Ya
estoy muerto. Mi cuerpo murió, pero mi alma se resiste a abandonarlo. Puedo
sentir los gusanos caminando por debajo de mi piel, y el olor nefasto que
desprende mi carne, nauseabundo. No siento nada, ni dolor, ni al fuego quemante
ni al frío desgarrador. Los nervios y las sensaciones murieron con el resto de
mi cuerpo. No sé cuánto tiempo permaneceré despierto, cuando será el tiempo que
mi espíritu decida vaciar aquel templo de carne putrefacta.
—
¿Cómo te fue esta semana, Cotard? — esa era la voz del doctor Monza, era un
hombre algo avejentado, pero que conservaba una expresión juvenil en el rostro.
Lo había conocido gracias a Rosenda, quien me había recomendado encontrarme con
él. Me había convencido que era bueno que un doctor viera mi caso, tal vez
gracias a las ciencias médicas podría encontrar una solución para mi extraño y
singular caso, y por fin descansar en paz, que era lo que más deseaba, porque
ahora mismo me sentía como un alma en pena, sin poder vivir ni morir.
—
La comida no tiene ningún sabor, y me es imposible digerirla, la devuelvo continuamente.
Monza
me escuchaba atentamente mientras no perdía tiempo en apuntar todos los datos de
importancia, es importante recabar todos los síntomas, toda la información es significativa
para poder llegar a una solución, eso era lo que me repetía el doctor todas las
veces que nos veíamos. El doctor no perdía las esperanzas de curarme, de
devolverle la vida a mi cuerpo, pero debo confesar que mis esperanzas no
estaban tan vivas como las de él, resignarme parecía ser la solución más
próxima a mis problemas, ya que dudaba que la medicina trajera de vuelta a la
vida a este cuerpo maldito, ¿Tal vez tendría que incursionar en el ocultismo?,
tal vez lo que me estaba sucediendo no tenía una explicación científica, pero
sí una sobrenatural.
—
¡Cotard!... — su llamado me volvió a la
realidad, me había perdido en mis pensamientos, era algo que últimamente no
podía controlar, era como si no pudiera concentrarme en lo que sucedía a mi alrededor,
¿Acaso mi cerebro también estaba colapsando?
—
¿Decía doctor?
—
Procederemos con la revisión de rutina.
Asentí
en afirmación, ya sabía lo que venía a continuación, siempre era lo mismo, comprobaríamos
que todavía seguía muerto, y que mi situación, como todas las veces anteriores,
había empeorado. Siguiendo las órdenes del doctor me saqué la camisa, dejando
mi torso desnudo. El doctor Monza apoyó el estetoscopio en mi pecho, escuchó
unos segundos y luego hizo lo mismo en mi espalda. A pesar que sabía que tenía
que sentir el frío del aparato y, al tocar mi piel, pegar un saltito de la
impresión, como hacía cuando todavía permanecía con vida, ahora mismo no podía hacerlo,
el férreo metal al tocarme no generaba ninguna respuesta en mí, y de cierta
forma eso me deprimía. Luego de que el doctor terminara de intentar escuchar mi
pulso anotó donde antes, nuevos datos recogidos. No tuve que preguntarle que
había anotado porque ya lo sabía, coloqué la palma de mi mano sobre mi lado
izquierdo del pecho, y como sospechaba, me quedé varios segundos esperando,
pero nunca percibí ningún ritmo debajo de mi piel, aquella melodía de
percusiones, canción de vida, estaba acallada, ya no sonaba. Retiré mi mano de
mi pecho lentamente, sintiendo aquel sentimiento triste que habitaba en mí. Quería
vivir o morir, ya no quería permanecer en este estado intermedio, quería
guardar esperanzas de encontrar una solución pero cada día que nacía era como
una pequeña gota de esperanza derramada, el vaso se estaba vaciando, y cuando
la última gota sea desparramada tenía miedo de lo que sucedería conmigo, ¿Acaso
permanecería en este estado para siempre?
Volví
a colocarme la camisa, y al hacerlo me olí el antebrazo, se había vuelto una
costumbre últimamente, era una manera de recordarme a mí mismo lo que era. Y
allí estaba, ese hedor nauseabundo, a muerto putrefacto que expedía de los
poros de mi piel pálida, sin color ni sangre. Exhalé el aire, en un suspiro
resentido. Seguía respirando por costumbre, aunque ya no necesitara
hacerlo.
Una
percusión se escuchó sobre la madera de la puerta, Monza atendió a quien
llamaba, y para mi sorpresa era Rosenda.
— ¿Ya terminaron? — preguntó
ingresando al consultorio con familiaridad.
