Sus pétalos son frágiles como el corazón
de una mujer, se hacen trizas al menor desdén.
Los murmullos dicen que solo en
un lugar solitario las encontraras, donde el frio quema las pieles y los
vientos silban cariñosas melodías de amor, las hadas las cuidan y las ninfas
las germinan con amor.
En un jardín brillante donde los
pastos crecen como dedos forzados de la corteza de verdes cuarzos, decenas de
rosas cristalinas se desperezan para elevar sus canticos blanquecinos al cielo celeste.
El sol brilla a la par de tres
lunas, le dan la luz que necesitan.
Solo de ellas se conocen las
leyendas, cuantos reyes las anhelan alzando cruzadas para llegar a ellas.
Las mágicas criaturas de las húmedas
cuevas dijeron una vez, que una flor como aquella brinda gran poder a aquel que
la poseyera, las olas del océano doblegarían sus rodillas ante la presencia de
aquel, y las más temibles bestias huirían de él.
Pero lo que no se decía era que
al solo tocarla sus pétalos se quiebran, tan poderosas pero tan frágiles al
mismo tiempo.
Un gran poder que se quiebra al
poseerlo.
El poder destruye al que lo posee.
Una flor belleza que esconde una maldición. Un peligro, al igual que las rosas por las espinas que poseen. Es una flor que vuelve loco a todo el que la ve, seguro que te obliga a tocarla para que lance su poder... Mejor ni siquiera la busquemos. ¡Ja, ja, ja, ja!
ResponderEliminarLindo cuento, Cynthia. ¡Saludos!
El poder es tentador. Pero tambien el poder trae consigo una gran responsabilidad.
EliminarSaludo.