, escoltándome hasta el altar.

Caminé hasta el monolito de metal. Se escuchó un chasquido y de inmediato una luz fue proyectada desde la base. De los haces añiles surgió la diosa: hermosa, brillante, reflejando su figura en el resto del templo.

—Diosa —me postré en el suelo, hasta que mi frente tocó el frío metal—. ¡Vengo hasta usted con una pregunta! ¡Espero no ser inoportuna!

—Habla, hija, y yo escucharé tu petición.

—Gakanda, el joven constructor de la aldea, ha pedido mi mano. ¿Qué debo hacer, generosa diosa?

—¿Gakanda es amable?

—Ciertamente lo es. Nunca ha gritado o golpeado a otro geminiano.

—¿Gakanda es un macho ocioso?

—No, mi diosa, no hay día que no dedique a construir en la aldea.

—¿Gakanda tiene lugar en tu corazón?

Las otras preguntas fueron fáciles de responder, pero esta fue distinta. No se trataba de conocer a Gakanda, sino de conocerme a mí misma. Me tomé un momento para responder y lo hice sinceramente.

—Cuando pienso en Gakanda mi corazón se siente cálido. Mis ojos siempre lo buscan y su voz me sabe dulce a los oídos.

—Entonces, hija Ganini, ciertamente está Gakanda en tu corazón. El oráculo ha hablado y dice que escuches a tu corazón.

—Gracias, diosa. Mi más sincero agradecimiento por sus sabias palabras.

Abandoné el templo con una gran sonrisa; y decidida. Ya no tenía dudas. La diosa me había dado su bendición, así que no podía esperar a tener una vida larga, tranquila y amorosa junto al joven Gakanda.

***

Observé a Ganini alejándose de la nave. Iba de la mano de su madre, dando saltitos alegres.

—Capitán… —volví la vista al interior cuando escuché que mi teniente me llamaba.

—¿Has terminado de hacer el conteo?

—Sí, mi señor. Gracias a Ganini, hemos llenado la última bodega. Estamos listos para zarpar.

—Buen trabajo, teniente. Alista la nave, partiremos al amanecer.

—A sus órdenes.

Volví mi vista a Ganini; mis ojos ya casi no la percibían. Sí que eran crédulos esos geminianos: intercambiaron el nitruro de lumnia por charlas sin sentido con una IA programada para dar consejos complacientes.

Nunca esperamos encontrar en este planeta una especie como esa, capaz de soportar altas temperaturas, alta presión y una atmósfera pobre en oxígeno: condiciones para que se forje nuestro valioso superconductor, tan abundante en Géminis-8 pero escaso en el resto de la galaxia.

***

Cuando la estrella Pólux —apodada Estrella Madre por los nativos— asomó por el horizonte, fue hora de partir.

Di la orden y mi primer oficial cerró la puerta principal. La despresurización de las ventilaciones acalló los gritos de los geminianos.

Nos quitamos los cascos.

El teniente a mi lado dio una bocanada larga y se carcajeó: —Por fin, después de cinco años, puedo respirar sin el maldito filtro.

Encendí el tablero de mando y las turbinas zumbaron, preparadas para encenderse y sacarnos de la atmósfera.

Vi a Ganini. Estaba frente al tablero. Leí en sus labios una pregunta: quería saber por qué sus dioses los abandonaban sin ninguna explicación. Gakanda la cubría con su hombro, para consolar su llanto desesperado.

Los nativos estaban siendo abandonados por sus dioses.

***

Ilustraciones hechas con IA:






Este relato participa del CONCURSO DE RELATOS EDICIÓN 49, EL COLOR DE LA MAGIA DE TERRY PRATCHETT