viernes, 28 de agosto de 2015

Los caprichos de una golosina


Una vez, en un tiempo que no recuerdo, existió un reino de caramelo. Las casas eran construidas con ladrillos de chocolate, y sus techos eran adornados con azucarados glaseados.   
En este reino vivía el Dulce Rey, que por desgracia el Doctor Chupetín cama le mandó a guardar, se encontraba muy enfermo y con un fuerte dolor de cabeza. Entonces el rey a su pequeña hija le dijo: “Princesa Golosina, hazte cargo del reino, mientras yo esté enfermo”      
En el reino nadie lo sabía, pero muy caprichosa era aquella niña. Cuando el reino estuvo en su poder, no hizo más que sus deseos y todos sus caprichos cumplir.  
Hizo que le cambiaran su vestido de gomitas por uno de pastel. Cien cocineras se congregaron en la cocina real, ¡Todas un vestido a hornear! gritó la princesa Golosina, para que en su dulce fiesta de cumpleaños pudiera estrenar. Diez pisos tuvo su vestido de bizcochuelo, y, con vainilla y chocolate lo cubrieron hasta el suelo, adornos no le faltaron, caramelos de frutilla y bombones de dulce de leche la falda colmaron.        
Algo salió mal, el vestido era muy pretencioso, enorme y voluptuoso. Cuando la Princesa Golosina intentó ponerse el vestido, le fue imposible caminar con él, era muy grande para ella, y muy pesado también.       
La princesa Golosina culpó a las cocineras por arruinar su vestido. “Pero princesa, horneamos el vestido como usted ordenó” le dijo una de las cocineras. A la princesa no le importaron sus palabras, a todas las cocineras despidió, y muy enojada esa noche durmió.       
Un sábado a la tarde, inauguró el “Dulce Baile”. El castillo se adornó con cortinas de delicioso algodón de color.  
Cuando el Príncipe Alfajor, a la fiesta llegó, con su dulce amiga, la Princesa Golosina, un vals bailó. Un baile romántico bailaron toda la noche y ella se enamoró. Deseó un beso de él, esperó que después de la cena se lo dé.       
Cuando el reloj tocó la hora de la cena, todos los dulces invitados a la mesa se sentaron. Esperaron y esperaron, pero nadie les trajo la comida. La Princesa muy enojada se levantó de su silla y caminando hasta la cocina la encontró vacía. Entonces recordó que ella había despedido a todas sus cocineras, no había cena para la fiesta. Volvió rápido a la mesa, pero todos sus hambrientos invitados ya se habían ido a sus casas en busca de algo de comer. La fiesta se había terminado, y había sido un fracaso.
La Princesa Golosina lloró, muy triste por todo lo ocurrido. Sus llantos a su dulce padre despertaron. Este muy enfermo bajó de su cuarto, y acercándose a su pequeña niña le preguntó: “Pequeña dulce, te veo muy triste, dime que te hace llorar, así lo puedo solucionar”. La niña lo miró con sus ojos llenos de lágrimas, tomó aire y le respondió: “La fiesta ha sido un desastre, todos los invitados han escapado, como he despedido a todas mis cocineras, no tenía como servirles la cena”.                      
El Dulce Rey en un abrazo a su hija envolvió, y dándole palabras de aliento así le habló: “Princesa Golosina, cuando tu padre una tarea importante te dé, no intentes sacar provecho de ella, deja las pretensiones de lado y has lo mejor que puedas”
La princesa Golosina comprendió las palabras de su sabio padre, y nunca más aprovechó las circunstancias para satisfacer sus caprichos. Pidió disculpas a las cien dulces cocineras, las cuales muy felices le ofrecieron otra Dulce Fiesta. El Príncipe Alfajor, a la fiesta también asistió, y muy feliz por la deliciosa cena, a la Princesa un beso le dio de recompensa.   
   


lunes, 24 de agosto de 2015

Los avatares de la vida


Los avatares de la vida,
me han encontrado,
están aquí,
puedo mirarlos.

Reencarnaciones del bien, del mal,
helos aquí,
ellos han de administrar,
la muerte y todo lo que en vida habrá.  

A veces cambian de papel,
y confunden la mente,
el bien su vuelve mal,
y el mal se vuelve bien.

