lunes, 20 de febrero de 2017

Galera de Sangre



                

     Debajo de un cielo de paños grises, cuna de centellas que atronaban furiosas hasta asustar a la tierra, que miedosa, temblaba ante su eléctrico tacto. Las calles de la ciudad eran abrumadas por las sombras frías de la noche, y de entre ellas se escondía él. Quien no le temía a la oscuridad y mucho menos a la sangre. Esperó que los goznes metálicos giraran y revelaran la figura que estaba esperando desde hacía horas, cuando lo vio salir del local, surgió de entre las sombras, y allí llevó a cabo su cometido. Desfundó el arma blanca que guardaba oculto en el interior de su bastón y con la hoja fina y férrea, apuñaló al desconocido, si bien era la primera vez que lo veía en persona, sabía muy bien de quien se trataba, lo había estado estudiando durante los últimos días. Sabía que bares frecuentaba, que clase de mujeres lo acompañaban, cuáles eran sus horarios y amistades. Lo sabía todo. Y aquel estudio minucioso que había trabajado el último tiempo lo llevó a este momento justo, y a que fuera factible terminar con el encargo.

     Ni siquiera se paró a pensar, ni siquiera algún miedo lo detuvo, porque era incapaz de sentirlo. Virtudes como el temor y la moral le eran imposibles, y sí, virtudes, porque creía que el hombre que las sintiera era sin duda virtuoso, llenó de sentimientos que él nunca conocería. Incluso en algunas ocasiones extremas llegaba a sentir envidia de ellos. Una dura infancia y adolescencia lo había llevado a ser quien era hoy en día, todos aquellos sucesos que en un principio lo atormentaban, hoy eran la razón que lo hacían el más apto para este trabajo.

     Cuando el trabajo estuvo terminando, retiró el cuchillo del pecho de su víctima. Era algo rudimentario, en esta época podría tener un arma de fuego efectiva y veloz, que le ahorraría gran parte en su oficio, pero seguía prefiriendo aquel cuchillo, no sabía las razones exactas, pero estipulaba que podría ser porque el caudal de sangre no se comparaba, y además podía sentir en la palma de su mano y en la yema de sus dedos cuando la hoja penetraba, eso no se podía experimentar con una bala. Y lo más importante, aquel cuchillo era un vínculo con su pasado.

     Dejó al cuerpo allí, abandonado en aquel callejón escaso de luz eléctrica. Y haciendo uso de aquella oscuridad, la utilizó para irse de la misma manera que había llegado, sin que nadie lo notara.

     Se acercó a un teléfono público y desde allí llamó a su jefe.

     — El trabajo está hecho — fue lo único que dijo y volvió a colocar el tubo de teléfono en su respectivo lugar.

     Se acomodó la galera negra y se aventuró al interior de la lluvia, que caía violenta y filosa.

     Cuando era más joven lo atacaban las pesadillas, que eran fragmentos de realidades vividas, meros recuerdos tormentosos, pero había logrado apagar el tormento superándolo, se volvió peor de lo que le causaban aquellas pesadillas, y si él era más peligroso ya no debía porque temerle. Un padre golpeador, que no hacia distinción entre un niño y una mujer, a ambos le pegaba igual, y sin razón alguna. Con puños, palos, patadas o incluso con la misma botella con la que se había emborrachado, todo era un arma, y las cicatrices de su cuerpo eran testigo de eso.

     Su primer muerte fue la que lo liberó, pero a costas de convertirse en otra persona. Desde ese momento ya no fue el mismo.

     Su padre estaba endeudado hasta los dientes, incluso le debía una gran cantidad a la mafia.

     Aquel día fue como cualquier otro, su padre se pasaba de alcohol hasta volverse violento, y descargaba toda su rabia y enojo contra su madre. La golpeó y esa vez, sucedió algo diferente, la mujer, sumisa y temerosa nunca se había atrevido a enfrentarse a su esposo, pero llegó un momento en el que su paciencia se agotó, ya no podía soportarlo más, y aquel nuevo sentimiento en ella la volvió de ser una mujer sumisa a ser una mujer que por primera vez en su vida se oponía, se negaba a seguir sufriendo, y ese cambio fue su fin.

