lunes, 7 de febrero de 2022

Zeru Zeru (segunda parte)



Mugi no pudo dormir en toda la noche. Se mantuvo intranquilo, moviéndose de una pared a otra de su zamora.

No podía, no podía dejar a su sobrino en la intemperie, muriendo a merced de la noche. Al final, venció aquel miedo que le impedía abandonar su hogar. Dispuesto a enfrentar las consecuencias de la tribu, fue por el pequeño fantasma. Buscó entre los árboles, en la pradera, en cada cueva, pero no tenía forma de encontrar a su sobrino.

Se lamentó, imaginándose lo peor. Pues, los miembros habían vuelto a la aldea, y con el regreso de ellos, se había apagado el llanto del zeru zeru a la distancia. Eso sólo podía significar una cosa. Pero, de manera empedernida, se negaba a creer aquel final trágico para el pequeño fantasma. Fueron varias noches en las que salió a buscar a su sobrino.

Una tarde, encontró el cadáver de su hermana. Lleno de lágrimas la enterró en el lugar bajo una pila de piedras. Se acuclilló frente a donde yacía Kioni y sintió que su mundo se venía abajo.

— Lo siento — se lamentó, con el corazón lacerado —. No pude protegerlos.

Cuando sintió que sus esperanzas se reducían al mínimo, y sorteaba la opción de abandonar su búsqueda aceptando lo inevitable, escuchó una risa pueril proveniente de una vorágine de maleza cercana. Se acercó con cautela, descubriendo en su interior, una leona acicalando a un cachorro humano, su lengua era la que parecía causarle cosquillas a su sobrino, generando aquella carcajada.

No podía creerlo. ¡Estaba vivo!, y lo más increíble era que una leona lo estaba cuidando.

La madre le gruñó amenazante cuando Mugi extendió las manos para tomar a su sobrino de aquella maraña de cachorros acurrucados. Se detuvo, quedándose inmóvil. No quería lastimar a la leona para recuperar a su sobrino, no después de que haya cuidado de él durante los últimos días. Mugi se acercó con cautela y paciencia, y a pesar de que la leona le gruñó un par de veces, esta dejó que el humano tomara a su cachorro blanco. Pues, era como si supiera que aquel hombre no presentaba ninguna amenaza real.

Tomó al niño y lo abrazó de manera temblorosa contra sí mismo.

— Gracias — dijo en dirección a la leona. Y esta lo miró fijamente, y no despejó sus ojos pardos del par, hasta que desaparecieron de su vista.

Y desde entonces, Mugi cuidó de su sobrino. Se prometió así mismo, esta vez no ser un cobarde, se enfrentaría a la tribu entera si era necesario, pero, no dejaría a su única familia solo. Esperaba ser un padre para el pequeño y que pudiera apoyarse en él.

Por supuesto, los habitantes de la aldea no tomaron la noticia con mucha alegría que el pequeño fantasma haya vuelto a la tribu, pero esta vez, nadie se atrevió a acercarse al pequeño. Un demonio encantador de leones, era algo nunca antes visto y no estaban seguros qué otras cosas aterradoras sería capaz de hacer. Nadie se atrevió a averiguarlo, prefirieron fingir que no existía.

Y así, a quien todos conocieron como Zeru Zeru, creció marginado, los niños huían de él, los adultos lo ahuyentaban o golpeaban para que se alejara de ellos y de sus familias.

— ¡No te quiero cerca!, Zeru Zeru — decían.

— ¡No te atrevas a maldecir mi zamora! — lo amenazaban, a pesar de que ellos le tenían más miedo, que Zeru Zeru a ellos.

Los niños no jugaban con él, los adultos no lo ayudaban si lo veían caer o llorar. Sólo había una persona en la que podía confiar y era su tío Mugi, quien lo había vestido y alimentado durante sus últimos diez años de vida. Y por supuesto, estaba la leona, quien, Zeru Zeru, a veces visitaba en la sabana. Por supuesto, a Mugi no le gustaba mucho la idea de que jugara con aquella leona y sus cachorros, los cuales habían crecido hasta convertirse en adultos. Pero no podía prohibírselo, esa leona lo había salvado, esa leona era su guardián.

