jueves, 2 de febrero de 2017

Sucesión Real


                Aquel rey, de cuyo reino ya nadie recuerda su nombre, yacía sobre su lecho, incapaz de moverse, porque año tras año su dolor corporal iba en aumento hasta un punto sin retorno. Entonces cuando comprendió que ya no saldría de su enfermedad, mandó a llamar a sus dos hijos varones, sabiendo que era hora de sucederles su reino.   
                Los jóvenes se congregaron alrededor de la cama de su padre, este se veía demacrado, sin fuerza, por culpa de su tan larga enfermedad, que lo consumía día y noche como un parásito.
                El anciano extendió su mano, con dedos envueltos en piel arrugada, y abrió su boca lentamente, incluso hablar le exigía de un gran esfuerzo físico y mental.   
— Amados hijos, saben bien que su padre está en el umbral de su vida, y no intenten convencerme de lo contrario, lo sé bien. La muerte me acecha cada día nuevo, lo siento en el cuerpo, como pierdo las fuerzas lentamente, como cada vez es más difícil respirar y mantenerme despierto. Por eso he decidido ver mí legado todavía en vida, el reino que he sembrado y madurado todos estos años de vida, hoy les toca heredarlo. Para mi hijo mayor, Egidio, serás señor de las tierras del norte y del este, tu poderío se extenderá desde la ciudad de Agar, hasta los campos de Bieito, para mi segundo hijo, Galvan, dejo en tus manos el sur del reino, tanto la ciudad de Cenon, los pueblos del monte Eduvigis y las mesetas de Florian, te pertenecen. Ambos, a partir de hoy los nombro reyes, reyes hermanos. Obren con inteligencia y esparzan la justicia sobre sus tierras, esa es la fórmula de la prosperidad.   
Los hijos se despidieron de su padre cuando este terminó de hablar, y se encaminaron a la salida, el anciano necesitaba dormir para que la medicina surgiera efecto.
Galvan esperó a que su hermano mayor cerrara la puerta de la habitación del padre, y mientras retomaban la marcha hacia el pasillo, se dispuso a hablar, con la voz cargada de sincera alegría.
— Querido hermano, le felicito por heredar las mejores tierras del reino, y le deseo un mandato prospero y tiempos de paz. Será un rey que todos honraran y adoraran, estoy seguro de ello.
— Calla Galvan, soy consciente de mi valía, y también lo soy del hecho que me han despojado de lo que por naturaleza me pertenece.
— ¿De qué estás hablando?
— No me engañaras con tu teatro de confusión. Ya es suficiente vergonzoso crecer viendo como un niño bastardo es tratado como uno legítimo, incluso nombrado infante — Egidio pronunció una carcajada burlesca — Mi padre siempre fue de corazón blando, al otorgarle tantos beneficios a un niño nadie, eres consciente que todos estos atributos no te pertenecen, y sin embargo no has hecho nada para ponerte en tu lugar, has aceptado las condiciones de mi padre con una sonrisa altanera, en vez de quedarte en donde correspondes.   
— Mi conciencia está limpia, porque no he tomado nada más valioso de lo que una vez mi hermano mayor tuvo, siempre eligiendo las telas menos hermosas, el corcel menos veloz, nunca una pertenencia de más valor que la tuya, soy tu hermano menor, cierto es que de madre desconocida, un hijo ilegitimo, bastardo, y no me avergüenza decirlo, porque conozco mi lugar.
— Un hijo ilegitimo que sabe su lugar, no se haría con la mitad del reino, que por ley natural me pertenece, a mí, el único hijo de la reina.   
— Nunca he rechazado algo obsequiado por mi padre, y no lo haré ahora, porque lo amo bastante, por haberme querido como a un  hijo legítimo, aunque no lo sea, por lo que no puedo despreciar sus intenciones, porque sus deseos son prioridad para mí.
— Has mostrado tu verdadera cara, tantos años engañando a mi padre, pero al contrario de vuestro padre yo en ningún momento he caído en tus trampas.  
Galvan cambio su expresión al darse cuenta que era inútil intentar convencer a su hermano, decidió en acabar la discusión y marcharse a su alcoba.       
— Ojala un día descubras que tan equivocado estás — y se marchó, caminando algo apresurado, apretando los puños a los costados de su cuerpo, intentando mantener los sentimientos que sentía a raya, le dolía que su hermano dijera aquellas cosas sobre él.  
Egidio miró como su hermano se alejaba a lo largo del pasillo, y solo pudo pensar en cuanto odiaba a su hermano, y que su sola presencia siempre había restado un poco de la de él, porque si él no hubiera estado todo este tiempo, él siempre podría tener un poco más. No podía verlo más que como un parásito, como alguien que absorbía su luz, su poder y al fin y al cabo su sangre pura, porque Galvan, hijo ilegitimo, de sangre sucia, tal vez esa era la única forma que tenía para purificar su sangre. Le repugnaba la sola idea de imaginárselo como un insecto pegado a él. Recordó todo lo que había perdido, no solo fortuna era lo que le robaba, también se había llevado a la mujer más hermosa del reino, alguien que él pretendía desde muy joven, y lo que más le dolía, el favor de su padre, quien siempre parecía salir a favor de Galvan, como si tuviera preferencia por él, y bien que la tenía. Y fue en ese momento, en medio de ese huracán de ira y celos que sentía, que se juró a sí mismo que recuperaría todo lo que su medio hermano le había arrebatado. Volvería a unificar el reino, y dejaría a Galvan sin nada.      
