martes, 20 de septiembre de 2016

¿Quién es Disco?

              
                Me senté sobre el cordón de la vereda, con una sensación de aburrimiento inundándome por completo. Había vuelto de la veterinaria, de comprar el alimento para mis peces, y ya no sabía que más hacer.  
                Mis padres se habían mudado al extranjero por trabajo y me habían dejado sola en la casa. Y como no tenía ningún amigo, me sentía verdaderamente sola. Ya me había aburrido de jugar en la computadora y en la televisión no había nada bueno para ver. Así que me dediqué a observar la calle, viendo como los autos pasaban indiferentes.
                Pasaron los minutos, y cuando giré el rostro hacía la izquierda, me percaté de que había alguien sentado a mi lado, era un joven de aspecto algo llamativo. Su cabello era de color azul verdoso brillante, sus cejas eran negras, y tenía tatuada una franja que recorría su rostro, de un pómulo al otro cruzando por el puente de su nariz. Tenía una camisa roja a cuadros, un jean negro y botas militares. ¿De dónde salió este chico?
                Lo espié de reojo, y vi que el peliazul miraba la calle, como segundos antes yo hacía, siguiendo con la mirada a los autos que pasaban, con una enorme sonrisa infantil pegada en su rostro.    
                — Emmm— barbullé intenté llamar su atención.  El joven giró, enfocando sus ojos esmeraldas sobre mí.  
                —Hola — saludó familiarmente, como si nos conociéramos de toda la vida, pero era la primera vez que lo veía.
                — ¿Quién eres? — le pregunté realmente curiosa, nunca había visto a alguien con una apariencia similar.  
                El muchacho dibujó en su boca una sonrisa algo pícara, y luego de permanecer unos segundos en silencio, se digno a responderme.  
                — ¿Qué nombre crees que debería tener?  
                Me quedé unos segundos en silencio, intentando asimilar su pregunta. ¡Qué chico más raro!, se supone que debería decirme su nombre, no que le inventé otro, ¿Qué razón extraña tendría para eso?, cualquier persona normal en esta situación seguramente se asustaría de alguien semejante, pero en vez de asustarme, lo vi como una buena oportunidad para batallar contra mi aburrimiento.   
                — Mmm — pensé mirando al joven de arriba a abajo —Una persona con una imagen tan extravagante debe tener un nombre igual de llamativo.
                El joven alzó una ceja, como si fuera un truco de magia, mientras ponía una expresión divertida.  
                — ¿Qué tal….?, ¿Merlín?
                — ¿Merlín? — el joven me miró con una expresión desagradable. No le gustaba el nombre para nada.       
                — Sí, como el mago — insistí.
                — Pero, yo no soy un mago — dijo mientras se señalaba a sí mismo con el pulgar.
                — Bueno, entonces… — esto era mucho más difícil de lo que parecía — ¿Polilla?
                — ¿Polilla?, ¡Es un nombre asqueroso! — se veía realmente horrorizado.  
                — ¡Está bien! — le recriminé levantando la voz, ¿Para qué decía que le busqué un nombre sino le gustaba ninguno? — Déjame pensar un momento…  
                Comencé a rebuscar en mi mente, algo, lo que sea. Miré la bolsa que sostenía entre mis manos, donde cargaba el alimento que les había comprado a los peces, y fue cuando una idea surgió, iluminando mi mente, como una vela que se enciende de repente en una habitación plagada en sombras.  
                — ¡Ya sé! — exclamé sorprendiendo al joven, quien me miró expectante — ¡Disco!
                — ¿Disco? — preguntó, como exigiendo una explicación por haberle elegido ese nombre.
— Sí, te pareces a los peces que tengo en mi habitación, unos discos turquesas. Me recuerdas a ellos.  
—Disco, Disco — repitió el joven su nuevo nombre, y luego lanzó una carcajada cargada de diversión — Me gusta — y luego me sonrió, para recostarse sobre la vereda, cruzando sus pies, como si estar sentado en el cordón no fuera para nada peligroso.
Que chico más raro. Eso fue lo que pensé la primera vez que lo vi, luego nos seguimos encontrando, y con el tiempo aprendí sobre él. Si debiera describirlo lo haría de la siguiente forma: infantil, despistado y extravagante. Sabía divertirse con lo más poco, era despistado y despreocupado, no le temía a nada, y luego su imagen, ¡Tenía el pelo turquesa!
Al principio no me molestaba encontrarme con él, es más, lo agradecía en silencio, como ya he dicho antes, estaba muy sola y aburrida, y este chico extraño solía alegrarme bastante. Nos mantuvimos como amigos por bastante tiempo, pero llegó un momento en el que sus travesuras se volvían algo problemáticas, sobre todo después de que comencé la universidad.    
Como esa vez que un compañero me invitó a salir. Disco se apareció en el restorán. Se sentó en una mesa frente a la nuestra y me miraba con una sonrisa traviesa, y cada vez que lo miraba me saludaba enérgicamente.
¿Qué hace aquí?, había susurrado para mí misma.      
— ¿Qué dijiste? — me sorprendí por la repentina pregunta de mi compañero.
— Que… que tengo que ir al baño — me levanté de mi asiento y le hice una seña disimulada a Disco para que me siguiera — En seguida vuelvo.      
