lunes, 30 de marzo de 2015

El profesor Baker


El extremo de la tiza se desarmaba al rozar contra la superficie del pizarrón dejando a su paso una serpentina huella blanquecina. La mano del profesor escribía con ella palabras inteligibles para mí. Aún que, forzara la vista, los contornos de las letras se desenfocaban ante mi mirada.
Me sentía distraída.
El profesor me distraía.
No podía apartar mi mirada del joven y atractivo profesor.  
Tenía sedosos cabellos carbones. Ojos castaños como las cascaras de las nueces. Una tez brillante y pálida como la lisa superficie de las perlas. Pero lo que más me gustaba de él era su voz. Una voz transmitida en un tono grave y profundo como la de un locutor de radio. Cada vez que lo escuchaba hablar podía sentir como mi pecho se encogía de deleite. Cada una de sus palabras era una mariposa que despertaba revoloteando frenética en mi vientre.  
Su nombre había pasado a ser mi favorito en todo el mundo. Darian, no podía imaginarme un nombre más perfecto. Pero lastima con tan hermoso nombre debíamos llamarlo Señor Baker.
Darian se paseaba elegante por los anchos del pizarrón. Hizo una pregunta y deslizó sus bellos ojos por la clase mirando a sus alumnos, esperando una respuesta. Me hubiera encantado responder para que el señor Baker me notara con interés, pero no tenía idea de que había estado hablando el profesor hasta entonces. Había estado muy ocupada estudiándolo a él.  
Al igual que miró a todos mis compañeros, también me miró a mí. Esperaba una respuesta a su pregunta. Todos los alumnos desviaban la vista si no sabían o no querían responder por vergüenza. Pero yo no lo hice. Me quede allí sosteniéndole la mirada. Podía sentir como aquel café de sus ojos comenzaba a absorberme. Era una sensación embriagadora.  
Seguramente el intercambio visual habrá durado un segundo, pero a mí me pareció una eternidad. Una eternidad que envolvía en brumosa humedad mis labios faciales, como si mirarlo fuera tomar una copa de deliciosa ambrosia celestial.  
Fue decepcionante cuando alejó la mirada para dirigirla al siguiente alumno. Si fuera por mí, no me alcanzaría toda la vida para contemplarlo a los ojos.      
Tuvo que ser Melanie la que levantó la mano para responder:
― 1914― Pasó la mano por su pelo rojizo para sacudirlo seductoramente ― En 1914 estalló la primer guerra― Agregó mientras parpadeaba repetidamente. Aun que sus coqueterías nunca afectaran al señor Baker, no podía evitar sentir la rabia amontonarse en mi estomago. Yo no era la única que veía atractivamente al profesor de historia, pero Melanie era la única que trataba de seducirlo. ¡Qué descarada!, ¡Desvergonzada!, ¡Atrevida! Y podría seguir insultándola enumerando sus horribles características pero tendría que utilizar palabras mucho más fuertes y sucias.
Al final Melanie recibió lo que todas las chicas en aquella clase esperábamos con ansias recibir. Una amplia sonrisa de consentimiento. De esas sonrisas que a más de una mujer la harían derretirse allí mismo sobre su pupitre. Incluso me atrevo a decir que nos haría perder la conciencia. Porque era la sonrisa más encantadora y atractiva que había visto en mi vida. Si tendría que compararla lo haría con la de los ángeles, brillante y perfecta. De dientes blancos y agraciados como los diamantes.
Ya presumiría después de clases la sonrisa que había recibido del profesor. “Ya es la quinta vez que me sonríe, y esta vez fue especial. Puedo sentirlo” Seguro diría eso. Aun que suene absurdo las chicas competían por sus sonrisas. ¡Las tenían contadas! Melanie iba ganando con cinco, y yo perdiendo con cero. Era estresante.
Aquella clase sucedió algo que no me esperaba. Luego de que Melanie respondiera la pregunta del profesor. Baker retomó la explicación. Pero esta vez fue diferente.  
Podía ver como después de cada frase, de cada afirmación, cada varios minutos el profesor desviaba la vista y me miraba por unos segundos.  
Al principio pensé que no tenía importancia. Pero lo hizo con tanta recurrencia durante toda la clase que comencé a impacientarme. No me miraba esperando una respuesta a sus preguntas sobre la guerra mundial. Solo me miraba. Incluso pude ver como una vez fruncía los labios con deleite, como si estuviera pensando de forma pecaminosa.
Pensé que era mi imaginación, pero no.  
Sabía que era incorrecto, pero me gustaba que me mirara así. Mi mente no dejó de divagar por cientos de hipótesis sobre la razón de sus miradas. Tal vez yo también le gustaba tanto como él a mí. Ojala fuera eso.  
Cuando terminó su explicación el profesor se sentó en el escritorio. De inmediato sonó el timbre. Su clase había terminado. Pude escuchar los suspiros de decepción de las chicas. Nos gustaban sus clases. Nos gustaba el profesor de historia. 
Guarde mis libros y cuadernos de vuelta en mi bolso y me dispuse a salir por la puerta. Pero no lo hice. Me quede en la clase. Solo quedábamos él profesor y yo. Solo nosotros dos.
El profesor me llamó. Fue la razón por la que di media vuelta y me aleje de la puerta de salida acercándome al escritorio.
El señor Darian se levantó de su asiento y se acercó a mí mientras decía:
― Sarah, en los semestres pasados tuviste notas muy buenas, muy sobresalientes― Decía girando la vista al escritorio donde se hallaban las listas de notas de sus alumnos ― Pero últimamente has tenido un decline, tus calificaciones no son las mismas― El profesor dio un paso acercándose a mí.
¡Dios mío!, lo tenía muy cerca. Tanto que podía percibir la deliciosa fragancia que provenía de él. No sabía que perfume usaba, pero le quedaba muy bien. ¡Olía como los dioses!   
Darian dio un paso más. Nuestros cuerpos por pocos milímetros no se tocaban. El profesor colocó suavemente su mano sobre mi cintura. Al momento del tacto mi cuerpo recibió una descarga de deleitosa energía. ¡Esto no era correcto!, pero era inquietantemente lo que deseaba.
Abrió sus delgados labios rosados. Tan tentadores. Y con su apasionada voz me dijo:
― Tengo la impresión que algo te esta distrayendo.
¡Se había dado cuenta!, ¿Tan obvia había sido?
Intente responder algo inteligente, pero la tensión del momento convirtió mis palabras en inteligibles balbuceos. Lo que al profesor le divirtió. Me regaló una de aquellas anhelantes sonrisas. Pero no era una sonrisa de aprobación como las que recibían mis compañeras cuando respondían bien una pregunta. Sino que era otra mucho más seductora y atrapante, llena de misteriosa tentación.
Darian presionó con más fuerza mi cintura y se inclinó levemente acercando sus labios a los míos. ¿Quería besarme?, ¡Que pregunta más estúpida!, ¡Claro que quería besarme, sino no estaría entre sus brazos con su boca tan cerca de la mía!
Siguió inclinándose, pero antes de besarme dijo:
― ¿Sarah?, ¡Sarah!― Lo mire extrañada. ¿Por qué había interrumpido aquel momento especial?      
Cuando lo vi el profesor Baker se encontraba detrás de su escritorio mirándome con aquellos ojos que esperan una respuesta. Y a mí alrededor mis compañeros se habían girado sobre sus asientos para ver mi respuesta:
― ¿Me puede repetir la pregunta profesor?― Le pregunte avergonzada.
― ¡Por supuesto!, ¿Cuáles fueron las causas del estallido de la primer guerra mundial?― El profesor me miraba expectante, estaba seguro que sabía la respuesta. Pero se equivocaba.
Baje la mirada hacía mi cuaderno de apuntes. Pero la hoja estaba en blanco. No había tomado ningún apunte en toda la clase.  

¡Dios!, ¡Debo dejar de soñar despierta durante las clases de historia!      

sábado, 28 de marzo de 2015

Cartas de amor



Explayan en letras negras
sentimientos que llegan hasta las vertebras
confunden las mentes,
y extasían los sueños latentes.  

Pluma de azulea tinte,
contigo intentare aclarar mi corazón tilinte,
dejando por escrito,
mis sentimientos marchitos.

Mas ninguna lágrima ya,
desparramare por ti amarga,
se ha secado mi corazón,
por amarte con fervor.

