miércoles, 20 de abril de 2016

Alejo o Albina


                Desperté como cada mañana, con las cortinas abiertas, y las paredes azules envolviéndome como un cielo artificial. Un remolinó de imágenes se agruparon en mi mente, de lo que soñé anoche, siempre recordaba el sueño completo, pero hoy, sin ninguna explicación sólo recordé fragmentos de él: Un despertador rojo estrellándose contra un piso de madera, una joven de cabellos rubios, tan claros que parecían haber sido pintados por la nieve, se peinaba frente a un espejo de marcó amarillo, la misma joven, caminando por una vereda repleta de gente. Todos los días era lo mismo, una y otra vez, no importara que hiciera, no podía librarme de esta maldición, ni siquiera sabía si llamarlo así.         
Me incorporé con desganó, sentándome sobre el colchón. Busqué con los pies descalzos las pantuflas y cuando las encontré, caminé arrastrando los pies, hasta el baño. Miré mi reflejo en el espejo, como todas las mañanas, a veces era frustrante y otras veces no le daba importancia, pero todas las mañanas despertaba con el mismo sentimiento, con esa sensación de no saber quien soy en realidad, ¿Por qué me sucede esto?, ¿Qué está mal en mí?, ¿Por qué nací de esta manera?, la vida se volvía ridículamente irreal, por más que intentara explicarlo nadie me creería, solo había una persona que me entiende, pero no hablaría con ella, nunca nos hemos visto en persona.    
La espuma del dentífrico se escabullía de mis labios mientras cepillaba mis dientes, mis ojos oscuros buscaban en el reflejo mi imagen, como si no fuera real, como si algo pudiera indicarme que no estaba despierto, pero si lo estaba, aunque nunca podía confirmarlo completamente. Mi piel ligeramente oscura, en contraste con mis blancos dientes, mi cabello castaño oscuro, mis rasgos musulmanes, apenas perceptibles. Todo estaba allí.  
Mi nombre es Alejo, tengo veinticinco años, curso mi último año en ingeniería. Y todos los días es lo mismo, padezco de una extraña existencia, que apenas yo comprendo.
Me encaminé a la puerta, con los pies pesados, todavía repasando los fragmentos del sueño en mi cabeza, sin comprender porque no podía recordarlo, nunca me había sucedido esto en mis veinticinco años de vida. Nunca.    
Caminé por la vereda mirado al sucio suelo de la vereda, perdido en mis pensamientos, ¿Acaso algo iba a suceder?, ¿Qué andaba mal?, me encontraba muy inquieto.        
Mis pies se detuvieron inconscientemente cuando sentí unos ojos sobre mí. Un escalofrió recorrió toda mi espalda, y un frio helado se alojó en mi pecho. Levanté la mirada lentamente, con el corazón golpeando en las sienes como un martillo asesino. Ella estaba allí. Enfrente de mí Albina se encontraba parada en medio de la vereda, mirándome como si fuera un fantasma, con los ojos bien abiertos y su cabello blanquecino hondeando como una bandera blanca.
¿Debía decir algo?, ella sabía todo sobre mí y yo todo sobre ella, y sin embargo era la primera vez que nos encontrábamos en persona. Siempre había arreglado todo para que nuestros cuerpos no se cruzaran, pero las cosas hoy cambiaron.  
¿Qué hice mal?, ¿Qué está sucediendo?
Ella se encontraba aquí. Yo me encontraba aquí. Nosotros nos encontrábamos aquí. Y no había nada que decir, porque sabía cómo pensaba y sé que en este momento ella se está haciendo las mismas preguntas que yo. La conozco perfectamente. Sé todo sobre ella.                
Mis pies se movieron y los de ella también. Su cuerpo pasó junto al mío, y paso a paso nos fuimos distanciando hasta que ya no pudimos percibir la presencia del otro.
Estuve todo el día inquieto, ni siquiera pude prestar atención en las clases de la universidad. Era la primera vez que la veía en persona, era la primera vez que no recordaba mi sueño y estaba seguro que nuestro encuentro había tenido algo que ver con ello.  
Después de la universidad volví a mi casa y allí me quedé, mirando al techo, pensando en nuestro encuentro hasta que me dormí. 

La alarma resonó por la habitación chillando como una bruja, mi corazón, al igual que mi cuerpo, saltó del susto. Intentando apagar la alarma, todavía media adormilada, logré golpear al despertador rojo y hacer que este rodara por la mesa de luz hasta estrellarse contra la madera del suelo.    
Maldecí entre dientes y me levanté rascándome la cabeza. Caminé hasta el baño, donde cepille mi largo cabello blanco. Tengo veinticinco años y me llamó Albina, sí, mis padres tuvieron mucha originalidad al nombrarme con la misma anomalía que padezco. Por cierto, esa no es mi única anomalía, hablando de eso, ahora que lo recuerdo, no logró recordar mi sueño anterior, sólo pequeños fragmentos, pero un sentimiento, residuo del sueño anterior, se alojaba en mi pecho y este era la incertidumbre, de esas que surgen cuando hay algo que no comprendes, un cambio que altera tu día. Pero no me quedé a pensarlo por mucho tiempo, estaba llegando tarde a trabajar, y mi jefa no soporta las impuntualidades.  
Me vestí con lo primero que encontré y salí a la calle, la cual estaba más concurrida de lo habitual. Caminé esquivando a la gente, y de repente algo se removió en mi interior, una sensación extraña y cálida azotó mi pecho. Me paré en seco, y mis ojos hallaron frente a mí a Alejo, aquel chico con que he soñado toda mi vida, allí estaba, caminando mientras miraba al suelo preocupado, como si hubiera perdido algo, pero se detuvo de inmediato, porque había sentido mi presencia, al igual como yo sentí la de él. 
