lunes, 27 de abril de 2015

La guerra de Ares


El vidente entró al oráculo. Al traspasar el umbral sagrado pudo sentir de inmediato aquel éxtasis familiar. Sus ojos se perdieron para entrar en un mundo paralelo y divino:  
“Tierra oscura, manchada por la sangre. Dos ejércitos. Y en lo alto al dios Ares reluciendo sus brillantes grebas, envuelto sus hombros entre las hebras de las sedosas crines que botaban en la cresta de un fulgurante yelmo dorado, alzaba su filosa espada hacía el sur” 
La visión era clara, una guerra se avecinaba. Ares le había propiciado aquella imagen, por lo tanto contarían con su apoyo en guerra. La espada hacía el sur simbolizaba de donde vendrían los enemigos.     
Antes de que el sol despertara en su lecho y asomara su calcino rostro sobre el horizonte el rey espartano ya había comunicado a sus súbditos de la guerra, “Ares los llama” Había dicho como despedida en su discurso.
Deilós era un joven príncipe pero cobarde, que en nada se parecía a su difunto padre, terror en las batallas. Deilós al escuchar la noticia de guerra todo su cuerpo se agitó en un pávido temblor. Todos los hombres debían enlistarse de inmediato para la batalla. Pero él no se veía entusiasmado con aquella idea.  
Le atemorizaba pelear en la guerra de Ares, le atemorizaba morir en ella.
Haría lo que fuera para salvarse de ir a luchar. Sería capaz de cometer una locura para salvar su pellejo de la batalla.
“Los paralíticos no van a la guerra” Se dijo sosteniendo una piedra entre sus manos.
Decidido y luego de haberlo meditado detenidamente durante largas horas, supo que era lo correcto. Arrojó con toda la fuerza que sus brazos poseían la piedra sobre su pie izquierdo.
Intentó no gritar pero fue el peor dolor que había sentido en su vida. Pudo escuchar como el hueso de su pierna se rompía en dos cual frágil era a la solides de una roca. Fue horrible, pero necesario. Su pierna volvería a soldarse y seguiría vivo. “Vale la pena” Se repitió reiteradas veces intentando soportar el dolor.
Cuando pasaron a comprobar su alistamiento lo encontraron tendido en su lecho con su pie envuelto en gasas curativas:
― Mientras cazaba en el monte me caí sobre unas rocas― Dijo señalando su pie inmovilizado.
Su rey le creyó, pero Ares no. Sabía que era un embustero y que había rotó su propia pierna para salvarse de la guerra. 
Ares montó en su biga de oro solidó y agitando el látigo de cuero los caballos negros emprendieron un camino por el ancho cielo. Cabalgaron entre las nubes hasta llegar a la isla Ea:
Ares llamó gritando al aire mientras encallaba las ruedas de la biga sobre la arena costera. Circe acudió a su llamado de inmediato:
― Ares, homicida, aciago Ares, ¿Qué te complace visitarme?
― Ninfa virtuosa en las artes del envenenamiento. Deliós, hijo de Gennaíos, el terror de las batallas, ha deshonrado a su padre al desobedecer mi llamado a la guerra, necesitó de tus artes para castigarlo por su desacato y cobardes engaños. 
La ninfa lo escuchó, y le prometió darle el castigo que se merecía.
Circe preparó un ungüento con las raíces de unos hongos venenosos que crecían sobre la pared de su morada.    
En la noche cuando todo el mundo dormía, la ninfa se escabulló entre las calles y se encontró frente a Deliós quien dormía plácidamente en su lecho. “Cobarde” gruñó entre dientes.
Con sus delicadas manos divinas, Circe esparció el ungüento sobre el pie engazado del muchacho. Y se perdió entre la noche sin ser vista por nadie. 
Pasaron los meses y su pie no curaba, producto del ungüento mágico de Circe. Ese fue su castigo. Debió caminar el resto de sus días sostenido por un bastón. Su pie le impidió trabajar. Terminó viviendo en la calle como un indigente comiendo de las migas de los banquetes populares. Deliós supo sin que nadie le dijera que todo era por culpa de haber deshonrado a su padre y desobedecido al dios de la guerra. Por haber sido un cobarde y aun peor un embustero.    
     

  