Los días pasaron, cada príncipe pasó por la ceremonia de coronación, asumiendo las tierras que le eran dadas por su padre. Los reinos crecían, divididos, pero a la par. Pero no importaba cuanta prosperidad recibiera Egidio, no le era suficiente, mientras su hermano fuera feliz, él no podía disfrutar de sus riquezas. Así que no tardó mucho en comenzar aquello que Egidio consideraba el propósito de su vida, porque era lo único en lo que podía pensar, era lo único que deseaba.
Estaba sentado en su despacho, mientras su mente maquinaba todas estas ideas. Interrumpido por un llamado a la puerta, pudo sentir como la comisura de su boca se elevaba levemente, estaba esperando, expectante y algo emocionado que Nuño terminara el trabajo que le había encomendado.      
— Don Egidio, he terminado con la investigación.
— Muéstrame — afirmó más emocionado de lo que debería.
Nuño se acercó sigilosamente, cada vez que caminaba era como si lo hiciera el viento, silencioso y desapercibido, esa era una de las razones por la cual Egidio mantenía al chico en el palacio, además de ser sumamente eficiente en todas sus tareas, también era nada bullicioso. El joven le entregó un par de hojas al monarca, quien las recibió sin poder borrar aquella sonrisa de su rostro.
— Has hecho un buen trabajo — comentó mientras le daba una hojeada al informe, donde se detallaban los proveedores y comerciantes más importantes del reino de su hermano, además había un mapa dibujado a mano, seguramente por el mismo Nuño, indicando cuales eran las rutas y los lugares de encuentro donde se llevaban a cabo los negocios más importantes — Comenzaremos de inmediato. Reúne un grupo de hombres que se vean como delincuentes corrientes, interceptaran a los proveedores mercantiles y a los recaudadores de tributos aquí, aquí y aquí, mátenlos y róbenles toda la mercancía. Luego quiero que inicien un incendió en los campos del monte Eduvigis, allí es de donde deriva su mayor producción. 
Nuño prestó atención a sus indicaciones y las guardó en su cabeza, pero había una duda que le carcomía, y no sabía si la confianza que el rey mostraba hacía él era suficiente como para realizar aquella pregunta, pero al final optó por arriesgarse.
— Don Egidio, disculpe mi impertinencia, pero ¿Que pretende lograr al obstruir el reino de su hermano, Don Galvan, económicamente?
— Él no es mi hermano, no es más que un enemigo. Si su reino cae en recesión, mi padre se verá decepcionado de él — lo último lo dijo conteniendo una carcajada.      
Nuño se mantuvo de seguir escarbando por información, aunque lo deseara, sabía que su rey apreciaba a las personas que no se inmiscuían donde no les correspondía hacerlo. Así, que luego de despedirse del rey como correspondía, se marchó a poner en obra las indicaciones del monarca, las que por ahora permanecían solo en su mente.     
Una sucesión de hechos transcurrió de manera consecutiva en el reino de Galvan, algunos de sus funcionarios terminaron muertos, al igual que los mercantes que proveían a las ciudades y también perdió los tributos recaudados. Eso era un duro golpe a la economía de su reino. A pesar de que los asesinos no pudieron ser identificados, Galvan guardaba cierta sospecha sobre quien podría estar implicado en estos sucesos, si bien no se atrevía a poner el nombre de quien creía culpable en palabras reales, no podía sacarlo de su mente. Y para peor, se estaba desatando un incendio incontrolable en el monte Eduvigis, consumiendo hectáreas de plantaciones. Debía actuar rápido, pero no podía arriesgarse a culpar a su hermano, y mucho menos a pedir su ayuda, porque sabía muy bien que no lo escucharía. Se sentía frustrado y solo había un lugar a donde podía recurrir, y estaba seguro que en presencia de aquel hombre lograría aclarar su cabeza.    
— ¿Galvan? — Lavinia, la esposa de Galvan, al ver que su esposo se preparaba para salir del palacio, no pudo contener su curiosidad — ¿A dónde te diriges en estos tiempos de crisis?   
— Mi amada Lavinia, iré a ver a mi padre, esperó que aquel hombre me presté un poco de su sabiduría. Solo a él puedo recurrir en estos momentos.
La mujer asintió en comprensión, y vio desde la puerta de entrada, como su esposo se alejaba, escoltado por la guarnición real, en dirección al viejo castillo.
Cuando Galvan llegó, encontró que él no era el único que había ido de visita al castillo de su padre, sino que su hermano mayor también se encontraba allí, aunque desconocía las razones, no podía evitar desconfiar de su visita, era como si lo estuviera esperando.
— Galvan, ¿Qué haces aquí?, los rumores de que tu reino está atravesando una etapa de crisis llegó hasta mi gente. La noticia me sorprendió un poco. Todo tan repentino.
