El
cuerpo de Carolina temblaba sin cesar, como si un terremoto la embargara por completo. No hay
nada más difícil que ir a reconocer el cuerpo de tu marido desaparecido. Una
confusa sensación la embargó, la esperanza, que tomaba dos rumbos, por un lado
esperanza de que no fuera su cuerpo, no soportaba la idea de encontrar a Ben
muerto, por el otro lado, la esperanza de que fuera su cuerpo, sonaba feo y
macabro, y le costaba reconocer que poseía ese sentimiento, pero no podía
aguantar pasar más días preguntándose que era del paradero de su esposo,
imaginarse que estaba sufriendo o siendo torturado, era más de lo que su
corazón podía soportar. Quería que todo ya acabara. Carolina
se inclinó para pasar por debajo de las cintas amarillas. ¡Malditas cintas!,
pensaba, anunciaban un cuerpo que podía ser el de su esposo. Todavía no había
visto el cadáver y ya sus ojos estaban llorando.
Cada paso se volvía más débil, las
fuerzas flageaban. Cada pisada en la húmeda tierra, era una pisada más cerca de
la verdad.
Allí estaba, la corriente del rio
había llevado el pálido cuerpo a la orilla pedregosa. No cabía duda, era el
cuerpo de Ben, yacía boca arriba con una puñalada en el pecho. Carolina se
quebró incluso antes de llegar a él, perdió la conciencia.
Durante su inconsciencia, su
mente viajó lejos, música, era lo único que sonaba en su cabeza, un violín
acompañado de un piano.
Despertó varias horas después en
un hospital. Verónica estaba sentada a su lado, aquella mujer de rizados
cabellos castaños era su mejor amiga desde su infancia. Verónica le tomó las
manos cuando la vió despertar:
― ¡Carolina!― Le dijo secándose
las lágrimas de su rostro con un pañuelo rosado ― Estaba muy preocupada.
― ¿Ben?― Preguntó Carolina
entornando los ojos con pereza.
Verónica asintió sin palabras,
para responderle lo que ya sabía. Ben estaba muerto.
Una hora más tarde Carolina estaba
en su casa, solitaria y con el alma vacía, nunca se había sentido tan sola en
su vida. Las lágrimas oscuras recorrían su rostro dejando a su paso caminos de
amargura y desesperación. El silencio era lo más abrumador y desgarrador.
Carolina, con pasos mesurados,
como si arrastrara un yunque por los pies, subió la escalera en dirección al desván,
donde se guardaban los instrumentos de música. Allí encontró al viejo piano de
cola negro, que brillaba como el alquitrán bajo las luces nocturnas y su violín
de trenzadas cuerdas y de madera coloreada hasta el carmesí. Sus dedos rosaron
las frías teclas del piano de Ben, recordando las piezas que solía acompañarla,
Ben tocando el piano, ella el violín.
Toda pareja tiene un lugar
secreto, un lugar especial. El desván era ese lugar especial de Carolina y Ben,
solían pasar horas y horas componiendo o interpretando piezas musicales. Amaban
la música.
Se sentó frente al piano, paseó
sus dedos con decisión, tocando las teclas con delicadeza, apenas las
presionaba. Frente a sus ojos había un libro de partituras abierto por la
mitad, mostrando una canción antaña, de notas suaves y delicadas, era un vals.
Fue la última canción que seguramente tocó Ben antes de morir.
Sus dedos reprodujeron la misma
melodía, tocando las teclas que días atrás su esposo tocó por última vez, pero
esta vez las tocó con furia y enfado, presionaba cada tecla como si les fueran
a torturar.
Con el rostro envuelto en
lágrimas se levantó del piano como una tormenta y recorrió el desván en busca
de algo, no sabía que, solo buscaba.
Sus pasos se detuvieron frente a
su violín carmesí. Estaba fuera de su funda, eso le extrañó. Ella siempre lo
volvía a guardar en su lugar luego de usarlo, y Ben no pudo haberlo dejado así,
él no sabía tocar el violín.
Su mente se inquietó, algo andaba
mal. Su esposo había sido encontrado en las orillas del río con una puñalada en
el pecho, para los forenses era más que obviamente un asesinato, lo que
Carolina nunca se imaginó era que el asesino podía ser alguien de confianza.