Tu ingrata codicia rapiña,
no ha dejado de mi, más que una coraza vacía,
volviendo a mi desgraciado corazón,
tan negro como la tinte de tus cartas de perdición.       

miércoles, 25 de marzo de 2015

La sala del muerto


 A su alrededor se abría un oscuro charco de sangre. Su piel ahora pálida se había vuelto fría como el hielo. Sus ojos antes tan vivos ahora carecían de expresión. Una violenta pistola negra se hallaba a unos centímetros de su mano diestra. Y en su sien derecha se abría paso una sangrienta grieta circular hacía lo profundo de su mente.   
 Lo rodeaba cinta amarilla y hombres de guardapolvos níveos tomaban fotos de flashes cegadores mientras otros recogían con dedos estilizados posibles pistas causantes. A la distancia en el marco de la puerta una joven casi niña y una mujer de cabellos carbones lloraban con desconsuelo una en los brazos de la otra. Largos alaridos femeninos inundaban el helado ambiente.       
La adolescente intentó llegar a su padre que se hallaba muerto, pero su madrastra la detuvo en el umbral envolviéndola en un abrazo.  
Un policía se acercó a ellas. Odiaba dar malas noticias, pero ese era su trabajo: 
― Lo siento mucho― Dijo sintiendo la garganta dura.
La madrastra no pudo más que responderle con un asentimiento de cabeza. No lloraba, pero su rostro era tan agrió y regio como una roca. Intentaba mostrarse fuerte. Solo se enfocaba en abrazar a la joven que lloraba.     
El equipo  forense se llevó la victima para la autopsia. La niña vió como el cuerpo de su padre abandonaba la sala siendo cargado en una camilla por dos enfermeros. No pudo evitar volver a llorar. 
Los días pasaron y la joven no dejaba de pensar en su padre.
Necesitaba aire. Últimamente se mareaba y se sentía débil. Se sentó en el banco de madera que daba al estanque del jardín. Su jardín era amplio y hermoso como el resto de la mansión. Celeste no comprendía como su padre pudo haberse suicidado, tenía todo lo que necesitaba, mucho dinero, incluso más que eso tenía el amor de su hija y de su esposa.   
Presionó con sus temblorosos dedos la foto que tenía entre sus manos sin darse cuenta que la estaba arrugando. La volvió a ver decepcionándose cuando vió que le había doblado una de las esquinas inconscientemente.
La foto tenía cinco años, había sido tomada poco tiempo antes de que su madre muriera. Su padre sostenía con los dedos de su muñeca un pincel manchado en tinta azul,  mientras su madre lo rodeaba cariñosamente en un abrazo.   
Su madre parecía tan feliz, al igual que su padre. No entendía como ambos pudieron haberse suicidado cuando aquella foto los retrataba tan felices. Y no era una felicidad fingida. Ella lo sabía porque había compartido durante años aquella felicidad con ellos.     
Su mente comenzó a pasear por lejanos recuerdos, que una vez deseo olvidar. Recuerdos que sofocan el corazón de un dolor imposible de superar alguna vez. 
Recordaba a Wen, la señora de la limpieza, cuando dio aquel horrible grito desesperado. Grito que nunca abandonó su memoria. Aquel alarido de angustia de Wen cuando encontró a su madre inmóvil sobre su cama sosteniendo entre sus pálidos dedos un frasco de arsénico. Un frasco vacio.
Nunca supieron cual fue la causa que impulsa aquella alocada acción en la madre de Celeste. ¿Por qué había llevado a quitarse la vida de aquella manera?  
Y ahora esto, su padre se acababa de quitar la vida en la sala. Una sala familiar, donde ocurrían todas las cenas familiares y fiestas con amigos. ¿Cómo un lugar tan alegre de repente se había convertido en el más horrendo de todos?
Perdió a su madre, y cinco años después a su padre. Ambos se suicidaron.   
Pero no encontraba sentido. Su padre, el señor Hans, había rehecho su vida, se había vuelto a casar con una estupenda mujer y nunca perdió el amor de su devota hija. Nunca podría borrar el dolor de la muerte de su primera esposa, pero hasta hace dos días atrás parecía llevarlo muy bien.
No se había dado cuenta, pero su rostro estaba inundado en lágrimas. Lloraba.         
Lloraba por haber perdido a su madre. Lloraba por haber perdido a su padre. Por haberlos perdido de la peor manera posible. Saber que eran infelices, eso le rompía el corazón. Pero aun peor lloraba por no saber qué era lo que les había arrebatado la felicidad de sus vidas.  
Volvió a mirar la foto. Estuvo el resto de la tarde recordando malos momentos, intentando encontrar algún indicio de infelicidad o depresión. Pero no encontró ninguno. Todos los recuerdos eran felices.
Cuando sintió que la llamaban giró en su asiento para percibir la figura que agitaba su brazo para llamar su atención. Ginger, su madrasta, lo único que le quedaba ahora, la llamaba para que entrara a la casa. No se había dado cuenta, era de noche. Había pasado toda la tarde sentada en aquel banco de madera.            
Cuando entró por la puerta del pasillo, Ginger le dio un pequeño abrazó mientras le daba pequeñas palmaditas en la espalda. Intentó reconfortarla con palabras: 
― Yo siempre estaré para ti―Decía mesclando sus palabras entre suspiros― Yo no te dejare.
Aquella afirmación hizo que todos los músculos de su cuerpo se tensaran. ¿Sus padres la habían dejado?, ¿La habían abandonado?
No pudo pensar más porque escuchó un murmullo que provenía de la cocina:
― El forense y el oficial están aquí para darnos noticias sobre Hans― Celeste no dijo nada, solo se dejó llevar por su madrastra hasta la cocina.
El oficial, con su reluciente traje de azul oscuro se sacó la gorra cuando la vió:
― Buenos días señorita Celeste― Decía colocándose de vuelta la gorra en su lugar.
Celeste le saludó con un casi inaudible “Hola”, todavía estaba muy sentimental como para formular palabras sin lanzarse a llorar nuevamente. Pero se contuvo, quería escuchar al doctor. Éste habló mientras levantaba unos papeles:
― Estos son los datos de la autopsia… ― Decía pero Celeste lo interrumpió.
― ¿Dos días y la autopsia está terminada?― Preguntó sorprendida.  
El doctor se aclaró la garganta con una tos disimulada antes de retomar la palabra:    
― Sí― Dijo girando los papeles entre sus manos para inspeccionarlos ― No hay mucho más que analizar o investigar. El tiro en su sien derecha indica claramente que se ha suicidado, la única anomalía que he notado es que en su mano derecha no tenía sangre salpicada como debería producto de un disparo sino que estaba como corrida o frotada, supongo que habrá sido producto de la caída― Se detuvo para tomar un respiro y continuó ― Seguramente su mano habrá tocado el suelo o la ropa y eso produjo la frotación de la misma sangre. Nada anormal ― Terminó por agregar.
Celeste escuchó aquellas palabras, tardó en procesarlas, eran información muy dolorosa. Pero cuando las entendió su rostro se volvió a hundir en tristeza. No había error, la autopsia lo decía todo. Su padre se había quitado la vida con su propia arma.  
No pudo siquiera despedirse del doctor o del educado oficial. Se giró rodando sobre su eje y se encaminó a su cuarto. Necesitaba tiempo para superar otra muerte. Tan dolorosa y confusa como la de su madre. 
Se sentó al borde de su cama y sintió entre sus dedos la textura de la foto. La tensión del momento provocó que haya olvidado que la tenía entre las manos. La volvió a mirar. Era lo único que le quedaba de ellos. Solo fotos. 
De repente su mente se confundió al momento que sus ojos encontraron la imagen de la foto, algo no cuadraba. Intentó volver a centrar la vista sobre la fotografía pero la sorpresa la abrumó de tal forma que había nublado su visión.  
Se esforzó en calmarse. Necesitaba volver a mirar la foto. Debía aclarar lo que acababa de mirar. Tal vez las emociones del momento pudieron jugarle una mala pasada y enredar su percepción. Pero no. Había visto bien.  
Su padre sostenía el pincel con su mano izquierda.  
Tomó largas bocanadas de aire para tranquilizarse. Sentía que su mente se nublaba. No quería desmayarse justo en este momento.   
Si su padre era surdo, ¿Por qué había disparado el arma con la mano derecha?
Le pareció muy claro, su padre no se había suicidado. Le habían hecho creer a ella, a su dulce madrastra, a todos los forenses y a los oficiales que se había suicidado. Cuando en verdad había sido asesinado.
Celeste abrió la puerta de su cuarto de una patada y salió corriendo por el pasillo para encontrarse con su madrastra y contarle lo que había descubierto:
― ¿Qué sucede niña?― Le preguntó Ginger algo extrañada por la repentina reacción de su hijastra.
Cuando la mujer vió a Celeste intentó tranquilizarla. Le palmeó el hombro cariñosamente y le extendió una taza de té. Celeste miró la taza de color pastel y la tomó con pereza:  
― Iba caminó a tu habitación a llevarte algo para tomar― Dijo cruzándose de brazos, como si estuviera esperando algo. Celeste no pudo siquiera preguntarse que sería lo que esperaba.  
Celeste vió la taza. Se veía apetitosa, pero estaba tan nerviosa que dudaba que pudiera tomar aun que sea agua sola:
― Toma querida― Insistió Ginger ― Sé por lo que estas pasando, no te vendría mal tomar un caliente té de manzanilla.   
Tal vez Ginger tenía razón. Necesitaba relajarse. Tal vez solo estaba imaginando cosas por lo que había pasado los últimos dos días. Mejor dicho los últimos cinco años.  
Presionó con fuerza la aza de la taza y comenzó a elevarla en dirección a su boca para darle un sorbo al contenido líquido. Ginger la observaba con una enorme sonrisa satisfecha. Ella sabía reír incluso en los peores momentos.    
Posó la porcelana de la taza sobre su labio inferior. Y antes de que pudiera volcar el contenido sobre su boca, un sonido la espantó produciendo que la taza se resbalara de sus dedos y chocara sobre la superficie del piso haciéndose añicos y dispersándose en cientos de filosos fragmentos.
Odiaba aquel timbre del teléfono, siempre provocaba darle aquellos sustos de muerte. Su padre siempre decía que debía cambiar de teléfono, pero antes de hacerlo desgraciadamente murió.   
Ginger se levantó veloz y atendió el teléfono.
Celeste estaba tan exaltada que su corazón pegaba saltos tan fuertes que apenas pudo concentrarse en la conversación de Ginger en el teléfono:   
― ¿Si?, si― Decía ― Si, ahora no puedo hablar― Dijo mirando de reojo a Celeste ― Después te llamó.   
Mientras colgaba el teléfono de vuelta en su lugar no pudo evitar lanzarle una horrenda mirada a su hijastra, miró con enfado la taza desecha, y volvió a centrar la mirada en Celeste.  
Celeste se sintió incomoda de inmediato. Nunca había visto a Ginger de aquella forma. Siempre había sido simpática y dulce. Pero ahora la miraba de forma oscura.  La miraba con unos ojos que nunca antes había visto en ella. Incluso podía decir que le daba miedo.
Ginger no le dijo nada, solo la miró de aquella forma. Pero de inmediato se recompuso cambiando de expresión tan rápido como si se cambiara de mascara:
― No te preocupes, te hare otra― Dijo embozando una tenue sonrisa.
― No, no te molestes Ginger― Dijo recogiendo los fragmentos del suelo ― Creo que mejor iré a dormirme temprano, estoy muy agotada.     
Ginger dudó, pero al final asintió dejándola retirarse a su habitación.
Antes de salir de la cocina Celeste le hizo una última pregunta a Ginger:
― ¿Puedo hacerte una pregunta antes de dormir?― Ginger asintió alegre exclamando un “si” ― Quería que antes de dormir escuchar alguna historia de papá, no se…― Dijo tambaleándose torpemente sobre sus pies.
Ginger volvió a sonreír y le preguntó qué historia le gustaría escuchar:
― Estaba pensando en la vez que tú y papá se conocieron. Se que lo he escuchado un montón de veces, pero me gustaría volver a revivirlo todo― Ginger asintió dando un leve temblor. Celeste supuso que le emocionaba recordar aquello.
― Hace siete años. ¡Lo recuerdo bien!― Dijo sentándose ante la mesa mientras Celeste la acompañaba ― Me presente en la compañía de tu padre. Él estaba pidiendo secretarias. Éramos muchas chicas, pero él me eligió a mi― Lanzó una pequeña carcajada y siguió hablando ― El estaba casado, pero eso no impidió que fuéramos grandes amigos, incluso tu madre me aceptó. Éramos inseparables. Tomábamos mucho té ― Dijo volviendo a sonreír, pero de pronto su rostro se ensombreció ― Me dolió mucho la muerte de tu madre. La quería mucho. Tu padre la amaba locamente. Fue aquel amor por ella que nos unió. Era una excelente mujer― Suspiró levemente y continuó ― Bueno, ya conoces el resto de la historia. Nos casamos y me mude aquí contigo y Hans.
Luego de escuchar la historia le dio un pequeño abrazó a Ginger y volvió a habitación lo más rápido que pudo sin despertar alguna sospecha en su madrastra. 
Celeste paseó nerviosa por toda su habitación. Sabía lo que había visto. Y agradecía no haberle mostrado la foto a Ginger, desconfiaba de ella. Aquella mirada la había perturbado. Pero la historia que le contó comprobó algo que Celeste especulaba. Ginger había conocido a su madre.
Tal vez su madre tampoco se había suicidado.    
Celeste entreabrió la puerta de su habitación para espiar a Ginger. Ella estaba hablando por teléfono otra vez. Esta vez no pudo escuchar la conversación, estaba muy lejos del alcance de su audición. 
Luego de colgar el teléfono, Ginger se colocó una campera y salió por la puerta principal. ¿A dónde iría a estas horas?
Cuando escuchó que la puerta se cerró fue dando pequeños pasos hasta encontrarse completamente en el medio del pasillo.
Dudó, pero al final se decidió. Investigaría la habitación de Ginger.
Rodó la manija metálica de la puerta abriéndola hasta que chocó contra la pared. Se dispuso a revisar primero los cajones, pero no encontró nada. Luego reviso el placar. Tampoco encontró nada sospechoso.
Se sentó en la cama y miró la mesada de luz de Ginger. ¿Por qué su madrastra guardaba una foto de su madre? Daba la impresión que Ginger quería crear la ilusión que realmente apreciaba a su madre. Pero ella no era tan ingenua.       
Tomó el marco de la foto y comenzó a abrirlo para sacar la foto. ¿Quién se creía para guardar la foto de su madre?
Pero lo que halló al otro lado de la foto la sorprendió aun más. Era una carta. ¿De quién era? No pensó mucho, solo la leyó:
“Queridos Hans y Celestes:
Quiero disculparme porque no he encontrado mejor solución que esta.
Me duele en lo más profundo de mi corazón tener que dejarlos, pero debo hacerlo. No es que quiera, pero no hay otra solución.     
Antes de explicarles quiero que sepan que los amo, y pase lo que pase nunca dejare de hacerlo. Lo que hare es muestra de mi amor por ustedes. Aun que no lo entiendan, es para protegerlos.
Hans y Celeste nunca confíen en Ginger.
Ella es la que provoca esto. Ha amenazado con matarlos a ambos si yo no me quito la vida.
Hans te has ido de viaje por trabajo y no volverás por una semana. Ella me encerró en nuestra habitación con un frasco de veneno. Celeste está jugando inocentemente en su habitación con sus muñecas. Si en una hora no he tomado el veneno Ginger amenazó con matar a Celeste.
No tengo otra opción.            
Ella no miente. La matará. 
Encontré esta hoja y una lapicera para escribir esta nota para que sepan la verdad. La esconderé con la esperanza de que Ginger no la encuentre.   
¡No confíen en Ginger!, ¡Que su porte simpático y amable no los engañe!, ¡Ella quiere deshacerse de mí para casarse contigo Hans para ser dueña de nuestra fortuna!, ¡No se dejen engañar! 
Nunca olviden que los amo. Este frasco de contenido blanquecino será el brindis de mi amor por ti Celeste, no es el brindis que seguro uno espera algún día celebrar. Pero de sincero amor más que este nunca nadie tomara.
Los amo: Clarisa”
Celeste había manchado la carta de su madre con pesadas lágrimas. El corazón le dolía. Había confiado en aquella serpiente durante años.
No necesitaba preguntar. Ginger también había matado a su padre. Y seguramente la taza de té tendría veneno para ella.
Quería deshacerse de toda la familia. 
La furia abrumó su interior. Arrojó con violencia el cuadro contra la pared mientras este estallaba convertido en afilados escombros.
Se dio cuenta que había arrojado la foto de su madre sobre la pare. Entonces llorando fue a recogerla mientras gritaba:
― ¡Lo siento!― Su visión se nublaba por las lágrimas ― ¡Lo siento mucho!
Su mirada percibió en el marco de la puerta una sombra.
Ginger se paraba rígida en el umbral mientras sostenía firme un cuchillo de cocina.
Celeste no tuvo miedo. No tenía nada que perder. Aquella horrible mujer le había quitado todo. Pero de algo estaba segura. Ginger ya no le sacaría la vida a nadie más. Lucharía por su vida que era lo único que le quedaba.
Ginger se lanzó hacía Celeste mientras lanzaba una macabra carcajada. Disfrutaba del mal.
Celeste tomó un fragmento del vidrio del cuadro y saltó lejos de Ginger:
― ¿Qué harás con eso?― Decía Ginger señalando el vidrio cortado mientras lanzaba burlonas carcajadas.  
Celeste no le respondió. Nunca más le dirigiría la palabra. Nunca había odiado a nadie. Pero en este momento no pudo evitar odiar a aquella persona. Había vivido cinco años bajo el mismo techo con el asesino de sus padres.    
Ginger agitó el cuchillo en su dirección. Celeste intentó esquivar el filo metálico. Pero fue imposible. La hoja del cuchillo rasgó la piel de su brazo izquierdo. Por suerte era diestra. Y en su mano derecha sostenía firme el fragmento de vidrio.    
Esta vez fue el turno de Celeste de atacar. Pensó que solo tenía una opción. Ginger era muy rápida. No podría acercarse a ella. Entonces tomando la fuerza que pudo hallar lanzó con brusquedad el afilado vidrio en dirección a Ginger.
Ginger se llevó las manos al pecho y cayó de bruces mientras un torrente sanguíneo se escapaba manchando su vestido blanco.  
El vidrio había volado hasta el pecho de Ginger y atravesado la suave piel. Se hundió hasta llegar a su vacio corazón. Carente de sentimiento o amor alguno. Ahora carente de vida.  
   