Galvan supo leer la sorna en la voz de su hermano, a pesar de que era casi imperceptible, estaba allí, como un puñal, que hiere a la carne, la rebana y aplica dolencia. Pero Galvan no se iba a dejar herir por sus palabras, porque tenía una intuición interna, de que nada era lo que parecía.
— Es cierto, funcionarios, mercantes y recaudadores muertos, y un incendio en los montes. Son un duro golpe, pero no es lo suficiente fuerte como para tirar a su rey. Solo queda encontrar quien está detrás de todas estas tramoyas. Que estoy seguro, que no debe ser más que un pobre hombre, al cual no podría odiar, mas desearle que vuelva al camino de la rectitud. Tanto rencor hacía un solo hombre no es sano.
Egidio sintió como si alguien le golpeara en la cabeza, solo fue una sensación producida por sus palabras, porque era como si su hermano supiera que él era el culpable de todos los atentados, a pesar de que no tenía ninguna prueba en su contra. No pudo responder, porque si intentaba defenderse sabía que estaría poniendo en evidencia su culpabilidad, así que solo optó por ignorar su acusación poco transparente, y actuar de desentendido. 
— Siendo ese el caso, deseo que puedas resolver esto pronto.
— Tu manera de decirlo me indica que en verdad quieres todo lo contrario.
Sí, ni siquiera pudo borrar el tono burlesco de aquella oración, y no le importaba, insultarlo era como una pequeña batalla ganada, o por lo menos eso sentía Egidio cada vez que importunaba a su hermano con palabras.            
Egidio sonrió entre triunfante y maquiavélico. Mientras que la expresión de Galvan se tornaba algo entristecida, nunca pudo comprender aquel odio que él consideraba sin sentido que mantenía Egidio hacía él.
El hermano menor no dijo nada más, ignoró la presencia de su hermano, y se dirigió a la habitación donde descansaba su padre, todavía frágil, si bien al borde de la muerte, todavía no había perdido ni un trecho de su lucidez.    
— Galvan, mis ojos se alegran de verte, querido hijo.
— ¿Puedes alegrarte al ver un hijo tan inútil?, tus tierras, a mí confiada hoy corren peligro. 
— Si no fueras apto para ser señor de ellas, nunca te las hubiera dado. Eres inteligente y calculador, pero lo más importante, nunca te dejas llevar por los sentimientos, en eso eres todo lo contrario a Egidio, quien no dudaría ni un segundo en actuar según lo que padece. Mantente siempre frío como has hecho hasta ahora, y veras como serás capaz de solucionar todo, porque el calor del corazón nubla la razón de la mente. Recuerda siempre eso.   
Galvan, quien se había mantenido parado a un lado del lecho, escuchó las palabras de su padre con atención, y las guardó muy dentro de sí, porque saber que su padre no se sentía decepcionado de él, era un disparador de felicidad. 
Egidio también había escuchado aquella conversación, escondido a un lado de la puerta, comenzaba a sentir como la frustración rugía y se mezclaba con la ira en crecimiento. Se suponía que su padre debía reprenderlo, decirle cuanto deshonor había traído para aquel viejo a punto de morir, pero no había sido eso lo que había escuchado. Tanta alagaría le enfermaba. Se sentía como un animal rabioso, y con esa sensación comenzó a caminar, se alejó del castillo cabalgando a toda velocidad, exigiéndole más de lo que debería a su corcel. Estaba cansado de que le robaran su lugar, el reconocimiento y todo aquello que le pertenecía.
— ¡Asqueroso bastardo! — gritaba mientras pasaba los quilómetros de su reino, en dirección a donde creería que por fin podría cobrar la venganza que necesitaba. Solo había un lugar al que podría ir para terminar con todo de una sola vez, y si quería que funcionara debía asegurarse con sus propios ojos y destruirlo con sus mismas manos. La sangre le hervía, antecediéndose a lo que haría a continuación.    
Mientras tanto, Galvan, con la mente llena de pensamientos y el corazón rebosante de determinismo, sonrió al escuchar las palabras de su padre. Era sabio, y agradecía a Dios por haberle hecho hijo de aquel hombre. El antiguo rey miró a su hijo, y con una sonrisa en los labios, comenzó a sentir como aquella pequeña llama que lo mantenía despierto se apagó, sus parpados se cerraron con parsimonia.
Galvan sintió tristeza al darse cuenta que había perdido a su padre. Las lágrimas corrieron por sus ojos e intentó ocultarlas detrás de la palma de su mano. Pero lo que había dicho su padre, eran palabras que podrían convertirse en brisa si no hacía algo por solucionar su relación con Egidio. No debía desesperar, y sabría qué hacer. Y cuando sus lágrimas cesaron se decidió, entonces salió de la habitación en busca de su hermano.  
— ¿Dónde está Egidio? — le preguntó a uno de los sirvientes.
— Se ha marchado de improvisto.
Galvan lo comprendió de inmediato. Ya era muy tarde para arreglar las cosas. O tal vez no. Sabía que no encontraría a Egidio agazapado en su palacio, no, ni tampoco lo vería recorriendo sus jardines o plantaciones, no, estaba seguro que allí no lo encontraría. Tomó el caballo más veloz del establo y corrió lejos del castillo y lejos del reino.
