Ella era hermosa. Tenía un cabello áureo que brillaba cual
semblante solar, miraba a través de dos ojos oceánicos, profundos y llenos de
misterios.
Zelus, era un poderoso aristocrático que podría tener a la
mujer de noble sangre que quisiera, pero él no quería a nadie más, desde que
había visto a aquella hermosa joven no podía pensar en otra mujer a la que
pudiera desposar.
No le importaba que Lucida, ese era el nombre de la joven,
no procediera de familia ilustre. Ella era una simple campesina, pero para él
era la mujer más hermosa de la ciudad, e incluso de las ciudades vecinas.
Cuando se presentó en la granja de los padres pidiendo la mano
de la joven, al principio los ancianos creyeron que era una broma, ningún aristocrático
se casaría con una clase menor a la suya. Pero no era una broma, Zelus
realmente quería casarse con Lucida.
Fue una boda suculenta. Luego de la procesión nupcial y las
formulas sacramentales que se acostumbraban en una ceremonia semejante, se
celebró un enorme banquete. Rebosaban sabrosos platillos, se sentaron ante la
mesa celebres personajes de la ciudad, pertenecientes al senado y a la caballería,
la familia de Lucida nunca se había codeado de tales insignes personajes.
No había nada que Zelus amara más que a su esposa, era
hermosa, inteligente, y tenía una voz celestial, voceaba cada palabra de forma suave
y dulce.
El tiempo trascurrió y notó que él no era el único que la
veía de esa forma. Podía ver cuando tenía huéspedes en su casa, como ellos no
apartaban los ojos de su esposa. Incluso algunos se atrevían a hablarle, ¡Qué atrevimiento!,
creyeron que tenían el derecho de hablarle. Lucida era solo suya, solo le pertenecía
a él, no podía imaginarse a nadie más que él besándola y tocándola, incluso
mirarla y hablarle, no podía creer que no existiera una ley que prohibiera
intercambiar miradas con las esposas de otros hombres.
Sentía como en su interior se desataba algo muy grande y
violento.
El peor de todos era su vecino Procacis, ni siquiera
disimulaba sentirse atraído por Lucida, la miraba con aquellos ojos fisgones y
sedientos. No soportaba a aquel hombre, incluso podría jurar que lo odiaba.
Odiaba a Procacis, hacía que en su interior se encendiera fogosamente la ira.
Lucida sabía que el vecino había insinuado con ella, pero
ella lo rechazó decenas de veces, nunca se atrevería a engañar a su amoroso esposo.
Un día Lucida se encontraba en un jardín de flores recogiendo
las que le parecían las más bellas, pensaba hacer un centro de mesa para
adornar su sala.
Zelus la observaba de lejos desde un ventanal de su casa, no
confiaba en nadie, no la dejaría sola en ningún momento.
Procacis descubrió a Lucida entre las flores, pero no se
percató que Zelus la estaba cuidando de lejos. No se podía resistir a su
hermosura, así que se acercó a ella y tomándola de la cintura le besó el cuello.
Ella reaccionó al instante y lo apartó golpeándolo con su
canasta, de la cual se cayeron todas las flores que había recolectado.
Su esposo no necesitó más para aparecer en escena, su sangre
palpitaba violenta por la ira, sentía en su interior como la furia y los celos crecían
descontroladamente.
Procacis la había besado, había puesto sus asquerosos,
repugnantes, pervertidos e impertinentes labios sobre su delicada piel. No lo
podía soportar.
Tomó a Procacis del cuello, y le gritó cientos de insultos y
amenazas.
Su ira explotó, y aquello que se había comenzado a acumular
en su interior resbaló de su cuerpo.
Su piel se oscureció como la noche, y sus ojos se
encendieron como relámpagos. De sus poros escapó la ira acumulada formándose en
una enorme tormenta. Violentos vientos los encerraban, un enorme tornado se
alzó envuelto en relámpagos y truenos que tocaban la tierra.
El cielo se oscureció y comenzó a llover gruesas lágrimas.
Un rayo tras otro tocaba la tierra sacudiéndola como si un terremoto lo
hiciera.
Un quemante rayo alcanzó a Lucida, volviendo su carne en
carbón y su hermosura en fuego.
Fue horrible cuando Zelus cayó en cuenta de lo que había
hecho, aumentó mucho más su ira y tristeza. Lloró como nunca lo había hecho, él
había matado a su esposa, los celos lo habían cegado. La protegió tanto que la
mató.
Buen giro al final. Podría resumir lo que sucede cuando los celos son tan extremos: matan. Zelus debió controlarse. Le hubiera dado una bofetada o una patada donde no le da el sol a Procacis pero al dejarse llevar por la ira mató a lo que más quería, quizá por demás...
ResponderEliminarExcelente cuento. Te deseo una bella tarde. ¡Saludos!
Jajaja me reí mucho con "le hubiera dado una patada donde no le da el sol", jajajjajaja... pero es cierto, muchas veces nos dejamos llevar por nuestra ira y nos cegamos y las cosas terminan peor cuando la solución era facil.
EliminarJaja Un saludo!! Nos vemos en la proxima entrada (supongo jaja)
Me ha gustado muchísimo tu relato, me ha parecido corto !!!!!
ResponderEliminarEstá muy bien narrado para mi gusto.
Un abrazo !!!!
Muchas gracias por leer. Me alegro que le haya gustado :)
EliminarK hermoso mmm soy muy celosa también snf creo k si devo de cambiar k feo es ser así y talvz lastimamos a personas sin darnos cuenta
ResponderEliminarK hermoso mmm soy muy celosa también snf creo k si devo de cambiar k feo es ser así y talvz lastimamos a personas sin darnos cuenta
ResponderEliminarHola..gracias por leer y comentar.
EliminarYo creo que los celos son signos de amor, el problema surge cuando el amor se convierte en obsesión.
Un saludo.
Felicidades! Me encanta todo lo que he leído tuyo. Un abrazo
ResponderEliminarFelicidades! Me encanta todo lo que he leído tuyo. Un abrazo
ResponderEliminarGracias por leer. Me alegro mucho que te gusten mis escritos.
EliminarUN SALUDO.