Las paredes que me rodeaban eran blancas como la nieve, y
brillaban como el hielo al reflejo de las lámparas. Pero lo que más me
perturbaba siempre de aquel lugar era el aire, de aquellos olores típicos, la
mezcla de lo ácido y dulce al mismo tiempo, del alcohol y los antisépticos. Tan
familiares para mí.
Había pasado los últimos cinco años recurriendo con
frecuencia al hospital por mi madre. Pero tenía un presentimiento que esta
sería la última vez.
Reposaba sobre una camilla, más delgada de lo habitual. Los
pómulos de sus mejillas habían desaparecido y en su lugar se encontraban
profundas ojeras. Sus pestañas se mantenían entreabiertas, y las movía con
pereza, como si le pesaran los párpados. Era una imagen horrible.
Mi madre extendió sus dedos lentamente y los posó sobre mi
muñeca. Yo la mire expectante a lo que iba a decirme. Abrió lentamente sus
labios y voceó cada palabra como si pronunciarlas le quitara todo el aire del
pecho:
―Flor, prométeme que serás feliz. Solo podre morir en paz si
estoy segura que tomaras las decisiones correctas.
Sentí que mi garganta se cerraba dificultando el uso de mis
cuerdas vocales, pero respire hondo y forcé a las palabras a salir:
― ¿Cómo sabré cuales son las correctas?
― Son las que dicta el corazón, las que realmente quieres y
no las que debes―
Se me nubló la vista con la humedad de las lágrimas que se
amontonaron en mis parpados. Parpadee un par de veces para quitarlas de mi
visión. Le di un largo abrazo, sabía que era el último y quería que fuera especial.
Recordarla así, siempre preocupándose por mí sin importar el dolor que sentía,
sin importarle que su vida se estuviera apagando lentamente como la luz de una
vela.
Posando mis labios en su oído le prometí que lo haría, que
sería feliz por ella.
Aquella noche cuando llegue a mi casa en compañía de mi
padre, fue la primera vez que lo hicimos sin mi madre.
Quise parecer fuerte ante mi padre, así que me encerré en mi
habitación para que no me viera llorar. Llore como nunca lo había hecho. Llore
hasta que el cansancio me venció y me fui quedando lentamente dormida.
Cuando desperté no sabía qué hora era, nunca había dormido
hasta tan tarde.
Baje las escaleras en dirección a la cocina frotándome los
ojos con los puños. Tenía los párpados hinchados, no sabía si era por tanto
llorar o por dormir tantas horas. Supongo que era por ambas cosas.
En la cocina había bastante gente, estaba mi abuela, mis
tíos y primos, con los cuales existía una relación bastante tensa, por
problemas de herencias. Y estaba él, Charley.
Charley siempre había estado, en las buenas y en las malas.
Ni siquiera recuerdo la primera vez que nos vimos. Tenemos pocos meses de
diferencia y siempre vivimos en el mismo barrio. Siempre fuimos amigos. Como
ambos somos hijos únicos tenemos una relación intima. Diría que somos como
hermanos.
Cuando me vió se pasó nervioso los dedos por su cabellera
rubia y corrió a abrazarme. No lo soporte, volví a llorar. Me abrazó muy fuerte
y yo le devolví el abrazó. Estuvimos largos minutos sin separarnos. Él siempre
fue tan familiar.
Pasaron varios días y no había salido de mi habitación. Solo
lo hacía para ir al baño o para bajar a comer, después volvía a subir la
escalera y me encerraba en mi alcoba. Pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo,
porque si dormía no tenía tiempo para pensar. Y si pensaba recordaría a mi
madre y lo triste que me sentía sin ella.
No había vuelto a llorar. Pero
eso no significaba que no tuviera ganas de hacerlo.
No sé cuantos días pasaron, pero
sé que fue más de una semana. Y hubiera pasado mucho más si Charley no hubiera
irrumpido en mi habitación:
― ¡Flor!― Dijo parándose al
costado de mi cama ― Vístete, iremos a cenar.
― No, no, no― Sacudí la cabeza
repetidas veces ― No te preocupes por mí, ¡Estoy bien!
― ¡No!, no lo estas― Yo me senté
en la cama para enfrentarlo de frente. El me miró de arriba abajo frunciendo el
entrecejo ― ¿Cuánto hace que llevas puesto el mismo pijama?
Hice un mohín de fastidio rodando
los ojos. No podía creer que Charley actuara de esta forma. Tan protector y
mandón. Pero le respondí su preguntan irónica:
― No hace mucho.