Llegó a los límites de las tierras de su hermano, y se internó en las de su reino, hasta llegar a su propio castillo. Saltó del caballo y corrió indicándoles a sus hombres que abran las puertas. Anduvo por el interior del castillo, camino a su despacho.
— ¿Lavinia? — preguntó con el temor agarrotándole el corazón.
— Los muertos no responden a preguntas — la voz que le respondió no era de quien esperaba, pero le seguía siendo familiar. Aquella oración paralizó su mente por un instante, y sintió como un fuego invisible subió hasta su rostro.
Galvan dio un paso dentro del despacho para encontrar el peor de los escenarios. Lavinia, su esposa, se encontraba recostada sobre un lago escarlata, inmóvil, sobre el frío azulejo del piso. Más allá, sentado en el sillón que le pertenecía, el mismo sillón donde llevaba a cabo todos sus trabajos, allí se encontraba su hermano, sentado con las piernas abiertas, y las palmas de las manos descansando sobre una empuñadura con recubiertos de plata y oro, perteneciente a una hoja larga y metálica, húmeda en sangre. Galvan intentó mantener la compostura, no podía sentirse desfallecer en estos momentos, como le había dicho su padre: el calor del corazón nubla la razón de la mente.   
Galvan tomó un sable que descansaba como ornamentación en la pared, cerca a la estufa, sin quitarle los ojos de encima a Egidio.
— Mi esposa, mi reino, ¿Qué más piensas quitarme?     
— No he hecho más que quitarte lo que me pertenecía. Yo fui primero en cortejar a Lavinia, pero cuando un chico bastardo piensa casarse con ella, la infanta más nuestro padre te eligen a ti. Destruiré todo lo que me quitaste, y te mataré. El reino volverá a lo que era, uno solo, volverá a su verdadero señor.
— Has sido infeliz toda tu vida, guardando rencor absurdo. Estaba pensando en darte una oportunidad, pero llegué muy tarde, y por actuar tarde Lavinia está muerta.
Galvan y Egidio encontraron armas, el choque de metales atronó es toda la sala, rebotando aquel sonido agudo y férreo. Egidio era más fuerte y habilidoso, pero abrumado por la ira, luchaba sin pensar en los movimientos de su cuerpo, era como si se enfrentara a un animal rabioso, sin entendimiento, solo luchando con la guía de su instinto. En cambio el hermano menor mantuvo su corazón sereno y su mente fría, esa fue su ventaja, aquella fue la fuerza que le dio la victoria en la batalla. El sable travesó el corazón de su hermano, quitándole la vida, y fue entonces, cuando el cuerpo de Egidio cayó al suelo sin vida, que Galvan pudo por fin dejar abrumarse por los sentimientos que había estado conteniendo. Tristeza. Dolor. Confusión. Angustia. Melancolía. Y el ramalazo de la perdida, hicieron su aparición, como un huracán tomaron presencia en su interior, y cayendo de bruces se entregó al quiebre.   
Los tiempos transcurrieron lentamente, y un día, mientras Galvan visitaba el cementerio de su familia, se quedó frente a la tumba de su padre más tiempo del que acostumbraba.
— Estoy cuidando del reino con la sabiduría que has compartido todos los años que permaneciste conmigo. Mantengo mi corazón frío para crecer mentalmente, volverme un mejor rey y hombre, anhelando banalmente alcanzar tu sabiduría y convertirme en el hombre que una vez fuiste. Si bien las tierras volvieron a unificarse, hubiera deseado que las cosas hubieran sucedido de otra manera.             Y allí se quedó, contándole a su padre lo que sucedía y dejaba de sucederle, como enfrentaba los problemas y los solucionaba, y cuanto extrañaba a él y a su difunta esposa, que eran aquella compañía cálida que lo escoltaban en la vida. Luego caminó más allá, hasta pararse frente a una tumba algo tosca, con la estatuilla de un arcángel extendiendo las manos vacías.
— Un deseo siempre aquejó a mi corazón, amor fraternal, que el rencor unilateral nunca hubiera existido, pero aquel deseo no es más que un sueño ligero, que se esfuma con la realidad que arrastra, día tras día, mi vida, mi salud, mi juventud.  
Galvan desfundó la espada que había pertenecido a su hermano, la misma que había utilizado para asesinar a su mujer, la misma que había chocado en batalla cruel, y luego de sostenerla unos minutos fuertemente por la empuñadura, hasta que sus puños se volvieron blancos, la apoyó sobre las manos desnudas y regias del arcángel de piedra, mientras pronunciaba un poema que conocía bien, con los ojos convertidos en caudales de agua salada:   
Por muchos pueblos y por muchas aguas llevado,
vengo, hermano, a estas miserables profundidades,
para honrarte con el último oficio fúnebre
y hablar inútilmente a tu muda ceniza,
puesto que el destino te alejó de mí,
¡ah! infeliz hermano, injustamente arrancado de mí;
ahora, sin embargo, acepta esta ofrenda, que por antigua costumbre
es lanzada a las profundidades en tu triste oficio,
mojada en llanto fraterno, enormemente,
y para siempre, hermano, hola y adiós.





