Una parte
de su corazón murió aquel día, cuando la peor de las noticias llamó a su teléfono.
— No,
no puede ser. ¡Es mentira! — gritó la mujer mientras escondía su boca aulladora
detrás de sus dedos, en un símbolo totalmente roto.
— ¿Qué
sucede, madre? — su hijo mayor, Javier, acudió de inmediato a la sala al
escuchar los gritos de su madre.
Cuando
ella no pudo contestarle a causa de una histeria que para él en ese momento no
tenía comprensión, decidió tomar el teléfono al que se mantenía aferrada con
todas sus fuerzas.
—
Hola, ¿quién habla? — el gesto en el rostro del hijo mayor mudó por completo.
Pasó de preocupación a una expresión de completa incredulidad.
Sus
ojos picaron en lágrimas cuando su cerebro al fin pudo recuperarse del shock y
comprender lo que le decía aquella voz del otro lado del tubo.
…
—
Estas son todas sus pertenencias — dijo el desconocido uniformado.
Javier
recibió la caja y su contenido, que ahora no serían más que recuerdos. Recuerdos
dolorosos de lo que una vez fue.
…
—
Vamos, madre. Se hace tarde.
— No
iré — dijo sin mostrar la menor intención de levantarse de su cama.
Él
insistió, intentó consolarla e, incluso, obligarla, pero nada era útil. Ella se
negaba a asistir y no había nada que la hiciera cambiar de opinión.
Javier
terminó por ponerse el saco, la última pieza del traje que le faltaba por
vestir. Hoy vestía de negro, el color más parecido a la muerte.
…
—
Dicen que el tiempo lo cura todo — dijo Javier mirando a su madre —. Pero ¿por qué
parece ser inmune con ella?
Los
días habían pasado, las semanas y meses. El tiempo había trascurrido como
siempre, segundo a segundo, avanzando, pero no se detuvo a esperar a que ella
sanara la pérdida de su corazón. Ella no pudo avanzar.
…
— ¿Qué
haces, madre? — le preguntó Javier al ver a su madre abrazada contra el teléfono
celular.
—
Estoy esperando su llamada. Hace mucho que no se comunica conmigo.
—
Madre, William está muerto — Javier sintió que su corazón se estrujaba en una
punzada de dolor al decir el nombre de su hermano menor muerto. Había pasado
tiempo, pero todavía dolía.
— Sé
que todo es una mentira, una madre sabría si su hijo está muerto. Y te lo
mostraré cuando me llame por teléfono.
¿Cuántas
veces habían tenido esta discusión?, ahora él le diría que William estaba
muerto desde hacía meses y que ya era hora de aceptarlo y dejarlo ir en paz…
pero esta vez algo cambió: Javier decidió no negarlo. Lo dejó estar.
…
Cuando
uno no es capaz de superar el duelo y se queda estancado en la tristeza, esta
se puede volver mortal.
Su
madre comenzaba a volverse cada vez más enferma. Esperaba día y noche, con los
ojos abiertos, que William la llamara.
— Él lo prometió. Él prometió
llamarme — la mujer había cambiado su semblante vivaz por uno que se asemejaba
a la de los muertos. Permanecía muerta en vida. Sus ojos estaban carentes de
cualquier luz alegre y su voz se había vuelto un valle desierto.
— Su mente no aguantará por
mucho más — entendió el hijo mayor. Debía hacer algo de inmediato o también perdería
a su madre.
…
— ¡Hijo! ¡Lo sabía! — Javier
la miró sorprendido. Su madre se había levantado de la cama después de meses de
negarse a hacerlo, incluso había corrido por la casa hasta encontrarlo.
— ¿Qué sucede? — le preguntó
con interés, y con la alegría y esperanza volviendo a nacer en su corazón, sólo
por ver a su madre con una sonrisa en el rostro.
— Mira — dijo y le extendió el
teléfono celular para que lo chequeara por sí mismo.
— “Madre, disculpa que no te
contesté en todo este tiempo. Estuve muy ocupado con los estudios. Espero que estés
comiendo bien y cuidando de tu salud. Adiós, te amo.” — Javier leyó en voz alta
aquel mensaje de texto en la pantalla.
— ¿Ves? Yo tenía razón — le
dijo a su hijo mayor — William no puede estar muerto.
— Tienes razón, madre. Él está
vivo.
…
— Javier, ¿por qué tu hermano
no me contesta?
— ¿Qué dices, madre?
— Han pasado tres semanas desde
que se comunicó conmigo. ¿Y si le sucedió algo?
Javier miró a su madre con
algo de culpa. Aquel mensaje había avivado el espíritu de su madre. Pero ese
día comprendió al ver las nacientes bolsas negras debajo de sus ojos, que un
solo mensaje no era suficiente.
…
Javier subió al desván y colocó
la escalera sobre el final del estante. Subió hasta el último escalón y rescató
del primer estante aquella caja, que había ocultado de la vista de su madre
enferma.
— No creí que tendría que
hacerlo por segunda vez — coló su mano al interior de la caja hasta dar con el
aparato tecnológico. Lo prendió y escribió un nuevo mensaje de texto.