Alejo levantó el rostro y nuestros ojos se encontraron.
¿Qué debía hacer? Nunca nos habíamos visto en persona, siempre en los sueños. Antes de despertar siempre había vivido su día, ambos cumplíamos años el mismo día, fui testigo cuando aprendió a andar en bicicleta, vi su primer beso, su primer novia, soñé la muerte de su madre, estuve cuando ingresó a la universidad, lo acompañé en cada examen, leí con él cada libro que leyó, incluso sé su forma de pensar, y él lo mismo conmigo, Alejo conocía cada día de mi vida. Pero siempre nos habíamos evitado, sería extraño encontrarte con la persona que sueñas su vida cada noche, además no teníamos nada que decirnos porque sabíamos todo del otro.  
Mis pies se movieron y los de Alejo también. Nuestro primer encuentro duro pocos segundos.           


jueves, 14 de abril de 2016

Aguas turbias


                — ¿Qué hacemos en el Lago? — Preguntó la agente Miller, mirando como su compañero achinaba aun más sus ojos orientales al inspeccionar una rama partida.
                — Una mujer reportó escuchar ruidos extraños y gritos por la noche.
                — ¿Eso no es nada nuevo?, por algo lo llaman el Lago del Fantasma Negro, son leyendas estúpidas, es casi como una tradición, los jóvenes en la noche de su graduación vienen a pasar la noche en el bosque, para probar su valor. Son cuentos solamente.  
— ¿Viniste la noche de tu graduación?, eso no se ve muy propio de ti, Miller — Le preguntó el agente aguantando una risilla, incapaz de creer posible que Natalia se deje llevar por leyendas populares.
— Claro que no, era una pérdida de tiempo y lo sigue siendo. 
— Yo sí vine con mis compañeros de escuela — Confesó Mark Johnson tomando unas fotografías al suelo pantanoso.
Natalia Miller se cruzó de brazos, mirando como el sol se posaba en medio del cielo, brillante y caliente.
— No me sorprende, suena a algo que tu harías — Se volvió, sus ojos buscaron a su compañero, donde lo encontró guardando una deshilachada tela gris en un folio de evidencia — ¿Encontraste algo esa noche? — Le preguntó de manera mordaz, no quería burlarse de su compañero, pero no pude evitar que su tono saliera petulante. Su compañero no pareció molestarse por su pregunta, así que contestó con completa sinceridad.
— No sucedió nada — Le dijo sonriendo — No vimos al fantasma negro.
— Como lo esperaba — Le respondió victoriosa — Si tú mismo comprobaste algunos años atrás que es mentira, ¿Por qué estamos aquí? — La pregunta salió con cierto fastidio, Natalia verdaderamente no querían estar en ese lugar, ya que le parecía una completa pérdida de tiempo.      
— Los reportajes han aumentado en el último mes. Y ya no son sólo adolescentes fumados que dicen haber visto cosas extrañas, incluso hubieron cinco denuncias de pescadores, que dicen haber golpeado con algo en el lago. Esta vez las cosas son distintas. Incluso hay una persona desaparecida, Iván Abella, un pescador que nunca volvió del lago, su canoa fue encontrada a las orillas vacía.        
Miller se quedó un momento callada, observando fijamente a su compañero, le parecía un chico muy ingenuo, bastante supersticioso a decir verdad. Ella había visto cosas extrañas también, desde que abrieron la unidad de casos especiales, había visto cosas inexplicables, pero sin embargo todavía le costaba creer en todas esas cosas, apenas podía comprenderlo, apenas podía aceptar la existencia de mutantes, se repetía una y otra vez que tenía una explicación científica, que no era para nada paranormal, pero sin embargo, por más que insistiera en la idea, le seguía pareciendo increíblemente ridícula.   
— Volvamos al laboratorio, ya tengo toda la evidencia necesari…
— ¡Johnson!, espera un momento, ¡Mira aquí! — Miller corrió unos matorrales descubriendo del otro lado un cadáver en el suelo.
El joven coreano se acercó a la horrenda escena, observando como un cadáver de un anciano se hallaba muerto, su camisa de pescador estaba rasgada en tres pedazos, como un tigre hubiera puesto las zarpas sobre su pecho.    
— ¿Ahora me crees que esta vez es diferente? — Le preguntó Mark a su compañera, quien no respondió al sentirse, por primera vez en su vida, avergonzada por ser tan escéptica a aceptar lo sobrenatural. Esquivó la mirada de su compañero, como si no hubiera escuchado nada.    
Mark se sintió de repente culpable, pareciera que estuviera regañando a Miller, y él no tenía ningún derecho en hacerlo.
— Lo siento — Agregó de inmediato cabizbajo — No debería forzarte, con el tiempo iras aceptando lo que está sucediendo. Debe ser difícil para ti.
— No — Negó Natalia — No te disculpes — Una tímida sonrisa apareció en su rostro, luego volvió la vista al cadáver, como si el tema hubiera finalizado en ese momento y ya no hubiera nada más que hablar — Supongo que este debe ser Iván Abella — Voceó refiriéndose al cadáver.
De vuelta en el laboratorio, el cadáver fue reconocido como Iván Abella, y la muerte fue causada por las incisiones en su pecho, que lo desangró hasta la muerte.      
El cuerpo se hallaba reposando sobre la mesa forense, mientras Mark le hacía la autopsia, Miller solo se quedaba sentada en el escritorio mirando a su compañero trabajar, nunca lo admitiría en voz alta, pero admiraba a Mark Johnson, lo inteligente y valiente que era, y lo que más le sorprendía de él era esa capacidad que poseía de mantenerse calmado, incluso en los peores momentos. Al principio era envidia lo que sentía, pero con el tiempo se convirtió en mera admiración. Por momentos tenía la sensación que el equipo sólo era conformado por Mark y que ella era un simple estorbo, pero su orgullo la obligaba, por momentos, a discutir con Mark, quería dejarlo en ridículo, superarlo de alguna manera, pero siempre él terminaba teniendo razón, nunca se equivocaba con una corazonada. Le era tan frustrante.  
