Lo rodeaba cinta
amarilla y hombres de guardapolvos níveos tomaban fotos de flashes cegadores
mientras otros recogían con dedos estilizados posibles pistas causantes. A la
distancia en el marco de la puerta una joven casi niña y una mujer de cabellos
carbones lloraban con desconsuelo una en los brazos de la otra. Largos alaridos
femeninos inundaban el helado ambiente.
La adolescente intentó llegar a su padre que se hallaba
muerto, pero su madrastra la detuvo en el umbral envolviéndola en un abrazo.
Un policía se acercó a ellas. Odiaba dar malas noticias,
pero ese era su trabajo:
― Lo siento mucho― Dijo sintiendo la garganta dura.
La madrastra no pudo más que responderle con un asentimiento
de cabeza. No lloraba, pero su rostro era tan agrió y regio como una roca.
Intentaba mostrarse fuerte. Solo se enfocaba en abrazar a la joven que
lloraba.
El equipo forense se
llevó la victima para la autopsia. La niña vió como el cuerpo de su padre
abandonaba la sala siendo cargado en una camilla por dos enfermeros. No pudo
evitar volver a llorar.
Los días pasaron y la joven no dejaba de pensar en su padre.
Necesitaba aire. Últimamente se mareaba y se sentía débil.
Se sentó en el banco de madera que daba al estanque del jardín. Su jardín era
amplio y hermoso como el resto de la mansión. Celeste no comprendía como su
padre pudo haberse suicidado, tenía todo lo que necesitaba, mucho dinero, incluso
más que eso tenía el amor de su hija y de su esposa.
Presionó con sus temblorosos dedos la foto que tenía entre
sus manos sin darse cuenta que la estaba arrugando. La volvió a ver decepcionándose
cuando vió que le había doblado una de las esquinas inconscientemente.
La foto tenía cinco años, había sido tomada poco tiempo
antes de que su madre muriera. Su padre sostenía con los dedos de su muñeca un
pincel manchado en tinta azul, mientras
su madre lo rodeaba cariñosamente en un abrazo.
Su madre parecía tan feliz, al igual que su padre. No
entendía como ambos pudieron haberse suicidado cuando aquella foto los
retrataba tan felices. Y no era una felicidad fingida. Ella lo sabía porque
había compartido durante años aquella felicidad con ellos.
Su mente comenzó a pasear por lejanos recuerdos, que una vez
deseo olvidar. Recuerdos que sofocan el corazón de un dolor imposible de
superar alguna vez.
Recordaba a Wen, la señora de la limpieza, cuando dio aquel
horrible grito desesperado. Grito que nunca abandonó su memoria. Aquel alarido
de angustia de Wen cuando encontró a su madre inmóvil sobre su cama sosteniendo
entre sus pálidos dedos un frasco de arsénico. Un frasco vacio.
Nunca supieron cual fue la causa que impulsa aquella alocada
acción en la madre de Celeste. ¿Por qué había llevado a quitarse la vida de
aquella manera?
Y ahora esto, su padre se acababa de quitar la vida en la
sala. Una sala familiar, donde ocurrían todas las cenas familiares y fiestas
con amigos. ¿Cómo un lugar tan alegre de repente se había convertido en el más
horrendo de todos?
Perdió a su madre, y cinco años después a su padre. Ambos se
suicidaron.
Pero no encontraba sentido. Su padre, el señor Hans, había
rehecho su vida, se había vuelto a casar con una estupenda mujer y nunca perdió
el amor de su devota hija. Nunca podría borrar el dolor de la muerte de su primera
esposa, pero hasta hace dos días atrás parecía llevarlo muy bien.
No se había dado cuenta, pero su rostro estaba inundado en
lágrimas. Lloraba.
Lloraba por haber perdido a su madre. Lloraba por haber
perdido a su padre. Por haberlos perdido de la peor manera posible. Saber que
eran infelices, eso le rompía el corazón. Pero aun peor lloraba por no saber
qué era lo que les había arrebatado la felicidad de sus vidas.