Releyó lo escrito en su mente
un par de veces. Y cuando se aseguró que lo escrito era lo suficientemente
convincente apretó el botón de enviar.
Suspiró algo apenado y volvió
a guardar la caja en el estante, pero había algo diferente, esta vez llevaba el
teléfono en el interior de su bolsillo.
…
— William ¿no te parece que ya
es tiempo que vuelvas a la casa de tu madre?, no puedes mentirme, dijiste que
tus estudios durarían dos años y este ya es el cuarto año que pasas lejos de
casa. ¿Acaso no quieres volver? — la mujer estaba sentada en su cama mientras
apretaba el teléfono contra su oído esperando escuchar la voz de su hijo.
— Tienes razón — rio del otro
lado una voz juvenil, tan familiar para ella —. No puedo engañarte, ¿no?
— ¿Cuándo regresas? — volvió a
insistir la mujer.
— El lunes estaré allí.
— ¡Qué bueno, hijo! ¡No vayas
a fallarme!
Cuando un celular en la
habitación de al lado finalizó la llamada, la mujer, al mismo tiempo, escuchó
el tono en su propio teléfono, anunciándole con un pitido intermitente, que ya
no había nada más que decir por ese día.
…
— ¡Mi querido hijo! ¡Te
extrañé tanto! — dijo mientras abrazaba al joven que se paraba frente a ella.
Esta mañana habían tocado a su
puerta, y las lágrimas no se habían hecho esperar cuando escuchó — Mamá, soy
yo, William, he vuelto a casa.
…
Javier había tomado el papel
de su hermano pequeño y ya no podía deshacerse de él. Cada vez subía un peldaño
más al temer que su madre pudiera descubrirle la mentira y que las repercusiones
fueran peor. ¿La mentira podía ser aún peor que la pérdida?
Primero había sido un mensaje
de textos, estos fueron menguando y en su lugar fueron remplazados por llamadas
de voz. Terminó accediendo a volver a casa cuando su madre comenzaba a
sospechar de su ausencia.
Dejó de dirigirse a sí mismo
como Javier para tomar todo de su hermano, su nombre, su vida, su lugar.
Al principio se sentía como un
ladrón suplantando una identidad que no le pertenecía. Pero con el pasar de los
días sintió que algo lo poseía, algo que no era él mismo.
Comenzaban a gustarle las
mismas cosas que a su hermano menor, tenía los mismos intereses, en música, en
comidas, en aficiones…
Y se preguntó si esos nuevos afectos
eran suyos o le pertenecían a alguien más.
…
Comenzó a escuchar su nombre
cada vez menos. Y cada vez más le parecía que William era más acorde a su
persona, a lo que era ahora.
…
— Ya no recuerdo cómo era el
yo de antes: mi verdadero yo.
…
— ¿Qué sucede, William? — le
preguntó su madre mientras cenaban — Te noto perdido en tus pensamientos.
— Suena loco, pero siento que he
olvidado algo.
— ¿Qué cosa?
— No qué, sino quién.
— No te entiendo, William — su
madre lo miró confundida —. ¿Te sientes bien?, ¿quieres ir al hospital?
— Dime, madre ¿cuál es el
nombre de mi hermano?
— ¿Cuál hermano?
— Tienes razón, yo nunca tuve
un hermano. Lo siento por preocuparte.
…
Había recuperado a su hermano,
pero se había perdido así mismo.
Fin.
Por el bien de su madre, se sacrificó a si mismo, remplazando a su hermano. Hasta que el personaje asumido lo disolvió.
ResponderEliminarBien planteado el relato.
Un abrazo.
Totalmente, tanto actuar, se olvido que estaba actuando.
EliminarGracias por leer y por tu comentarios.
Cuán poderosa puede ser la mente que de tanto fingir otra persona, se terminó convirtiendo en dicha persona (aunque esto es un relato de ficción puede ocurrir en la realidad).
ResponderEliminarEs tan desgarrador como tierno que el hijo, para ayudar a la madre, se puso en lugar de su hermano, con la trágica consecuencia de perderse en un limbo. Esa piedad, es conmovedora, pero al final termina siendo un peligro... y eso que no eran confucianos como para tener la piedad filial en tan buena estima (gracias a... lo que sea que no somos confucianos).
De cualquier forma esto no sé si ayudó mucho porque además del trauma de la madre, se produjo el trauma del hijo. O sea, dos candidatos ideales para el manicomio y, si yo sigo desvariando como hace un rato creo que también soy un candidato perfecto. Ja, ja, ja.
Me alegra que aún puedas seguir con el blog. Saludos.
Hola Nahuel.
EliminarTotalmente, la muerte afectó a ambos, y la "solución" (lo pongo entre comillas porque hubiera sido más conveniente mandarla a un psicólogo, pero así no hubiéramos tenido historia :v) para la madre resultó siendo una enfermedad para el hijo que le consumió hasta su propia identidad.
Sí, el blog lo tengo bastante abandonado, y además no me inspiro tanto para escribir cuentos o poesías, ya que, últimamente, estoy volcando todo mi tiempo (que no es mucho) en avanzar en la novela que subo en wattpad (Flashback)
Gracias por leer y comentar. Un saludo!