jueves, 23 de abril de 2015

La encantadora de serpientes


                Las aguas costeras se agitaron con violencia. Las olas golpearon las rocas como latigazos. Un cuerpo escamoso se batía en la costa. Era una enorme serpiente marina, de preciosas escamas purpuras que relucían brillantes contra el sol. 
                La serpiente levantó su cabeza encrestada del agua y con sus poderosas fauces envueltas en filosos dientes envistió de un salto la ciudad costera.
                Los lugartenientes corrieron para alejarse de la furia del animal. Pero no todos lograron esquivar su pesado cuerpo serpentino o los edificios que se derrumbaban a la fuerza de la criatura marina.  
                Mucha gente murió de forma horrible.  
                El gobernador miraba el sangriento espectáculo desde el balcón del ayuntamiento. Le afligía aquella situación, y no sabía qué hacer al respecto:
                ― ¿Señor?― Lo llamó un anciano ligeramente encorvado.
                ― ¿Quién es usted?― Le preguntó el gobernador. Nunca había visto aquel hombre en su vida.  
― Un habitante al que le gusta viajar― Le respondió ― Y en uno de mis viajes hacia el Asia he visto como los hombres hipnotizaban a las serpientes con la música de una flauta.
― ¿Los encantadores de serpientes?― Dijo pensando en voz alta. El gobernador tenía mucha cultura mundial y sabía muy bien quienes eran esos encantadores de serpiente.
El gobernador entró en la sala del ayuntamiento donde tocaba una banda musical interpretando exquisitas piezas de obras clásicas. Se dirigió al flautista:
― Tu ciudad te necesita― Dijo tomándolo por los hombros para darle aliento ― Como en el Asia un flautista encanta una serpiente, tú hipnotizaras de la misma forma a la serpiente marina que nos acecha― El suelo tembló ligeramente. Seguramente obra de la bestia.
La serpiente había saltado sobre la ciudad aplastando con su pesado cuerpo purpureo las calles y casas que quedaron bajo su peso. Abría sus enormes fauces para engullir de un bocado los caballos de los lujosos carros:
― Ten cuidado― Le dijo tiernamente la violinista, su compañera en la banda. Eran grandes amigos desde hacía muchos años.
El flautista le dio un pequeño abrazo de despedida. Podía no volverla a ver más después de lo que haría. Pero valía la pena, era la única posibilidad de alejar a la bestia de la ciudad.
El flautista caminó hasta la cima de una roca, donde el gobernador le explicó cuál era el plan: 
― Tú atraerás a la serpiente hasta aquí con tu música, donde la esperaran dos ballestas ― Dijo señalando dos enormes ballestas de madera posicionadas fijas en la costa.
El flautista no hizo más que asentir a todas las indicaciones del gobernador.
Cuando ya recibió todo el instructivo, el gobernador se alejó escondiéndose con los tiradores de las ballestas, para esperar que la bestia marina hiciera su aparición. 
El flautista interpretó una melodía que invitaba a bailar. Pero no era el baile la intención de esta pieza musical, sino atraer la atención de la serpiente gigante.    
Y funcionó, porque la serpiente se deslizó de vuelta al mar y nadó en dirección al flautista. A unos metros del músico se alzó imponente, llenando el cielo de reflejos purpúreos. Su mandíbula se balanceaba al compas de la melodía como si estuviera bailando. Dejando así su pecho fuera del agua, al descubierto.           
Fue el momento indicado para actuar. El gobernador dio la señal y las ballestas dispararon dos enormes lanzas metálicas en dirección a la bestia. La bestia tenía reflejos agiles y antes que las lanzas llegaran a ella las esquivó con destreza.   
La serpiente se enfureció, comenzó a agitar su cuerpo con fiereza. Con su poderosa cola destruyó las ballestas de un latigazo y con su enorme boca se tragó al flautista de un solo bocado. 
La serpiente volvió a subirse por la ciudad y paseó con movimientos serpentinos sobre las calles destruyendo con ímpetu todo lo que se imponía a su paso.     
La bestia plantaba el terror a su paso. Dejaba familias sin casas, maridos sin esposas, niños sin padres. Era una escena envuelta y saturada por el terror. Por las calles se oían los gritos desesperados y por detrás los gruñidos fieros del enojado animal.
De repente escuchó una melodía que la calmó, relajando sus músculos, uno por uno. Era una melodía bellísima y tranquila.
La bestia siguió el relajador sonido encontrándose a la violinista tocando su esplendido violín sobre la cima de otra roca. La rodeó delicadamente con su poderoso cuerpo apreciando la tranquila música que tocaba para ella.   
La mano de la violinista paseaba a la perfección el arco sobre las gruesas cuerdas del instrumento mientras que de sus ojos caían amargas lágrimas. Lloraba la muerte de su amigo, el flautista.
Rozaba de forma profesional las cuerdas, generando notas dulces de ensueño que llamaban a relajarse. Una canción de cuna.
La calma fue remplazada de forma brusca por la ansiedad, la ansiedad de huir. Del violín se encapaban notas rápidas y agitadas que invitaban a los presos de los teatros a fugarse de sus prisiones. De la misma manera el corazón de la bestia se inundó de inexplicable agitación. Dio varias vueltas sobre la roca y se lanzó al piélago alejándose de la ciudad. Huyendo perseguida por la canción de fuga.   
Cuando la violinista volvió a la ciudad se encontró con el más horrendo de los espectáculos que alguna vez sus ojos encontraron. La ciudad estaba destruida. Más de la tercer parte de las casas derrumbadas. La muerte se sembraba por los anchos de las calles. Horror y más horror.
El gobernador la recibió con un apretón de manos:
― ¡Gracias!, eres la salvadora de la ciudad― Le dijo risueñamente presionando sus manos con fuerza en forma de gratitud. 
― No he salvado nada, la ciudad está destruida― Le dijo bajando el rostro de forma resignada.
― No hay nada que no se pueda arreglar, tardara un poco, pero en unos años la ciudad volverá hacer la misma de antes―Le dijo el gobernador  embozando una amplia sonrisa.  
― La muerte no se puede arreglar― Le dijo pesadamente pensando en todas las muertes ocasionadas en manos de la bestia.
― Es cierto, no las podemos recuperar, pero si recordarlas, nunca olvidaremos las muertes de hoy. Además recordaremos que los que estamos vivos es gracias a ti, fuiste la única capaz de desacerté de la bestia. Te debemos la vida.    
La violinista dibujó en su rostro una tenue sonrisa. No habían muerto todos, gracias a que ella actuó a tiempo. Y los que quedaron restaurarían la ciudad honrando a los que cayeron valientemente.    
     


     

