jueves, 18 de mayo de 2017

Enemigo Imaginario


Soy de esas personas que no se conforman con una amistad. No encuentran placer en una conversación amena, ni mucho menos disfrutan de la compañía cálida. No, la excitación se despierta en el altercado, en el debate. El fuego se enciende junto con el odio. Sentir aquella satisfacción aguerrida que nace producto de una discusión. No necesito amigos, sólo a alguien a quien odiar. Pero al igual que los amigos de verdad son difíciles de encontrar, lo es aún más hacerse un enemigo de calidad.
Si buscas de hacerte de enemigos no necesitas más que hacer un par de cosas, la más rápida es contradecir las convicciones ajenas, pero esa enemistad tiene una falla, puede llegar a ser temporal, si el contrincante no es inundado por el fanatismo desmedido dudo mucho que se cree una verdadera enemistad, o en el mejor de los casos si resulta ofendido por la contrariedad el enojo es de corta duración, y en el momento que la discusión toma un camino en distinto tema, la discusión termina zanjada.
Otro método algo más efectivo es de hacerse a uno mismo enemigo de los demás, con adoptar una expresión altanera y proferir un par de comentarios insultantes, posiblemente te ganes la grima de varios. Pero con todos estos métodos llegó un momento en que no era suficiente, no conseguía encontrar a mi álter ego, no importaba cuanto buscará o cuanto me reforzará. Y sólo pude llegar a una solución.   
Al fin y al cabo el arma más poderosa es la imaginación, e hice uso de ella en su mayor esplendor. Así fue como surgió Napoleón, no se trata del personaje histórico que están pensando. No, se trata del antagonista perfecto. Lo nombre como a un gato, dándole un nombre algo cómico pero al mismo tiempo imponente. Es como aquellas personas que nombran a su perro León, cuando en vedad se trata de un canino, pero lo que nos quieren decir es que el animal es algo salvaje y peligroso. Con esa misma filosofía Napoleón fue bautizado como un militar político, porque tenía una personalidad aguerrida, y parecía que quisiera conquistar al mundo, nadie tenía la razón, sólo él, y su hobbie era imponerse sobre los demás.   
Solíamos discutir todos los días, incluso llegábamos a amenazarnos de muerte, aunque nunca pasó a mayores. Era divertido debatir con él. Nuestras discusiones se volvían eternas y cada altercado era un logro, aunque perdiera, porque lo que en verdad ganaba era un gran placer sentir aquel calor en el pecho, ser consciente de la excitación pueril.
He recibido muchas calificaciones por parte de aquellos a quienes llegué a disfrutar. Cínico y hedonista eran los más recurrentes, y muchas veces me pregunté si estaban en lo cierto, posiblemente lo estaban, porque más que insultos me caían como elogios. 
Napoleón no se creó de un día para el otro. Fue un proceso largo y tedioso. Fue mutando y evolucionando, cada vez se volvía más odioso y pendenciero. Incluso fue partícipe de mis desgracias. Una taza rota, una tostada quemada, un examen desaprobado, un trabajo perdido. Era la causa y la consecuencia de una vida solitaria. Realmente llegué a odiarlo, en la manera en la que me aislaba, pero cuando más lo odiaba más satisfacción recibía a cambio.
Nunca se me pasó por la mente la idea de deshacerme de Napoleón. No quería perder mi fuente de diversión. 
Pero llegó un momento en el que me pregunté la verdadera razón de su existencia. ¿Quién era Napoleón en mi vida?, ¿Era un simple monigote, un juguete sin significado mayor?, ¿O simplemente era a alguien que creé para hacerlo responsable de mis errores y derrotas?

jueves, 4 de mayo de 2017

Los beneficios de ser el otro


                Las luces exteriores caminaban de manera intermitente por la pared de enfrente, y cuando terminaban el recorrido volvían al principio. El vagón estaba vacío, a excepción de un hombre algo adormilado, y una anciana sentada al otro extremo, que siquiera lo había mirado una vez. 