  

viernes, 20 de marzo de 2015

Flores de fantasía


Las paredes que me rodeaban eran blancas como la nieve, y brillaban como el hielo al reflejo de las lámparas. Pero lo que más me perturbaba siempre de aquel lugar era el aire, de aquellos olores típicos, la mezcla de lo ácido y dulce al mismo tiempo, del alcohol y los antisépticos. Tan familiares para mí.  
Había pasado los últimos cinco años recurriendo con frecuencia al hospital por mi madre. Pero tenía un presentimiento que esta sería la última vez.     
Reposaba sobre una camilla, más delgada de lo habitual. Los pómulos de sus mejillas habían desaparecido y en su lugar se encontraban profundas ojeras. Sus pestañas se mantenían entreabiertas, y las movía con pereza, como si le pesaran los párpados. Era una imagen horrible.   
Mi madre extendió sus dedos lentamente y los posó sobre mi muñeca. Yo la mire expectante a lo que iba a decirme. Abrió lentamente sus labios y voceó cada palabra como si pronunciarlas le quitara todo el aire del pecho:   
―Flor, prométeme que serás feliz. Solo podre morir en paz si estoy segura que tomaras las decisiones correctas.
Sentí que mi garganta se cerraba dificultando el uso de mis cuerdas vocales, pero respire hondo y forcé a las palabras a salir:
― ¿Cómo sabré cuales son las correctas?  
― Son las que dicta el corazón, las que realmente quieres y no las que debes―
Se me nubló la vista con la humedad de las lágrimas que se amontonaron en mis parpados. Parpadee un par de veces para quitarlas de mi visión. Le di un largo abrazo, sabía que era el último y quería que fuera especial. Recordarla así, siempre preocupándose por mí sin importar el dolor que sentía, sin importarle que su vida se estuviera apagando lentamente como la luz de una vela.   
Posando mis labios en su oído le prometí que lo haría, que sería feliz por ella.    
Aquella noche cuando llegue a mi casa en compañía de mi padre, fue la primera vez que lo hicimos sin mi madre.
Quise parecer fuerte ante mi padre, así que me encerré en mi habitación para que no me viera llorar. Llore como nunca lo había hecho. Llore hasta que el cansancio me venció y me fui quedando lentamente dormida.
Cuando desperté no sabía qué hora era, nunca había dormido hasta tan tarde.
Baje las escaleras en dirección a la cocina frotándome los ojos con los puños. Tenía los párpados hinchados, no sabía si era por tanto llorar o por dormir tantas horas. Supongo que era por ambas cosas.
En la cocina había bastante gente, estaba mi abuela, mis tíos y primos, con los cuales existía una relación bastante tensa, por problemas de herencias. Y estaba él, Charley.    
Charley siempre había estado, en las buenas y en las malas. Ni siquiera recuerdo la primera vez que nos vimos. Tenemos pocos meses de diferencia y siempre vivimos en el mismo barrio. Siempre fuimos amigos. Como ambos somos hijos únicos tenemos una relación intima. Diría que somos como hermanos.   
Cuando me vió se pasó nervioso los dedos por su cabellera rubia y corrió a abrazarme. No lo soporte, volví a llorar. Me abrazó muy fuerte y yo le devolví el abrazó. Estuvimos largos minutos sin separarnos. Él siempre fue tan familiar.    
Pasaron varios días y no había salido de mi habitación. Solo lo hacía para ir al baño o para bajar a comer, después volvía a subir la escalera y me encerraba en mi alcoba. Pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo, porque si dormía no tenía tiempo para pensar. Y si pensaba recordaría a mi madre y lo triste que me sentía sin ella.
No había vuelto a llorar. Pero eso no significaba que no tuviera ganas de hacerlo.            
No sé cuantos días pasaron, pero sé que fue más de una semana. Y hubiera pasado mucho más si Charley no hubiera irrumpido en mi habitación:
― ¡Flor!― Dijo parándose al costado de mi cama ― Vístete, iremos a cenar.
― No, no, no― Sacudí la cabeza repetidas veces ― No te preocupes por mí, ¡Estoy bien!
― ¡No!, no lo estas― Yo me senté en la cama para enfrentarlo de frente. El me miró de arriba abajo frunciendo el entrecejo ― ¿Cuánto hace que llevas puesto el mismo pijama?    
Hice un mohín de fastidio rodando los ojos. No podía creer que Charley actuara de esta forma. Tan protector y mandón. Pero le respondí su preguntan irónica:
― No hace mucho.
― Lo dudo ― Me dijo revolviendo mi placar, ¡No podía creerlo! 
― ¿Qué haces?
― Ayudándote a volver a incluirte en la sociedad― Dijo mientras tiraba sobre mi cama un pantalón azul y una blusa blanca ― Póntelos, te esperare abajo. 
No podía creer que Charley haya irrumpido en mi habitación y me esté obligando a salir a comer. Aun que debo admitir que fue un gesto muy lindo que me obligo a sonreír mientras me cambiaba.    
Baje a la cocina y sentí la pesada mirada de mi padre sobre mí, estaba muy sorprendido. Y le palmeó el hombro a Charley en forma de agradecimiento. La verdad no supe como sentirme al ver ese gesto de mi padre, pero no tuve tiempo siquiera en planteármelo porque Charley se me acercó extendiéndome un ramo de rosas:
― Una flor para otra Flor― La verdad fue gracioso porque mi nombre era Flor, pero mi sonrisa desapareció de inmediato cuando comprendí lo que tenía entre manos. Alguien había cortado las flores y de esa forma las había matado. ¿Para qué cortarlas y verlas lentamente morir si pueden vivir mucho más y más hermosas en la planta que nacen?
Y eso me hizo pensar en mi mamá, ella pudo tener una larga vida por delante al igual que aquellas flores.   
Sentí mucha rabia pero se desvaneció de inmediato cuando vi el rostro de Charley. No podía enojarme con él, él lo había hecho con una buena causa. Nunca podía enojarme con él.    
Puse las flores en un jarrón con agua. Quise agradecerle por las flores, pero no pude. Ni siquiera pude pronunciar la palabra “gracias”.
Fuimos a un restorán. Era mi favorito por qué no era ni muy mediocre ni muy lujoso. Era perfecto.      
Charley me miró fijamente. Fruncía los parpados pensativo, como estudiándome. Lo conocía bien y sabía que estaba dudando si preguntarme algo o no, así que cansada de ese jueguito lo anime:
― ¡Esta bien!, dilo ya de una vez.
Él asintió y me preguntó:
― ¿No te gustaron las flores?, ¿Te ofendieron? es que… quiero decir, como hemos sido tanto tiempos amigos pensé que no se mal entenderían… ― Dijo y luego desvió la mirada, como si aquellas preguntas lo avergonzaran.   
― No, no me molestaron las flores, me encantan tus regalos, pero…― Suspire ― No me gusta que me regalen flores, ¿Para qué cortarlas si pueden seguir viviendo?, es como asesinarlas.
Mi amigo se quedó un momento callado, reflexionando:
― Lo siento― Dijo por lo bajo ― No quería hacerte sentir de esa manera.
― No hay problema, no lo sabías― Dije sonriendo.    
Estuvimos toda la cena charlando, y en varias ocasiones volvió a mirarme con aquellos ojos llenos de dudas, pero ahora dude en animarlo a hablar. Pensaba que lo que me diría esta vez podría cambiar las cosas entre nosotros. Y yo no sabía si quería cambiarlas después de tantos años.   
Me acompañó hasta mi casa y antes de despedirse me dio un largo abrazó. Pero esté abrazo no fue como ninguno de los anteriores, fue diferente. Lo sentí más cerca y personal. No supe porque se sintió así. Tal vez si lo sabía pero no quería admitirlo.        
Pasaron varios días y decidí que debía encontrar trabajo. Tenía varias razones para hacerlo. En primer lugar ya que no estaba mamá un ingreso más ayudaría a papá a mantener nuestras vidas, ya que prácticamente estábamos en banca rota por las deudas medicas. Y en segundo lugar, y el más importante, no podía depender de Charley para que me distrajera de mis pensamientos. Él tenía trabajo y una familia. Debía hallar una forma de ocupar el tiempo de ocio de otra manera y no volver a encerrarme deprimida en mi habitación.   
No fue difícil encontrar un empleo. Dos días de búsqueda laboral después, ya me encontraba con un delicado traje gris a rayas detrás de un reluciente teléfono celeste recibiendo llamadas.
Me habían contratado como recepcionista en un restaurante, muy lujoso para mi gusto, pero pagaban bien. Me encargaba de atender el teléfono y registrar los turnos y reservaciones. Además debía recibir a los clientes y tomar sus órdenes. Eran muchas tareas al mismo tiempo, pero me encantaba mi trabajo. Así que no me estresaba o sentía el cansancio hasta llegar a mi casa.    
Además tenía otro incentivo en el trabajo que me impedía parecer débil. El jefe. No era un jefe como todos los jefes habituales, intimidador y explotador, si no que era todo lo contrario. Muy accesible, y justo. Además de muy buen mozo. Tenía un cabello castaño brillante y unos ojos cautivadores. ¡Por dios!, ¡Era un sueño!
No quería admitirlo, pero también me llamó en él su posición económica. Era propietario de varios restaurantes tan o más lujosos que este. Y eso me hizo pensar en todo el dinero que necesitábamos, teníamos grandes deudas que saldar.      
Me sentía sucia e indecente al pensar de esa manera, pero lo veía necesario, que era lo que debía hacer. Además no estaba tan mal, era un hombre atractivo. O eso me repetía para disminuir las otras causas.  
Pude notar de inmediato que mi jefe, Andrés, estaba interesado en mí. Seguramente era la razón por la que conseguí empleo tan rápidamente.
No tardó mucho Andrés en invitarme a salir.
Pasó antes del anochecer a buscarme a mi casa. Yo me había vestido con un elegante vestido blanco. Uno que a mi madre le fascinaba. Sobre todo por sus mangas abultadas.  
Me llevó en su auto caro, no estaba segura que marca era, pero estaba segura que de una marca muy importante y reconocida.       
Paseamos por un parque. Era hermoso, tenía bellísimos estanques con cisnes y peces de colores. Nunca había visto este magnífico lugar.
Me encantó el paseo, pero no disfrute mucho de su compañía, aun que me esforcé enormemente en hacerlo. Solo pensaba “Ojala estuviera Charley aquí para ver este hermoso cisne”, “Este helado de chocolate le encantaría a Charley”.
¿Pero que me sucedía?, me pase todo el paseo pensando en Charley.    
Caminamos lentamente hasta la entrada de mi puerta, sabía lo que Andrés intentaría hacer, pero yo no estaba tan segura si quería que lo intentara. Aun que mi mente decía que era lo correcto:
― La pase muy bien― Dijo Andrés embozando una enorme sonrisa. Yo lo mire irónica.
― Si… ― Dude un momento lo que iba a decir ― Yo también.
Andrés se inclinó levemente. Me puse muy nerviosa. ¿Qué debía hacer?, lo pensé aquel segundo que me quedaba de distancia hasta que llegara a mi boca. Tal vez si me besaba mis sentimientos cambiarían, tal vez podría llegar a quererlo. Así que deje que me besara.      
El beso fue muy superficial. Lo sentí frio y vacio. Si tendría que resumirlo lo calificaría como el peor beso que me habían dado en mi vida. No porque Andrés besara mal, porque lo hacía muy bien. Pero el problema era otro muy diferente.
Andrés se separó de mí, y lo note satisfecho. Pero él notó que yo no me sentía igual que él. Se despidió muy confundido y se marchó.
Yo también estaba muy confundida.        
Pase él resto del día siguiente encerrada en mi habitación. Pero esta vez era por una causa diferente. No estaba triste, estaba confundida.  
Andrés era un hombre muy atractivo, era muy educado y muy inteligente también. Era la clase de hombre que me gustaba. Entonces ¿Cuál era el problema?
Tal vez el problema no era Andrés, él era perfecto. Tal vez el problema era yo. Tal vez no me estaba esforzando lo suficiente. ¿De qué estaba hablando?, ¿Acaso uno debe esforzarse para enamorarse?, ¡Era ridículo!
En verdad sabía lo que me sucedía pero no quería admitirlo. Ya que si lo admitía echaría por la borda todo mi plan de casarme con un hombre rico para saldar la deuda de la familia.
Quería aclarar mi mente. Y para hacer eso siempre recordaba a mi madre. Ella siempre me daba consejos. Solo debía recordar el que me sirviera para esta ocasión.        
Entonces recordé lo que necesitaba recordar. La última vez que hable con ella. 
Mi madre, tendida en una blanca camilla, mientras su vida de consumía lenta y dolorosamente, tomando sus últimas fuerzas me dijo “Flor, prométeme que serás feliz. Solo podre morir en paz si estoy segura que tomaras las decisiones correctas. Las que dicta el corazón, las que realmente quieres y no las que debes” 
Comprendí todo. No estaba tomando la decisión que dictaba mi corazón.  
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Mi madre aun estando ausente seguía cuidando de mí. Me había dado un montón de consejos en vida para que me sirvieran cuando ella ya no estuviera.  
Me levante de la cama baje las escaleras corriendo. Y no pare de correr hasta encontrarme en la vereda.
Aspire el aire de afuera. Sabía lo que quería, pero lo había estado ocultando por lo que según yo se suponía que debía hacer.   
Comencé a caminar por la vereda a paso apresurado. Y vi a Charley a la distancia. El venía caminando en mi dirección.
Al verlo inmediatamente se me aceleró el corazón. ¿Estaba segura de lo que iba a hacer a continuación?   
Él se me acercó y yo lo recibí en un efusivo abrazo. Fue un abrazo tierno, placentero, que necesitaba desde hacía mucho tiempo.    
Charley me sonrió mostrando su blanca dentadura y me ofreció una rosa de brillante color diciendo:
 ―Una flor para otra flor― 
Yo la tome consternada. Haciendo que desapareciera de mi todos los sentimientos y emociones que sentía hasta ese momento.    
Sentí que se estaba burlando de mí. ¿Acaso no le había dicho que odiaba que me regalen rosas? Me sentí muy enojada, mi garganta se anudaba de bronca. Era horrible.  
Iba a lanzarle la rosa en el rostro y a insultarlo con todas mis fuerzas. No había elegido un buen momento para jugarme esta broma. ¡Esta cruel broma!  
Pero algo me detuvo de hacerlo. Accidentalmente roce con mis dedos los pétalos de la rosa. Tenían una textura extraña. Los volví a tocar muy impresionada, ni siquiera sabía que sentir en aquel momento. Era una rosa de tela. 
Lo mire impactada, no sabía que decirle. Y me sentía terrible por haber pensado que él sería capaz de jugarme semejante broma, pero Charley ignoró mi silencio y señaló la rosa diciendo:
― Esta rosa no es como las anteriores, esta nunca morirá.  
No podía creerlo. ¿Me había comprado una rosa de fantasía?, no importaba el valor, se que seguramente se gastó menos de cinco en esa rosa, pero tenía otro valor. Tenía un significado.
Mi corazón volvió a inundarse de distintas emociones, emociones mucho más fuertes que alguna vez pude sentir. Eran tales emociones que provocaron en mí el llanto. Pero no era llanto de tristeza.
Hacía mucho tiempo que no lloraba de felicidad.  
No pude contenerme más. Di un pequeño saltó y abrace fuertemente a Charley agradeciéndole por la rosa. Era el mejor regalo que había recibido alguna vez. No dejaba de llorar y reír al mismo tiempo.  
Luego hice algo sin pensarlo. Lo bese. Y debo decir que fue un beso como ninguno y si tendría que resumirlo lo calificaría como el mejor beso que me habían dado en mi vida.       
   