lunes, 20 de abril de 2015

El alquimista


                Esa mañana su asistente había llegado temprano. Traía entre manos el recado encargado. Lo arrojó sobre la mesa y dijo:  
                ― Fue difícil. El traficante no me los quería vender― Decía Lara bajando el velo de su túnica mostrando su hermoso rostro― Quería que compre la piel entera ― Agregó riendo ― ¡Pero solo necesito unos cabellos y dientes!, le dije― Dijo imitando una voz enojada e imponente.     
                Elmer la miró con una amplia sonrisa y luego desató el listón que cerraba la bolsa para examinar el contenido. Era perfecto. Lo que necesitaba para su poción.     
                Pero había un problema, no podía hacer la poción en presencia de Lara. Debía despacharla sin que sospechara nada:
                ― ¡Oh!― Gimió fingiendo aflicción ― Te has olvidado de las alas de Mariposa Monarca.
                ― ¿Mariposa Monarca? Eso no era parte de la lista― Dijo la joven desplegando una lista que guardaba en su bolsillo, releyó los ingredientes enunciados escritos por la mano de Elmer― No, no hay Mariposa Monarca―Concluyó.    
― Si, olvide de agregarlo a la lista― Mintió.
Lara le creyó, así que volvió a subir el velo de su túnica ya que fuera hacia frio y amenazaba el cielo con llover:
―No me has dicho que piensas hacer con esos extraños ingredientes.
―No― Rió―No te lo diré, es una sorpresa. Te va a sorprender ― Y era cierto.        
Cuando Lara volvió a salir por la puerta, Elmer se apuró a empezar la poción. Desparramó los ingredientes sobre la mesa. Encendió el mechero y colocó sobre el fuego un frasco de vidrio.
Presionó los ingredientes entre sus manos un momento y luego los volcó dentro del frasco:  
― Colmillos y cabellos recogidos de la melena de un león― Suspiró emocionado ― Me darán la belleza, fuerza y elegancia de aquel poderoso felino.
Elmer se vió reflejado en el espejo de la pared. No era un hombre atractivo, y en su cabeza se asomaban las primeras canas. Con esa facha nunca impresionaría a Lara, una mujer tan hermosa. Estaba seguro que aquella poción le daría lo necesario para conquistarla.       
El mechero calentó el frasco uniendo los ingredientes de su interior formando un espeso y espumante líquido parduzco.
Elmer retiró el frasco de las llamas y lo observó en alto frente a sus ojos. Olía horrible, pero valía la pena por Lara. Lo bebió hasta el fondo, hasta la última gota.
Su sabor también era horrible. No pudo evitar hacer una mueca de disgusto con su boca. Era casi vomitivo.   
Esperó. Comenzaba a sentir el efecto de la poción.  
Su mente se nubló por unos segundos. Cuando volvió el equilibrio notó que su vista se había agudizado. Seguramente gracias a la poción que le había dado los atributos del más poderoso felinos que pisa la tierra.  
Volvió a mirarse al espejo, pero esta vez sus ojos encontraron una figura distinta. Un rostro que no se parecía en nada al anterior.
Sus ojos se habían oscurecido, sus cejas poblado. Una insipiente barba cubría su quijada y cuello, su cabeza era asediada por una abultada melena. Su espalda se había vuelto ancha y curvada. Sus dientes se volvieron filosos y sus manos zarpas.
No tenía un rostro esbelto como esperaba encontrar. Era un monstruo.        
De inmediato comprendió lo que salió mal. La poción no le había dado la belleza y elegancia de un león, sino sus rasgos salvajes y sanguinarios. Por fuera parecía una bestia, pero por dentro seguía siendo la misma persona.  
Elmer arrojó el frasco vacio contra la pared haciéndolo trizas. Se sentía desilusionado. Se sentía un tonto. Su ira crecía en su interior contra él mismo. Él era el único culpable. Ahora no solo que Lara no se enamoraría de él, sino que le tendría miedo, y eso era lo último que él quería en el mundo. Tener que alejarse de ella le partía el corazón. ¿Cómo le explicaría su nueva imagen?       
De repente la puerta principal se abrió de par en par siendo traspasada por una joven envuelta en una oscura túnica de invierno.  
Lara se exaltó al ver que una enorme y horrenda bestia se encontraba detrás del escritorio. Su corazón se paralizó del susto y su boca despidió alaridos de terror. Nunca había visto nada igual. Nada tan terrorífico.
Se precipitó a salir por la puerta para escapar de la bestia. Pero no lo hizo, ya que el monstruo habló:     
― ¡Lara!― Exclamó. Por más que quisiera no pudo evitar que sus palabras fueran vociferadas en un tono grave y tosco. Una voz atemorizante.
Lara se paró en seco, escuchando como la bestia hablaba:
― Soy yo― Le dijo frunciendo los labios de forma atemorizada―Soy yo, Elmer.  
Lara frunció el entrecejo. No podía creer lo que escuchaba. Era imposible:
― ¿Qué te ha sucedido?― Le preguntó. Definitivamente era él. Lo reconoció cuando hizo aquel gesto con sus labios característico de su persona. Cuando tenía miedo o se sentía amenazado tendía a fruncir sus labios de una forma muy particular. Y allí estaba una enorme bestia arrugando los labios de la misma forma que su amigo Elmer.      
― Era una poción ― Dijo mirándola a los ojos ― Se supone que debía hacerme atractivo, no un monstruo― Hundió su mirada avergonzado ― Quería impresionarte― Suspiró amargado ― No asustarte.
― ¿Esto lo has hecho por mí?― Le preguntó sorprendida ― Nunca lo dije, pero estoy enamorada de ti, siempre me sentí cohibida ante tu presencia. Tan sabio. Te admiro― Admitió ruborizándose de repente― No necesitabas tomar una poción para impresionarme, porque siempre lo has hecho, no por tu fachada, sino por lo que eres ― Se acercó a él y le besó la frente y recorrió su rosto hasta llegar a su boca y allí sorbió de su hocicos de bestia un beso tierno.
Lara sacó de su bolsillo un paquete y desenvolviéndolo dijo:  
―La mariposa simboliza la metamorfosis― Explicó colocando unas alas anaranjadas sobre un nuevo frasco.
Luego de que las alas se volvieran un líquido mandarino, Lara retiró el frasco del mechero entregándoselo a Elmer.
Elmer sabía lo que debía hacer. Se tomó la poción que le había preparado Lara.
La magia de la poción no tardó en surtir efecto. Su cuerpo mutó hasta tomar su antigua forma.
Se miró en el espejo. Era el mismo de siempre. Su melena y colmillos habían desaparecido al igual que el resto de su horrenda imagen de león salvaje.
Lara abrazó al alquimista. Se alegraba de poder volver a ver el rostro verdadero de Elmer. El rostro que amaba.   
   


           

viernes, 17 de abril de 2015

Soplo del sur

   

De lo profundo de sus branquias insufla,
pesadas brisas cantarinas que buscan,
 envuelven en abrazos las blanquecinas velas,
de los barcos que viajan en largas penas. 

Vientos helares,  
escapan de sus narices errantes.
Su nubosa piel,
fría al tacto es.  

El dragón de pesado metal,
de brillantes alas aljabas, 
es engullido por las anchas fauces,
del frio rostro al entrar en su cauce.    

Soplo del sur,
mujer sin luz.
Corazón errático,
hálito del antártico.   