― Lo dudo ― Me dijo revolviendo
mi placar, ¡No podía creerlo!
― ¿Qué haces?
― Ayudándote a volver a incluirte
en la sociedad― Dijo mientras tiraba sobre mi cama un pantalón azul y una blusa
blanca ― Póntelos, te esperare abajo.
No podía creer que Charley haya
irrumpido en mi habitación y me esté obligando a salir a comer. Aun que debo
admitir que fue un gesto muy lindo que me obligo a sonreír mientras me
cambiaba.
Baje a la cocina y sentí la
pesada mirada de mi padre sobre mí, estaba muy sorprendido. Y le palmeó el
hombro a Charley en forma de agradecimiento. La verdad no supe como sentirme al
ver ese gesto de mi padre, pero no tuve tiempo siquiera en planteármelo porque
Charley se me acercó extendiéndome un ramo de rosas:
― Una flor para otra Flor― La
verdad fue gracioso porque mi nombre era Flor, pero mi sonrisa desapareció de
inmediato cuando comprendí lo que tenía entre manos. Alguien había cortado las
flores y de esa forma las había matado. ¿Para qué cortarlas y verlas lentamente
morir si pueden vivir mucho más y más hermosas en la planta que nacen?
Y eso me hizo pensar en mi mamá,
ella pudo tener una larga vida por delante al igual que aquellas flores.
Sentí mucha rabia pero se
desvaneció de inmediato cuando vi el rostro de Charley. No podía enojarme con
él, él lo había hecho con una buena causa. Nunca podía enojarme con él.
Puse las flores en un jarrón con
agua. Quise agradecerle por las flores, pero no pude. Ni siquiera pude
pronunciar la palabra “gracias”.
Fuimos a un restorán. Era mi
favorito por qué no era ni muy mediocre ni muy lujoso. Era perfecto.
Charley me miró fijamente.
Fruncía los parpados pensativo, como estudiándome. Lo conocía bien y sabía que
estaba dudando si preguntarme algo o no, así que cansada de ese jueguito lo
anime:
― ¡Esta bien!, dilo ya de una
vez.
Él asintió y me preguntó:
― ¿No te gustaron las flores?,
¿Te ofendieron? es que… quiero decir, como hemos sido tanto tiempos amigos
pensé que no se mal entenderían… ― Dijo y luego desvió la mirada, como si
aquellas preguntas lo avergonzaran.
― No, no me molestaron las
flores, me encantan tus regalos, pero…― Suspire ― No me gusta que me regalen
flores, ¿Para qué cortarlas si pueden seguir viviendo?, es como asesinarlas.
Mi amigo se quedó un momento
callado, reflexionando:
― Lo siento― Dijo por lo bajo ―
No quería hacerte sentir de esa manera.
― No hay problema, no lo sabías―
Dije sonriendo.
Estuvimos toda la cena charlando,
y en varias ocasiones volvió a mirarme con aquellos ojos llenos de dudas, pero ahora
dude en animarlo a hablar. Pensaba que lo que me diría esta vez podría cambiar
las cosas entre nosotros. Y yo no sabía si quería cambiarlas después de tantos
años.
Me acompañó hasta mi casa y antes
de despedirse me dio un largo abrazó. Pero esté abrazo no fue como ninguno de
los anteriores, fue diferente. Lo sentí más cerca y personal. No supe porque se
sintió así. Tal vez si lo sabía pero no quería admitirlo.
Pasaron varios días y decidí que
debía encontrar trabajo. Tenía varias razones para hacerlo. En primer lugar ya
que no estaba mamá un ingreso más ayudaría a papá a mantener nuestras vidas, ya
que prácticamente estábamos en banca rota por las deudas medicas. Y en segundo
lugar, y el más importante, no podía depender de Charley para que me distrajera
de mis pensamientos. Él tenía trabajo y una familia. Debía hallar una forma de
ocupar el tiempo de ocio de otra manera y no volver a encerrarme deprimida en
mi habitación.
No fue difícil encontrar un
empleo. Dos días de búsqueda laboral después, ya me encontraba con un delicado traje
gris a rayas detrás de un reluciente teléfono celeste recibiendo llamadas.
Me habían contratado como
recepcionista en un restaurante, muy lujoso para mi gusto, pero pagaban bien.
Me encargaba de atender el teléfono y registrar los turnos y reservaciones.
Además debía recibir a los clientes y tomar sus órdenes. Eran muchas tareas al
mismo tiempo, pero me encantaba mi trabajo. Así que no me estresaba o sentía el
cansancio hasta llegar a mi casa.
