― ¡Hijos míos!― Exclamó el Rey
con su voz paternal.
El Rey Beraduc se alegró al ver
que sus tres hijos habían acudido de inmediato a su llamado. Tres hijos
mellizos.
Los jóvenes lo saludaron con una
reverencia:
― ¡Padre!, ¿Nos has convocado?―
Preguntó uno.
―Si ― Dijo solemnemente ― Ustedes
tres nacieron el mismo día, por infortunio no sabemos cuál de ustedes es el
primogénito, ya que la Reina, su madre que en paz descanse, murió luego dar a
luz y la parteriza dice haber perdido la conciencia y no recordar quien de
ustedes nació primero― Dio un largo suspiro ―Uno de ustedes tres deberá heredar
el trono, ¿Quién será?― Dijo mirando a sus hijos con ojos inquisidores.
Los hermanos intercambiaron
miradas dudosas. Unos de ellos será el próximo Rey:
―Christope, es valiente como
león, algo sumamente importante en un rey. Dominique, tiene un gran corazón,
digno de un soberano justo. Y Gérard, tiene una mente hábil, la inteligencia
para dirigir un reino― Dijo escrudiñando a sus hijos con la mirada ― Estoy
completamente seguro que los tres serían excelentes monarcas, pero por desdicha
solo uno podrá ascender― Le hizo seña a un sirviente el cual desplegó de
inmediato un pergamino muy antiguo donde en su semblante se dibujaba una armadura
brillante que parecía arder envuelta en fuego ―Esta es la armadura del dios
Volcano, según la leyenda forjada del fuego del volcán que es su hogar― Se
levantó de su trono y caminó acercándose a sus hijos ― Solo hay una forma de
saber quién de ustedes es verdaderamente digno de la corona― Dijo llevando su
mano hacia arriba de su cabeza para señalar una corona de oro solido con picos
que terminaban en valiosos diamantes ― Él que me traiga la armadura de Volcano
recibirá el reino.
Al día siguiente, cuando el sol
comenzó a asomarse por el horizonte, los príncipes se calzaron brillantes
armaduras. Empuñaron filosas espadas y cubrieron sus antebrazos con pesados
escudos. Se preparaban para emprender una cruzada que desembocaba en el volcán
del dios.
El Rey no se había equivocado
cuando dijo que Christope era valiente, tampoco cuando dijo que Dominique tiene
un gran corazón, y mucho menos cuando dijo que Gérard era inteligente. Pero no
había dicho que Christope era valiente pero descuidado, actuaba de forma
impulsiva sin meditar las consecuencias. Tampoco dijo que Dominique era
cobarde, temeroso de aventurarse. Y que Gérard era un embustero, utilizaba su
inteligencia para el engaño.
No lo había dicho por qué no lo
supiera, porque lo sabía muy bien. Era un Rey inteligente. Esperaba que esta cruzada
les sirviera de escarmiento, flotaran a la superficie sus defectos y fueran
capaces de superarlos. El que redimiera sus imperfecciones sería digno de regir
desde el trono.
Se despidieron de su padre, el cual
les deseo la mejor de las suertes.
Cabalgaron por el camino
pedregoso alejándose del castillo que los había cuidado y criado por años.
Gérard se rascó su prominente
barba y dijo:
― Existen muchas leyendas sobre
el dios Volcano― Dijo haciendo alarde de su amplia sabiduría sobre la cultura
popular ―Dicen que en el volcán se esconden muchas cosas de diferentes valores.
Incluso su propia hija maltratada está encerrada en un calabozo por desobedecer
a su padre.
― ¿En que lo desobedeció?―
Preguntó Dominique con su pequeña y sumisa voz.
― Según cuentan que al ser hija
de un dios su belleza es sobrehumana, podría decirse que tiene una hermosura
sublime, por aquella razón su padre celoso no la dejaba salir del volcán
temiendo que algún hombre la haga su ferviente esposa y perdiera su compañía.