martes, 14 de abril de 2015

La leyenda de los tres reyes



― ¡Hijos míos!― Exclamó el Rey con su voz paternal.
El Rey Beraduc se alegró al ver que sus tres hijos habían acudido de inmediato a su llamado. Tres hijos mellizos.
Los jóvenes lo saludaron con una reverencia:
― ¡Padre!, ¿Nos has convocado?― Preguntó uno.
―Si ― Dijo solemnemente ― Ustedes tres nacieron el mismo día, por infortunio no sabemos cuál de ustedes es el primogénito, ya que la Reina, su madre que en paz descanse, murió luego dar a luz y la parteriza dice haber perdido la conciencia y no recordar quien de ustedes nació primero― Dio un largo suspiro ―Uno de ustedes tres deberá heredar el trono, ¿Quién será?― Dijo mirando a sus hijos con ojos inquisidores.   
Los hermanos intercambiaron miradas dudosas. Unos de ellos será el próximo Rey:
―Christope, es valiente como león, algo sumamente importante en un rey. Dominique, tiene un gran corazón, digno de un soberano justo. Y Gérard, tiene una mente hábil, la inteligencia para dirigir un reino― Dijo escrudiñando a sus hijos con la mirada ― Estoy completamente seguro que los tres serían excelentes monarcas, pero por desdicha solo uno podrá ascender― Le hizo seña a un sirviente el cual desplegó de inmediato un pergamino muy antiguo donde en su semblante se dibujaba una armadura brillante que parecía arder envuelta en fuego ―Esta es la armadura del dios Volcano, según la leyenda forjada del fuego del volcán que es su hogar― Se levantó de su trono y caminó acercándose a sus hijos ― Solo hay una forma de saber quién de ustedes es verdaderamente digno de la corona― Dijo llevando su mano hacia arriba de su cabeza para señalar una corona de oro solido con picos que terminaban en valiosos diamantes ― Él que me traiga la armadura de Volcano recibirá el reino.             
Al día siguiente, cuando el sol comenzó a asomarse por el horizonte, los príncipes se calzaron brillantes armaduras. Empuñaron filosas espadas y cubrieron sus antebrazos con pesados escudos. Se preparaban para emprender una cruzada que desembocaba en el volcán del dios.    
El Rey no se había equivocado cuando dijo que Christope era valiente, tampoco cuando dijo que Dominique tiene un gran corazón, y mucho menos cuando dijo que Gérard era inteligente. Pero no había dicho que Christope era valiente pero descuidado, actuaba de forma impulsiva sin meditar las consecuencias. Tampoco dijo que Dominique era cobarde, temeroso de aventurarse. Y que Gérard era un embustero, utilizaba su inteligencia para el engaño.
No lo había dicho por qué no lo supiera, porque lo sabía muy bien. Era un Rey inteligente. Esperaba que esta cruzada les sirviera de escarmiento, flotaran a la superficie sus defectos y fueran capaces de superarlos. El que redimiera sus imperfecciones sería digno de regir desde el trono.
Se despidieron de su padre, el cual les deseo la mejor de las suertes.
Cabalgaron por el camino pedregoso alejándose del castillo que los había cuidado y criado por años.
Gérard se rascó su prominente barba y dijo:
― Existen muchas leyendas sobre el dios Volcano― Dijo haciendo alarde de su amplia sabiduría sobre la cultura popular ―Dicen que en el volcán se esconden muchas cosas de diferentes valores. Incluso su propia hija maltratada está encerrada en un calabozo por desobedecer a su padre.
― ¿En que lo desobedeció?― Preguntó Dominique con su pequeña y sumisa voz.
― Según cuentan que al ser hija de un dios su belleza es sobrehumana, podría decirse que tiene una hermosura sublime, por aquella razón su padre celoso no la dejaba salir del volcán temiendo que algún hombre la haga su ferviente esposa y perdiera su compañía. Pero ella añoraba salir a la superficie. Imagínense que debe ser terriblemente aburrido vivir en un volcán― Lanzó una pequeña carcajada donde sus hermanos lo acompañaron ― En fin, la muchacha no lo soportó y se escapó del volcán. Su padre la descubrió y la encerró de por vida para que no pudiera volver a escaparse. Algunos viajeros afirman que si te adentras en el volcán a veces se hoyen llantos femeninos que provienen de las profundas cavernas. Pero nadie se atreve a bajar para ayudarla, ya que eso significaría tentar la ira del dios― Dijo riendo de forma irónica.
― ¡Yo descenderé a liberarla!― Exclamó Christope extendiendo su brazo y blandiendo su espada al aire de forma victoriosa mientras sus cabellos rubios se agitaban al viento.  
― ¡No!, podrías despertar la furia de su padre― Dijo Dominique intentando ocultar su cobardía detrás de un tono grave.    
― ¡Qué ilusos son!― Dijo su inteligente hermano riendo ― No existe tal dios, por lo tanto no existe tal hija. Son solo ridículos cuentos de hadas― Gérard lanzó una carcajada que se perdió en el aire. Era un escéptico, pero sus hermanos no.   
― ¿Se la puede liberar de alguna manera?― Preguntó Dominique cautelosamente.
Gérard lo miró incrédulo, su hermano era muy cobarde para atreverse incluso a contradecir alguno de sus hermanos, mucho menos a un dios:
― Ya te dije que son solo cuentos de hadas― Suspiró divertido ― Pero según dicen que la única forma de romper la cárcel es agradando al dios. Si el te cree digno para su hija dejara que se vaya. Hay una prueba que superar, si la superas, eres digno de ella.
Dominique meditó en su mente. Le atemorizaba aquella prueba. Pero al pensar que una jovencita estaba encerrada en una cárcel, su enorme corazón se encogía de pena al especular su sufrimiento.     
Cabalgaron sin detenerse hasta el pie del enorme volcán. Hacía siglos que no entraba en erupción. Se veía apagado y solitario, incluso tenía aspecto lúgubre y misterioso. Digno del hogar de un dios iracundo. 
    Ataron los caballos al tronco del árbol más cercano y descendieron por la boca del volcán. Dentro se abría una enorme sala rocosa de robustas paredes de lava solidificada. Solo había dos caminos por tomar, uno que apuntaba al norte y otro que miraba al sur.
Dudaron cual tomar. Creyeron que uno llevaría a la armadura y el otro a la prisión. Pero no sabían cual era cual.
De repente unos suaves alaridos los sorprendió haciéndolos estremecerse por el susto. Era un llanto de mujer. Lo escucharon una sola vez y muy débil, pero fue suficiente para saber que el túnel que apuntaba al sur llevaba a la prisión.
Gérard no dudó cual tomar, inmediatamente comenzó a descender hacía el norte:
― ¿La dejaremos allí?― Preguntó Dominique sintiendo como su interior se llenaba de pena al pensar en la maltratada joven.
Gérard lo miró sin expresión alguna, su intención era ir directamente hacía la armadura, tomarla y regresar sin perder tiempo. Rescatar una damisela en apuros no era parte de su plan:
― Por supuesto que no, eso no es de caballeros― Exclamó Christope desfundando su espada preparándose así para descender por el sur.
―No somos caballeros. Somos príncipes― Le dijo Gérard todavía incrédulo, no podía creer que sus hermanos creyeran más importante la liberación de la joven antes que la corona.
Gérard recapacitó unos segundos, podría sacar ventaja en esto. Mientras sus hermanos iban al rescate de la chica, él se adelantaría y tomaría la armadura convirtiéndose así en el indiscutible rey. Pensó un plan unos momentos y dijo:   