Volvió a mirar la foto. Estuvo el resto de la tarde
recordando malos momentos, intentando encontrar algún indicio de infelicidad o
depresión. Pero no encontró ninguno. Todos los recuerdos eran felices.
Cuando sintió que la llamaban giró en su asiento para
percibir la figura que agitaba su brazo para llamar su atención. Ginger, su
madrasta, lo único que le quedaba ahora, la llamaba para que entrara a la casa.
No se había dado cuenta, era de noche. Había pasado toda la tarde sentada en
aquel banco de madera.
Cuando entró por la puerta del pasillo, Ginger le dio un
pequeño abrazó mientras le daba pequeñas palmaditas en la espalda. Intentó
reconfortarla con palabras:
― Yo siempre estaré para ti―Decía mesclando sus palabras
entre suspiros― Yo no te dejare.
Aquella afirmación hizo que todos los músculos de su cuerpo
se tensaran. ¿Sus padres la habían dejado?, ¿La habían abandonado?
No pudo pensar más porque escuchó un murmullo que provenía
de la cocina:
― El forense y el oficial están aquí para darnos noticias
sobre Hans― Celeste no dijo nada, solo se dejó llevar por su madrastra hasta la
cocina.
El oficial, con su reluciente traje de azul oscuro se sacó
la gorra cuando la vió:
― Buenos días señorita Celeste― Decía colocándose de vuelta
la gorra en su lugar.
Celeste le saludó con un casi inaudible “Hola”, todavía
estaba muy sentimental como para formular palabras sin lanzarse a llorar
nuevamente. Pero se contuvo, quería escuchar al doctor. Éste habló mientras
levantaba unos papeles:
― Estos son los datos de la autopsia… ― Decía pero Celeste
lo interrumpió.
― ¿Dos días y la autopsia está terminada?― Preguntó
sorprendida.
El doctor se aclaró la garganta con una tos disimulada antes
de retomar la palabra:
― Sí― Dijo girando los papeles entre sus manos para
inspeccionarlos ― No hay mucho más que analizar o investigar. El tiro en su
sien derecha indica claramente que se ha suicidado, la única anomalía que he
notado es que en su mano derecha no tenía sangre salpicada como debería
producto de un disparo sino que estaba como corrida o frotada, supongo que
habrá sido producto de la caída― Se detuvo para tomar un respiro y continuó ―
Seguramente su mano habrá tocado el suelo o la ropa y eso produjo la frotación
de la misma sangre. Nada anormal ― Terminó por agregar.
Celeste escuchó aquellas palabras, tardó en procesarlas,
eran información muy dolorosa. Pero cuando las entendió su rostro se volvió a
hundir en tristeza. No había error, la autopsia lo decía todo. Su padre se
había quitado la vida con su propia arma.
No pudo siquiera despedirse del doctor o del educado
oficial. Se giró rodando sobre su eje y se encaminó a su cuarto. Necesitaba
tiempo para superar otra muerte. Tan dolorosa y confusa como la de su
madre.
Se sentó al borde de su cama y sintió entre sus dedos la
textura de la foto. La tensión del momento provocó que haya olvidado que la
tenía entre las manos. La volvió a mirar. Era lo único que le quedaba de ellos.
Solo fotos.
De repente su mente se confundió al momento que sus ojos
encontraron la imagen de la foto, algo no cuadraba. Intentó volver a centrar la
vista sobre la fotografía pero la sorpresa la abrumó de tal forma que había
nublado su visión.
Se esforzó en calmarse. Necesitaba volver a mirar la foto.
Debía aclarar lo que acababa de mirar. Tal vez las emociones del momento
pudieron jugarle una mala pasada y enredar su percepción. Pero no. Había visto
bien.
Su padre sostenía el pincel con su mano izquierda.