martes, 17 de marzo de 2015

El alma de un árbol


Un poderoso magnate había adquirido largas extensiones de un frondoso bosque, de árboles de poderosos troncos y fértil tierra.  
Los ojos del magnate no veían en el bosque más que riqueza material, no veía la vida que crecía y habitaba, ni el alma misma del bosque que latía en cada hoja verde y en cada corazón de cada animal salvaje.  
Con sus enormes bestias metálicas rodeó los límites del bosque, y a su señal, las bestias arrancaron con sus brillantes dientes de acero los árboles del bosque desprendiéndolos de sus raíces, y con sus garras giratorias desgarraron sus cortezas. Pobres árboles, indefensos, incapaz de defenderse por ellos mismos.    
Pero los árboles no estaban solos, una multitud de gente se congregó en el bosque para evitar semejante genocidio. Llevaban ropas coloridas, vinchas de flores y carteles que profesaban frases de amor y paz.  
El magnate desde el alto asiento de su máquina destructiva observó a los manifestantes, los vió allí luchando por lo que creían, tan débiles, tan ignorantes de que su lucha era vana, nadie lo detendría. Aquella escena le causó gracia, no pudo evitar inundarse en una tormenta de burlescas carcajadas, asomó su rostro por la ventana y reprendió a todos con despreciables palabras:
―Deberían marcharse ahora, y no perder más tiempo al defender lo caduco y obsoleto, los viejos árboles deben ser remplazados por edificios modernos, eso se llama progreso y civilización.
― La vida nunca pasa de moda, no es vieja o nueva, siempre está, no pueden destruir algo inmortal, deben protegerlo― Decía una de las manifestantes que vestía un largo vestido de muchos colores y sobre su cabeza descansaba un enorme sombrero tejido.           
Como el magnate comprendió que no podría hacerlos cambiar de opinión con solo palabras, giró la llave del tablero y de inmediato el vientre de la maquinaría rugió como lo salvaje que era.
Las maquinas reanudaron su marcha devorando la vegetación que descansaba en su camino. Los manifestantes no podrían luchar contra el sólido hierro, debieron apartarse de su camino.
Solo quedaba un árbol en una elevada colina de pastos verdes, era la última alma viva del bosque. A su alrededor se extendía solo destrucción y muerte, raíces rasgadas, troncos despedazados, animales sin vidas, aves sin nidos y pequeños sin sus madrigueras.  
El árbol que quedaba era inalcanzable para las maquinas, sus ruedas no podían trepar la empinada colina. El magnate debía destruir la última vida por sí mismo, con sus propias manos.
Tomó una afilada hacha que lucía el metal de su hoja reluciente y virgen. El sol revotaba en la aleación de su dentadura filosa y se proyectaba sobre los espejos y vidrios de las maquinas como brillante estrellas.     
Escaló la colina para encontrarse con el último árbol. Él creía que si quería progreso debía eliminar todo, incluyendo todo árbol y vegetación, no debía quedar indicio de lo que alguna vez vivió allí.  
Cuando quiso alcanzar la última vida encontró un obstáculo. Todos los manifestantes rodeaban al árbol tomados de las manos formando una barrera protectora.
El magnate se sorprendió al verlos todos reunidos y luchando por una misma causa, no se rendirían a pesar de que todo el bosque estaba destruido, solo un árbol quedaba, ya no tenía sentido seguir luchando. Pero allí estaban formando una barrera para proteger al árbol.
La mujer de vestido colorido se adelanto y comenzó a protestar mientras agitaba nerviosa las manos al aire:
― ¡Has destruido todo!, has ganado y sin embargo no estás conforme, ¿Qué cambiaria conservar la vida de este árbol?
― Está ocupando mi lugar, yo page por el terreno y el árbol esta estorbando, ¡Esta colina es perfecta para un observatorio!, estando el árbol allí no podre construirlo.
― ¿Un observatorio para mirar la naturaleza que destruiste?, la naturaleza está viva, tiene alma propia, y tú la destruiste, tus manos están manchadas en sangre.     
― ¡El árbol no tiene alma!, no siente dolor o sentimiento alguno, ¡No seas ingenua!  
― ¡Tu no deberías serlo!
Y al terminar de decir esto, el interior del árbol crujió y se abrió una enorme grieta que rasgó a lo largo el troncó. De esta larga grieta nacieron del interior feroces dedos que se sujetaron al borde y con tremenda fuerza comenzaron a dividir la corteza, abriéndola como un capullo. De su interior salió caminando una mujer de belleza inusual, su piel brillaba radiante como un ser celestial, en su mirada nacían bellos ojos de extraño color.   