― Pero tienen razón, pobre niña, no podemos abandonarla. Me encantaría acompañarlos a liberarla pero se ha corrido el rumor de nuestra cruzada por el reino y muchos creen que si nos ganan en recuperar la armadura ellos podrían ser reyes también― Mintió ― Y sería lo justo, nuestro padre dijo que el que le llevara la armadura sería digno del trono― Volvió a mentir. Ningún plebeyo se atrevería a competir contra sus príncipes, era una acción de deslealtad y deshonor. Pero sus hermanos se lo creyeron― Entonces, repito, lamento no acompañarlos. Pero deberían ir ustedes dos a liberarla. Yo mientras tanto bajare en busca de la armadura para evitar que ningún plebeyo se nos adelante. ¡Se imaginan la desilusión de nuestro padre si fracasamos!―Fingió pesadumbre, luego inventó una nueva leyenda ― Se dice que la armadura te elige, no cualquiera la puede usar. Dice que si la usa alguien digno de ella se enciende en fuego sublime― La verdadera leyenda decía que cualquier hombre podía usar la armadura, tanto para el bien o como para el mal―Entonces cuando la recupere esperare a que los tres nos reunamos, allí veremos quién es digno. Nos la probaremos y ella decidirá quien es el próximo rey― También mintió en aquello, nunca dejaría que el azar decidiera cual de los hermanos debiera llevar la corona. Intentaría conseguirla a toda costa. Incluso si debía engañar a sus hermanos.            
Dominique y Christope se miraron. Les pareció justo. No podían desilusionar a su padre, ni tampoco abandonar a la joven:
― Eres un buen hombre― Le dijo Christope a Gérard ―Inteligente también, piensas en todo.
Gérard sonrió. Sus hermanos no lo percibieron, pero era una sonrisa de macabra satisfacción. Su plan marchaba a la perfección.
Dominique y Christope descendieron por el túnel del sur, y Gérard por el del norte.
Mientras caminaban adentrándose a las profundidades, Dominique le confesó a su hermano uno de sus más profundos secretos:
― Esta cruzada no es para mí. No tengo manera de rey―  De su garganta se escapó un apenado gemido― Tú eres valiente, y Gérard inteligente. Yo no soy más que un cobarde― Dijo bajando el rostro.
― No, eres justo. Serías un excelente rey― Le dijo su hermano.
― Pero yo no quiero ser rey― Levantó la mirada nuevamente ― Enserio no deseo la corona, es mucha responsabilidad.
Christope lo entendió. Si no quería luchar por la corona no lo haría. Ahora la disputa se reducía a él y a Gerard.
Llegaron hasta el final del túnel, donde se abría frente a ellos un enorme precipicio.
Había una extraña columna vertical que se paraba frente al precipicio sostenido por lo que parecía ser una precaria bisagra de piedra. 
Christope empujó con todas sus fuerzas la columna haciendo que la bisagra girara. Lo cual provocó que la columna callera sobre el precipicio creando un puente hacia el otro lado.
Los hermanos miraron el fondo del precipicio, pero no lo percibieron. La columna se veía inestable y precaria. No parecía tan solida como para cruzarla a pie. Pero la valentía de Christope lo impulsó a intentar cruzarla sin percatarse de los peligros.
El hermano valiente avanzó decidido sobre la columna. Pero dio algunos pasos y la columna giró haciendo que perdiera el equilibrio. Si no fuera por Dominique que lo sujetó hubiera caído al vacio:
― No te arriesgues― Le dijo dándole la mano y ayudándolo a subir de vuelta ― Yo iré, tú debes ser rey― Le dijo enternecido. Ya que creía que él se merecía la corona.
Dominique trabó la bisagra giratoria con su escudo y tomando profundo aire se paró frente a la columna. Cuando más la miraba le encontraba más grietas y más miedo sentía:
―No es necesario que lo hagas― Le dijo su hermano sujetándolo por el antebrazo.
― Si, si lo es. No podre seguir viviendo sin un cargo de conciencia sabiendo que dejamos abandonada a la joven.          
Tomó una amplia bocanada de aire y colocó el primer pie sobre la columna. Esta no giró. El escudo había trabado la bisagra a la perfección. Christope estaba atentó a que el escudo no se saliera de su lugar y activara la bisagra nuevamente. 
El hermano de buen corazón fue dando pequeños pasos mesurados. Su corazón latía violento por temor a caer al vacío. Pero había algo que lo impulsaba a seguir y no volver. Era su sed de justicia. No permitiría que una joven inocente pasara el resto de su vida encerrada en un calabozo.
El miedo en momentos lo paralizaba o le hacía entrar en vértigo y marearse, pero intentó ignorar su cobardía y terminar el trayecto de columna que le faltaba. Y así lo hizo.
Del otro lado se encontró con una puerta metálica, de esas que solo se abren desde afuera.
Respiró hondo y giró la manilla de la puerta. Encontrando en su interior una hermosa joven de belleza inusual. Extraños ojos color obsidiana. Anchos labios morados y cabello de oro. Su rostro poseía perfectas líneas de facciones celestiales.  
La joven salió del calabozo y echándose sobre los brazos de Dominique lloró de felicidad. Había sido liberada.      
Gérard al final del túnel encontró un elevado monolito donde descansaba una brillante armadura de preciosas grebas y crines de transparentes hebras. Su metal relucía al desenfoque de una misteriosa luz que proyectaba la caverna.
Gérard no era tonto, sabía que no sería tan fácil llegar a la armadura. Estaba seguro que se escondía alguna trampa en algún lado.
Tomó una roca y la arrojó en su dirección. La roca cayó al suelo rebotando hasta que se detuvo. No sucedió nada.
Tal vez no había ninguna trampa. Comenzó a avanzar en dirección al monolito despreocupadamente.
No se percató, pero cuando piso una de las piedras del suelo esta se hundió activando algo a su alrededor produciendo ruidos de cadenas y poleas. Gérard giró sobre su eje buscando el origen de aquel sonido.
Una jaula descendió encerrando en su interior a la armadura, volviéndola así inalcanzable. En una de las paredes de la caverna comenzó a levantarse una puerta de piedra muy lentamente.
En ese momento venían llegando por el túnel sus dos hermanos y la joven. Pero llegaron tarde. La puerta de la pared de la caverna se abrió por completo liberando de su interior una enorme bestia de espalda curvada que mostraba una acorazada joroba, que lucía  filosos y torcidos dientes en su cuadrada mandíbula. Era un horrendo orco de azulada piel. Un orco que comía carne humana.   
Gérard sacó su espada y luchó contra la bestia. Pero ningún hombre era rival para un orco. La bestia lo golpeó con su pesado brazo haciendo que se golpeara contra la pared. El orco arrastró a Gérard por los pies hasta el interior de su cueva mientras este gritaba y se retorcía en vano intentado liberarse de su agarre. Detrás de si se cerró la puerta que al principio lo aprisionaba. 
Por más que sus hermanos intentaron abrir la puerta, esta no se volvió a levantar. No pudieron evitar que su hermano se convirtiera en la cena del orco.
La joven conocía la caverna a la perfección. Tocó una piedra del suelo y esta produjo que la jaula volviera hacía el techo desaprisionando la armadura.
La joven les explicó que su hermano Gérard ya estaba muerto. No tendría sentido volver a liberar al orco. Ellos aceptaron la verdad con tristeza. Habían perdido a su hermano.  
Ambos hermanos miraron la armadura, pero no compitieron por ella. Dominique le dijo:
― Es tuya. Yo no la quiero― Le dijo con sinceridad mientras embozaba una sonrisa fraternal― Serás un buen rey.
Christope tomó la armadura, cuando se la calzó esta se encendió mágicamente en un  fuego que no quemaba. Era un fuego mágico.
Christope se convirtió en un sabio rey. Siempre tuvo a su lado a Dominique como su consejero personal ayudándolo a obrar con justicia. Dominique se casó con la hermosa joven rescatada, de la cual se enamoro desde el primer momento que la vió saliendo de su prisión.
Siempre lamentaron la pérdida de su hermano Gérard a pesar de que supieron que los había engañado para hacerse con la corona.  