6 comentarios:

  1. Lastima que le haya costado la vida a Lavinia, el odio de Egidio. Un odio injustificado.
    Galvan podrá ser un buen rey, aunque dificilmente supere una perdida tan dolorosa.

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    1. Las muertes de sus seres queridos podrían convertirse en un trauma para Galvan.

      Gracias por leer y comentar. Un saludo.

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  2. Un cuento demoledor. El odio de Egidio causó muchos males y sus consecuencias las cargará Galvan hasta el día de su muerte...

    Por cierto:

    "...seguramente por el mismo Nuño, indicando cuales eran las rutas y los lugares de encuentro donde se llevaban a cavo los negocios más importantes..." cavo... cavo... ¡¡¡¡CAVO!!!! ¡Que Egidio te atraviese con la espada! Pero no va a suceder porque está muertito... Ji, ji, ji.

    Excelente cuento trágico. Que comiences bien tu fin de semana. ¡Saludos!

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    1. Ay!! que bruta soy, la verdad se me pasó por alto y eso que lo revise antes de subirlo.Ahora mismo lo cambio jaja

      Gracias por leer y comentar. Un saludo.

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  3. Me encantó, aunque me entristeció la muerte de Lavinia. Excelente relato CYnthia.

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    1. Gracias por leer y comentar. Me alegra escuchar que te ha gustado el relato.

      Un saludo.

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