El rechinar de una puerta interrumpió el pensamiento de la agente, levantó la vista, viendo como el jefe de policías entraba al laboratorio acompañado de un joven.
— Les presentó a Alban Hamill, un joven graduado con honores de la universidad de ciencias de Londres, hizo una carrera de ocho años en tres, un verdadero genio — René García alababa al joven, con fascinación brillante en los ojos. El muchacho tenía las mejillas enrojecidas, parecía que se avergonzaba por la festiva presentación. Natalia lo contempló cuidadosamente, el chico parecía tener unos años menos que ella, su cabello tenía el color del chocolate, y sus ojos tenían un matiz extraño de descifrar, eran entre verdes olivas y un azul perlado, tenía una belleza extraña.    
— ¿Alban Hamill? — Le interrumpió Mark Johnson, en su pregunta se deslumbró cierto reconocimiento en dicho nombre — Leí tu tesis sobre la mutación a nivel celular, ¿Es por eso que estas aquí?  
Natalia miró de Mark a Alban, su compañero era muy perspicaz.   
— Tienes razón — Habló por primera vez Alban Hamill, su voz intentaba ser era tranquila y serena, pero se notaba cierto nerviosismo por debajo — Los…los mutantes de Penynton no son un secreto, el consejo universitario convocó a los mejores estudiantes de todo el mundo a realizar una prueba de aptitud, y…y… el ganador sería asignado a la unidad especial — El chico tartamudeaba un poco, se lo veía intimidado por la presencia de Mark Johnson.  
— ¿Supongo que tu sacaste el mejor promedio? — Le preguntó Natalia, aunque la respuesta era obvia.
— Por eso estoy aquí — Respondió Alban, sin una pizca de soberbia en su voz.
— Entonces, bienvenido — Mark le extendió la mano para que el universitario la estrechara, Natalia Miller conocía muy bien a su compañero para saber que algo en el joven  no le agradaba, sus ojos orientales estaban levemente entrecerrados, su mandíbula se mantenía recta y sus cejas se alzaban expectantes, intentando descubrir algo en el chico nuevo.
Alban estiró su muñeca, y recibió el apretón educadamente.        
— Gracias, espero serles de ayuda.       
— Bueno, ya los he presentado — René García, el jefe policía, ignoraba la tensión que se había levantado en el ambiente, su estúpida sonrisa denotaba que tan emocionado se encontraba por la presencia del joven científico, era un  miembro honorable que sería incorporado a su jurisdicción, no podía sentirse más emocionado al respecto— A partir de ahora el señor Hamill, será parte de la unidad especial, estoy seguro que les será de mucha ayuda. Necesitamos a alguien como él para resolver toda esta alocada situación, estoy seguro que él hará algo al respecto con su prestigioso cerebro. Cuídalo Mark Johnson, lo dejo a tu cuidado — Algo en las palabras de García inquietaron a Johnson, Natalia lo vio fruncir el ceño. 
— Tsk —Gruñó Johnson inconscientemente. Nunca se había sentido de esta manera, ¿Ahora tendría que ser niñero de un mocoso?, la idea le hacía verse viejo, seguramente el niño no tendría más de veintiún años, le parecía tan ridículo que un crio tuviera tantos honores y expectativas sobre él. Los treinta le estaban pisando los talones, y aunque no quisiera admitirlo, le molestaba el hecho de que Natalia pudiera ver más atractivo al mocoso que a él, ella apenas había cumplido los veinticuatro años.
— Bueno — Exclamó Alban luego de que René los dejara solos en el laboratorio — ¿Cual es el caso que investigan ahora? — Sus ojos pasearon por el cuerpo de Iván Abella, quien reposaba frio y pálido sobre el metal de la mesa forense.   
— Él es Iván Abella, un pescador que apareció muerto en el lago — Le informó Natalia, quien no dejaba de mirar al joven con cierta admiración, cuya adoración ponía aun de más mal humor a Johnson.     
“Con Hamill aquí, soy invisible ante los ojos de Natalia”, Johnson se sintió culpable por pensar de esa manera, pero no lo podía evitar. Al fin y al cabo el que estaba actuando como un mocoso era él y no Alban.     
— ¿Cuál es la evidencia recogida en la escena del crimen?
Johnson le mostró las imágenes tomadas y el pedazo de tela que recogió del fango.
— Esta fotografía es la más relevante — Mark habló alcanzándole una imagen donde se veía una huella de dedos rectos como conos, hundida en el barro.
— Es la huella de un reptil — Aclaró Alban mirando con sus ojos lúcidos — Posiblemente de un cocodrilo de dos metros, o más.
— No hay cocodrilos en el lago — Informó Natalia, parándose cerca del joven, para mirar la fotografía con él — Sólo algunas lagartijas.
— Entonces ahí tienes tu respuesta — Dijo Alban sonriéndole atractivamente — Lo que estamos buscando es a un hombre-lagarto.
— ¿Tú crees? — Le preguntó Natalia respondiéndole con otra sonrisa coqueta — Eso tiene mucho sentido.
— ¿En serio? — Les interrumpió Johnson totalmente incrédulo — ¿Le crees así de fácil?, a mí siempre me discutes con que dijo muchas fantasías y todo eso — Podía sentir como le escocía la nuca con un sentimiento que nunca antes había sentido.
— Es que lo que dice Alban suena muy convincente — Las mejillas de Natalia se habían encendido como dos fogatas.
Mark frunció el ceño y tuvo que hacer uso de una gran fuerza de voluntad para no responder algo que seguramente se arrepentiría minutos más tarde, sólo se limitó a suspirar resignado.    