Pero ella añoraba salir a la superficie. Imagínense que debe ser terriblemente
aburrido vivir en un volcán― Lanzó una pequeña carcajada donde sus hermanos lo
acompañaron ― En fin, la muchacha no lo soportó y se escapó del volcán. Su
padre la descubrió y la encerró de por vida para que no pudiera volver a
escaparse. Algunos viajeros afirman que si te adentras en el volcán a veces se
hoyen llantos femeninos que provienen de las profundas cavernas. Pero nadie se
atreve a bajar para ayudarla, ya que eso significaría tentar la ira del dios―
Dijo riendo de forma irónica.
― ¡Yo descenderé a liberarla!― Exclamó
Christope extendiendo su brazo y blandiendo su espada al aire de forma
victoriosa mientras sus cabellos rubios se agitaban al viento.
― ¡No!, podrías despertar la
furia de su padre― Dijo Dominique intentando ocultar su cobardía detrás de un
tono grave.
― ¡Qué ilusos son!― Dijo su inteligente
hermano riendo ― No existe tal dios, por lo tanto no existe tal hija. Son solo
ridículos cuentos de hadas― Gérard lanzó una carcajada que se perdió en el
aire. Era un escéptico, pero sus hermanos no.
― ¿Se la puede liberar de alguna
manera?― Preguntó Dominique cautelosamente.
Gérard lo miró incrédulo, su
hermano era muy cobarde para atreverse incluso a contradecir alguno de sus
hermanos, mucho menos a un dios:
― Ya te dije que son solo cuentos
de hadas― Suspiró divertido ― Pero según dicen que la única forma de romper la
cárcel es agradando al dios. Si el te cree digno para su hija dejara que se
vaya. Hay una prueba que superar, si la superas, eres digno de ella.
Dominique meditó en su mente. Le
atemorizaba aquella prueba. Pero al pensar que una jovencita estaba encerrada
en una cárcel, su enorme corazón se encogía de pena al especular su
sufrimiento.
Cabalgaron sin detenerse hasta el
pie del enorme volcán. Hacía siglos que no entraba en erupción. Se veía apagado
y solitario, incluso tenía aspecto lúgubre y misterioso. Digno del hogar de un
dios iracundo.
Ataron los caballos al tronco del árbol más
cercano y descendieron por la boca del volcán. Dentro se abría una enorme sala
rocosa de robustas paredes de lava solidificada. Solo había dos caminos por
tomar, uno que apuntaba al norte y otro que miraba al sur.
Dudaron cual tomar. Creyeron que
uno llevaría a la armadura y el otro a la prisión. Pero no sabían cual era
cual.
De repente unos suaves alaridos
los sorprendió haciéndolos estremecerse por el susto. Era un llanto de mujer.
Lo escucharon una sola vez y muy débil, pero fue suficiente para saber que el
túnel que apuntaba al sur llevaba a la prisión.
Gérard no dudó cual tomar,
inmediatamente comenzó a descender hacía el norte:
― ¿La dejaremos allí?― Preguntó
Dominique sintiendo como su interior se llenaba de pena al pensar en la
maltratada joven.
Gérard lo miró sin expresión
alguna, su intención era ir directamente hacía la armadura, tomarla y regresar
sin perder tiempo. Rescatar una damisela en apuros no era parte de su plan:
― Por supuesto que no, eso no es
de caballeros― Exclamó Christope desfundando su espada preparándose así para
descender por el sur.
―No somos caballeros. Somos
príncipes― Le dijo Gérard todavía incrédulo, no podía creer que sus hermanos
creyeran más importante la liberación de la joven antes que la corona.