                Había sido un mal día. El hombre había perdido su trabajo, pero en vez de sentirse enojado o triste, se sentía con sueño. Simplemente estaba cansado, de luchar contra la vida, de sobrevivir, de intentar. Cuando el tren se detuvo en la siguiente estación, descendió y arrastrando los pies caminó fuera del lugar en dirección a donde vivía. Estaba decidido a tirarse en el colchón que descansaba en su precario monoambiente y dormir por días y ya nunca despertar. Simplemente quería perderse y ya no saber nada de nada.  
                Mientras caminaba de vuelta a su hogar, con las manos en los bolsillos, y la mirada cabizbaja, percibió de perfil una sombra. Se giró en un segundo, y descubrió, que a unos metros caminaba un hombre, se tambaleaba y se sostenía de la pared más cercana. Se lo veía muy descompuesto.
                — ¿Se encuentra bien? — le preguntó cuando se acercó a él. Su interlocutor no le respondió — Obviamente no — terminó por responderse a sí mismo.
                Pasó el brazo ajeno por su hombro y de aquella manera lo acarreó hasta su precaria casa.
                — Mi casa está cerca, aguanta.      
                Los pies del enfermo daban pasos insignificantes que no eran de mucha ayuda. Agradeció internamente por no encontrarse muy lejos de su casa y de manera dificultosa lo llevó hasta su monoambiente, allí lo dejó sobre su colchón, pero con algo de vergüenza, su casa era extremadamente pequeña y desordenada, se sentía totalmente penoso llevar a alguien con un traje tan caro a una casa tan pobre.
                — Señor, ¿Cómo se encuentra? — el hombre lo sacudió un par de veces, y al ver que no recibía ningún tipo de respuesta por la otra persona comenzó a preocuparse. Lo sacudió con un poco más de vehemencia, pero eso no alteró el resultado. El desconocido seguía sin moverse.
                Comprobó su respiración y luego su pulso, y como le temía. El hombre estaba muerto.  
                Inmediatamente un breve ataque de nervios lo invadió. Lo que le faltaba, encima de haberse quedado desempleado ahora tendría que enfrentar una causa judicial donde lo apuntarían como principal sospechoso de un homicidio, porque después de todo, el hombre murió en su habitación. Este miedo fue esfumado de repente al percatarse del rostro del desconocido. Tenía un gran parecido con él mismo. Era como si se hubiera encontrado con un gemelo perdido. Lo único que los diferenciaba era la forma de la quijada y un lunar en la mejilla izquierda, que ambas cosas eran convenientemente disimuladas por su barba ya algo crecida. Pero fuera de eso, era una reproducción de sí mismo, como verse en un espejo.
                Rebuscó en los bolsillos del traje y encontró una billetera colmada de dinero, más la identificación del hombre. Jacobo Bacon, su apellido era como aquella famosa marca de electrónica. “Empresas Bacon”, cuantas veces había escuchado de aquel famoso imperio, una potencia que no solo se detenía en la invención de electrónica, sino que tenía negocios de indumentaria y comida chatarra. Si este hombre se trataba de quien creía que era, tenía ante él el cadáver de uno de los hombres más influyentes del país, y posiblemente del mundo. Y tenía la dicha que fuera patéticamente parecido a él. 
                No lo pensó mucho, ya no quería dejar de existir como antes, ante él se abría una nueva puerta, una posibilidad que si osaba de ignorar se sentiría verdaderamente estúpido.
                Primero le sacó el traje y los zapatos, y se los probó. Incluso compartían hasta la misma estructura del cuerpo, el traje le acuñaba a la perfección y los zapatos eran el talle correcto.
                Tomó una bolsa de residuo negra, y metiendo el muerto dentro se aseguró de cerrarla bien. No quería que el olor a putrefacción alertara a los vecinos, y por último escondió el bulto en el fondo de su placar cubriéndolo con su ropa vieja y edredón algo deshilachado. Y por último, siguiendo la dirección que encontró en el documento del hombre, se dirigió a su nueva casa, a su nueva vida.
                             Jacobo Bacon vivía en un piso de edificio, era un departamento amplió, enorme y colmado de muebles caros. Pero al parecer el magnate no vivía solo. Cuando entró al departamento lo esperaba una mujer, bella y delgada, de cabello anaranjado. Lo recibió con un abrazo cálido y un pequeño, pero amoroso beso.