— Veamos la siguiente evidencia — Dijo Alban de inmediato, intentando continuar con la investigación ignorando la atmosfera tensa que se había formado de repente.  
— Este pedazo de trapo — Dijo Natalia alcanzándole la bolsa.  
— No es un trapo, es piel de réptil, seguramente de serpiente — Le corrigió Johnson — Pero como buscamos a un “hombre-lagarto”, posiblemente no sirva de mucho…
— Te equivocas — Lo interrumpió el muchacho intentando sonar lo más educado posible, aunque no le salió muy bien — Los lagartos también mudan de piel.
— Esta bien, niño genio — El agenten sonaba irritado — ¿Qué propones que hagamos?  
Alban se mantuvo unos segundos en silencio, era obvio que al corregir a Mark, el agente se había sentido humillado delante de su compañera, y ahora era su momento de ser humillado, debía contestar con cuidado, esta pregunta era una prueba.
— Teniendo en cuenta las pruebas recaud…
— Estuve investigando por mi cuenta… — Lo interrumpió Natalia Miller de inmediato, mientras recogía del escritorio un par de papeles impresos — Antes de actuar debemos asegurarnos bien a que nos enfrentamos — Dijo dándole una mirada penitente a su compañero, por estar actuando de una forma tan poco común de él, Mark Johnson al sentirse regañado frunció aun más el ceño, este era uno de sus peores días — Hay una cabaña cerca del lago, un anciano llamado Emilio Díaz, vive allí, creo que deberíamos visitarlo.  
— Estoy de acuerdo — Afirmó Alban, dejando escapar el aire que estaba reteniendo, era mucha tensión en su primer día, era obvio que Mark Johnson, su jefe, se había llevado una muy mala primera impresión de él.    

— ¡¿Emilio Díaz?! ¿Se encuentra en casa?— Preguntó la agente Miller al tocar a la puerta, los tres habían viajado en el auto de Mark, en silencio hasta la cabaña del anciano solitario. 
Nadie respondió del otro lado. Natalia miró por encima del hombro a su compañero Mark, pidiéndole ayuda silenciosamente.   
El agente Johnson empujó la puerta, y esta sin resistirse se abrió de par en par. Dentro la casa se hallaba vacía y desordenada.  
— Parece que por aquí hubiera pasado un tornado — Murmuró Natalia al ojear las condiciones en las que se encontraba la sala, los sillones dados vuelta y las cortinas rasgadas en varias piezas.
— No, un tornado no — Agregó Alban — Un hombre-lagarto.
Mark Johnson no pudo evitar blanquear los ojos con fastidio, no importara que fuera lo que Hamill dijera, solo escuchar su serena voz le sacaba de quicios. Ignorando lo siguiente que estaba por decir el chico, se adentró en la casa, buscando signos del anciano o del mutante. Llegó hasta el baño, donde encontró el espejó roto, y manchado en sangre, como si alguien hubiera estrellado su puño en él.
— ¿Qué habrá pasado aquí? — Preguntó Miller, al ver que por el suelo se encontraba más de esa piel mudada.
— Aquí se llevó a cabo la transformación — Le aclaró Johnson armando en su cabeza la escena, se imaginó a Emilio viéndose en el espejo y sin poder detener lo que le sucedía rompió el espejo asustado — ¿Esto quiere decir que durante la transformación fue consiente?— sus últimos momentos como humano, fue consciente de su cambio, ¿Habrá sufrido?, ¿En qué momento perdió su humanidad?
— No está aquí — Informó Alban, llevándolos hacía la cocina para mostrarles su descubrimiento — Huyó por aquí — La puerta trasera estaba destruida, y unas pisadas se extendían por la tierra del patio, las mismas que encontraron en la escena del crimen. 
— Se dirigen hacia el río — Reconoció Johnson la dirección — Eso aclara quien atacó al pescador.
— Todavía debe estar en el lago, cuando fuimos a la mañana se habrá escondido de nosotros — Supuso Miller.    
— Entonces debemos volver al lago.
Mark caminó hasta su auto, y abriendo la puerta de su baúl, descubrió en su interior un fusil, lo tomó y se lo extendió a su compañera.
— Está cargado con la misma anestesia que usamos para dormir al alacrán. 
Miller tomó el arma entre sus manos y la revisó, comprobando que todo estuviera en orden. 
— Ahora no te expondrás tanto para dormirlo — Le dijo Mark, mirándola protectoramente. Alban observó la expresión de Mark al mirar a su compañera, y su mente se movió inquieta, creando hipótesis, ¿Acaso su jefe, Johnson, escondía algún sentimiento hacía la agente Miller?, esto le dio cierta curiosidad, pero decidió que ahora mismo lo olvidaría, y más adelante se encargaría de averiguar qué sucedía entre estos dos, tal vez no debía inmiscuirse en relaciones ajenas, pero no podía evitarlo, le divertía.       
La agente asintió a las palabras de su compañero, y aferrando el arma tranquilizante con fuerza, los tres salieron al patio, caminando en dirección al lago.
Al llegar, el lago se veía tranquilo, como dormido.
— Parece que aquí no hay nadie — Murmuró Natalia.
— Se está escondiendo — Le aclaró Hamill — Los lagartos se alimentan de roedores, podríamos usarlos como carnada y de esa manera atraerlo — Propuso hablando en un tono bajo, ya que la mirada de Mark sobre él le era intimidante.
— Esta bien, inténtemelo — Dijo el agente sin ninguna expresión en su voz. Albans de sorprendió que su jefe hubiera aceptado la idea de inmediato, sin cuestionamientos.     
Johnson y Hamill usaron de carnada algunos roedores muertos, con la intensión de atraer al mutante. Los apilaron cerca del lago, y escondiéndose detrás de un bote de madera, esperaron a que el culpable del asesinato se acercara.      