Cuando Zeru Zeru cumplió catorce años, fue un día funesto para él. Su madre leona murió. Ya estaba anciana, y era evidente su cercano deceso, pero Zeru Zeru se negaba a aceptarlo.

— Toma. Cúbrete del sol — le dijo su tío, colocando un sombrero sobre su cabeza. Tenía que salir con él, pero ese día había tenido la mente ocupada en un sentimiento de tristeza desgarradora. Su piel se alivió un poco al ser cubierta por la sombra de este. Tenía una maldición: no podía exponerse al sol. Tenía sentido, ya que los fantasmas pertenecen a la noche. Si pasaba mucho tiempo expuesto, le nacían manchas en la cara, ampollas, y de estas salían sangre. Y la visión le quemaba. Había perdido bastante visión, sus ojos estaban como velados por una niebla blanca —. Vivió muchos años, más de los que vive normalmente un león — le dijo Mugi mientras acariciaba su hombro en un signo de consuelo. El hombre lo ayudó a cubrir el cuerpo de la felina con una tumba de piedras y luego lo dejó solo para que llorara, comprendiendo su dolor.

— Alika — la llamó Zeru Zeru al ver a la leona acercarse. La había llamado así porque era la más bella de la camada. Era su hermana, y se había criado junto a ella y los otros cachorros durante su niñez, pero, con Alika siempre había sido más cercano, eran inseparables.

Le acarició el hocico, y la leona recibió los mimos gustosa. Zeru Zeru alejó su mano de ella, cuando Alika saltó asustada y luego se volteó, gruñendo, en dirección a unos árboles.

Allí pudo distinguir a uno de los guerreros que era acompañado por varios hombres que no conocía, y una anciana con ropas muy llamativas. Parecía ser una bruja. Supuso que eran de una tribu vecina. Y desde dónde estaba, pudo escuchar parte de la conversación de ellos.

— ¿Él es el famoso zeru zeru encantador de leones? — preguntó la anciana.

— Lo está viendo con sus propios ojos. Toca a un león y este parece hipnotizado por él. No lo ataca y cumple todas sus órdenes.

— Oh, ya veo. Los rumores eran reales.

— ¡Zeru Zeru! ¡Corre! — escuchó de repente la voz de su tío, quien era arrastrado por dos hombres, este luchaba por escaparse, pero los hombres que lo sometían lo duplicaban en tamaño y fuerza.

— Quiero su piel, sangre y huesos, haré con él las pociones más poderosas.

Y con estas palabras, los hombres que la acompañaban, sacaron de sus ropas grandes machetes. Zeru Zeru abrió los ojos del terror al ver aquellas armas filosas. Su corazón se aceleró y su cuerpo perdió fuerzas. Se quedó, allí, hecho piedra, viendo como los asistentes de la bruja se acercaban a él, blandiendo los machetes en su dirección. Lo desmembrarían.

— ¡No le hagan nada! — gritó Mugi dándole un buen golpe a uno de los hombres. Pero aquella acción, le valió la vida. El hombre que lo sostenía por el hombro derecho, le rebanó el cuello con su machete, matándolo en el acto.

— ¡No!, ¡Mugi! — gritó el fantasma, temblando de la rabia y del miedo.

Alika se interpuso entre los hombres y el niño blanco, impidiendo su ataque. Los hombres se sintieron cohibidos por los enormes dientes de la felina. Lo que les impidió avanzar hacia su objetivo.

— ¡Es increíble!, incluso le ordena a la leona que sacrifique su vida por él — se maravillaba la anciana, excitándose de sólo pensar en las pociones que sería capaz de crear con semejante espécimen —. Maten a la leona y luego tráiganme al chico.

— No, Alika, vete — se preocupó Zeru Zeru, empujándola por la cadera. Pero la felina no se marchó, se negaba a dejar a su hermano a merced de aquellos hombres.

Durante la pelea con la leona, uno de los hombres logró infringirle una grave herida en la pierna de Zeru Zeru, que escurrió sangre hasta manchar la tierra con su color.

— ¿Quién lo diría?, tiene sangre roja — se sorprendió la anciana. Ya que los rumores decían que los zeru zeru tenían sangre de extraños colores.