                — Jacobo, llegaste a casa antes. Pensé que no volverías hasta mañana — decía realmente feliz.  
                — Es que trabajé horas extras para poder volver a casa cuanto antes. Ya te extrañaba — el hombre improvisó lo mejor que pudo, y pareció funcionar, porque la mujer se veía feliz.
                — ¡Qué bueno!, entonces prepararé una cena especial para festejar tu regreso adelantado— dijo con una adorable sonrisa y se dirigió a otra habitación, a lo que supuso sería la cocina.
                El hombre se quedó parado en su lugar, unos segundos inmóvil, y luego sonrió ampliamente. Se sacó el saco y lo colgó en el perchero de la sala, y recorriendo un poco la habitación fue a sentarse sobre el sillón, que resultaba ser increíblemente cómodo. Tomó el control remoto que descansaba sobre el reposabrazos y encendió la televisión. Realmente le agradaba esta nueva vida. Un departamento lujoso y una hermosa mujer, que era amable y cariñosa, incluso creía que podría hasta enamorarse de ella. Era una vida perfecta.
                A la mañana siguiente lo despertó el sonido del despertador, era un suave pitido intermitente, mas una caricia de la mujer que dormía junto a él.
                — Cariño, es hora de levantarse. Tienes trabajo hoy.
                Luego de desayunar y no poder seguir la conversación de la esposa, ya que hablaba de personas que no conocía, pero que disimuló bien su expresión por una de interés. No podía levantar sospechas, estaba seguro que se acostumbraría a esa vida en poco tiempo. 
                Suerte que tenía un chofer con un auto de negro lustroso, esperándolo en la entrada del edificio, porque no sabía donde debía ir para trabajar. El chofer era un hombre amable, y de conversación, aunque ligera, cálida.
                El edificio donde trabajaba era enorme, ni siquiera pudo contar los pisos a simple vista. Por suerte en la recepción había un mapa del edificio, sino no sabría donde se encontraba su oficina.
                — El señor Fisher lo está esperando — le dijo la secretaría que antecedía a su oficina.
                El hombre le dijo un “buen trabajo” que fue recibido con una sonrisa sorprendida, y luego de leer la placa de la puerta “Gerente General”, realmente tenía un puesto importante y leer esas dos palabras fue el detonante a una sensación placentera que lo llenó por completo. Era importante, rico e influyente como ninguno. Nunca se cansaba de seguir redescubriendo su nueva vida. La vida de Jacobo, que ahora le pertenecía a él.
                En la oficina lo esperaba un hombre de piel algo dorada, tenía ojos negros e intimidantes y su sola presencia parecía evocar el misterio y las sombras.   
                — Bacon… — dijo sonriendo de manera extraña.
                — Buenos días, Fisher. ¿Qué lo trae a mi oficina?  
                — Déjate de formalidades — siempre había sido bueno para leer el ambiente, y este en particular le ponía la piel de gallina — Ya sabes por qué vine.
                El impostor intentó mantener su rostro libre de cualquier expresión, era como un muerto, con los músculos del rostro tiesos. No podía arriesgarse a mostrar confusión o que no sabía de qué le hablaban, ya que la mirada de su interlocutor era tosca y decidida, incluso desafiante.
                — Sí — se limitó a responderle, debía tener cuidado, pero siquiera sabía de que le estaban hablando.      
                — Lo tienes inquieto, y dijo que si no lo tiene para hoy en la noche… — se interrumpió a sí mismo — Bueno, ya te imaginas que te sucederá.
                Sí, era una amenaza y una muy aterradora.    
                — Dile que se quede tranquilo — debía improvisar, estaba seguro que si no actuaba de esa forma  la situación se podría volver peligrosa para él — Lo tendrá — Fisher lo miró de manera desconfiada,. Lo que lo instigó a insistir en su respuesta — Lo tendrá todo.
                Fisher pareció satisfecho con la respuesta, y con una despedida tosca y desinteresada, salió de su oficina.
                ¿En qué negocios estaba metido Jacobo Bacon?, ¿Quién estaba intranquilo?, ¿Qué era eso que quería para la noche?, obviamente la respuesta a esas preguntas le llevarían a lugares alejados de los límites de la legalidad.