Beraduc nunca estuvo más orgulloso de sus hijos. Dominique y Christope supieron superar sus defectos.  

sábado, 11 de abril de 2015

Dedos de cisne



                La tapa era blanca como las plumas de los ángeles, aterciopelada al tacto, y ligera en la mano.     
                Marco dudó al principio si comprar aquel libro o no. Tenía una portada totalmente blanca, adornada por la figura de una bailarina envuelta en su pomposo tutu blanquecino. No parecía ser de aquellos libros que acostumbraba a leer. No de esas temáticas. Sobre una bailarina.
                Lo que lo impulsó a decidirse al final fue el nombre del libro: “Dedos de Cisne”:
― Los cisnes no tienen dedos― Meditó Marco dentro de su cabeza ― Seguro debe ser una metáfora.
                Marco era un lector fiel. No existía nada que lo apasionara más que la literatura. Pasaba horas sentado en el banco de su jardín o en su sillón verde oliva frente a su hogar de leñas leyendo libro tras libro. Devorando página tras página.             
                Dafne, su prometida, le preparaba un café, y mientras sostenía el libro con una mano, con la otra sostenía el aza de la taza.     
                Marco tenía un puesto de administración en una empresa. Pasaba ocho horas por día sentado frente a una computadora. Marcando tecla tras tecla. Revisando facturas, expedientes, portafolios, cuentas y deudas.
                Cuando llegaba a su casa, le gustaba relajarse y disfrutar de una buena lectura. Era una buena forma de olvidarse del trabajo. De un trabajo muy agobiante y estresante.  
                Marco abrió el libro en la primera página y leyó: 
― La bailarina de pálido tutu volaba por el salón como una mágica mariposa, dando saltos de flamencos y vueltas por el ligero aire como los colibrís. Dobló su rodilla y estiró su otra pierna curvando su espalda hacía atrás extendiendo sus manos como si intentara tocar la punta de su talón. La bailarina parecía un cisne con un hermoso vestido de brillantes plumas. Bailaba elegante como los cisnes…― Hubiera continuado su lectura pero su prometida irrumpió en la habitación azotando la puerta con entusiasmo.     
Dafne traía entre sus manos una pila de revistas, se sentó en el sillón junto a su prometido y le dijo con una enorme sonrisa:
― He comprado estas revistas― Marco miró las revistas apartando la mirada de su libro.
                Eran revistas que acostumbraba a leer gente muy adinerada. Daban consejos sobre fiestas, recepciones, moda, diseños de indumentaria y decoración tanto de interiores como de exteriores:
― Podemos tener una enorme fuente de chocolate donde le rodeen mesas llenas de bocadillos para bañarlos en la fuente― Dijo pasando a la siguiente página ― Quiero un enorme arco de madera artesanal adornado por tulipanes blancos, para que convienen con mi vestido― Pegó un pequeño grito de entusiasmo y tomó otra revista abriéndola donde la había señalado con una nota rosada― Hablando del vestido, quiero este― Dijo señalando con su dedo la hoja de la revista, donde se mostraba un hermoso vestido blanco, largo hasta el suelo y de telas brillantes, tenía exquisitos bordados de flores y aves en color crema en el corsé y en la base de la falda. Lo más impresionante era la cola del vestido. Comenzaba cayendo de una preciosa tiara de piedras que sostenía el peinado de la modelo, y se extendía por su espalda hasta el suelo y mucho más allá. Esta cola estaba bordada sobre una tela transparente siguiendo los motivos de pájaros y flores.       
                Era un vestido hermoso. Y se veía muy caro:   
― Estoy seguro que ese vestido saldría mucho dinero, no quieres mejor…― Marco fue interrumpido por su prometida antes de que pudiera terminar de dar su opinión al respecto.
                Dafne sacó la última revista de la pila y la agitó con entusiasmo mientras decía:
― Podría contratar al más famoso estilista de todo Paris― Dafne mostró la portada de la revista donde se veía un hombre entrado en los treinta con un peinado raro y muy juvenil para su edad, de mechas revueltas y mechones que oscilaban entre el azul oscuro y el verde mesclados por el negro carbón del resto de su pelo ― “Le Coulier”― Lo nombró como si estuviera anunciando su sublime presencia entrando en la sala, pero el famoso estilista no estaba en la habitación ― Es un peluquero y maquillador por excelencia― Dijo mostrándole algunas modelos del interior de la revista. Los peinados eran muy extravagantes, algunos eran muy altos y amplios como si formaran enormes sombreros o cascos de cabello, otros tenían llamativos colores o extrañas ornamentaciones de piedras y plumas. Incluso algunos eran ridículos. Una modelo lucía sobre su cabeza la figura de una jirafa formada con su propio cabello, ¡Sí!, ¡Una jirafa!        
― No lo sé― Dijo escrutando con la vista un peinado de la revista. Uno muy ridículo, parecía que la modelo tenía un pulpo pelirrojo sobre la cabeza ― Son un poco exagerados.
― Para nada― Dijo levantando su índice al aire ― ¡Es finísimo! ― Lo miró seductoramente intentando convencerlo― Además… Podemos pagarlo.
―Claro que podemos pagarlo, es que me pareció un gasto innecesario― Marco tenía un puesto importante en la empresa en la que trabajaba, por consecuencia tenía un sueldo importante también. Pero él no era de esos ricos que acostumbran a derrochar su fortuna en placeres pasajeros e inútiles. Pero Dafne tendía a dejarse llevar por aquellos placeres ― Pero si te hace feliz…
― ¡Claro que me hace feliz!― Exclamó lanzándose entre los brazos de su prometido besándolo repetidas veces. Siempre obtenía lo que quería. Marco la amaba demasiado.