     El hombre no pudo permitir que se le oponieran, o por lo menos eso le decía su absurdo orgullo. Ni siquiera supo lo que hizo. Sus manos se movieron involuntariamente, tomó un cuchillo de la cocina y con él, apuñaló a la mujer golpeada.

     El niño fue testigo de todo eso, y si bien estaba acostumbrado a ver sangre, nunca la había visto en tanta abundancia.

     — ¿Mamá? — preguntó una y otra vez, y al darse cuenta que su madre no respondía, entendió lo que había sucedido.

     Ese fue el momento clave y culminante. El quiebre de su vida, la metamorfosis de su personalidad. De repente lo embarcaron sentimientos que nunca había sentido, mientras perdía parte se su alma. Tomó el cuchillo que descansaba en el pecho apagado de su madre y saltó sobre el asesino. Su padre no pudo moverse de su lugar. La nueva mirada que se posaba sobre el rostro de su hijo lo asustó, nunca había visto ojos tan locos y apagados, faltos de la luz de la razón.

     El niño se quedó tres días inmóvil, sentado sobre la pared de la cocina, sin mover ni un solo músculo, rodeado de dos cadáveres envueltos en sus sangres ya secas. Y ubiera permanecido allí, entre el sueño y la realidad, muchos día más, pero el ruido de la puerta abriéndose cambio su vida para siempre. Un hombre vestido de negro, con un rostro trazado por una cicatriz, irrumpió en su casa. Él no era un niño tonto, ya había visto a ese hombre un par de veces. Siempre amenazaba a su padre, que si no pagaba lo borraría del mapa, y ese día había ido a cumplir su palabra.

     — Parece que alguien se me adelantó en el trabajo — su chiste había sido algo cruel para la ocasión, pero personas como él le interesan poco los sentimientos ajenos. Y por lo que pudo ver en aquel niño roto, ese jovencito era igual a él.

     Se colocó en cuclillas y miró al niño de cerca, y por la mirada en su pequeño rostro supo que él había matado, no estaba seguro si a ambos padres o sólo a uno. Aquel niño estaba solo, y la vida que le restaba era mucho más difícil y dolorosa. Y personas como esas solo sirven para una cosa, podía verlo en el niño, ya no había vuelta atrás. Y en vez de sentir lástima como cualquier persona pudiera sentir en esa situación, sintió algo muy diferente, sonrió pensando que conocía el lugar perfecto para esta criatura, donde podría explotar su nuevo don mucho más. Estaba seguro que sería una gran inversión para la organización, entonces lo tomó en brazos y lo llevó con él a un nuevo mundo del cual ya no habría escapatoria.

      Desde ese día lo habían integrado a la mafia, era como una nueva familia, así lo sentía, incluso lo trataron mejor que en su casa, siempre tenía la panza llena mientras hiciera los encargos que le encomendaban. Y así creció, hasta convertirse en el hombre que era ahora, mataba para comer con el mismo cuchillo que lo inicio en aquella vida. El mismo cuchillo que uso su padre para matar a su madre, y que luego usó él mismo para vengarla, es el mismo que guardaba en el interior de su bastón.

      Así pasaron los años, cada muerte nueva era una mancha más a su alma oscura. Cada gota derramada se llevaba de él un poco de su humanidad, y así se convirtió en lo que era ahora, era una mera cascara vacía.

      Cuando el creyó que el resto de su vida consistiría en eso, sangre y seguir viviendo sin un propósito, siquiera sabía decir si a eso se lo podía describir como vivir, incluso a veces llevaba la mano a su pecho para asegurarse que su corazón seguía allí, sus latidos eran el único indicio de que aún seguía vivo, seguía siendo un humano. Y cuando creyó que seguirá todo igual, que nada podría ya cambiar, la realidad se burló de su inocente pensamiento, porque el tiempo es inestable, víctima de la fortuna que lo mantiene en constante ósmosis.

      El segundo quiebre en su vida se dio un día señero, singular e irrepetible. Se encontraba en la casa del nuevo jefe de la mafia, el mismo hombre que lo había recogido aquel día de su casa, que lo había abstraído de aquella escena sangrienta para iniciarlo en un nuevo mundo. Aquel hombre que era lo más parecido que tenía que podría llamarse le familia, un padre.