¿Quién lo ha de controlar?
¿Aquel que demarca los extremos,
qué cualifica las tendencias,  
será el bien, o el mal será?     
     

martes, 18 de agosto de 2015

El tercer piso está prohibido

                
La niña tenía prohibido subir al tercer piso. Ella no sabía porque, pero debía obedecer, su abuela era una mujer muy severa, que no dudaría en imponerle un duro castigo.  
           Sus ojos citrinos se perdían al mirar la profundidad de la escalera en espiral, anhelando intrigada, ¿Qué se esconderá más allá?   
           Sus padres habían muerto hacía mucho, la peste los alcanzó, dejándola huérfana a tan temprana edad. Su abuela tuvo que hacerse cargo y cuidar de ella desde bebé.  
           Su abuela, era una viuda de cuerpo levemente curvado, con el cabello largo y blanquecino, era muy inflexible cuando se trataba de subir al tercer piso. Podía jugar a lo que quisiera, comer lo que le apeteciera, mientras no subiera un solo pie en aquel lugar.
La prohibición trae curiosidad. Algunas personas son menos capaces de mantenerse lejos de aquello desconocido, que llama, como si tuviera boca, a ser descubierto de su escondite. Citrina era de aquellas personas que no soportan la curiosidad, la niña siempre miraba la escalera, anhelando y planeando.
Citrina cada día sentía un impulso crecer en su interior, era la curiosidad, que no la dejaba vivir en paz. Para distraerse de aquel sentimiento tomó una pequeña pelota, y la lanzó contra la pared del living, una y otra vez. Concentrándose en el sonido hueco que producía el rebote. En uno de aquellos tiros, la pelota se desvió, chocando contra un gigante cuadro colgado en la pared. La pintura se tambaleó peligrosamente, Citrina corrió a rescatarla antes de que caiga al suelo y se propusiera un desastre, no quería ver el rostro de su abuela si llegaba a romper el retrato del abuelo.   
Una vez que el peligro pasó, la niña contempló el cuadro en su lugar, era un retrato de su abuelo cuando era joven, según había escuchado, pintado un tiempo antes de su muerte, en aquella captura no aparentaba más de treinta años, tenía el cabello azabache, lacio y largo, un rostro de facciones misteriosas, y ojos oscuros que escondían en sus pupilas un recóndito misterio. Citrina se alejó del cuadro muy impresionada, sintiendo como le recorría la piel de gallina por los brazos y espalda. Siempre le había dado miedo aquel cuadro.       
Unos días después, la abuela debía irse de compras, dejando a su nieta sola, ella prometió portarse bien y no acercarse al último piso.   
Citrina esperó a que su abuela se fuera, y cuando se aseguró que ya no volvería en un buen rato, tomó una escalera de madera y la arrastró por la escalera caracol. La escalera de piedra llegaba hasta el segundo piso, los últimos escalones habían sido removidos luego de que la niña intentara desobedecer la orden de mantenerse alejada. Le costó, pero logró subir la escalera, la paró en el último escalón y se dispuso a trepar por ella. Debía actuar rápido, pensó, una miradita y listo, su abuela podía volver en cualquier momento.    
Fue subiendo con cautela, agarrándose de la baranda, la cual le extrañó bastante, era un enorme tubo de piedra, que parecía ensancharse cada vez que ascendía.  
Lo que encontró en el tercer piso la sorprendió, hizo que sus pies temblaran, su cabeza sintió vértigo, y le pareció que todo a su alrededor giraba. Aquellos ojos oscuros la desorbitaron, supo que secreto era el que guardaban. En un principio pensó que pudo haber sido otro retrato de su abuelo, pero sabía que estaba equivocada, aquellos ojos de piedra tenían vida, su cabello se abría como un pulpo, su rostro denotaba fiereza, la baranda no era una baranda, era su cuerpo serpentino que se enrollaba alrededor de la escalera.  
La niña gritó, y su grito despertó a su abuelo, su rostro se movió lentamente, al igual que su cuerpo. Se estaba enrollando alrededor de ella, iba a matarla. Ella luchó, se deslizó con fuerza hacía abajo, intentando librarse de su asesino abrazo.  

Citrina cayó por la escalera, rodando, golpeándose fuertemente la nuca. Toda adolorida, volteó sobre el suelo, mirando hacía el tercer piso, viendo como su abuelo se terminaba de enrollar, cerrando completamente la entrada a su guarida.     