                Dafne salió por la puerta entusiasmadamente llevándose entre sus manos las revistas.
                Marco se giró acomodándose en el asiento con una enorme sonrisa en su rostro. Luego intentó volver a concentrarse en la lectura:
― Los aplausos resonaron en el eco de las gradas― Leyó ― Los pétalos rosados caían del cielo del techo. Era una bailarina famosa. Fuera del teatro cuando atravesó la puerta debió recorrer un largo camino repletó de fanáticos y paparazis, que la cegaban con sus flashes y se acercaban preguntando sobre su vida privada. Fue dificultoso pero logró entrar dentro de la limusina que la esperaba sobre la calle…― Algo nubló la vista de Marco. Fue instantáneo pero no pudo saber que fue. Retomó donde había dejado ― La limusina avanzó entre el oscuro asfalto debajo de una noche fulgurante bañada de millones de estrellas…― Volvió, la nubosidad volvió a aparecer. Pero esta vez no se fue.  
                Marco perdió la conciencia.
                Lo primero que percibió fue la aspereza y la ligereza de las sabanas que lo cubrían. Después olió el espeso aire. Extasiado por una mescla de antisépticos y medicamentos con cloro y otros productos de limpieza mesclados con el aroma a sopa. Luego hoyó, reconoció la voz de Dafne, que hablaba con un hombre de voz gruesa. Cuya voz nunca había escuchado.
                Se irguió fuera donde sea que estaba, aun que tenía sus presentimientos sobre el lugar que podía ser.
                Se refregó los ojos con la palma de sus manos y abrió sus parpados.
                Nada
                Parpadeó un par de veces.
Pero  no veía nada. 
Estiró sus manos con el corazón palpitante intentando aferrarse a algo, a lo que sea. ¿Que estaba sucediendo?  
De repente unos brazos lo apresaron. ¿Qué le estaba pasando?
― Soy yo― Dijo una voz femenina. Indudablemente era la voz de Dafne ― Estas en el hospital, el doctor quiere decirte algo.
                Marco intentó tranquilizarse, aun que en aquella situación era muy difícil de hacerlo. No veía nada. Ni siquiera negro. Solo había un vacio donde debería haber luz y color.
                Una rotunda voz masculina habló alto y claro:
― Señor Marco, lamento darle esta noticia― Se escuchó un suspiró de decepción ― Usted ha sufrido un glaucoma, del cual nunca recuperara la vista.
                ¡No era posible!
― Pero ¿Có … cómo  ha sucedido?― Tartamudeó Marco.
― El glaucoma es una enfermedad que no presenta síntomas, por lo tanto es difícil de diagnosticar antes de la ceguera. La causa fue un elevado aumento en la presión intraocular lo cual daño de forma permanente al nervio óptico.   
                Marco se tomó la frente entre sus manos y lloró. ¡Era una noticia horrenda! Podía sentir como su interior se llenaba de un sentimiento angustioso y de una desesperación abrumadora. 
                Había perdido una parte de él. Nunca volvería a hacer la misma persona. Tendría que comenzar una vida diferente.   
                Las primeras semanas fueron las más difíciles. Debió aprender a ambientarse en los espacios de su casa. Sabía donde se encontraban las cosas pero le costaba encontrarlas o reconocer sus distancias unas de otras. Constantemente chocaba contra las esquinas de los muebles y tiraba de las mesas las lámparas o vasos que intentaba tomar con sus manos.
Dafne le compró un bastón creyendo que le ayudaría a ubicarse mejor en la casa y evitar accidentes:
― ¿De qué color es?― Le preguntó sosteniéndolo firme entre sus manos.
― Negro― Le dijo.  
                No le preguntó de qué material era, por que ya lo sabía, podía sentir el frio metálico penetrar entre la yema de sus dedos. Sin embargo le intrigaba la empuñadura del bastón. Cuando lo tomaba sentía un hocico delgado y dos protuberancias puntiagudas por encima. Supuso que podría ser un caballo, o, un demonio o un dragón, aun que no estaba muy seguro porque le pareció poco estético que fueran cuernos. Pero necesitaba sacarse la duda: 
― ¿Cual es la figura de la empuñadura?― Dijo pasando sus dedos por los cuernos de la figura metálica.
― Es un lobo.
                Un lobo. Los cuernos no eran cuernos, sino orejas de un lobo. Ahora podía verlo en su mente. Se imaginó la figura de un lobo, con hocico delgado, orejas puntiagudas, y seguramente ojos amenazadores que inspiraran miedo.              
                Su imaginación fue interrumpida por un sonido vibrante que resonó en el eco del salón. Y luego escuchó la voz de Dafne:
― Es para ti― Anunció colocando el teléfono entre las manos de su prometido.
― ¿Hola?, ¿Señor Marco?― Se escuchó a través de la bocina. Era la voz de su secretaria.
― ¿Jazmín?― Preguntó Marco ― ¿Qué sucede?― El ciego escuchó lo que Jazmín tenía para decir y luego agregó ― Esta bien. Puedes venir― Y colgó el teléfono. Esta vez dirigiéndose a su prometida ― Jazmín viene en camino. Tiene algo importante que decirme y no quería decírmelo por el teléfono.    
                Jazmín tardó media hora en llegar a la casa de Marco. Aquella media hora la mente del ciego produjo miles de pensamientos preocupantes. Su corazón palpitaba inquieto. Y sus manos sudaban ansiosas. ¿Qué era aquello tan importante que debía decirle su secretaria que no se atrevía a decirlo por teléfono? Intentó no pensar. Porque sus hipótesis al respecto lo ponían aun más nervioso.  
                El llamado del timbre alertó a su corazón para que reanudara su frenético palpitar. Jazmín estaba en su casa y traía noticias.
                Escuchó el agudo golpeteó de las suelas de los tacos atravesar el pasillo y luego ingresar cautelosamente en el salón.