Gérard recapacitó unos segundos,
podría sacar ventaja en esto. Mientras sus hermanos iban al rescate de la
chica, él se adelantaría y tomaría la armadura convirtiéndose así en el
indiscutible rey. Pensó un plan unos momentos y dijo:
― Pero tienen razón, pobre niña,
no podemos abandonarla. Me encantaría acompañarlos a liberarla pero se ha
corrido el rumor de nuestra cruzada por el reino y muchos creen que si nos
ganan en recuperar la armadura ellos podrían ser reyes también― Mintió ― Y
sería lo justo, nuestro padre dijo que el que le llevara la armadura sería
digno del trono― Volvió a mentir. Ningún plebeyo se atrevería a competir contra
sus príncipes, era una acción de deslealtad y deshonor. Pero sus hermanos se lo
creyeron― Entonces, repito, lamento no acompañarlos. Pero deberían ir ustedes
dos a liberarla. Yo mientras tanto bajare en busca de la armadura para evitar
que ningún plebeyo se nos adelante. ¡Se imaginan la desilusión de nuestro padre
si fracasamos!―Fingió pesadumbre, luego inventó una nueva leyenda ― Se dice que
la armadura te elige, no cualquiera la puede usar. Dice que si la usa alguien
digno de ella se enciende en fuego sublime― La verdadera leyenda decía que
cualquier hombre podía usar la armadura, tanto para el bien o como para el
mal―Entonces cuando la recupere esperare a que los tres nos reunamos, allí
veremos quién es digno. Nos la probaremos y ella decidirá quien es el próximo
rey― También mintió en aquello, nunca dejaría que el azar decidiera cual de los
hermanos debiera llevar la corona. Intentaría conseguirla a toda costa. Incluso
si debía engañar a sus hermanos.
Dominique y Christope se miraron.
Les pareció justo. No podían desilusionar a su padre, ni tampoco abandonar a la
joven:
― Eres un buen hombre― Le dijo
Christope a Gérard ―Inteligente también, piensas en todo.
Gérard sonrió. Sus hermanos no lo
percibieron, pero era una sonrisa de macabra satisfacción. Su plan marchaba a
la perfección.
Dominique y Christope
descendieron por el túnel del sur, y Gérard por el del norte.
Mientras caminaban adentrándose a
las profundidades, Dominique le confesó a su hermano uno de sus más profundos
secretos:
― Esta cruzada no es para mí. No
tengo manera de rey― De su garganta se
escapó un apenado gemido― Tú eres valiente, y Gérard inteligente. Yo no soy más
que un cobarde― Dijo bajando el rostro.
― No, eres justo. Serías un
excelente rey― Le dijo su hermano.
― Pero yo no quiero ser rey―
Levantó la mirada nuevamente ― Enserio no deseo la corona, es mucha
responsabilidad.
Christope lo entendió. Si no
quería luchar por la corona no lo haría. Ahora la disputa se reducía a él y a
Gerard.
Llegaron hasta el final del
túnel, donde se abría frente a ellos un enorme precipicio.
Había una extraña columna
vertical que se paraba frente al precipicio sostenido por lo que parecía ser
una precaria bisagra de piedra.
Christope empujó con todas sus
fuerzas la columna haciendo que la bisagra girara. Lo cual provocó que la columna
callera sobre el precipicio creando un puente hacia el otro lado.
Los hermanos miraron el fondo del
precipicio, pero no lo percibieron. La columna se veía inestable y precaria. No
parecía tan solida como para cruzarla a pie. Pero la valentía de Christope lo
impulsó a intentar cruzarla sin percatarse de los peligros.
El hermano valiente avanzó
decidido sobre la columna. Pero dio algunos pasos y la columna giró haciendo
que perdiera el equilibrio. Si no fuera por Dominique que lo sujetó hubiera
caído al vacio:
― No te arriesgues― Le dijo
dándole la mano y ayudándolo a subir de vuelta ― Yo iré, tú debes ser rey― Le
dijo enternecido. Ya que creía que él se merecía la corona.
Dominique trabó la bisagra
giratoria con su escudo y tomando profundo aire se paró frente a la columna.
Cuando más la miraba le encontraba más grietas y más miedo sentía:
―No es necesario que lo hagas― Le
dijo su hermano sujetándolo por el antebrazo.