Pasó una hora y media cuando sintieron agitación en las aguas del lago, parecía que el mutante se decidió a salir.  
Y Hamill tenía razón, esta vez se estaban enfrentando a un hombre-lagarto, un réptil de casi dos metros salió caminando del lago en sus dos patas traseras, sus dedos terminaban en curvadas garras, todo su cuerpo era cubierto por una áspera y rugosa piel verde oliva, todavía habían en él huellas de que en el pasado había sido humano, estaba la forma de su torso, sus brazos largos y ágiles, pero el resto era un reptil, incluso su rostro, llenó de duras escamas y dientes como espinas.     
El mutante caminó hasta la carnada, ignorante de que lo observaban desde un bote cercano.  
— Desde aquí no puedo acertarle — Refunfuñó Natalia, mirando a través de la mira, donde el tronco de un árbol se interponía entre ella y su objetivo. Se levantó sigilosamente del lugar en donde estaban vigilando, y caminando, paso a paso, procuró acercarse lo más posible antes de hacer un tiro, no quería fallar, ya que fallar podría significar la diferencia entre la vida o muerte.  
— Miller — Mark la llamó en voz baja, pero ella ignoró su voz — Regresa aquí, es peligroso — Mark se removió en su lugar, pensando porque le había tocado una compañera tan desobediente, debía admitir que era valiente hasta en la última de sus hebras, pero en estos momentos no necesitaba una demostración de su grande valía. 
La agente dio otro paso, y accidentalmente pisó una rama, que crujió llamando la atención del enorme lagarto. Los ojos amarillos se clavaron en la joven.  El mutante reaccionó de inmediato al verse amenazado, se levantó a una velocidad atérrate de la carnada y saltó en dirección a Natalia.
La chica no tenía el tiempo suficiente de huir, se encontraba muy cerca como para esquivarlo, entonces la única opción que tenía era dispararle, y así lo hizo.
El proyectil en forma de jeringa salió volando de la boca del rifle, chillando agudamente al nadar por el aire, en dirección a su objetivo, pero nunca llegó, la aguja se hundió en la tierra, mientras el lagarto seguía su camino hacia la agente.
Natalia rebuscó en su bolsillo otro proyectil, pero no tuvo tiempo de cargarlo en el arma, el lagarto mutante ya había llegado hasta ella, extendiendo sus garras para herirla.  
Natalia se cubrió con la culata de madera del fusil, haciéndole de escudo de las garras del mutante, quien la atacaba insistentemente, una y otra vez. La bestia era mucho más fuerte que ella, y sin poder contrarrestar su peso, calló hacía atrás. Su espalda chocó contra el fango, infiltrándose la humedad en la tela de su ropa. El lagarto, encima de la agente, ahora le era fácil acabar con ella, solo debía propinar otro de sus zarpazos. Levantó sus garras en alto, y cuando se dispuso a bajarlas, un fuerte y punzante dolor le mordió las costillas, obligándolo a rodar de lado, liberando a Natalia Miller.
La agente levantó la vista, con el corazón palpitante, y el terror alojado en su pecho, había estado cerca de la muerte, y fue cuando vio a su compañero Mark Johnson, con su revólver en alto, había disparado al mutante sin pensarlo dos veces, no dejaría a su compañera morir.
Mark sin perder tiempo corrió junto a Miller, y tomando el rifle tranquilizante en sus manos, apuntó y disparó. Un proyectil tranquilizante se hundió en la piel del lagarto, quien se agitaba enfurecido por haber sido herido. Segundos después cayó en los efectos de la anestesia y se durmió.

Mark, aprovechando que el lagarto todavía seguía anestesiado, en su laboratorio se encargó de sustraerle la bala del pecho y curar su herida.
Pusieron a Emilio Díaz, ahora el hombre-lagarto, en una celda junto al hombre-alacrán. Quien fue despertando de su sueño lentamente, y al verse encerrado luchó contra las barras de metal, en vano, intentando huir. 
— Bien hecho — Lo elogió René García, golpeteando el hombro del oriental.
— Fue un trabajo en equipo — Le respondió este echándole una mirada condescendiente a Miller y otra a Hamill, quien ahora era parte del equipo, todavía le quedaba mucho por aprender, pero si no ponía su mejor disposición, nunca sería un buen maestro para él.  
René García luego de agradecerles y recomendarles que sigan trabajando así de duro, se marchó dejando al equipo solo.       
— No quiero que vuelvas a arriesgarte de esa manera — Mark reprendió a Natalia sonando duro, pero sentía que debía hacerlo.
— Lo siento, puse a todo el equipo en peligro — Se disculpó cabizbaja.
— Ese no es el verdadero problema. Corriste peligro — Esta vez su voz se había suavizado, y sus palabras parecían esconder mucho más significado del que aparentaban.
Miller levantó sus ojos ambarinos, y carraspeó sin saber que responderle, sus mejillas se habían teñido en rojo, sintiendo las palabras de su compañero mucho más íntimas de lo que intentaban ser.     
Mark captó la incomodidad de su compañera y regalándole una sonrisa intentó tranquilizarla.
— Ve a descansar. Necesitas recomponerte luego de esa batalla.
Miller asintió a sus palabras y luego de despedirse subió por las escaleras desapareciendo del recinto de mutantes.
— Lo siento — Dijo Mark de repente.
Hamill se sorprendió por la repentina disculpa.  
— No debí despreciarte de aquella manera, eres joven pero no un estúpido. Tienes un gran futuro por delante. Me enorgullece prepararte en esta unidad.  
— Yo…he...mm — Alban tartamudeó nervioso, la presencia del agente Johnson era intimidante en cierta manera, demandando un respeto inquebrantable a su persona— Aprecio… mucho sus palabras. Lo admiro, por cierto, nunca quise faltarle el respeto ni humillarlo.  
