Soy de esas
personas que no se conforman con una amistad. No encuentran placer en una
conversación amena, ni mucho menos disfrutan de la compañía cálida. No, la
excitación se despierta en el altercado, en el debate. El fuego se enciende
junto con el odio. Sentir aquella satisfacción aguerrida que nace producto de
una discusión. No necesito amigos, sólo a alguien a quien odiar. Pero al igual
que los amigos de verdad son difíciles de encontrar, lo es aún más hacerse un
enemigo de calidad.
Si buscas de
hacerte de enemigos no necesitas más que hacer un par de cosas, la más rápida
es contradecir las convicciones ajenas, pero esa enemistad tiene una falla,
puede llegar a ser temporal, si el contrincante no es inundado por el fanatismo
desmedido dudo mucho que se cree una verdadera enemistad, o en el mejor de los
casos si resulta ofendido por la contrariedad el enojo es de corta duración, y
en el momento que la discusión toma un camino en distinto tema, la discusión
termina zanjada.
Otro método algo
más efectivo es de hacerse a uno mismo enemigo de los demás, con adoptar una
expresión altanera y proferir un par de comentarios insultantes, posiblemente
te ganes la grima de varios. Pero con todos estos métodos llegó un momento en
que no era suficiente, no conseguía encontrar a mi álter ego, no importaba
cuanto buscará o cuanto me reforzará. Y sólo pude llegar a una solución.
Al fin y al cabo
el arma más poderosa es la imaginación, e hice uso de ella en su mayor
esplendor. Así fue como surgió Napoleón, no se trata del personaje histórico
que están pensando. No, se trata del antagonista perfecto. Lo nombre como a un
gato, dándole un nombre algo cómico pero al mismo tiempo imponente. Es como
aquellas personas que nombran a su perro León, cuando en vedad se trata de un
canino, pero lo que nos quieren decir es que el animal es algo salvaje y
peligroso. Con esa misma filosofía Napoleón fue bautizado como un militar
político, porque tenía una personalidad aguerrida, y parecía que quisiera
conquistar al mundo, nadie tenía la razón, sólo él, y su hobbie era imponerse
sobre los demás.
Solíamos
discutir todos los días, incluso llegábamos a amenazarnos de muerte, aunque
nunca pasó a mayores. Era divertido debatir con él. Nuestras discusiones se
volvían eternas y cada altercado era un logro, aunque perdiera, porque lo que
en verdad ganaba era un gran placer sentir aquel calor en el pecho, ser
consciente de la excitación pueril.
He recibido
muchas calificaciones por parte de aquellos a quienes llegué a disfrutar.
Cínico y hedonista eran los más recurrentes, y muchas veces me pregunté si
estaban en lo cierto, posiblemente lo estaban, porque más que insultos me caían
como elogios.
Napoleón no se
creó de un día para el otro. Fue un proceso largo y tedioso. Fue mutando y
evolucionando, cada vez se volvía más odioso y pendenciero. Incluso fue partícipe
de mis desgracias. Una taza rota, una tostada quemada, un examen desaprobado,
un trabajo perdido. Era la causa y la consecuencia de una vida solitaria.
Realmente llegué a odiarlo, en la manera en la que me aislaba, pero cuando más
lo odiaba más satisfacción recibía a cambio.
Nunca se me pasó
por la mente la idea de deshacerme de Napoleón. No quería perder mi fuente de
diversión.
Pero llegó un
momento en el que me pregunté la verdadera razón de su existencia. ¿Quién era
Napoleón en mi vida?, ¿Era un simple monigote, un juguete sin significado
mayor?, ¿O simplemente era a alguien que creé para hacerlo responsable de mis
errores y derrotas?
Crear un enemigo imaginario, que original. Y tu relato lo plantea como algo verosimil. Está bien fundamentado.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias por leer y comentar.
EliminarUn abrazo para usted tambien.
Interesante, me hizo acordar a una canción que me gusta mucho...
ResponderEliminar¡Muy bueno!
Me alegra que te haya gustado. ¡Gracias por comentar! Un saludo :)
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