                Caminó hasta su escritorio y se sentó, todavía con la piel erizada, se llevó los dedos a las sienes y se masajeó allí, como si aquel masajeó a los costados le ayudara a pensar. ¿Qué debía hacer?, las cosas se estaban tornando peligrosas, pero se creía capaz de salir de esto. Debía terminar con los negocios dudosos en los que participara la empresa, o por lo menos mantenerlos a raya, en un lugar donde no supusiera ningún peligro para él.        
                Mientras pensaba en esto, lo interrumpió el crujido de la puerta al abrirse de repente, unos pasos de tacón resonaron sobre la moqueta, y su vista fue robada por las curvas de un cuerpo de mujer. La mujer llevaba el cabello corto, y un vestido que no dejaba mucho para la imaginación. Dejó una pila de documentos sobre el escritorio, y bordeando la mesa se sentó sobre las piernas del hombre.
                — Jacobo,  necesito que le dé una revisión a esos documentos — dijo mirando a la pila de hojas que había traído consigo — pero siempre lo dejamos para más tarde — y riendo coquetamente paseó sus dedos por el pecho ajeno, mientras jugueteaba con la corbata con la otra mano, la cual subió segundo después hasta su rostro, se relajó un poco más e inclinándose levemente comenzó a besarlo — me gusta como le queda la barba — dijo paseando un dedo por su mentón y luego siguió en la labor de besarlo de manera profunda. 
                Jacobo teniendo una dulce y amorosa esposa esperándolo en casa, ¿Necesitaba jugar con otras mujeres?, no lo entendía, en su monoambiente no lo esperaba nadie, ni siquiera un hámster, porque no tenía ni siquiera dinero suficiente para darse el lujo de criar una mascota. Y Jacobo que tenía la suerte de formar una familia, ¿Lo desperdiciaba de esta manera?, sí, la mujer que lo estaba besando era hermosa, e incluso mucho más sensual que su esposa, ¿Pero lo valía?
                El altavoz del teléfono resonó en el aire, y fue la voz de la secretaria la que se hoyó.
                — Señor, su esposa vino a verlo — y con eso se abrió la puerta mostrando en el umbral a una segunda mujer algo animada. 
                — ¡Cariño!, te he traído el almuerzo, ya que como tienes mucho trabaj…
                La mujer de cabello corto despejó su boca de la suya en un movimiento veloz, pero todavía permanecía sentada sobre su regazo.    
                — ¡Lo sabía! — la esposa había comenzado a llorar — cuando decías que no podías volver por trabajo, seguramente era porque ibas a ir a un hotel con ella, o tal vez lo hicieron en tu oficina, aquí mismo, ¡No me importa! — se secó las lágrimas con su propia mano y comenzó a llorar más fuerte — ¡No vuelvas a casa nunca más, porque no te abriré la puerta!  — y con eso se dio media vuelta y caminó hacia la salida con paso decidido.
                Y no la detuvo, ¿Acaso debía hacerlo?, ella no era nada para él, era la esposa de Jacobo Bacon, no de él, nunca lo fue.
                — Ya era hora que te deshicieras de esa mujer estúpida — dijo la que todavía permanecía sobre él.
                — Sal de mi oficina — le dijo sin expresión alguna, después de todo tampoco conocía a esta mujer.           
                — Pero…
                — Ahora.
                Y con eso último la mujer no insistió más, colocó los tacones en el piso y se marchó caminando a paso apresurado.  
                El hombre se mantuvo cabizbajo, perdido entre pensamientos algo confusos. Había sido un mal día. Las cosas no estaban resultando como él esperaba. En vez de tener una nueva vida cómoda y rodeada de lujos, se encontró con un montón de problemas. Lo que menos llevaba Jacobo Bacon era una vida tranquila.
                Cuando por la ventana entró la luz anaranjada, proveniente de un fresco atardecer, era hora de volver a su casa. Pero ¿A dónde iría?, la esposa le había prohibido volver a poner un pie en el departamento. Tal vez podría ir a dormir a un hotel, después de todo tenía mucho dinero con que pagarlo.   
                Estacionado a un lado de la acera lo esperaba un auto negro, pero no era el mismo conductor que lo había pasado a buscar en la mañana, no, era otro, y que al verlo le pareció sumamente sospechoso.