Tomó largas bocanadas de aire para tranquilizarse. Sentía
que su mente se nublaba. No quería desmayarse justo en este momento.
Si su padre era surdo, ¿Por qué había disparado el arma con
la mano derecha?
Le pareció muy claro, su padre no se había suicidado. Le
habían hecho creer a ella, a su dulce madrastra, a todos los forenses y a los
oficiales que se había suicidado. Cuando en verdad había sido asesinado.
Celeste abrió la puerta de su cuarto de una patada y salió
corriendo por el pasillo para encontrarse con su madrastra y contarle lo que
había descubierto:
― ¿Qué sucede niña?― Le preguntó Ginger algo extrañada por
la repentina reacción de su hijastra.
Cuando la mujer vió a Celeste intentó tranquilizarla. Le
palmeó el hombro cariñosamente y le extendió una taza de té. Celeste miró la
taza de color pastel y la tomó con pereza:
― Iba caminó a tu habitación a llevarte algo para tomar―
Dijo cruzándose de brazos, como si estuviera esperando algo. Celeste no pudo
siquiera preguntarse que sería lo que esperaba.
Celeste vió la taza. Se veía apetitosa, pero estaba tan
nerviosa que dudaba que pudiera tomar aun que sea agua sola:
― Toma querida― Insistió Ginger ― Sé por lo que estas
pasando, no te vendría mal tomar un caliente té de manzanilla.
Tal vez Ginger tenía razón. Necesitaba relajarse. Tal vez
solo estaba imaginando cosas por lo que había pasado los últimos dos días.
Mejor dicho los últimos cinco años.
Presionó con fuerza la aza de la taza y comenzó a elevarla
en dirección a su boca para darle un sorbo al contenido líquido. Ginger la
observaba con una enorme sonrisa satisfecha. Ella sabía reír incluso en los
peores momentos.
Posó la porcelana de la taza sobre su labio inferior. Y
antes de que pudiera volcar el contenido sobre su boca, un sonido la espantó
produciendo que la taza se resbalara de sus dedos y chocara sobre la superficie
del piso haciéndose añicos y dispersándose en cientos de filosos fragmentos.
Odiaba aquel timbre del teléfono, siempre provocaba darle
aquellos sustos de muerte. Su padre siempre decía que debía cambiar de
teléfono, pero antes de hacerlo desgraciadamente murió.
Ginger se levantó veloz y atendió el teléfono.
Celeste estaba tan exaltada que su corazón pegaba saltos tan
fuertes que apenas pudo concentrarse en la conversación de Ginger en el
teléfono:
― ¿Si?, si― Decía ― Si, ahora no puedo hablar― Dijo mirando
de reojo a Celeste ― Después te llamó.
Mientras colgaba el teléfono de vuelta en su lugar no pudo
evitar lanzarle una horrenda mirada a su hijastra, miró con enfado la taza
desecha, y volvió a centrar la mirada en Celeste.
Celeste se sintió incomoda de inmediato. Nunca había visto a
Ginger de aquella forma. Siempre había sido simpática y dulce. Pero ahora la
miraba de forma oscura. La miraba con
unos ojos que nunca antes había visto en ella. Incluso podía decir que le daba
miedo.
Ginger no le dijo nada, solo la miró de aquella forma. Pero
de inmediato se recompuso cambiando de expresión tan rápido como si se cambiara
de mascara:
― No te preocupes, te hare otra― Dijo embozando una tenue
sonrisa.
― No, no te molestes Ginger― Dijo recogiendo los fragmentos
del suelo ― Creo que mejor iré a dormirme temprano, estoy muy agotada.
Ginger dudó, pero al final asintió dejándola retirarse a su
habitación.
Antes de salir de la cocina Celeste le hizo una última
pregunta a Ginger:
― ¿Puedo hacerte una pregunta antes de dormir?― Ginger
asintió alegre exclamando un “si” ― Quería que antes de dormir escuchar alguna
historia de papá, no se…― Dijo tambaleándose torpemente sobre sus pies.