martes, 11 de agosto de 2015

Ojos Pardos en Noche de Luna



Los gritos cortaban la noche, una noche que imperaba la luna llena.
                Después de luchar cuatro horas, nació su séptimo hijo.
                El padre acercó al niño de piel láctea a la ventana, para que la luz de la noche lo bañara. Era un niño hermoso, de ojos grandes y pardos, que guardaban en su interior una fuerza como ninguna.
                El niño creció como cualquier otro, trabajando en la caza de su padre, mientras su madre enfermaba gravemente hasta la muerte. 
Siete niños crecieron sin madre, sólo al cuidado de un severo padre.  
El séptimo hijo sobresalía a los demás, era habilidoso y fuerte, podía trabajar la tierra sin agotarse, y cazar la más grande de las presas. En la pubertad, no solo su cuerpo y mente se desarrolló, había algo en su interior que también estaba madurando, esperando el momento justo para hacerse presente en su huésped.      
El día que cumplió sus veintiún años, su naturaleza comenzó a tomar fuerza. Durante la noche, el muchacho se removía en su cama violentamente, extraños sueños lo asechaban. El quinto hijo, que dormía en la misma habitación, lo despertó.     
― ¿Qué te sucede?
― No lo sé― Le respondió limpiándose el sudor de su rostro con la manga del pijama ― Necesitó tomar aire― Le dijo saliendo de la habitación en dirección a la puerta de la sala.
Cuando salió de su casa, sintió como el aire frio del exterior se calaba en su piel, estaba temblando. La luna llena se hizo presente en la inmensidad de la noche, antes oculta entre las nubes, ahora estaba bañando con su luz lustrar los contornos de la tierra, incluyendo la blanquecina piel del muchacho.
Su piel absorbió su magia, el poder que la luna le otorgaba, sacando al exterior aquello que estuvo oculto durante veintiún años. La piel de su cuerpo se comenzó a desprender, era doloroso, el joven gritaba, viendo como una nueva piel se abría paso entre la anterior, una piel gruesa y peluda, su mandíbula se ensanchó, sus colmillos se estiraron, sus orejas se volvieron puntiagudas y atentas. En sus manos tenía poderosas garras, destructivas.
Su garganta ardía, pedía algo a cambio, el joven intentó resistirlo, pero no pudo, su instinto ganaba. Ensanchó su garganta, dejando salir aquello que era demandado. Un poderoso aullido irrumpió en la noche, despertando al resto de los hermanos y a su padre.  
El hombre anciano, tomó entre sus manos una vieja escopeta, la misma que usaba para cazar. Aquel extrañó gruñido lo asustó, nunca había escuchado nada igual. Salió al exterior valientemente, escoltado por sus hijos varones, mientras las mujeres se ocultaban en el sótano, llorando y temblando de miedo.     
El padre estaba preocupado, había un hijo que no lo acompañaba, el séptimo estaba desaparecido. A unos metros de la puerta de entrada, encontró el pijama de éste, hecho girones, como si alguna bestia lo hubiera arrancado de su cuerpo con garras, violentamente. El anciano lloró desconsoladamente mientras una grieta se abría en su corazón, lo creyó muerto.   
No sólo la noche acechaba al padre y a sus hijos restantes, el anciano no podía verlo, pero percibía su maligna presencia.         
Los hijos se prepararon, empuñaron sus armas, llevaban cuchillos, escopetas y pistolas. El anciano levantó la escopeta, dispuesto a defender su familia, no dejaría que aquello, fuera lo que fuera que estuviera allí afuera, matara a alguno más de sus hijos, los defendería a muerte.      
Las ramas de los arboles se agitaban con ímpetu, algo se deslizaba entre ellas.   
Una enorme bestia saltó de la cima de un árbol, cayendo sobre sus dos musculosas patas caninas, era una criatura alta y corpulenta, envuelta en un pelaje oscuro, era mitad lobo, mitad hombre. El hombre lobo atacó a la familia repartiendo zarpazos entre ellos, abriendo sus carnes y arrojando a los jóvenes por el aire, como si no pesaran nada. El anciano se encontró con la bestia de frente, apuntó el cañón hacía el pecho del animal salvaje, estaba decidido a acabar con su vida, vengando así la muerte de su querido séptimo hijo.        
El animal aulló salvajemente, como cuando un león territorial intenta causar miedo a su presa, creyéndose el dueño del lugar. El viejo se estremeció al escuchar aquel gruñido amenazante, pero su corazón se partió cuando vió los ojos de la bestia, eran ojos pardos, los conocía bien, era la mirada de su séptimo hijo. Sus fuerzas flaquearon, no sabía cómo acabar con la vida de su hijo.  
El hombre lobo arrinconó a su padre contra la pared de su casa, allí le quitó la vida, se lanzó sobre él, clavando sus profundas garras curvas sobre la tierna carne del anciano, llevándose la sangre y la vida que lo había cuidado en su niñez. Era un monstruo.        
Luego fue por sus hermanos, estaba decidido a matarlos a todos, pero la noche llegó a su fin, era tarde para continuar con su sangrienta casería.   
Cuando la nube que oscurecía su mirada se disipó al ser bañada por la luz del mañanero sol, comprendió lo que había hecho, había matado a su padre, y había estado dispuesto también a acabar con la vida de cada uno de sus hermanos. Se halló desnudó, frente a sus fraternales. Ellos lo miraron con miedo, como si su hermano fuera una bestia asesina, de las más horrendas.
Nunca se sintió tan desesperado y vacio, su corazón había perdido grosor, volviéndolo un infeliz de por vida, tendría que vivir con las manos llenas de sangre por el resto de sus días, y aun peor, con una maldición hasta el día de su muerte.                    
El séptimo hermano se escapó de su casa, entró a las más oscuras profundidades del bosque, estaba dispuesto a perderse en lo más espeso de la selva, donde le sería imposible volver a salir, así ya no podría hacerle más daño a su familia, ni a nadie más que amara.         