                — Puedes irte — le dijo al chofer quien lo miraba expectante, fingiendo una sonrisa amable — Hoy no volveré a mi casa.
                El hombre comenzó a caminar lejos del auto, pero el chofer todavía no se marchaba del lugar. Lo observaba a través de la ventanilla. Comenzó a caminar de manera apresurada, y fue cuando se percató que el auto lo seguía lentamente por detrás. El chofer no lo iba a dejar irse tranquilamente, eso lo entendió bien.
                Cuando quiso salir corriendo, el chofer sacó un arma por entre la ventanilla parcialmente abierta.
                — Entra al auto sin hacer escándalo si no quieres un agujero en la cabeza — ese fue el incentivo para comenzar a correr. Y el chofer no mintió, disparó, pero para su suerte la bala tomó la dirección equivocada y se incrustó en la pared a unos centímetros de su cabeza.
                Corrió a una calle congestionada, y siguió corriendo hasta la peatonal más cercana. Rodeado de personas que iban y venían le era fácil confundirse con el resto. Pudo ver un par de veces al chofer caminando entre la multitud buscándolo con la mirada, pero por suerte no lo descubrió.  
                Intentó actuar lo menos sospechoso posible para no llamar la atención, y de esa manera se alejó de las calles concurridas una vez que estuvo seguro que había perdido de vista a su perseguidor.
                Debía escapar, y solo un lugar vino a su mente.
                Volvió a su antiguo monoambiente. Al abrir la puerta lo primero que sintió fue un hedor a encierro, mezclado con humedad y un ligero aroma a carne podrida. Tomó la bolsa que estaba oculta debajo de su vieja ropa y edredón deshilachado. Le dio una rápida mirada al interior de la bolsa, quería asegurarse que todavía Jacobo Bacon estuviera allí dentro, y efectivamente lo estaba. Había pasado solo un día, por lo tanto el cuerpo se encontraba exactamente como lo había dejado, solo que su cuello estaba tomando un color algo verdeazulado y su rostro había comenzado a deformarse un poco.
                Se mantuvo inquieto sobre los pocos metros de su casa, pasadas varias horas, donde la tarde se había marchado, y la noche silenciosa y desértica había su presencia, fue cuando el hombre, cargando la bolsa con ambas manos, se aventuró fuera de su monoambiente. Caminó por las calles que conocía que eran las menos transitadas, y que a esa hora ni un alma las peregrinaría. Tuvo que marchar varias cuadras, con la bolsa a cuestas. Llegó al muelle más viejo del puerto, donde sabía que no se encontraría con nadie allí. Y ahí mismo tiró la bolsa al mar.
                Se quedó hasta que escuchó el impacto del cuerpo con el agua, fue allí que se pegó media vuelta y se marchó de vuelta a su casa.  
                Esa noche durmió entrecortado, por momentos creyó que le derribarían la puerta y allí mismo lo matarían de varios balazos, pero nada de eso sucedió.
                A la mañana siguiente lo primero que hizo fue desayunar un pan viejo que tenía guardado en la heladera para que durara más tiempo, mientras miraba la televisión. Casi se atraganta con un pedazo de ese pan cuando oyó la siguiente noticia:   
                — Hoy a la mañana encontraron un cuerpo en la bahía… — anunciaba la periodista a través de la pantalla, mientras señalaba el paisaje que le rodeaba: unos muelles que se extendían hacía el interior de la bahía, y algunos edificios que resaltaban por detrás  — Jacobo Bacon fue encontrado flotando dentro de una bolsa a las cinco de la mañana por un pescador del lugar. Los forenses aseguran que fue envenenado y horas después arrojado al mar. Existen rumores que el empresario Bacon mantenía negocios estrechamente ligados a la mafia. Y se cree que fueron ellos mismos quienes lo mataron… — lo que dijo la periodista a continuación el hombre ya no le prestó atención, estaba muy ocupado pensando en todo lo que le había sucedido en estos últimos días.
                Una sonrisa se demarcó en su boca, y dándole una mordida impetuosa al pan, se carcajeó mientras masticaba las migas.  
                Nunca se había sentido tan satisfecho de ser él mismo, y no el otro.