Una metálica vibración en la
atmosfera llenó los oídos de Carolina. El timbre gritaba, rebotando su voz por
las paredes de la casa. Carolina bajó lo más rápido que pudo y fue a atender la
puerta:
― ¿Carolina?, ¿Cómo estás?―
Preguntó Verónica del otro lado de la puerta.
― Bien, bien. Todavía un poco mal
por lo sucedido― Le respondió manteniendo la mayor distancia posible sin que
pareciera sospechoso. A estas alturas cualquiera podía ser un asesino.
― Sí, lo imagine, por eso vengo a
hacerte un poco de compañía― Dijo traspasando la puerta sin ser invitada ―
Traje algunas cosas para hacer la cena― Verónica cargaba en sus brazos dos
pesadas bolsas repletas de comestibles.
Verónica era buena cocinera, muy
a menudo la invitaban a cenar. Siempre eran cuatro a la mesa: Ben, Carolina,
Verónica y uno de sus mudables novios que no duraban mucho.
Verónica paseaba por la cocina de
Carolina como si fuera la suya propia, la conocía de arriba abajo, derecha a izquierda
y cada rincón de la alacena:
― Voy a prepararte el pollo más
rico del mundo, tanto que hará olvidarte de tus penas―Dijo embozando una
sonrisa ― O por lo menos por un ratito― Intentó aclarar, la enviudes no es un
tema que se supere a la ligera.
Carolina no hablaba mas que solo
para dar respuestas cortas y carentes de emoción alguna: ¿Quieres que cocine
pollo?, Carolina respondía con un seco “sí”, ¿No te molesta que estrene tu
procesadora nueva?, a esto Carolina respondía con un simple “no”. A pesar que
casi no le dirigía ninguna palabra, eso no quería decir que no le sacara el ojo
de encima, vigilaba cada uno de sus movimientos, como si pertenecieran a un
asesino serial. Ella siempre había sido su mejor amiga, de por demás celosa.
Había ahuyentado al resto de sus amigas, y cuando se enteró que se iba a casar
con Ben, ella se opuso como ninguna, diciendo que no debía hacerlo ya que Ben
no era hombre para ella. Pero por más que lo intentó Carolina no desistió a las
suplicas de Verónica, terminó casándose con Ben, y hasta entonces habían sido
muy felices. ¿Quién más sino Verónica querría a Ben muerto?
― ¡¿Me alcanzas el cuchillo para la
carne?!― Le preguntó Verónica interrumpiendo sus pensamientos y su meditación
con respecto al aparente crimen de su marido.
― Sí― Le dijo dirigiéndose a la
mesada donde guardaba los cuchillos.
Su corazón saltó de inmediato,
¿Cómo es posible que no se hubiera dado cuenta antes que le faltaba un
cuchillo? “Ben fue apuñalado” pensó. El estante asignado para los cuchillos
tenía un lugar vacio. Ella era una persona muy ordenada, nunca dejaría un cubierto
fuera de lugar.
Carolina giró lentamente,
encarando con la vista a Verónica, intentó parecer inquebrantable, estaba
frente a la asesina de su marido:
― ¿Te falta un cuchillo?―
Preguntó Verónica inocentemente advirtiendo el lugar vacio en la mesada ― ¿Dónde
podrá estar?
― ¿Dónde estuviste el día que Ben
murió?― Le preguntó Carolina estoicamente.
― ¡¿Qué?!― Preguntó Verónica
confundida.
― ¡No te hagas la tonta!, ¿Dónde
estuviste el viernes 12 a las ocho de la noche?― Insistió Carolina.
― ¡Ya lo sabes!― Dijo Verónica
asustada ― En mi trabajo, trabajó hasta las nueve.
― ¡Mentira!, pudiste faltar al
trabajo― Dijo Carolina sacando un cuchillo de la estantería. Un chuchillo
delgado, puntiagudo y filoso ― ¡Tú lo hiciste!, ¡¿Por qué?! , ¿Por qué lo
mataste?― Dijo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
― Yo no hice nada― Dijo Verónica
― Puedes preguntar a mi jefe, nunca falte al trabajo― Dijo alzando las manos
nerviosamente, estaba indefensa.