Ante el grito desgarrador del chico al ser herido, acudieron a escena el resto de sus hermanos felinos.

Todos los presentes se sorprendieron al verse rodeados por media docena de enormes felinos, que los acechaban y gruñían, prometiendo una matanza si no dejaban a su hermano humano en paz.

— Retirémonos — ordenó la bruja, impresionada por aquella escena —. Este es un zeru zeru que está fuera de nuestro alcance.

Y así, temblando del terror por aquella escena fantasiosa, se alejaron, dejando al chico malherido en compañía de sólo los leones.

Se estaba haciendo de noche, así que el joven buscó una cueva donde refugiarse. Alika lo siguió en todo momento y nunca se apartó de él. Se sentó contra la pared de piedra, quejándose del dolor lacerante que le ocasionaba cada movimiento.

Zeru Zeru lloraba de dolor, pero no sólo del que le ocasionaba la herida en su pierna, no, tenía otra mucho más profunda en su corazón y en su mente, al recordar como su tío fue muerto frente a sus ojos. Ahora estaba solo. Nadie iría en su ayuda. ¿Qué sentido tenía volver a la aldea si nadie lo ayudaría? Lo dejarían morir, desangrase en un rincón de la aldea, ignorándole como si no fuera más que… un fantasma.

Pasaron varios días, y la leona hermana se ocupó de darle calor en las noches y comida durante los días. Pero él no podía comer aquellas presas que le traía. Sabía que la carne cruda le caería aún peor en su estado moribundo. Pero, de igual manera, le agradecía el gesto. Ella lo estaba cuidando. Era la única que estaba con él.

Su cuerpo comenzaba a debilitarse, había perdido demasiada sangre. Tenía hambre y sed. Y si bien su herida había dejado de sangrar, esta se había vuelto de un color negra y tenía supuras amarillas. Estaba seguro que ese estado no era nada favorable.

Pasaron varias noches más, y sentía que apenas le quedaban fuerzas para mantener un ritmo constante en su respiración. Algo en él, como una pequeña llama, se estaba extinguiendo. Alika se recostó junto a él, ella lucía algo extraña, entendió de inmediato que estaba preñada por su barriga prominente y en la manera esforzada que respiraba a su lado. Y esa noche, convivió la muerte y la vida en el mismo lugar. Mientras uno moría, la otra daba vida.

Zeru Zeru se aferró a aquella cadena que siempre llevó al cuello. No recordaba a su madre, pero por Mugi sabía que lo había protegido hasta último momento. Una extraña calidez provenía de aquel dije de madera al ceñirlo con su mano. Era como una calidez familiar. Sentía de alguna manera como si tomara la mano de su madre y de su tío Mugi, mientras, daba su último aliento.

El primer aliento se oyó a un lado. Venía en forma de ronroneo mezclado con gruñido. Alika recibió al primer cachorro con un lengüetazo de bienvenida, pasándolo por su pelaje blanquecino. Su primer cachorro había nacido albino.

...


10 comentarios:

  1. Una historia época, de amor familiar y de una amistad que va más allá de las especies.
    Besos.

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  2. Muy bonito, con un final precioso.
    Enhorabuena :)

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  3. Atávico relato , en estrecha relación con lo telúrico, con La Naturaleza, ....¡¡¡¡¡¡¡Con El Planeta!!!!!!!....
    ¡ ¡ ¡ ¡ ¡ T o t é m i c o , D i r í a Y o ! ! ! ! !
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    1. Gracias, Juan, por tu singular comentario. Gracias también por pasarte por la segunda parte del relato.
      Un saludo.

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  4. Excelente tu relato, me gustó mucho, una triste historia de amor amistad, incomprensión, racismo, realmente excelente, felicitaciones. Patricia F.

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    1. Gracias, Patricia. Me alegro que el relato te haya gustado.
      Un abrazo.

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  5. Hola, Cynthia. No me iba a quedar a medias sabiendo que existía segunda parte así que he venido a enterarme sin falta. Bien, veo que el final es positivo. Los leones, sin tanto brujo ni chamán al uso, son más humanos que las personas de cualquier color. Saludos.

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    1. La naturaleza es sabia.
      Gracias por dejar tu comentario.
      Saludos.

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