— Lo sé — Mark palmeó el hombro de Hamill de manera paternal y se encaminó hacia la escalera — Tómate el día libre, tengo que trabajar en la cura.     
— ¿En la cura? — Los ojos del muchacho brillaron con emoción — ¿No le molestaría… si… si… yo… lo ayudo?  
Mark se paró en la escalera, y mirándolo desde lo alto asintió en aprobación.
— Pero si me eres de estorbo juro que…

— No, no lo seré, ¡Lo prometo! — Y con una enorme sonrisa plasmada en su rostro, Alban subió la escalera pisándole los talones a su jefe.   

martes, 5 de abril de 2016

Retrospección


                Un manojo de papeles, artículos de revista, notas, incluso cuentos folklóricos, se desparramaban ante mi escritorio. Yo los inspeccionaba uno por uno, y todo lo que me era relevante lo anotaba en el pizarrón que se situaba a mi espalda.
Me giré encarando al pizarrón, para darle una mirada antes de continuar, había algo que faltaba, un eslabón, una pieza de este rompecabezas. 
Con el dedo índice recorrí la secuencia de noticias, ordenas cronológicamente:
“20 de Julio de 1930: Michael Spencer, de veinticuatro años, despareció en el Bosque Lightstress, sólo se encontró su chamarra azul reconocida por su prometida y madre.” ― Leí en voz alta, aunque no había nadie en la habitación para escucharme además de mí mismo ― “7 de agosto de 1947: Un grupo de jóvenes, que había ido a acampar al Bosque Lightstress, nunca regresaron, sólo se encontraron sus tiendas vacías”― Era aterrador, todos desaparecían sin dejar rastro alguno, tomé una respiración profunda y continúe leyendo ― “11 de Julio de 1958: Camile Vain, una niña de ocho años, fue vista por última vez  entrando al Bosque Lightstress por su hermano menor,luego de varios meses de búsqueda extensiva, nunca se la encontró”
Volví al escritorio y tomé el recorté de diario, tan viejo que temía que se me rompiera entre manos, y lo agregué a la cronología, colgándolo con un alfiler.
“30 de Septiembre de 1922: Una niña caminó desde Bosque Lightstress hasta una casa cercana en el pueblo diciendo que esa era su casa, pero allí no encontró a su madre, y los dueños de la casa admitían nunca haber visto a esa niña en sus vidas. La niña fue llevada a un orfanato, porque sus padres no pudieron ser ubicados.” 
No era la primera vez que leía esa noticia, pero mi piel se erizó de la misma manera que la primera vez que lo hice. Comparé la imagen de la noticia de 1958 con la de 1922, en ambos salía una niña de labios delgados, cabelló azabache y ojos grandes como los de una lechuza. Ambas aparentaban la misma edad, y sus rostros eran idénticos. No cabía duda, era la misma niña, Camile Vain desaparecida el 11 de Julio de 1958 y encontrada treinta y seis años antes.
Era una teoría loca, descabellada e irreal, pero no cabía dudas, era la misma niña. 
Desde la muerte de mi mujer, me ha obsesionado con el bosque, tan oscuro y misterioso, parecía engullirse a todos los que en él se aventuraban. La policía daba siempre las mismas respuestas, o se perdieron o un animal los mató, el bosque no era lo suficiente grande como para perderse, todos en el pueblo lo conocíamos de memoria, y no había animales en él, además de algunas aves de colores y ardillas escapistas. Otros más creativos aseguraban que una bestia mágica vivía en el bosque, que sólo aparecía a algunas personas para devorarlas en su cueva oculta en algún lugar secreto.  Yo no creía en nada de eso. Tenía mi propia postura.
Había algo en el bosque, no estaba seguro de que forma tenía ni porque algunos eran afectados y otros no, pero yo tenía pruebas, Camile Vain, ella era la prueba viviente de que el bosque era un vértice en el cronológico, y que los viajes en el tiempo eran posibles.     
Hoy, 5 de Enero de 1992, si Camile Vain sigue viva, tendría setenta y ocho años. Sólo debía encontrarla.
Seguí leyendo diarios posteriores a que la niña fue encontrada en el bosque. Había sido una celebridad en esa época al parecer, habían varios artículos que hablaban de ella, como no había registros de su nacimiento, y que el nombre que ella aseguraba tener no existía en ningún registro civil, ella seguía insistiendo que su casa era habitada por otras personas, siempre preguntando donde estaba su madre y de porque se había ido dejándola a ella sola. Dos años después la niña fue adoptada por una familia adinerada, de un apellido distinguido, ella había dejado su apellido Vain por el de Blackvalley. Y esa era la última noticia que encontré sobre Camile. 
Me tomé un momento de descanso, y las imágenes del pasado llenaron mi mente: Un teléfono sonando con una alarma que daría la peor de las noticias. Mi mujer había tenido un accidente, su auto había sido encontrado en la ruta que bordeaba el bosque, destruido. Fue un trágico accidente, un camión que venía en contramano la chocó de frente. Desde su muerte una pregunta rondaba en mi cabeza, ¿Qué hacía Érica en el bosque?      
Tomé una chaqueta que colgaba de la pared y salí por la puerta rumbo a la calle. Debía encontrar a la única persona que podría explicarme lo que sucedía en ese bosque. La primera idea que tuve fue visitar el asilo de ancianos, Camile debería ser una anciana de avanzada edad. No era ilógico buscarla en un lugar así para comenzar.    
— ¿Se encuentra Camile Blackvalley? — Pregunté sin querer hacerme demasiadas esperanzas, existía la posibilidad de que no estuviera aquí.