― ¡Creí que eras mi amiga!, ¡Eres
celosa!, ¡No pudiste soportar que lo quisiera más a él que a nuestra amistad!―
Dijo, y secándose las lágrimas con la manga de su buzo, empuñó el cuchillo con
fuerza ― ¡Pagaras por su muerte!
Carolina se abalanzó en dirección
a Verónica, gritando y llorando al mismo tiempo, su corazón se mezclaba con su
mente en un remolino de confusión y sentimientos. Con el cuchillo en mano, fue
avanzando el espacio que la separada de su enemiga, cortando la atmosfera con
el filoso metal de la hoja metálica.
El ambiente se condensó en medio de
la tensión del momento, y un recuerdo se infiltró en la mente de Carolina, pero
no era un recuerdo propio, era el recuerdo de otra persona:
“Ben se besaba con ella.
Ben se besaba con otra.
¡Infidelidad!, no la soportó. Envainó el cuchillo de carne para matar a
la otra.
Caminó sigilosamente, subiendo la escalera sin hacer el menor ruido.
Ella estaba tocando el violín, su violín carmesí, Ben la acompañaba con el
piano mediante un suave Vals. Ambos reían, ambos coqueteaban, ambos se besaban.
Carolina recorrió el desván como un furioso trueno, llegando hacía la
otra, dispuesta a hundir el frio metal en el pecho de la traidora. Se tiró
sobre el cuerpo de su presa, hundió la hoja sobre el pecho, sobre el corazón,
para que no volviera a amar nunca más.
No pudo matarla, porque era ella
misma. Era su otra yo.
No entendía, ahora eran solo dos en el desván. Ella y su otra ella.
Mató a Ben, creyendo que era otra”
La mirada de Carolina volvió a la
realidad, comprendió porque el recuerdo no le pertenecía, porque era el
recuerdo de su otra yo, de su otra personalidad.
Sintió los dedos fríos, la sangre
del pecho de Verónica se escurría por el cuchillo como un río hasta desembocar
en la mano de ella. Tenía las manos manchadas de sangre inocente.
Carolina quiso llorar, pero en
lugar de aquello gritó, como si su corazón se desgarrara de la funda de su
alma. Ya no tenía alma, había matado a dos personas que la amaban, a Ben y a
Verónica.
¡Vaya cuento! Al final Carolina sufría trastorno de personalidad... Qué trágica y horrible historia. ¿Cómo iba saber que fue ella misma hasta que fuera demasiado tarde?
ResponderEliminarMe encantó el cuento (sobre todo por lo sangriento, je, je, je). Creo que éste va a a ser mi favorito. Je, je, je, je ;-)
Que tengas una hermosa tarde. Un abrazo.
La verdad lo de la esquizofrenia se me ocurrió a ultimo momento, mi intención era que el asesino fuera su amiga, que lo haya matado por celos, pero me pareció una mejor idea, además más interesante, el tema de la doble personalidad.
EliminarGracias por leer. Un abrazo :)
Es una buena historia, su trastorno de personalidad la hizo quedar muy sola, sin las dos personas más cercanas a ella.
ResponderEliminarBien escrito.
Un abrazo.
Muchas gracias Demiurgo de Hurlingham por leer y comentar.
EliminarMe alegro que le haya gustado el cuento. Un saludo.
pues ami mas que cuento , me parece una historia real . la forma . los pasos . el camino y todo como lo vas formando da una sensación que atrapa. y esa es la magia que debe envolver. felicidades , de México a Argentina ,,,rosas y más rosas
ResponderEliminarMuchas gracias por leer y coemntar, me alegro que le haya gustado el relato.
EliminarBuen fin de semana. !!
Vaya final, totalmente inesperado. Me ha encantado, Le has dado un buen giro a la historia. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias María por tu lectura y comentario, me alegro mucho que te haya gustado mi cuento.
EliminarUn saludo.
Oh, que historia, me ha encantado, sera una de las cuales, nunca se me olviden, que giro inesperado. Tenía dos personalidades.
ResponderEliminarMe ha encantado!!!
Me alegro mucho que te haya gustado el cuento.
EliminarGracias por leer y por tu elogiador comentario.
Un saludo :)
Muchas gracias Chris, ahora mismo me paso
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