― Si, si lo es. No podre seguir
viviendo sin un cargo de conciencia sabiendo que dejamos abandonada a la joven.
Tomó una amplia bocanada de aire
y colocó el primer pie sobre la columna. Esta no giró. El escudo había trabado
la bisagra a la perfección. Christope estaba atentó a que el escudo no se
saliera de su lugar y activara la bisagra nuevamente.
El hermano de buen corazón fue
dando pequeños pasos mesurados. Su corazón latía violento por temor a caer al
vacío. Pero había algo que lo impulsaba a seguir y no volver. Era su sed de
justicia. No permitiría que una joven inocente pasara el resto de su vida
encerrada en un calabozo.
El miedo en momentos lo
paralizaba o le hacía entrar en vértigo y marearse, pero intentó ignorar su
cobardía y terminar el trayecto de columna que le faltaba. Y así lo hizo.
Del otro lado se encontró con una
puerta metálica, de esas que solo se abren desde afuera.
Respiró hondo y giró la manilla
de la puerta. Encontrando en su interior una hermosa joven de belleza inusual.
Extraños ojos color obsidiana. Anchos labios morados y cabello de oro. Su
rostro poseía perfectas líneas de facciones celestiales.
La joven salió del calabozo y
echándose sobre los brazos de Dominique lloró de felicidad. Había sido
liberada.
Gérard al final del túnel
encontró un elevado monolito donde descansaba una brillante armadura de preciosas
grebas y crines de transparentes hebras. Su metal relucía al desenfoque de una
misteriosa luz que proyectaba la caverna.
Gérard no era tonto, sabía que no
sería tan fácil llegar a la armadura. Estaba seguro que se escondía alguna
trampa en algún lado.
Tomó una roca y la arrojó en su
dirección. La roca cayó al suelo rebotando hasta que se detuvo. No sucedió
nada.
Tal vez no había ninguna trampa.
Comenzó a avanzar en dirección al monolito despreocupadamente.
No se percató, pero cuando piso
una de las piedras del suelo esta se hundió activando algo a su alrededor
produciendo ruidos de cadenas y poleas. Gérard giró sobre su eje buscando el
origen de aquel sonido.
Una jaula descendió encerrando en
su interior a la armadura, volviéndola así inalcanzable. En una de las paredes
de la caverna comenzó a levantarse una puerta de piedra muy lentamente.
En ese momento venían llegando
por el túnel sus dos hermanos y la joven. Pero llegaron tarde. La puerta de la
pared de la caverna se abrió por completo liberando de su interior una enorme
bestia de espalda curvada que mostraba una acorazada joroba, que lucía filosos y torcidos dientes en su cuadrada
mandíbula. Era un horrendo orco de azulada piel. Un orco que comía carne
humana.
Gérard sacó su espada y luchó
contra la bestia. Pero ningún hombre era rival para un orco. La bestia lo
golpeó con su pesado brazo haciendo que se golpeara contra la pared. El orco
arrastró a Gérard por los pies hasta el interior de su cueva mientras este
gritaba y se retorcía en vano intentado liberarse de su agarre. Detrás de si se
cerró la puerta que al principio lo aprisionaba.
Por más que sus hermanos
intentaron abrir la puerta, esta no se volvió a levantar. No pudieron evitar
que su hermano se convirtiera en la cena del orco.
La joven conocía la caverna a la
perfección. Tocó una piedra del suelo y esta produjo que la jaula volviera
hacía el techo desaprisionando la armadura.
La joven les explicó que su
hermano Gérard ya estaba muerto. No tendría sentido volver a liberar al orco.
Ellos aceptaron la verdad con tristeza. Habían perdido a su hermano.
Ambos hermanos miraron la
armadura, pero no compitieron por ella. Dominique le dijo:
― Es tuya. Yo no la quiero― Le
dijo con sinceridad mientras embozaba una sonrisa fraternal― Serás un buen rey.