— Sí — Me respondió la recepcionista amablemente, y yo pude sentir la adrenalina alimentar mi entusiasmo, cada vez estaba más cerca de mi cometido. Cada vez más cerca de volver a ver a Érica — Su habitación es la veintisiete. 
Le di las gracias a la joven por la información y comencé a caminar por un pasillo blanco alumbrado por luces. Me detuve frente a una puerta que estaba marcada con números de metal. Golpeé suavemente y esperé a una respuesta.
— Adelante — Dijo una voz del otro lado.
Abrí la puerta y entré a la habitación dando una rápida mirada a lo que me rodeaba. Un escritorio y un armario descolorido. Una televisión encendida en un canal de noticias. Una cama de sabanas blanco estéril, y una anciana recostada dentro de esas sabanas, que al verme vi la confusión en sus ojos al no saber quién era yo.
— Hola, joven — Dijo amablemente sentándose en la cama.
— Buenos días, Camile… — Dije sentándome en la silla que estaba junto a su cama — Vain — Agregué y la mujer hizo un gesto sorprendido al escuchar su apellido verdadero.
— Hacía mucho tiempo que nadie me llamaba de esa forma — Dijo mirándome como si yo guardara una verdad que ella hacía décadas estaba buscando — En más de cincuenta años probablemente.
Metí la mano en mi bolsillo y saqué dos recortes de diarios, los desdoble y se los mostré.
— Son la misma niña — Le dije, ella gimió al reconocer los artículos de diarios — ¿Es usted?
— Porque me preguntas, si ya sabes la respuesta — Su voz sonó rasposa y débil, extendió su mano envuelta en arrugada piel para devolverme los recortes.
La miré un segundo estupefacto, sonó en mi mente lo que esto se significaba, la importancia que tenía, estaba hablando con una mujer que había viajado en el tiempo. Ella podía darme la clave para recuperar lo que perdí en el pasado.
— ¿Qué sucedió esa noche? — Le pregunté acomodándome en mi silla, esperando que me relatara su historia.
— Tenía ocho años, estaba jugando con mi hermano, David, y le reté a escaparnos al bosque a acampar, él no quiso, entonces le llamé cobarde y me dispuse a internarme sola en el bosque. Quería demostrarle a mi hermanito que yo era valiente. Qué gran error — Dijo sacudiendo su rostro en negación, podía ver cuánto se arrepentía de haber ido esa noche al bosque —Nada era como lo recordaba, el bosque de la noche parecía ser otro de día. Es difícil de creer, pero estaba perdida, no sabía hacía donde iba, ni tampoco como volver, todo lo que me rodeaba me era desconocido. Luego asó algo aun más extraño, caminé hasta un claro, donde había una vieja y despintada puerta plantada en la tierra, la puerta estaba sola, no pertenecía a ninguna casa, no estaba sobre ninguna pared. Estaba extrañamente sola en medio del claro — Camile se detuvo, como dudando, me miró pensando que la trataría de loca o mentirosa, pero por supuesto que no lo haría.
— Continúa con la historia.
Camile asintió y siguió con su relato, podía percibir la emoción en su voz, y una pizca de incredulidad, como si le fuera difícil aceptar lo que había vivido.       
— Giré el picaporte, y para mi sorpresa la puerta se abrió. Era una niña que intentaba mostrarle al mundo que era aventurera y que no le temía a nada, y que obviamente el hecho de haber encontrado una puerta en medio del bosque no le atemorizaba para nada. Me parecía un juego. Como esos pasadizos mágicos que te llevan otra dimensión. Pero era un juego, esa puerta no podía llevarme a ningún lado, por más que lo deseara, era solo un juego. Entonces la atravesé, cerrando la puerta del otro lado. El bosque no había cambiado en lo más mínimo, pero la temperatura sí, era como si de repente hubiera saltado al invierno. Caminé hasta perder la puerta de vista, caminé y en un momento, no se explicarlo, pero es como si de repente ante mis ojos el bosque hubiera cambiado, y volviera a ser el mismo de antes, ya lo reconocía, ya sabía cómo volver a mí casa — La anciana movió su mano en un gesto rápido — Y el resto de la historia ya la conoces, en mi casa todavía no vivían mis padres. Faltaban veinte años para que se mudaran todavía.
Me quedé en silencio un momento, procesando la historia, los detalles y su magia. Una puerta en un claro, ¿Ese era el puente al pasado?
— Cuando pasaron los años, ¿Volviste a tu casa?, ¿Le dijiste a tus padres quien eras?
— Sí lo hice — Me contestó bajando la mirada tristemente —Dijeron que dejara de burlarme de ellos, que su hija estaba muerta. Yo tenía cuarenta y cinco años cuando desaparecí de pequeña. Ellos no me creyeron, y lo entiendo, es ridículo. Luego de eso se mudaron lejos, nunca más lo volví a ver. 
— Lo siento mucho — Le dije sinceramente.
— No te preocupes chico, fue hace muchos años — Dijo intentado restarle importancia, aunque yo sabía que aunque quisiera ocultarlo, sufría por ello, y eso me hizo preguntarme cuales serían las consecuencia de cruzar esa puerta, ¿Realmente encontraré a Érica como tanto deseo?
— Camile — Dije levantándome de mi asiento — Gracias por su ayuda, pero debo marcharme. Tengo unos asuntos pendientes que arreglar. 
— Vas por esa puerta ¿No es cierto? — Me dijo antes de que saliera de su habitación.
— Debo evitar algo de mi pasado, debo cambiarlo.
— Te puedo asegurar que la puerta lo cambiara, pero a mí no me cambio para mejor, es como si estuviera atrapada en un mundo al que no pertenezco, para siempre.
— Si es por Érica, vale la pena.    
No me respondí nada, y con una rápida despedida salí de su habitación.  