Ginger volvió a sonreír y le preguntó qué historia le
gustaría escuchar:
― Estaba pensando en la vez que tú y papá se conocieron. Se
que lo he escuchado un montón de veces, pero me gustaría volver a revivirlo todo―
Ginger asintió dando un leve temblor. Celeste supuso que le emocionaba recordar
aquello.
― Hace siete años. ¡Lo recuerdo bien!― Dijo sentándose ante
la mesa mientras Celeste la acompañaba ― Me presente en la compañía de tu
padre. Él estaba pidiendo secretarias. Éramos muchas chicas, pero él me eligió
a mi― Lanzó una pequeña carcajada y siguió hablando ― El estaba casado, pero
eso no impidió que fuéramos grandes amigos, incluso tu madre me aceptó. Éramos
inseparables. Tomábamos mucho té ― Dijo volviendo a sonreír, pero de pronto su
rostro se ensombreció ― Me dolió mucho la muerte de tu madre. La quería mucho.
Tu padre la amaba locamente. Fue aquel amor por ella que nos unió. Era una
excelente mujer― Suspiró levemente y continuó ― Bueno, ya conoces el resto de
la historia. Nos casamos y me mude aquí contigo y Hans.
Luego de escuchar la historia le dio un pequeño abrazó a
Ginger y volvió a habitación lo más rápido que pudo sin despertar alguna
sospecha en su madrastra.
Celeste paseó nerviosa por toda su habitación. Sabía lo que
había visto. Y agradecía no haberle mostrado la foto a Ginger, desconfiaba de
ella. Aquella mirada la había perturbado. Pero la historia que le contó
comprobó algo que Celeste especulaba. Ginger había conocido a su madre.
Tal vez su madre tampoco se había suicidado.
Celeste entreabrió la puerta de su habitación para espiar a
Ginger. Ella estaba hablando por teléfono otra vez. Esta vez no pudo escuchar
la conversación, estaba muy lejos del alcance de su audición.
Luego de colgar el teléfono, Ginger se colocó una campera y
salió por la puerta principal. ¿A dónde iría a estas horas?
Cuando escuchó que la puerta se cerró fue dando pequeños
pasos hasta encontrarse completamente en el medio del pasillo.
Dudó, pero al final se decidió. Investigaría la habitación
de Ginger.
Rodó la manija metálica de la puerta abriéndola hasta que
chocó contra la pared. Se dispuso a revisar primero los cajones, pero no
encontró nada. Luego reviso el placar. Tampoco encontró nada sospechoso.
Se sentó en la cama y miró la mesada de luz de Ginger. ¿Por
qué su madrastra guardaba una foto de su madre? Daba la impresión que Ginger
quería crear la ilusión que realmente apreciaba a su madre. Pero ella no era
tan ingenua.
Tomó el marco de la foto y comenzó a abrirlo para sacar la
foto. ¿Quién se creía para guardar la foto de su madre?
Pero lo que halló al otro lado de la foto la sorprendió aun
más. Era una carta. ¿De quién era? No pensó mucho, solo la leyó:
“Queridos Hans y
Celestes:
Quiero disculparme
porque no he encontrado mejor solución que esta.
Me duele en lo más
profundo de mi corazón tener que dejarlos, pero debo hacerlo. No es que quiera,
pero no hay otra solución.
Antes de explicarles
quiero que sepan que los amo, y pase lo que pase nunca dejare de hacerlo. Lo
que hare es muestra de mi amor por ustedes. Aun que no lo entiendan, es para
protegerlos.
Hans y Celeste nunca
confíen en Ginger.
Ella es la que provoca
esto. Ha amenazado con matarlos a ambos si yo no me quito la vida.
Hans te has ido de
viaje por trabajo y no volverás por una semana. Ella me encerró en nuestra
habitación con un frasco de veneno. Celeste está jugando inocentemente en su
habitación con sus muñecas. Si en una hora no he tomado el veneno Ginger
amenazó con matar a Celeste.