— Casi, solo me falta extraer
sangre y hacerle unas últimas preguntas.
— Doctor, ¿Usted cree que pueda
curarse?
— En esta vida todo tiene una
explicación, un porqué, solo hace falta responder esa pregunta y las soluciones
vendrán a continuación.
La mujer sonrió encantada, y pude
apreciar como la confianza resaltaba en sus ojos.
A continuación extendí mi brazo y
vi como Monza hundía una aguja en mi piel, aparté la vista, más por costumbre
que por miedo. Cuando retiró la jeringa giré mis ojos buscando la muestra de
sangre entre las manos del doctor. La jeringa que sostenía estaba vacía, por
supuesto, ¿Qué sangre espera sacarle a un muerto viviente?
Luego siguió un breve dialogo de intercambio
de preguntas y respuestas:
— ¿Has tomado las pastillas que te
receté? — me preguntó.
— Sí.
— ¿Has notado algún cambio?
— No, sigo teniendo ese olor a
podrido, y cada vez es más fuerte. Ya no siento dolor ni ninguna otra
sensación, no tengo sangre ni nervios. Doctor, sigo muerto.
— Ya veo — dijo solamente en
respuesta, luego estuvo enfrascado varios minutos escribiendo en lo que parecía
ser una receta de medicamentos. Cuando ya parecía terminada se la entregó a
Rosenda — Que tome estos medicamentos, dos veces al día. El martes puedes venir
a retirar los resultados de sangre y el miércoles tiene turno para una
tomografía computada del cerebro.
— Y ¿Eso de que servirá doctor? —
preguntó Rosenda.
— Es para comprobar si mi cerebro
está muriendo, ¿Verdad? — le respondí seguro, ¿Por qué más podría ser?
— Sí — me respondió y luego de
permanecer un breve momento, casi imperceptible, en silencio, continuó
respondiendo a la pregunta anterior — Sí, además buscamos la causa de su síndrome,
puede tratarse de alguna contusión cerebral, lo que este causando los síntomas.
— ¿Incluso puede ser algún tumor?
— preguntó Rosenda algo preocupada.
El doctor no le respondió de
inmediato. No entendía bien lo que estaban hablando — Por eso mismo les di el
turno para esta semana, quiero descartar esa posibilidad cuanto antes — respondió
en cambio.
¿Un tumor?, pensé, no me atreví a
preguntarlo en voz alta, solo fui capaz de lograr un gesto confundido, el cual
el doctor ignoró descaradamente. Además ¿Por qué tendría análisis de sangre de
una sangre que nunca pudo extraer?, mis ojos curiosos buscaron en su escritorio
el lugar donde había dejado la jeringa usada, la cual sacó vacía luego de
insertarse en mi piel, la volví a ver, estaba vacía tal y como esperaba, pero
por un momento una imagen de la misma jeringa rellena de sangre oscura se
interpuso durante una milésima de segundo, fue una imagen que si no hubiera
estado concentrado seguro no hubiera percibido.
Que intriga, ¿será revivido por el médico o su alma se liberará del cuerpo?
ResponderEliminarBien contado.
Un abrazo.
La pista de lo que padece el protagonista está en su nombre, el síndrome de Cotard es muy raro y le afecta a ciertas personas esquizofrénicas que creen que están muertas. Tal vez el relato da muy pocas pistas y por eso puede llegar a confundir.
EliminarGracias por leer y comentar.
Un saludo.
Muy interesante! Me llegó al corazón! Soy médico y he vivido con pacientes así!
ResponderEliminarCynthia, ya eres una profesional de la literatura!
Por favor continúalo...
Jesus Alfonso, me alegra mucho leer tu comentario y saber que le ha gustado el relato.
EliminarGracias por leer y comentar.
Un abrazo.
Vaya... Ese Cotard es todo un espécimen. Asumo que sufre alguna especie de esquizofrenia paranoica o paranoide (como se llame). No sé, pero he leído casos donde una mente alterada crea realidades bastante extrañas y muy realistas (para el que las sufre, obviamente). No obstante, debe ser muy difícil estar al lado de una persona que, sufriendo tal terrible enfermedad, crea que está muerta en vida.
ResponderEliminarIntrigante relato, que tal vez no esté tan lejos de la realidad... ¡Saludos!
Hola Nahuel. La verdad es que esa enfermedad existe, se llama el síndrome de Cotard. Había leido sobre el síndrome en una página y me pareció una idea interesante para escribir. Y sí, debe ser dificil, no solo para el que lo padece sino también para la familia.
EliminarGracias por leer y comentar. ¡Un abrazo!
¡Genial Cyn! 😉😉😉
ResponderEliminarGracias por leer y comentar. Un saludo !!
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