Tenía mi camino marcado, mis pasos no se detuvieron hasta llegar al borde del Bosque Lightstress, delante de mí se alzaba un cordón de árboles altos y oscuros, que separaban la civilización de la misteriosa naturaleza. Sin miedo que me hiciera vacilar, puse a andar mis pies, uno a la vez ingresó en el bosque, un paso a la vez me adentré entre el vientre del bosque, lleno de las sombras de la noche. Camile tenía razón el bosque de la noche no era el mismo durante el día. Nada me era familiar.
Tomé la linterna que guardaba en el bolsillo interior de mi chaqueta, y con su haz de luz iluminé la tierra que se abría a mi frente y los contornos de los altos árboles que se escurrían a mis alrededor.
Me sentía perdido, era como caminar en un laberinto, volviendo por el mismo lugar una y otra vez, caminando sin saber a dónde te diriges con exactitud. Ni siquiera me era posible volver, a pesar de que había dado unos pasos parecía como si hubieran sido quilómetros de caminata. Obviamente aquí pasaba algo extraño.     
Sentí una leve inclinación en la tierra, cosa que antes no había sentido, como si estuviera sobre una pequeña sierra, la subí encontrando en su cima un claro, que dejaba una ventana entre las ramas al cielo, en medio se dibujaba una redonda luna llena, platina y radiante, rodeada por estrellas parpadeantes. Sobre la granulada tierra oscura, se hallaba una puerta, que como Camile la había descripto, lucía vieja y despintada, y verla allí solitaria y cerrada, producía que un aire helado me recorriera todo el cuerpo, una sensación de extrañeza se alojó en mi piel, erizándola salvajemente.
Estuve unos segundos inmóvil, ¿La había encontrado?, al fin, podría regresar aquel momento y detener el accidente, recuperar a Érica ya no parecía un sueño imposible, el puente al pasado se hallaba ante mis ojos, esperando cerrada a que yo la usara como transporte.
Anduve hasta posicionarme frente a la puerta, miré su despintada pintura celeste, y el oxido alojado en las bisagras de metal. Era una puerta simple, ni siquiera era muy vistosa, era difícil creer que esta puerta me llevaría a un viaje cronológico.
Mis dedos se encerraron alrededor del frio picaporte, y girándolo sentí aquel cliqueo que indicaba que estaba abierta. La madera giró rechinando sobre los goznes que la sostenían, del otro lado podía ver el bosque enmarcado alrededor del recuadro de la puerta, pero era el mismo bosque, no había cambiado nada. Una brisa distinta provino del otro lado de la puerta, aquí olía a invierno, del otro lado se percibía una perfume a primavera dulzona.        
Caminé por debajo del marco de madera, y detrás de mí cerré la puerta, dejando el presente en el pasado, y haciendo del pasado mi nuevo presente.
Anduve hasta salir del claro, desde allí comencé a reconocer el bosque, quien cambiaba radicalmente, colocando los árboles y las rocas familiares, de vuelta a su lugar. 
El umbral de árboles se hizo presente, señalando el final del boscaje, del otro lado se hallaba una vena de alquitrán que recorría con una curva el bosque hasta llegar a la ciudad. Sobre la calle había dos autos estacionados, uno detrás del otro. El blanco me era familiar, era el auto de Érica, ¿Pero el otro a quien le pertenecía?      
Mi corazón se llenó de emociones, volvería a ver a mi esposa, luego de años de su muerte, la tenía frente a mí, debía advertirle que saliera de la ruta, ya que un accidente fatal se acercaba. Pero cuando vi lo que en verdad hacía Érica allí, me detuve en mi lugar, sin traspasar el umbral del bosque, como un espectador presencié la horrenda escena.
Del segundo auto salió Érica acompañada de un hombre, ambos se reían con las mejillas encendidas en rojo fuego. El hombre abrazó a Érica y ambos intercambiaron un beso. Sentí como si un puñal se hundiera en mi pecho, el engaño se hizo presente en mi mente, la ira comenzaba a acumularse como pólvora caliente a punto de estallar.
El acompañante de Érica volvió a su auto, y luego de intercambiar un par de palabras por la ventanilla, encendía el auto y se marchó. Érica camino hasta su vehículo tarareando una canción, que desde mi lugar no alcanzaba a percibir con exactitud.
Mi esposa se subió a su auto y girado la llave hizo al motor rugir.
— ¿Qué has hecho Érica?, ¡¿Por qué me haces esto?! — Le dije corriendo a su ventanilla, ella al verme amplió los ojos en asombro. Le grité enfadado, olvidando la verdadera razón de porque estaba allí.
— No, no es lo que parece — Dijo ella desde el interior del auto mientras las lágrimas comenzaban a bajar por su rostro, la conocía bien y sabía que esas lágrimas eran falsas — Él es un amigo del trabajo, nosotros no estábamos haciendo nada malo — Intentó excusarse sonando lo más sincera posible. 
— ¡¿Qué no es lo que parece?! ¡Te he visto, Érica!, ¡YA DEJA DE MENTIR!       
Una luz me cegó los ojos un instante acabando de aquella manera con nuestra discusión, era un camión que venía en mi dirección, el conductor como acto reflejo intenta esquivarme, pero al hacerlo impacto de frente con el auto de Érica.  
Corrí hasta la ventanilla, donde encontré a mi esposa empapada en un líquido escarlata, en su propia sangre. Le toqué el hombro, pero ella no se movía. 
Camile tenía razón, la puerta iba a cambiar mi pasado, ahora lo comprendía mejor, y el dolor que sentía era mucho mayor, porque con el viaje se respondieron todas las dudas, ¿Qué hacía Érica al costado del bosque a esas horas?, me era infiel, ¿Por qué el camión iba en contra mano?, el camión nunca fue en contra mano, sólo intento esquivarme. Yo había matado a Érica, si nunca hubiera traspasado esa puerta, ella nunca hubiera muerto.