   

domingo, 9 de agosto de 2015

Greta


En un tiempo que no recuerdo, vivió una mujer locuaz y apasionada, llena de vida y emociones.
Gustaba de perderse en lo hondo de las páginas de las novelas que leía, vivir como si fueran propios cada uno de los alocados sentimientos, de cada protagonista distinto. Sentirse como la damisela en apuros, llenar su corazón de adrenalina cada vez que entraba en batalla, probar el placer y el amor en cada aventura nueva.    
Con cada libro nuevo que leía, sentía que dentro de sí, un quemante calor luchaba por salir al exterior.
Adoraba leer, pero no se conformaba, ella no era más que una simple espectadora, una lectora pasiva, que leía las aventuras y los amores ajenos. Quería experimentar uno propio.   
Greta decidió que viviría su propia novela romántica, buscaría un príncipe azul  o un noble elegante, digno de formar parte de su trama.
Se vistió muy elegante, con un amplió vestido rojo fuego y se roció con el perfume más caro que pudo comprar. Un poderoso aristocrático celebraba una fiesta en su mansión, su hijo había vuelto de la guerra,  quería honrarlo con una enorme y esplendorosa fiesta, donde toda la gente ilustre del alrededor estaría invitada, entre ellas, Greta recibió una invitación.     
Greta más que emocionada, bajó de su carruaje, digno de un cuento de hadas, con corceles blancos y un paje elegante. Caminó hasta la entrada de la mansión, girando su mirada para contemplar las esculturas de hielo, y además en su búsqueda, creía tener un radar especial para localizar solteros aventureros.
Sus ojos no pudieron dejar de mirarlo una vez que lo encontraron, el hijo del aristocrático, era muy amable, se codeaba de gente importante, se lo veía inteligente, pero lo más importante, era un héroe de batalla, la aventura corría por su sangre, ambos podrían vivir cruzadas inimaginables.
Greta se acercó simuladamente hacía el soldado, admirando su uniforme, era muy guapo. El joven, era bien educado, por eso ofreció a Greta que lo acompañe a bailar la siguiente pieza musical. Greta aceptó sin pensarlo, y de la emoción, sintió como el calor bullía en su interior con violencia, ella creyó que eso era sentirse enamorada de verdad.
Bailaron varias canciones sin detenerse, el joven era una persona elegante y de conversación vivaz. Greta le preguntó por la guerra y se maravilló por las historias bélicas que el joven le contaba, llena de peligros y andanzas, dignas de un verdadero héroe de leyenda. Greta se sentía cada vez más enamorada, su vientre quemaba como si estuviera envuelto en lava.  
El soldado acompañó a Greta hasta el jardín, donde ambos se deleitaron con la danza de las fuentes, y los colores de las bellas flores.  
El soldado se sintió atraído locamente por aquella hermosa joven, deseó desesperadamente probar un beso de su delicada boca carmesí. Greta recibió sus labios con emoción, devolviéndole el beso llena de fogosidad, sintiendo subir el fuego, oculto de su solitario corazón.  
Greta se volvió un volcán. Su piel piedra, su interior lava, su corazón fuego. Su amor erupcionó convertida en un poderoso volcán que embulló con su candente lava a toda la mansión y todo el alrededor, desolando en cenizas lo que alguna vez amó.  


miércoles, 5 de agosto de 2015

No te amo


 Me miras,
con tus ojos discretos,
como si,
compartiéramos un secreto.

No te amo,
no te confundas,
no pienses lo contrario,
nunca he sentido algo.

No esperes que yo,  
te confiese mi amor,
ya que es una mentira,
nunca existió.