Aquella bellísima mujer de presencia sublime era el alma del árbol, y se expuso ante el magnate para mostrarle que se equivocaba, y que la naturaleza verdaderamente posee vida.            

domingo, 15 de marzo de 2015

Tus labios míos



Tus labios míos los imagino,
son anhelos distantes,
como la luna inalcanzables,  
despiertan por las noches,
sueños de lujuria precoces.       

Tus labios míos deben ser,
no podría compartirlos,  
más los siento mis tesoros inhibidos,  
aun que nunca los haya probado,
los necesito como si fueran privados.       

Tus labios míos son en fin,
sin siquiera un roce producido,
hacen vibrar mi cuerpo cohibido,
como el terremoto somete la tierra servil,
así con cada mirada me haces sentir.

 Tus labios míos un día serán,
despertaran en mi,
aquel deseado frenesí,
disfrutare cada beso,
y sorberé el azúcar de tus deseos. 

jueves, 12 de marzo de 2015

Temporal


Ella era hermosa. Tenía un cabello áureo que brillaba cual semblante solar, miraba a través de dos ojos oceánicos, profundos y llenos de misterios.
Zelus, era un poderoso aristocrático que podría tener a la mujer de noble sangre que quisiera, pero él no quería a nadie más, desde que había visto a aquella hermosa joven no podía pensar en otra mujer a la que pudiera desposar.
No le importaba que Lucida, ese era el nombre de la joven, no procediera de familia ilustre. Ella era una simple campesina, pero para él era la mujer más hermosa de la ciudad, e incluso de las ciudades vecinas.      
Cuando se presentó en la granja de los padres pidiendo la mano de la joven, al principio los ancianos creyeron que era una broma, ningún aristocrático se casaría con una clase menor a la suya. Pero no era una broma, Zelus realmente quería casarse con Lucida.   
Fue una boda suculenta. Luego de la procesión nupcial y las formulas sacramentales que se acostumbraban en una ceremonia semejante, se celebró un enorme banquete. Rebosaban sabrosos platillos, se sentaron ante la mesa celebres personajes de la ciudad, pertenecientes al senado y a la caballería, la familia de Lucida nunca se había codeado de tales insignes personajes.          
No había nada que Zelus amara más que a su esposa, era hermosa, inteligente, y tenía una voz celestial, voceaba cada palabra de forma suave y dulce.  
El tiempo trascurrió y notó que él no era el único que la veía de esa forma. Podía ver cuando tenía huéspedes en su casa, como ellos no apartaban los ojos de su esposa. Incluso algunos se atrevían a hablarle, ¡Qué atrevimiento!, creyeron que tenían el derecho de hablarle. Lucida era solo suya, solo le pertenecía a él, no podía imaginarse a nadie más que él besándola y tocándola, incluso mirarla y hablarle, no podía creer que no existiera una ley que prohibiera intercambiar miradas con las esposas de otros hombres.   
Sentía como en su interior se desataba algo muy grande y violento.  
El peor de todos era su vecino Procacis, ni siquiera disimulaba sentirse atraído por Lucida, la miraba con aquellos ojos fisgones y sedientos. No soportaba a aquel hombre, incluso podría jurar que lo odiaba. Odiaba a Procacis, hacía que en su interior se encendiera fogosamente la ira.
Lucida sabía que el vecino había insinuado con ella, pero ella lo rechazó decenas de veces, nunca se atrevería a engañar a su amoroso esposo.  
Un día Lucida se encontraba en un jardín de flores recogiendo las que le parecían las más bellas, pensaba hacer un centro de mesa para adornar su sala.  
Zelus la observaba de lejos desde un ventanal de su casa, no confiaba en nadie, no la dejaría sola en ningún momento.  
Procacis descubrió a Lucida entre las flores, pero no se percató que Zelus la estaba cuidando de lejos. No se podía resistir a su hermosura, así que se acercó a ella y tomándola de la cintura le besó el cuello.
Ella reaccionó al instante y lo apartó golpeándolo con su canasta, de la cual se cayeron todas las flores que había recolectado.    
Su esposo no necesitó más para aparecer en escena, su sangre palpitaba violenta por la ira, sentía en su interior como la furia y los celos crecían descontroladamente.  
Procacis la había besado, había puesto sus asquerosos, repugnantes, pervertidos e impertinentes labios sobre su delicada piel. No lo podía soportar.
Tomó a Procacis del cuello, y le gritó cientos de insultos y amenazas.
Su ira explotó, y aquello que se había comenzado a acumular en su interior resbaló de su cuerpo.
Su piel se oscureció como la noche, y sus ojos se encendieron como relámpagos. De sus poros escapó la ira acumulada formándose en una enorme tormenta. Violentos vientos los encerraban, un enorme tornado se alzó envuelto en relámpagos y truenos que tocaban la tierra.   
El cielo se oscureció y comenzó a llover gruesas lágrimas. Un rayo tras otro tocaba la tierra sacudiéndola como si un terremoto lo hiciera.   
Un quemante rayo alcanzó a Lucida, volviendo su carne en carbón y su hermosura en fuego.

Fue horrible cuando Zelus cayó en cuenta de lo que había hecho, aumentó mucho más su ira y tristeza. Lloró como nunca lo había hecho, él había matado a su esposa, los celos lo habían cegado. La protegió tanto que la mató.                