No tengo otra opción.
Ella no miente. La
matará.
Encontré esta hoja y
una lapicera para escribir esta nota para que sepan la verdad. La esconderé con
la esperanza de que Ginger no la encuentre.
¡No confíen en
Ginger!, ¡Que su porte simpático y amable no los engañe!, ¡Ella quiere deshacerse
de mí para casarse contigo Hans para ser dueña de nuestra fortuna!, ¡No se
dejen engañar!
Nunca olviden que los
amo. Este frasco de contenido blanquecino será el brindis de mi amor por ti
Celeste, no es el brindis que seguro uno espera algún día celebrar. Pero de
sincero amor más que este nunca nadie tomara.
Los amo: Clarisa”
Celeste había manchado la carta de su madre con pesadas
lágrimas. El corazón le dolía. Había confiado en aquella serpiente durante
años.
No necesitaba preguntar. Ginger también había matado a su
padre. Y seguramente la taza de té tendría veneno para ella.
Quería deshacerse de toda la familia.
La furia abrumó su interior. Arrojó con violencia el cuadro
contra la pared mientras este estallaba convertido en afilados escombros.
Se dio cuenta que había arrojado la foto de su madre sobre
la pare. Entonces llorando fue a recogerla mientras gritaba:
― ¡Lo siento!― Su visión se nublaba por las lágrimas ― ¡Lo
siento mucho!
Su mirada percibió en el marco de la puerta una sombra.
Ginger se paraba rígida en el umbral mientras sostenía firme
un cuchillo de cocina.
Celeste no tuvo miedo. No tenía nada que perder. Aquella
horrible mujer le había quitado todo. Pero de algo estaba segura. Ginger ya no
le sacaría la vida a nadie más. Lucharía por su vida que era lo único que le
quedaba.
Ginger se lanzó hacía Celeste mientras lanzaba una macabra
carcajada. Disfrutaba del mal.
Celeste tomó un fragmento del vidrio del cuadro y saltó
lejos de Ginger:
― ¿Qué harás con eso?― Decía Ginger señalando el vidrio
cortado mientras lanzaba burlonas carcajadas.
Celeste no le respondió. Nunca más le dirigiría la palabra.
Nunca había odiado a nadie. Pero en este momento no pudo evitar odiar a aquella
persona. Había vivido cinco años bajo el mismo techo con el asesino de sus
padres.
Ginger agitó el cuchillo en su dirección. Celeste intentó
esquivar el filo metálico. Pero fue imposible. La hoja del cuchillo rasgó la
piel de su brazo izquierdo. Por suerte era diestra. Y en su mano derecha
sostenía firme el fragmento de vidrio.
Esta vez fue el turno de Celeste de atacar. Pensó que solo
tenía una opción. Ginger era muy rápida. No podría acercarse a ella. Entonces
tomando la fuerza que pudo hallar lanzó con brusquedad el afilado vidrio en
dirección a Ginger.
Ginger se llevó las manos al pecho y cayó de bruces mientras
un torrente sanguíneo se escapaba manchando su vestido blanco.
El vidrio había volado hasta el pecho de Ginger y atravesado
la suave piel. Se hundió hasta llegar a su vacio corazón. Carente de
sentimiento o amor alguno. Ahora carente de vida.
¡Menudo cuento! Bastante espeluznante. ¡Qué hija de mujer que vende su cuerpo, horizontal cuatro letras, que es Ginger! Y pensar que Celeste estuvo a punto de morir por el veneno que tendría esa taza (seguro que estaba envenenado su contenido). Pobre chica, por suerte vengó a sus padres. Me gustó mucho.
ResponderEliminarQue tengas una linda noche. ¡Saludos!
Gracias. Que bueno que te haya gustado!
EliminarMi primer idea fue hacer un cuento policial (medio futurista) pero termine haciendo uno tipo de horror!! jaja
Un saludo!!