El señor Pericles pensó que ese
iba a ser un día como cualquier otro, pero se equivocó. Pues, en su lugar,
cualquiera pensaría que ese sábado sería como cualquier otro sábado de su vida.
Como siempre, se levantó a las seis de la mañana y todo marchaba normal.
Por supuesto, la indumentaria y
el maquillaje llevaba de un gran preparativo, así que pasó sus habituales dos
horas frente al espejo, pintando su rostro de blanco y negro. Dibujando una
sonrisa falsa, pero alegre. Y su traje, que parecía de un preso con frac, lo
esperaba planchado e impecable sobre el placar.
Antes de marcharse, como ya era
rutina diaria, se dio una última ojeada al espejo. Estiró los tirantes y se
sonrió a sí mismos cuando al soltarlos, estos latiguearon contra su pecho.
Tomó su maleta de trabajo, que
por supuesto estaba vacía. Y con ella, y todo embadurnado en maquillaje y apretado
en su traje a rayas, abandonó aquella vieja y familiar habitación de
hospedería.
Hizo el mismo recorrido de
siempre. Anduvo por las mismas tres calles que bien conocía, con los pasos más
cerca de la pared que del cordón. Dobló a la izquierda cuando se encontró con
la avenida principal, y desde allí tuvo que caminar otras tres cuadras más. Estaba
seguro que si cerraba los ojos, podría llegar a su destino sin perderse. Su
cuerpo estaba acostumbrado a recorrer siempre el mismo trayecto. Ni una cuadra más, ni una calle menos.
Por fin llegó a aquella plaza.
Era la ideal para un mimo como era el señor Pericles. Ya que frecuentaban
muchos niños que eran atraídos por las hamacas y los toboganes.
— ¡El señor Pericles está aquí! —
dijo uno de ellos. Y como siempre, los niños comenzaron a congregarse a su
alrededor, acompañados de algunos hermanos mayores y de madres protectoras, que
se negaban a dejar a sus pequeños jugando solos en el parque, sin la
supervisión de un mayor.
El señor Pericles hizo una
reverencia. Esa era su costumbre antes de comenzar el show. Su público, que no
era poco, pero tampoco mucho, lo recibió con aplausos.
Y comenzó el acto. Hizo lo que
estaba acostumbrado a hacer y en el mismo orden. Levantó un yunque enorme, le
costó, obvio, algunos niños se rieron cuando sus rodillas temblaron a causa del
enorme peso que estaban soportando. Pero… las risas no eran tantas como
siempre. Tocó un piano, y se cayó graciosamente de la butaca cada vez que
llegaba a la última nota. Al parecer el acto ya no les parecía tan gracioso
como siempre.
Las risas de antes, esta vez
fueron reemplazadas por toses, bostezos e incluso algunas quejas.
— Mamá, el señor Pericles es
aburrido. Hace siempre el mismo acto.
— Oh, cariño, tienes razón. Lleva
haciendo el mismo acto desde que yo era pequeña.
El mimo se sintió desfallecer
cuando los murmullos llegaron hasta él. ¡El público no se estaba divirtiendo!,
corría peligro que se levantaran y abandonaran al viejo Pericles ahí solo, en
medio de la plaza, con sus imitaciones para él solo.
Al parecer, los niños ya no eran
tan fáciles de contentar como antes.
Bien, si este público difícil quería
algo nuevo, el señor Pericles se los daría. Se saldría de su rutinario show que
llevaba siendo un éxito durante los últimos años, todo eso haría para no ser
olvidado, para seguir despertando risas infantiles. Haría un cambio.
Uno de los niños, se había
levantado de su lugar, con obvias intensiones de abandonar el acto del mimo,
pero se detuvo cuando se percató que algo cambió en la rutina del mimo.
— ¿Eh?, ¿el señor Pericles nos
trae un nuevo show? — dijo, y volvió a sentarse, dándole esta vez toda su
atención al que vestía a rayas.
Pericles, se sobó los guantes,
pensando en un acto improvisado. Tenía que sacar algo de la galera de inmediato.
— ¿Qué está trayendo el viejo
Pericles? — preguntó un niño interesado, cuando el mimo comenzó a jalar de una
cuerda trasparente, la cual lucía sumamente pesada.
— Qué buen actor — dijo una de
las madres —. Incluso pareciera que hiciera fuerza de verdad, y todo.
Pericles escuchó aquellas
palabras. Se limpió una gota de sudor que se escurrió por su maquillaje. Sí, lucía
real, porque extrañamente, después de treinta años de actuar como mimo,
realmente sentía que estaba arrastrando una enorme caja con una soja. ¿Qué
diablos?, se preguntó Pericles. No entendía nada. Pero siguió con el acto.
Fue un gran esfuerzo real, pero
logró traer aquella caja invisible.
Pericles, con algo de temor,
tanteó en el lugar con las manos. ¡Parecía una locura! ¡Lo sabía! ¡Pero él
sintió que estaba empujando una caja real y pesada! Pero por suerte, todo había
estado en su imaginación. Sus palmas sólo tocaron aire, así, que, con el pulso
del corazón más tranquilo, pudo continuar con su nuevo acto.