miércoles, 11 de marzo de 2015

Arrecife y Coral


En las profundidades del océano se escondían las sirenas. Con sus sedosos cabellos y sus glamorosas colas de pez.
Había una ciudad entera, utilizaban la madera de los barcos hundidos para construir sus casas.  
Coral era una sirena de cabellos oscuros, ojos perfectos y hermosa cola, la más hermosa de las colas. Las escamas que recorrían su cadera eran brillantes, tan brillantes que cuando el sol las reflejaba parecía que se encendían como si tuvieran luz propia.
Vivía en una casa mitad piedra, mitad madera de proa, con su hermana.   
Su hermana era una delgada pero talentosa sirena que utilizaba algas, tegumento de algún pez o todo lo que se le ocurriese para cocer corsé para las sirenas de la ciudad.      
Una mañana mientras buscaba en un enorme crucero hundido una nueva silla para su cocina, encontró una extraña maquina que constaba de carreteles y ajugas, que si hacía girar una rueda que parecía un pequeño timón estas se movían. Arrecife, esté era su nombre, era una sirena inteligente, y no tardó mucho en comprender la utilidad de dicho artefacto. Lo llevó a su casa y probando distintos materiales empezó a confeccionar corsé, que debía admitir no estaban tan mal, eran estupendos, toda la ciudad amo esta nueva invención, todas las sirenas en poco tiempo ya tenían uno o dos.       
En cambio Coral, no era como su hermana. Todas las sirenas en la ciudad tenían sus trabajos y oficios, los cuales eran asignados dependiendo sus habilidades. Había pescadoras, constructoras, incluso guardianas, uno nunca sabe cuando un tiburón podría atacar la ciudad.
Coral era exploradora. Gracias a su poderosa cola, su tarea se basaba en explorar los alrededores, descubrir nuevos barcos hundidos, avisar si había visto algún tiburón merodeando cerca de la ciudad, y todas aquellas acciones que implicaban alejarse de la ciudad y volver nadando lo más veloz que pudiera, lo cual era su trabajo perfecto, ella era la más veloz de la ciudad.   
Las exploradoras tenían prohibido acercarse a la montaña de las cavernas, había mitos que relataban la existencia de horribles criaturas.    
Un día, mientras Coral se alejaba de la ciudad, como lo hacía todas las mañanas. Divisó a la distancia un extraño reflejo en la superficie. Nadó y sacó la cabeza fuera del agua, pero no vio más que olas y gaviotas.   
Se volvió a sumergir y el reflejo seguía ahí, pero esta vez se movía, se movía en dirección a la montaña de las cavernas.
Coral batalló en su cabeza que debía hacer, ¿Debía seguir esa extraña luz?, ¿Debía arriesgarse y romper las reglas solo para saber de dónde provenía aquel extraño reflejo?
Pensó un largo momento, pero debía decidirse rápido, el reflejo se alejaba.  
Al final se decidió por investigar aquel extraña luz, pero se prometió a si misma que lo haría con mucho cuidado, al menor descuido o cosa extraña que surgiera saldría nadando de vuelta.
Siguió el reflejo, y cuando se acercó descubrió muchos más, ¿De dónde provenían?
Los reflejos bailaban en vaivén sobre la superficie al compas de las olas, venían y se iban. Estaba segura que debían provenir de algo muy grande y brillante.
Giró su vista hacía las cavernas de la montaña, nunca había estado tan cerca de tan aterrador lugar.
Sus ojos encontraron más reflejos, pero esta vez eran más brillantes y en más cantidad, estos reflejos salían de una de las cavernas.
Sabía que por nada del mundo debía entrar en la montaña, pero su curiosidad era muy fuerte, incluso más fuerte que su voluntad.
Mientras se acercaba lentamente hacía la caverna luminosa pensaba en su mente las consecuencias. Si los mitos eran ciertos, en aquella cueva podría vivir la anguila más gigante del mundo, según había escuchado era más larga que un crucero, más ancha que la misma montaña, “lo cual es ilógicamente imposible” pensó Coral. También decían que su mandíbula tenía la fuerza de cincuenta tiburones, y que la electricidad que irradiaba a sus costados era tan quemante como los rayos del sol, lo cual también era imposible.
Estas exageraciones en el mito le dieron a Coral, la valentía que necesitaba para ingresar en la caverna, ya que semejante bestia no podría vivir, era imposible, no era real.
Dentro la cueva era un largo túnel rocoso, las paredes eran iluminadas por cientos de brillantes reflejos, era una sensación extraordinaria. Se imaginó que así sería el famoso túnel que atravesamos cuando morimos, tan pacifico, lleno de magia y de un extraño poder.           
Impulsándose con su cola, aleteó un par de veces, y así fue recorriendo la distancia del túnel brillante.
Lo que encontró al otro lado del túnel, era mucho más hermoso que el mismo túnel. Era una enorme caverna que guardaba en su interior miles de cristales de diferentes tamaños, estaban por todas partes, crecían del suelo, brotaban de las paredes y surgían del techo.
Coral paseó por la caverna muy emocionada, nunca había visto algo más hermoso. Ya se podía imaginar la ciudad adornada por aquellos preciosísimos cristales, o a su hermana confeccionando corsé adornados por bellísimas piedras brillantes.     
No podía esperar a contarles a todos que los mitos eran mentira. La montaña no era la morada de una espeluznante anguila titánica, solo escondía en su interior el más hermoso y valioso de los tesoros.   
Sus pensamientos fueron interrumpidos por un reflejo que quemó sus ojos.
Esforzó la vista buscando de donde provenía el reflejo, pero no vió nada.  
Luego vió algo más que un reflejo, vió un movimiento. Una enorme sombra nadó por detrás de unos cristales, esta sombra parecía irradiar luz propia.  
El corazón de Coral se aceleró dramáticamente. Creía saber que era aquello, pero deseaba equivocarse.
La sombra nadó esquivando los cristales, poseía un cuerpo serpentino, y costados luminosos, era una anguila gigante, más de lo común, no era tan grande como habían dicho los mitos, pero era la anguila más grande que Coral había visto.
Coral reaccionó rápido, no esperaría a que la anguila la cenara. Se dio media vuelta y nadando con todas sus fuerzas se adentró en el túnel.   
La anguila la siguió por detrás nadando violentamente chocando con su poderoso cuerpo las paredes del túnel. Estos golpes produjeron que la montaña temblara.
Coral estaba cerca de la salida, solo deseaba que el túnel no se derrumbara con ella dentro tan cerca de salir.
La montaña siguió sacudiéndose, y en un momento el túnel comenzó a derrumbarse.
Unas rocas aplastaron a la enorme anguila quitándole la vida en el acto.
Coral logró salir a tiempo del túnel antes que se derrumbara por completo, solo había un problema, su cola había quedado atrapada debajo de una enorme roca.
Había logrado salvarse del derrumbe en parte. Intentó mover la enorme roca para liberar su cola pero era imposible, era muy grande y pesada.   
Coral sabía muy bien que si perdía su cola no podría volver a nadar nunca más.
Comenzó a intentar sacar su cola haciendo toda la fuerza posible, pero eso solo produjo que se abriera una herida en su membranosa aleta y se perdiera mucha sangre, lo cual fue un error, los tiburones la estarían asediando en cualquier momento.
Luego de varios minutos Coral podía ver como los tiburones se acercaban, paseaban por encima de la montaña y daban vueltas alrededor de su perímetro.     
Coral debía actuar rápido, no quería terminar comida por los tiburones, no hay peor fin, ellos te comen viva. No hay peor sufrimiento.  
Cerca de ella había una larga piedra puntiaguda, si pudiera tomarla podría usarla como arma, pero estaba fuera de su alcance. Estiraba su mano pero no llegaba a tomarla.
Los tiburones en cada minuto que pasaba se animaban a acercarse un poco más. Eso fue lo que necesito Coral para decidirse a actuar.
Lo que haría a continuación no solo le dolería mucho, si no que sería su fin como sirena, seguiría viva pero no volvería a nadar nunca más.
Tomó toda la valentía que poseía, no pudo evitar llorar, pero sus lágrimas se mezclaron con el agua que la rodeaba.
Hundió sus dedos en la arena del suelo, y comenzó a empujarse con toda la fuerza que poseía.
Fue un sufrimiento horrible, de su garganta se escapó un horrendo gritó de dolor.
La sangre fluyó a borbotones, lo que impulsó a los tiburones a atacar.   
Ahora Coral estaba libre. Tomó la roca puntiaguda y se defendió de los tiburones. Coral luchó con todas sus fuerzas, no se dejaría vencer.
Cuando los tiburones comprendieron que no podrían contra la sirena, simplemente se dieron media vuelta y se alejaron nadando.
Coral no quería mirar su cola, pero sabía que debía hacerlo.  
Bajó su mirado y concentró sus ojos en su cola, la cual ya no estaba allí. Había perdido su amada cola.  
Sintió el más horrendo de los dolores, no el físico, si no el que se siente en el corazón a causa de una pérdida.  
Con unas algas intentó detener la hemorragia, las ató con fuerza alrededor de donde se escapaba la sangre, la cual se escapaba como si fuera agua de un torrencial.   
Como no podía nadar, se fue arrastrando con la ayuda de sus manos. Fue perdiendo sus fuerzas, pero no se detuvo hasta que llegó a su ciudad.
Cuando las sirenas la vieron todas dieron alaridos de preocupación y horror, sobre todo su hermana Arrecife.  
Tuvo una larga recuperación, pasaba todo el día recostada sobre su cama.
Su hermana estuvo en todo momento cuidándola, era una buena hermana.
Cuando Coral se recuperó, debía moverse con la ayuda de sus manos, sosteniéndose de las mesas o paredes. Era una situación muy frustrante. Se cansaba muy seguido y pasaba la mayor parte del día sentada.
Deseaba salir de la ciudad, pero sabía que no podría, gracias a la ciudad podía tener una vida normal. En el ancho mar no hay paredes a las que sujetarse.
Al principió las sirenas se sintieron recelosas a la idea de ir a investigar la montaña, a pesar de que Coral les asegurara que la bestia había muerto.  
Con el correr del tiempo las sirenas perdieron el miedo y se realizaron pequeñas excursiones donde traían algunos diamantes. Estos los utilizaban para crear hermosas alhajas, o decorar los corsés o muebles de las casas.   
Un día Arrecife entró en la casa muy entusiasmada, traía en sus manos un montón de diferentes pieles para hacer sus corsés.
El nuevo trabajo de Coral consistía en ayudar a su hermana en la costura, no era lo que ella preferiría estar haciendo, pero era mejor que pasar todo el día sentada mirando como las otras exploradoras se marchaban de la ciudad.
Ayudó a su hermana a separar las pieles y una en particular le dio mucho terror. Eran piel de tiburón:
̶ ¿Dónde Conseguiste esto? ̶ Le preguntó sorprendida.
̶ Las pescadoras capturaron uno ̶ Le respondió Arrecife.
No la siguió cuestionando y la ayudó en su costura.
Coral notó algo extraño en esté corsé nuevo, estaba utilizando mucha más piel de lo que acostumbraba y las puntadas eran distintas.
Mientras pasaba la piel de tiburón por su máquina de coser, Arrecife le hablaba:    
̶ Es bueno innovar con nuevas pieles ̶ Decía girando el tegumento de tiburón sobre las ajugas ̶  La de tiburón es más gruesa y fuerte que la de los demás peces.    
Coral solo asentía. La escuchaba pero no le respondía, aun que se preguntaba en su interior que estaba haciendo.
̶ ¡Listo! ̶ Dijo y lanzó un largo suspiró ̶ Ya está terminada.
̶ ¿Qué cosa? ̶ Le preguntó Coral inquiriendo sobre la nueva prenda de Arrecife.
̶ ¡Tu nueva cola! ̶ Le respondió su hermana extendiendo la piel del tiburón.
En ese momento la mente de Coral comprendió la forma de la prenda, era unas aletas de sirena, eran idénticas a las que ella había poseído solo que de piel de tiburón.
Coral sintió mucha felicidad, su hermana le había cocido una cola de tiburón. Pero su cabeza no pudo evitar inundarse de dudas:
̶ ¿Y funcionara? ̶
̶ Solo hay una forma de saberlo.
Su hermana tenía razón, debía probárselo.
Le dio un fuerte abrazó y le gradeció diciéndole que aun que no funcionara igual estaría agradecida por su esfuerzo.  
Se colocó la cola de tiburón y está calzó a la perfección.
Movió su cola y sintió como está empujaba con fuerza las aguas. Podría funcionar, y funcionó a la perfección, porque con los primeros aleteos pudo impulsarse y hacer aquello que había perdido y tanto añoraba recuperar, pudo nadar.     
Nunca había sentido tanta felicidad y emoción. Volvió a abrazar a su hermana y a volverle a agradecer por su amor, por su esfuerzo y por ser su hermana.
Ambas se tomaron de la mano y nadaron hacía la profundidad del piélago.      

domingo, 8 de marzo de 2015

Una mujer...