      Le tenía una nueva tarea asignada, de suma importancia que pocos sabían de su existencia en la organización. Se trataba de un hombre, un detective, que había estado entrometiendo su nariz en la organización a tal punto que se había vuelto peligroso para la misma.

     — Quiero que te encargues de él y de su casa. Será una advertencia para los futuros husmeadores que quieran meterse con nuestra familia.

     La familia, así se llamaban a sí mismos los que pertenecían a la organización. Pero ¿Realmente lo era?

     Hizo lo que le encargaron, tiñó de rojo oscuro el suelo, con la sangre del detective y su esposa. Estaba por volver a la mansión de su padre cuando una pequeña voz, algo dulce e infantil.

     — ¿Mamá? — Esa pregunta lo remontó tiempo atrás, era la misma que él había formulado en una escena similar. Los padres del niño estaban muertos al igual que los suyos, y después de mucho tiempo sintió algo, el hecho de experimentar algo nuevo le fue abrumador, incluso robó su respiración por unos segundos. Y lo que sintió no se pareció en nada a lo que sintió el jefe de la mafia al verlo en medio de los cadáveres de sus padres. Fue una emoción muy distinta. Tristeza. Tristeza. Y más tristeza, era dolorosa, casi insoportable. Era como si le desgarraran el pecho con garras invisibles. Pero al mismo tiempo su alma obtuvo un poco de luz en medio de tanta oscuridad.

      Los ojos del niño se iluminaron a causa de la luz de la lámpara que rebotaba sobre sus lágrimas. Solo tenía dos opciones: matarlo o llevarlo a la organización. Pero a simple vista este niño no tenía un alma como la suya, era puro y brillante. Entonces lo correcto era matarlo. Pero no pudo siquiera moverse de su lugar. No podía arremeter contra aquella criatura.

     Matarlo o llevarlo a la mafia.

     Sólo dos opciones. ¿Por qué no podía haber una tercera? No quería matarlo ni tampoco volverlo alguien tan oscuro como él. No quería que el ciclo continuara.

     — ¿Quién eres? — preguntó el niño asustado sin poder detener las lágrimas.

     El asesino de la galera se acercó al niño y acarició su cabeza para tranquilizarlo.

     — He venido a salvarte— le dijo. El niño lo miró esta vez con menos miedo, creyendo que el hombre con la galera y un bastón era una especie de héroe como el que salía en los cuentos que le contaba su madre antes de dormir.

     El asesino tomó al niño en brazos y salió de la casa. Se rehusaba a llevar al niño a la organización, y también se negaba a volver a poner un pie en esa mafia. Necesitaba una razón para salir de esa vida y la había encontrado. Sabía bien que a partir de ahora las cosas no serían fácil, uno no desobedece al jefe de la mafia y la abandona tan fácilmente, pero confiaba en sí mismo y haría todo lo necesario para cortar con aquel ciclo.

4 comentarios:

  1. Dos vidas paralelas, una llena de odio y otro sobreviviente, que todavía no odia. Un factor para que el primero dejara de hacer lo que hace.
    Que bien escrito.
    Un abrazo.

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    1. Gracias por leer y comentar.
      El protagonista necesitaba que algo irrumpiera en su rutina para poder cambiar, que al fin y al cabo era lo que más deseaba.
      Un saludo.

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  2. Curioso como una misma situación límite puede tener dos destinos diferentes. Si al matón de la mafia que lo acogió en la organización hubiera tenido un poco más de corazón puede que hubiera hecho lo mismo, aunque ese desdichado niño estaba sentenciado desde hace tiempo.

    Ahora, al verse a sí mismo en esa situación que le sucedió hace tiempo decidió evitarle al niño su mismo destino. Se puede decir que el equilibrio se restauró de momento.

    Que tengas una semana estupenda. :-) ¡Saludos!

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    1. Gracias Nahuel por leer y comentar.

      El relato muestra la misma situación, bien como decias, pero con distinto final, que al fin y al cabo el protagonista era el único responsable de dicho final.

      Un saludo.

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