Caminé hasta el baño de mujeres y luego de asegurarme que estuviera vacio dejé que Disco entrara también, debíamos tener una conversación rápida y breve, si alguien me encontraba en esta situación, sería muy vergonzoso.
— ¿Qué haces aquí?
Disco se sentó sobre el lavado, mientras olía los jabones, parecía estar muy entretenido explorando el baño de mujeres.  
— Vine a ver como estaba todo.
— ¿A qué te refieres? — le pregunté impactada.  
— A tu cita.
— ¿A mi cita? — todavía no podía asimilar su excusa, necesitaba una mejor explicación. 
— Sí, quería ver que todo estuviera yéndote bien — dijo pegando un salto para bajar del lavado.
— Me iría mejor si no estuvieras espiándome.
— ¡Qué aburrida eres! — estaba enfadada, no sabía cómo deshacerme de Disco, lo empujé hasta sacarlo del baño, le rogué que se fuera, pero no me hizo caso, se sentó en una mesa continua, obviamente lo ignoraba, pero me era imposible concentrarme en mi compañero. Al fin y al cabo la cita fue un desastre.   
Otra mañana, mientras alimentaba a mis peces, los cuales siempre me recordaban a aquel joven estrafalario y alocado, con su color turquesa brillante, ambos eran extrañamente hermosos. Y mientras los alimentaba, dejando caer el alimento sobre la pecera, alguien entró corriendo a mi habitación, y se arrojó sobre mi cama.  
Mi corazón se agitó violentamente. ¿Qué estaba sucediendo?, giré en un movimiento veloz, encarando a la cama, ¿Acaso era un ladrón?, pero no, me encontré a Disco relajado sobre mi acolchado floreado, mientras revisaba las revistas de mi mesita de luz. Al verme parada a lado de la pecera se levantó caminando hasta mí, se agachó levemente mientras tocaba con la yema de los dedos el vidrio de la pecera.  
— ¿Estos son los chicos a los que les debo mi nombre?  — sus ojos se concentraban en los peces, quienes nadaban dentro del agua cristalina, como si estuvieran deambulando, sin un fin propio a donde ir.
Ignoré su pregunta y en cambio le formulé otra.
— ¿Qué haces en mi casa? — le exigí saber, Disco había pasado el límite, cada vez lo veía con más frecuencia, incluso en lugares donde no quería encontrármelo, no es que no me agradara su presencia, pero su amistad estaba entorpeciendo mis relaciones con otras personas, cuando por fin podía lograr una nueva amistad, con lo mucho que me costaba socializar, Disco terminaba arruinándolo todo. Esto se estaba convirtiendo en una relación tóxica, ¡Y eso que no éramos más que amigos!       
— La puerta estaba abierta.
— No es cierto — estaba segura que estaba cerrada con llave, siempre me aseguro de hacerlo.
Disco se encogió de hombros restándole importancia, para cambiar de tema.
— ¡Vamos a ver televisión!, hoy dan una película que quiero ver — seguí a Disco hasta el salón, y ambos nos sentamos en el sillón frente al televisor.  
Los días pasaron, y la situación se volvía cada vez peor, incluso me seguía hasta la universidad, ¡Cuando él no era un estudiante!, y llegó un momento donde se quedó a vivir en mi casa, ¡Obviamente sin mi consentimiento!, se tiraba en el sillón y dormía hasta el otro día. Desayunaba, almorzaba y cenaba conmigo.   
¡Ya no lo soportaba!, llegó un momento en el que exploté. Como era una persona tímida, le había dejado pasar muchas cosas, ¡Pero esto era demasiado!, ¡Lo obligaría a volver a su casa!   
— ¡Disco! — grité, intentando poner la mejor cara de chica mala que me salió — tienes que volver a tu casa.  
— Ya no puedo — me respondió restándole importancia mientras continuaba con su desayuno.
— ¡No me interesa!, no puedo soportarlo más, ¡Esta no es tu casa!, no puedes seguirme a todas partes como un perrito faldero, la gente piensa que es extraño, no he hecho ningún amigo en la universidad por tu culpa.   
Disco despegó la mirada de su desayuno, y me miró. Cuando sus ojos llegaron a los míos, un escalofrió recorrió todo mi cuerpo. Una sensación extraña encalló en mi cuerpo. Había algo que estaba olvidando, pero ¿Qué era?
— Sabes muy bien que no puedo irme.
— ¿Por qué? — le exigí.
— Porque habito en tu mente. Por eso no puedo irme.
Me quedé inmóvil, estupefacta. Lo había olvidado. El aburrimiento me llevó a crear un amigo imaginario, al principio lo hice como un simple juego, con la mera intención de contrarrestar la soledad, pero Disco se ramificó en mi mente como una enfermedad, tanto que ya no podía controlarlo, aparecía cuando quería, hacía lo que se le ocurría, había perdido completa autoridad sobre él. Desde que lo creé no había vuelto a sentir ese sentimiento de soledad, porque el chico de cabello turquesa me acompañaba a todos lados, pero Disco no era más que un producto de mi imaginación. Lo llamé tantas veces que nunca más se fue. Era como una persona viva, tenía voluntad propia, no podía controlarlo, pero era la única que lo veía, por eso mismo me preguntaba si en verdad le había dado vida de tanto desear compañía, o simplemente me había vuelto loca.   
Me volví a sentar sobre la mesa, probé el té que había preparado.
— Está bueno — dije al saborearlo, recibiendo una sonrisa por parte de Disco.     
No dejaba de preguntarme si alguna vez sería capaz de deshacerme de Disco, pero la idea de hacerlo me llenaba de temor, porque volvería a estar sola.  