Además tenía otro incentivo en el
trabajo que me impedía parecer débil. El jefe. No era un jefe como todos los
jefes habituales, intimidador y explotador, si no que era todo lo contrario.
Muy accesible, y justo. Además de muy buen mozo. Tenía un cabello castaño
brillante y unos ojos cautivadores. ¡Por dios!, ¡Era un sueño!
No quería admitirlo, pero también
me llamó en él su posición económica. Era propietario de varios restaurantes
tan o más lujosos que este. Y eso me hizo pensar en todo el dinero que
necesitábamos, teníamos grandes deudas que saldar.
Me sentía sucia e indecente al
pensar de esa manera, pero lo veía necesario, que era lo que debía hacer.
Además no estaba tan mal, era un hombre atractivo. O eso me repetía para
disminuir las otras causas.
Pude notar de inmediato que mi
jefe, Andrés, estaba interesado en mí. Seguramente era la razón por la que
conseguí empleo tan rápidamente.
No tardó mucho Andrés en
invitarme a salir.
Pasó antes del anochecer a
buscarme a mi casa. Yo me había vestido con un elegante vestido blanco. Uno que
a mi madre le fascinaba. Sobre todo por sus mangas abultadas.
Me llevó en su auto caro, no
estaba segura que marca era, pero estaba segura que de una marca muy importante
y reconocida.
Paseamos por un parque. Era
hermoso, tenía bellísimos estanques con cisnes y peces de colores. Nunca había
visto este magnífico lugar.
Me encantó el paseo, pero no
disfrute mucho de su compañía, aun que me esforcé enormemente en hacerlo. Solo
pensaba “Ojala estuviera Charley aquí para ver este hermoso cisne”, “Este
helado de chocolate le encantaría a Charley”.
¿Pero que me sucedía?, me pase
todo el paseo pensando en Charley.
Caminamos lentamente hasta la
entrada de mi puerta, sabía lo que Andrés intentaría hacer, pero yo no estaba
tan segura si quería que lo intentara. Aun que mi mente decía que era lo
correcto:
― La pase muy bien― Dijo Andrés
embozando una enorme sonrisa. Yo lo mire irónica.
― Si… ― Dude un momento lo que
iba a decir ― Yo también.
Andrés se inclinó levemente. Me
puse muy nerviosa. ¿Qué debía hacer?, lo pensé aquel segundo que me quedaba de
distancia hasta que llegara a mi boca. Tal vez si me besaba mis sentimientos
cambiarían, tal vez podría llegar a quererlo. Así que deje que me besara.
El beso fue muy superficial. Lo
sentí frio y vacio. Si tendría que resumirlo lo calificaría como el peor beso
que me habían dado en mi vida. No porque Andrés besara mal, porque lo hacía muy
bien. Pero el problema era otro muy diferente.
Andrés se separó de mí, y lo note
satisfecho. Pero él notó que yo no me sentía igual que él. Se despidió muy
confundido y se marchó.
Yo también estaba muy
confundida.
Pase él resto del día siguiente
encerrada en mi habitación. Pero esta vez era por una causa diferente. No
estaba triste, estaba confundida.
Andrés era un hombre muy
atractivo, era muy educado y muy inteligente también. Era la clase de hombre
que me gustaba. Entonces ¿Cuál era el problema?
Tal vez el problema no era
Andrés, él era perfecto. Tal vez el problema era yo. Tal vez no me estaba
esforzando lo suficiente. ¿De qué estaba hablando?, ¿Acaso uno debe esforzarse
para enamorarse?, ¡Era ridículo!
En verdad sabía lo que me sucedía
pero no quería admitirlo. Ya que si lo admitía echaría por la borda todo mi
plan de casarme con un hombre rico para saldar la deuda de la familia.
Quería aclarar mi mente. Y para
hacer eso siempre recordaba a mi madre. Ella siempre me daba consejos. Solo
debía recordar el que me sirviera para esta ocasión.
Entonces recordé lo que necesitaba recordar. La última vez
que hable con ella.
Mi madre, tendida en una blanca camilla, mientras su vida de
consumía lenta y dolorosamente, tomando sus últimas fuerzas me dijo “Flor,
prométeme que serás feliz. Solo podre morir en paz si estoy segura que tomaras
las decisiones correctas. Las que dicta el corazón, las que realmente quieres y
no las que debes”
Comprendí todo. No estaba tomando la decisión que dictaba mi
corazón.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Mi madre aun estando
ausente seguía cuidando de mí. Me había dado un montón de consejos en vida para
que me sirvieran cuando ella ya no estuviera.