Una mujer puede ser todo, y más.

Podemos ser abuelas, en cada año vivido somos un año más fuerte. 

Podemos ser madres, solo existe una vida que importa más que la propia.   

Podemos ser tías, colmar de amor y caprichos a nuestros sobrinos. 

Podemos ser hijas, ser la luz de los ojos de los que nos dieron la vida. 

Podemos ser hermanas, asistir con verdadero amor fraternal.

Podemos ser esposas, acompañamos en las buenas y malas.

Podemos ser amantes, entregarnos de lleno, corazón y cuerpo.

Podemos ser novias, dejar todo por aquella persona.    

Podemos ser todo lo que queramos ser.


Todo eso y más, puede ser una mujer.  

sábado, 7 de marzo de 2015

El poema del libro


Dulces palabras,
en tus hojas guardas,
deleitosas historias,
nos cuentas aparente ilusoria.   

Puente a la mente,
son tus párrafos inherentes,
al alma del autor,
que nos comunica su dolor.

Gracias a tus letras ficticias,
vivimos miles de vidas,
conocemos países sin movernos,  
de nuestros quietos asientos.   

Más sentimientos encontrados,
hallamos en cada personaje nombrado,
sentimos lo mismo que ellos,
en cada cual argumento nuevo.    


viernes, 6 de marzo de 2015

La espada de la luz.

Venían los barbaros. Estaban sobre las murallas, no tardarían en irrumpir en la ciudadela.
Los plebeyos y los campesinos corrían por las calles del reino buscando refugió.
Desde la torre del castillo el rey y su hija, la princesa Amatista, observaban tristemente tal cruel espectáculo. En eso se les acerca la vidente lanzando sus manos al aire exaltando mágicas palabras:     
_ Una visión me ha revelado la destrucción del reino, no hay escapatoria, las armas mortales no servirán contra los conquistadores, más un arma inmortal si lo hará_
_ ¿De qué hablas anciana?_ Le pregunta el rey interesado por su visión.
_ Mi visión me mostró la espada de la luz blandida por la más poderosa de las guerreras_
_ La espada de la luz es una leyenda, no es real_ Le dijo el rey decepcionado.
_ ¡Claro que es real!, no dudes de la visión de esta anciana_  
_ Entonces ¿Quién es la guerrera de la que hablas? _ Le preguntó la princesa sintiendo curiosidad.
_ Eres tu mujer, ¡Eres tú!, te vi a ti sosteniendo entre tus delicadas manos de mujer aquella celestial espada, y rechazaste con ella a todos los barbaros que nos asedian_
_ Tus visiones te han fallado, mi hija no es una guerrera…_
_ Debería intentarlo_ Interrumpió la princesa Amatista a su padre.
_ Podrías morir_ Se negó él.
_ De todas formas moriré, están cediendo las murallas, en pocas horas tendremos al enemigo en nuestras calles_ Le rogaba su hija.
_ Tiene razón, esta es la única forma de evitarlo_ Decía la vidente con su voz avejentada.
El rey dudó, pero al final desistió.
Le ordenó a una cuadrilla de ocho guardias que la acompañasen y que en ningún momento la dejaran sola. Y si era necesario incluso que den la vida por ella.     
La vidente dijo que la espada de la luz no existía, si no que se hacía. Se debe buscar la espada del primer emperador, y bañar sus filos con la luz de la luna.     
Se escabulleron por un pasadizo oculto en el castillo que desembocaba en el cementerio de la ciudadela. Allí exhumaron los restos del fundador del reino. Se sintieron sucios por mancillar la tumba del primer rey, pero no tenían otra opción. La caída del reino se avecinaba.
Abrieron el féretro que ocultaba el cuerpo, y allí estaba, el esqueleto que una vez fue cubierto de carne y piel, ahora muerto sostenía entre sus manos una avejentada espada de doble filo.   
Retiraron cuidadosamente la espada de su amo, y volviendo a cerrar el ataúd echaron de nuevo la tierra que antes lo había ocultado en el suelo.
Limpiaron el oxido símbolo de desuso y abandono, posteriormente afilaron los lados de la hoja metálica. Solo ahora faltaba bañar la espada en la luz de la luna.   
Amatista fue escoltada por sus guardias hasta la laguna del bosque, según se decía en aquella laguna descansaban las energías mágicas, volviendo cualquier hechizo o conjuro realizable.
Se paró a orillas de las aguas y sosteniendo la espada con sus dos manos extendió el filo hacía el cielo, apuntando hacía la faz de la distante luna:
_ ¡Báñate en su luz avejentado metal!, ¡Toma de la señora del cielo su poder y vuélvete inmortal!_ Así hablaba la princesa, esperó y nada sucedió.
Afligida bajó los brazos preguntándose por qué no funcionaba.    
Uno de los guardias contemplaba la luna buscando comprender como acabar el hechizo. También vió el reflejo del semblante lunar sobre las tranquilas aguas de la laguna.
Pensó que tal vez esa era la solución:
_ La laguna parece atrapar la imagen de la luna, tal vez de aquella imagen puedas robar la luz que necesitas_
La princesa escuchó sus palabras, y en ellas captó la lógica del hechizo.    
Se arrodilló sobre las piedras de la orilla y hundió la hoja metálica sobre él agua.
Cuando la espada  penetró la imagen de la luna, sus filos se encendieron en una cegadora luz azul.  
La princesa retiró la espada de las aguas satisfecha por el resultado, la espada no dejaba de fulgurar aquellos celestiales brillos.   
Regresaron al castillo escurriéndose por la oscuridad del bosque evitando ser sorprendidos por algún enemigo.
El rey se sorprendió cuando vió la espada, la creía un cuento infantil, pero estaba allí ante sus ojos.
La princesa caminó hasta las murallas, y abrieron los guardias la puerta para ella.
Cuando se apartaron entre si las hojas del umbral, los barbaros, conquistadores, ansiosos por expandir su reino se rieron burlonamente cuando vieron al frente del ejercito a una jovencita sosteniendo una espada:
_ ¿Eres tu pequeña la que lidera a los soldados?_ Decía el cruel comandante de los barbaros.
Ella ignorando las burlas que recibía, habló proponiendo un trato al comandante:
_ No dejemos que tantos hombres mueran en vano, con solo una vida podemos disponer el destino de mi reino_
Los bárbaros rieron al escuchar sus palabras, y a esto el comandante le respondió:
_ No quiero pelear con una niña en desventaja_
_ Puedo asegurarte que no la tendrás, ¿Qué o acaso temes de mi?, ¡No te creí un cobarde!_
La sangre del comandante hirvió de rabia, una adolescente se estaba burlando de él frente a todos sus hombres:
_ Por pena te hubiera perdonado la vida, pero veo que tu boca irrespetuosa merece ser callada junto con tu ignorante temperamento_ Y diciendo esto desenfundo su larga espada.
El comandante se arrojó impetuosamente contra la joven dando un grito de guerra, creía muy fácil ganar esta batalla.
Pero la joven bloqueó el filo de la espada enemiga con la espada propia.
Chocaron los metales largos minutos. Amatista esquivaba y bloqueaba todos los ataques, pero no encontraba oportunidad para acometer a su oponente.  
El comandante de los conquistadores era muy fuerte, pero ella era muy rápida, lo que le daba una pequeña ventaja, pero era inexperta y le faltaba la resistencia de un guerrero. La princesa debía realizar mucho esfuerzo para detener los ataques, lo que la fue agotando terriblemente.   
El rey veía la pelea preocupado, intentó detenerla, pero su hija se lo prohibió.
La joven inexperta sabía que si no encontraba una forma rápida de herir a su contrincante ella caería ante el filo de la espada enemiga, podía ver como el bárbaro la iba superando en la destreza en la que ella primero dominó.  
La princesa encontró un espacio, cuando el bárbaro estiró el brazo para blandir la espada dejó al descubierto su costado, fue allí donde Amatista hundió el filo de la espada de la luz. 
Cuando el metal atravesó la carne, la herida y la sangre derramada se inundó de aquel brilló azulado, explotando en una llama de fuego celeste que carcomió todo el cuerpo del herido matándolo al instante.
La princesa retiró la furtiva espada del cuerpo del comandante, ahora muerto.          
Todos los barbaros sintieron miedo, aquella espada poderosa había matado a su comandante de una forma inimaginable, aquella extraña magia los estremeció terriblemente.  
Amatista levantó victoriosa su espada y dando grandes voces reprendió a los enemigos:
_ Si no marchan de inmediato, recibirán la misma suerte de su comandante, ¡Esta ciudad está protegida por una fuerza superior a la de ustedes!, sería muy torpe enfrentarla_ Y así dijo guardando la espada en el interior de la funda.  

Las líneas de los enemigos comenzaron a retroceder y se perdieron en las profundidades del bosque. Y nunca más volvieron a querer saquear aquella ciudad, por temor a la princesa Amatista y a su espada de la luz.