Hizo que abría una puerta invisible
y que la traspasaba. Después de cerrarla, hizo un chiste que despertó carcajadas
en todos los espectadores. Dio un par de saltos dentro de la supuesta caja e
hizo como si se golpeara la cabeza con el techo invisible. Los niños no podían
parar de reír mientas Pericles se sobaba la cabeza y fingía llorar de dolor.
A continuación, colocó la palma
de su mano sobre la supuesta pared invisible. La idea era mostrarles a los
niños el tamaño de la caja. Pero… tuvo que volver la mano en un reflejo veloz cuando
sintió algo.
No, no, no…
Debía ser su imaginación.
Los espectadores se
sorprendieron, siendo contagiados por la expresión del viejo Pericles.
— ¿Mamá qué le sucede al mimo?
— Es todo parte del show, hijo.
Sí, sí, eso pensaban los
espectadores. Pero… ¡Pericles había sentido algo! Tenía guantes gruesos, pero
incluso, a través de ellos había podido sentirlo. ¡Había una maldita pared real!
No, no…
¡Debo estar volviéndome loco!, es
imposible que haya una pared real, pensó.
Pericles estiró su mano una
segunda vez. Necesitaba asegurarse que todo había sido parte de su imaginación.
Pudo soltar un suspiro de alivio,
cuando su palma no encontró más que aire y la mismísima nada.
Sí, debía ser su imaginación.
Talvez no estaba lo suficientemente descansado.
Intentó no darle mucha importancia
a lo sucedido y siguió con su show.
Abrió la puerta de la caja una
vez más y salió de ella.
Esa había sido una caja grande,
ahora se metería en una caja pequeña. Si la grande había venido de la
izquierda, de la derecha traería la pequeña.
Tomó otra cuerda imaginaría y
comenzó a tirar de esta.
Otra vez…, lo sintió. Pero esta
vez la caja no era tan pesada, no, se sentía como si trajera una más pequeña,
una mucho más pequeña, como del tamaño de una caja de zapatos.
Se preguntó si lo mejor sería
dejar el acto allí y volver a su casa. Talvez, mañana sería un mejor día, pero
no, el viejo Pericles era un hombre perfeccionista y ¡nunca había abandonado un
acto!, ni siquiera en días de lluvia. ¡Y hoy no sería la primera vez que
faltaría a su antaña tradición de actos!
Cuando tuvo la supuesta caja ante
sus pies, hizo como si la pisara y saltara sobre ella. Luego de un par de
saltos, dio un paso a la derecha, pero se tropezó cuando sus pies dieron con
algo.
Los niños estallaron en risas
cuando el viejo Pericles cayó al suelo. Ellos pensaron que fue parte del acto,
pero no. ¡Sus pies realmente habían chocado con algo! Se giró, buscando aquello
que lo había hecho caer, pero sus ojos no encontraron nada. El escenario estaba
vacío.
¿Acaso había tropezado con la
caja invisibl…? No, eso era una locura.
¡Definitivamente se estaba
volviendo loco!
Se levantó del suelo, con el
corazón hecho un desastre. Aquellos incidentes lo estaban asustando. ¡Pero
incluso así Pericles continuó con el show!, sí, Pericles era de esos hombres
que no saben cuando detenerse.
El acto final consistía en entrar
en una caja pequeña, en una que medía la mitad que él.
Primero empezó colando un pie dentro
de la caja. Su idea era meter un brazo a continuación, pero falló cuando entendió
que algo extraño estaba sucediendo con su pie. Pues, lo sentía pesado, como si
hubiera quedado atascado en una pequeña caja. Intentó sacarlo de la caja
trasparente, sus manos, contra todo pronóstico y lógica, sintieron aquella
caja, pequeña como una de zapatos, que rodeaba a su pierna. Tiró de ella, pero
no había manera de zafarse. La caja tenía a su pie mordido como si dientes
tuviera. Estaba completamente atrapado en su interior.
Las carcajadas resonaban a su
alrededor.
— ¡Este acto es realmente bueno!
— ¡Sí!, no sé porque no lo hizo
antes.
— Cierto, siempre actuando el
mismo acto aburrido por años.
Pericles intentó gritar, explicarles
que no era un acto, que verdaderamente su pie había quedado atorado en una caja
invisible, pero… su voz no salió. Se había quedado mudo, como un mimo.
Y desde ese día, el mimo Pericles
no dio más un acto, porque su vida entera se convirtió en uno. Nadie había
vuelto a escuchar su voz, y siempre lo veían arrastrando una pierna, como si de
ella colgara algo molesto y pesado.
Su traje de rayas, no se lo
volvió a cambiar nunca más. Una vez él mostró que no se lo podía quitar cuando
lo regañaron por llevar ese viejo traje sucio y rotoso por el uso. Y era así, incluso
una de las madres intentó ayudarlo. Pero los botones no se desprendían. El
traje de mimo lo tenía cautivo. ¡Se sabía que incluso dormía y comía con él!
Y aún peor, los rumores decían
que Pericles había olvidado su verdadero nombre. Cuando tuvo que firmar una
forma, le solicitaron que lo hiciera con su verdadero nombre, pero el viejo se
quedó pensando durante horas, frente al papel, como si ya no recordara cuál
era, y derrotado, ya no le quedó de otra que firmar con su nombre artístico y
con el que todos lo conocían: el mimo Pericles.