6 comentarios:

  1. Bueno... ella está loca. Si no se deshace de su amigo imaginario se quedará tan solita que ni los gatos la querrán. Je, je, je.

    No sé por qué, pero me hizo recordar una película. Una niña tenía un amigo imaginario. Cuando crece, él se marcha a una especie de "retiro" para esa clases de seres. Por algún motivo siente que ella, ahora adulta, está en problemas y regresa, dando lugar a mil escenas graciosas. Ni me acuerdo el nombre, tampoco era la gran cosa, pero si te sacaba unas cuantas risas. Je, je, je.

    Y eso que siempre fui solitario y con imaginación nunca tuve un amigo imaginario. Una pena porque le hubiera echado la culpa de mis travesuras. En su lugar tenía que correr como demente. ¡Una injusticia! Ja, ja, ja.

    Bonito cuento, con un final... un tanto... agridulce (por no decir perturbador. Ji, ji, ji). Me alegro que hayas vuelto. :-)

    Que pases una buena semana. ¡Saludos!

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    1. Me parece que yo tambien he visto esa pelicula.

      Y sí, es cierto tiene un final algo perturbador, y la verdad es que hacía tiempo que tenía ganas de escribir algo de ese estilo.

      Gracias Nahuel por leer y comentar. Un saludo.

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  2. Me parece que no es un amigo imaginario. Primero porque no es un amigo.
    Y además parece que no es imaginario, que su imaginación lo materializó, haciendolo real. Es lo que saco de tu relato.
    Bien escrito.

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    1. Es una posibilidad, ya que el relato tiene final abierto. Lo dejo a la interpretación personal de cada lector.

      Gracias por leer y comentar.

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  3. Quiero más historias de la pareja investigadora de lo paranormal.
    Un abrazo.

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    1. Tengo varias ideas para "Crimenes de Peninton" pero todavia no lo he puesto por escrito. Posiblemente la semana que viene suba un relato de ellos.
      Un abrazo para usted tambien.

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