Christope tomó la armadura,
cuando se la calzó esta se encendió mágicamente en un fuego que no quemaba. Era un fuego mágico.
Christope se convirtió en un sabio
rey. Siempre tuvo a su lado a Dominique como su consejero personal ayudándolo a
obrar con justicia. Dominique se casó con la hermosa joven rescatada, de la
cual se enamoro desde el primer momento que la vió saliendo de su prisión.
Siempre lamentaron la pérdida de
su hermano Gérard a pesar de que supieron que los había engañado para hacerse
con la corona.
Beraduc nunca estuvo más
orgulloso de sus hijos. Dominique y Christope supieron superar sus defectos.
Dos de los hermanos pudieron superar sus defectos: uno de ellos es rey mientras que el otro es consejero y está desposado con la mujer más bella de todo el reino. Al final obtuvieron su merecida recompensa. El tercero lo dominó la ambición y eso lo llevó a su terrible final. (y qué horrenda muerte le has dado, Cynthia, je, je, je. Me encanta, ja, ja.)
ResponderEliminarUn buen cuento como siempre. Es un placer leerte, por si no lo sabías. Je, je, je. Que tengas un lindo día. ¡Saludos!
Gracias por leer!! me encanta recibir tus comentarios!! me pone muy feliz!!jeje
EliminarNo, la verdad no sabia que era un placer leerme (Es que me gusta ser humilde jeje)
Ha sido un final muy cruel. jaja que suerte que te haya gustado. En otras palbras el que es capaz de redimir sus defectos recibe una recompensa. El embustero recibe al final su castigo (No es que te vaya a comer un orco literalmente, jeje pero las consecuencias pueden ser graves jeje)
Un saludo!! :3
Pero objeto la prueba rey, sabiendo que los pondría en peligro, especialmente por sus cualidades. No da motivos para que sus hijos sobrevientes tengan orgullo de él. Aunque hayan rescatado a una damisela en peligro. Que el hermano astuto haya querido engañar a sus hermanos, su muerte fue cruel.
ResponderEliminarAcepto tu objeción, porque yo tampoco estoy de acuerdo con la crueldad de aquellos tiempos, pero creí que si escribía un cuento de esa época debía respetar las costumbres contemporáneas también. Las personas en la época de las monarquías eran muy crueles. Sobre todo en el Medioevo. Por ejemplo existe una historia muy conocida del sultán Shahriar que desposaba una virgen cada día y mandaba decapitarla al día siguiente. Incluso antes los padres sentían orgullo de que sus hijos acudieran a las guerras, y era un deshonor rehusarse sabiendo que era seguro que mueran en batalla.
EliminarAdemás mi intensión al escribir este cuento fue crear un paralelismo entre dos padres distintos, el dios Volcano (superprotector), y el Rey Beraduc (interesado más por la supervivencia de su reino que por la vida de sus hijos). Es solamente un símbolo. Ambos recibieron castigo. Volcano perdió a su hija porque ella se alejó de él. Beraduc perdió un hijo, porque al exponerlos corrían peligro.
También ha sido muy cruel la muerte del hermano embustero. Mi intención era crear un símbolo o una metáfora. El que es capaz de redimir sus defectos recibe una recompensa. El embustero recibe al final su castigo. Y quise relacionar así el orco (monstruo) con el embustero. Que al final ambos terminan siendo monstruos. No es más que una simbología.
Desde ya te agradezco por tu comentario y por tu lectura. Es para mí un placer dar a entender por qué escribo a veces de esa forma. Mi intensión en la mayoría de las veces es crear esta llamada “simbología”, pero es muy difícil lograrla.
UN SALUDO.
Bonito y entretenido cuento de hadas de siempre. Además, su enseñanza es muy buena.
ResponderEliminarSaludos.
MUchas gracias Jose por leer y comentar. Me alegro que hayas disfrutado de la lectura de mi cuento.
EliminarUn saludo.