Me levante de la cama baje las escaleras corriendo. Y no
pare de correr hasta encontrarme en la vereda.
Aspire el aire de afuera. Sabía lo que quería, pero lo había
estado ocultando por lo que según yo se suponía que debía hacer.
Comencé a caminar por la vereda a paso apresurado. Y vi a
Charley a la distancia. El venía caminando en mi dirección.
Al verlo inmediatamente se me aceleró el corazón. ¿Estaba
segura de lo que iba a hacer a continuación?
Él se me acercó y yo lo recibí en un efusivo abrazo. Fue un
abrazo tierno, placentero, que necesitaba desde hacía mucho tiempo.
Charley me sonrió mostrando su blanca dentadura y me ofreció
una rosa de brillante color diciendo:
―Una flor para otra
flor―
Yo la tome consternada. Haciendo que desapareciera de mi
todos los sentimientos y emociones que sentía hasta ese momento.
Sentí que se estaba burlando de mí. ¿Acaso no le había dicho
que odiaba que me regalen rosas? Me sentí muy enojada, mi garganta se anudaba
de bronca. Era horrible.
Iba a lanzarle la rosa en el rostro y a insultarlo con todas
mis fuerzas. No había elegido un buen momento para jugarme esta broma. ¡Esta
cruel broma!
Pero algo me detuvo de hacerlo. Accidentalmente roce con mis
dedos los pétalos de la rosa. Tenían una textura extraña. Los volví a tocar muy
impresionada, ni siquiera sabía que sentir en aquel momento. Era una rosa de
tela.
Lo mire impactada, no sabía que decirle. Y me sentía
terrible por haber pensado que él sería capaz de jugarme semejante broma, pero
Charley ignoró mi silencio y señaló la rosa diciendo:
― Esta rosa no es como las anteriores, esta nunca morirá.
No podía creerlo. ¿Me había comprado una rosa de fantasía?,
no importaba el valor, se que seguramente se gastó menos de cinco en esa rosa,
pero tenía otro valor. Tenía un significado.
Mi corazón volvió a inundarse de distintas emociones,
emociones mucho más fuertes que alguna vez pude sentir. Eran tales emociones
que provocaron en mí el llanto. Pero no era llanto de tristeza.
Hacía mucho tiempo que no lloraba de felicidad.
No pude contenerme más. Di un pequeño saltó y abrace
fuertemente a Charley agradeciéndole por la rosa. Era el mejor regalo que había
recibido alguna vez. No dejaba de llorar y reír al mismo tiempo.
Luego hice algo sin pensarlo. Lo bese. Y debo decir que fue
un beso como ninguno y si tendría que resumirlo lo calificaría como el mejor
beso que me habían dado en mi vida.
Genial el cuento, Cynthia. Bien el consejo de la madre. La salvó de cometer un grave error del que tarde o temprano se arrepentiría y tal vez sería bastante tarde para enmendarlo.
ResponderEliminarCreo que hasta ahora, y omitiendo las entradas de "Sin memoria" que son varios capítulos juntos, es el cuento más largo y no me pareció así. Y el final estuvo genial. La flor falsa, esta vez, resultó ser la más bella de todas para Flor. (vaya juego de palabras accidental, jue, je, je). ¡Sigue así!
Que tengas un gran fin de semana largo. Nos vemos. ¡Saludos!
Gracias por leer.
ResponderEliminarTengo otros cuentos más largos, como el secreto que guarda y la obra de Jennifer. jaja
Vos tambien ten un gran fin de semana.
SALUDO :)
¡Ah! ¡Cierto! ¡Qué torpeza la mía! Te pido perdón. Pero... se ve que no las contemplé porque me entretuvo tanto con ellas que ni me di cuenta de su extensión. Je, je, je. ¡Saludos!
EliminarJaja no hay problema!! jaja
EliminarMuy buen relato me ha encantado, saludos
ResponderEliminarGracias por leer y comentar. Me alegra que le haya gustado.
EliminarGenial, genial el cuento. Me atrapó enseguida, y es muy emotivo. Saludos, Cynthia.
ResponderEliminarMuchas gracias por leer y comentar.
EliminarMe alegra mucho tu comentario.
Un saludo!!
Muy emotivo y dramático; eres una Virginia Woolf en potencia, Cynthia: besos y a seguir así :)
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado mi relato....Gracias por el alago pero estoy muy lejos de Virginia Woolf, pero gracias igual jiji...
ResponderEliminarUn saludo