Podía imaginarla parada debajo del marco de la puerta. Seguramente su castaño cabello estaría recogido en una prolija cola o un elegante rodete. Su cuerpo envuelto en una ligera camisa blanca y una oscura pollera de tubo la cubriría hasta la rodilla. Y con su rostro brillante y sus ojos cubiertos por una delicada capa de sombra azul haciendo juego con sus ojos de cielo. Pero no podía saberlo. Solo podía imaginarla como se vería o recordarla alguna vez cuando trabajó con ella en su oficina. Lo único de lo que estaba seguro era que algo andaba mal. La voz de Jazmín la delató. Traía malas noticias:   
―Buenos días, Marco― Saludó gentilmente aparentando tranquilidad, pero Marco sabía que no estaba tranquila ― Buenos días, Dafne.  
                Marco pudo escuchar en el aire un suspiro nervioso. Era Dafne que se preparaba para dar su mala noticia:
― Se que todavía se está recuperando. Deben ser unas semanas muy difíciles. Ser una nueva persona incluso en su casa aprender a desenvolverse de una manera totalmente distinta. Por eso se que no es un buen momento para darle esta noticia. Usted ya tiene mucho de qué preocuparse, pero los de la empresa no me dejaron opción― Escuchó como los labios de Jazmín tomaban una amplia bocanada de aire y luego de exhalar agregó ― El gerente me ha encargado que le comunique que en su nueva situación, ya no…― Balbuceó nerviosa ― Quiero decir… la empresa no está capacitada para albergar empleados con algunas privaciones como las de usted― Exhaló aliviada como si se hubiera sacado un peso de encima.
                Marco la escuchó calmado. Estaba sentado en el sillón oliva pasando su bastón de una mano a la otra. Al final dijo:
― No me sorprende. Era de esperarse― Embozó una pequeña sonrisa y agregó ― ¿Cómo un ciego puede manejar desde la pantalla de una computadora la administración de una empresa magnate?
― Usted es una persona inteligente― Le dijo Jazmín― Estoy segura que encontrara una manera de…
― No hay manera― La interrumpió pacíficamente―Deberemos vivir de una pensión, amor― Le dijo esta vez a Dafne. La cual no respondió, solo se escuchó una especie de atragantó o nudo en una garganta. Seguro la de su prometida. Lamentaba no poder ver su expresión. Seguro estaría con los ojos grandes y la boca caída sin poder creer una vida así. Ya se acostumbraría.          
                   Los días pasaron. Fueron días difíciles.
Extrañaba mirar películas. Intentó escucharlas pero no era lo mismo. Tomó un mazo de cartas, pero a su tacto todas las cartas eran iguales. Solo tenía la música. Ya que solo necesitaba de los oídos para apreciarla.  
Lo más desgarrador fue cuando buscando el interruptor de una lámpara, sus dedos tocaron un objeto cuadrado sobre la mesa de una familiar textura aterciopelada. Supo de inmediato de lo que se trataba. Era lo que más añoraba. Pero nunca lo recuperaría. Había perdido la lectura de por vida. 
Recordaba en su mente la forma de las letras. Esperaba nunca olvidarlas.
Los curvados meandros de la “S”. La redondez infinita de una “O”. Nunca podría olvidar las líneas entre cruzadas de una “X”, o como se paraba inmóvil y autoritaria una “I”.  
También recordó como al emparejar aquellas letras con vocales creaba algo aun más maravilloso. Las palabras. Las cuales habían sido protagonistas de las mejores novelas que había leído. Ahora tan inaccesibles y distantes.
El teléfono sonó retumbando y rebotando entre las paredes del salón. Tardó algunos minutos en encontrarlo. Pero al final lo tuvo entre sus manos y contestó:     
― ¿Marco?― Era la voz de Dafne. No la había visto en todo el día. Y la última semana había estado distante, frecuentando poco y nada su casa. Era bueno escuchar su voz después de tanto tiempo.    
― Amor, ¿Cuándo vendrás a casa?― Le preguntó entusiasmado con una pisca de esperanza.
― Ya no iré― Le dijo. Su voz era fría. Marco podía sentir como le apuñalaban el corazón. Sabía de qué estaba hablando Dafne, pero no perdería la esperanza hasta último momento.  
― ¿Qué quieres decir con que ya no vendrás?
― Qué lo nuestro se terminó― Le respondió secamente, sin medir sus palabras o colocar el mínimo de compasión en ellas.  
― ¿Es porque soy ciego?― Marco ya no solo sentía su corazón ser apuñalado, sino que aquel puñal ahora era presionado con fuerza sobre su pecho y era girado de un ángulo al otro de forma torturadora. 
― No, claro que no― Hubo un segundo de silencio ― Esa no es vida para mí― Marco comenzaba a entender a la verdadera Dafne, no era una mujer dulce como él creía, era materialista y vil ―Yo quería una gran boda, con un hermoso vestido bordado y una fuente de chocolate. Con una pensión de ciego no podre tenerla. Lo siento mucho.    
― ¿No pudiste tener la compasión por lo menos de decírmelo en persona y no por el teléfono?― Entonces entendió, solo estaba con él por su importante sueldo. Y como ya no lo tenía, ya no lo quería.
― Lo siento― Dijo aun que en su voz no se notaba aquel sentimiento de pesadumbre. Era una mujer fría. Luego de eso cortó el teléfono y del otro lado solo se escuchó el interminable tono de la línea telefónica.
                Había terminado una relación por teléfono. Era una mujer cruel y vanidosa. Su mayor virtud era la ambición. Era buena para ser ambiciosa. Siempre deseaba más de lo que necesitaba y lo conseguía tarde o temprano. ¿Cómo no pudo verlo antes en ella?, tal vez lo había visto pero no le importó. Ya que sería fácil contentar a una mujer que solo quería su dinero. Era una relación fácil y simple. Pero sin embargo se sentía decepcionado y engañado.   
                Su corazón se aceleró, y aumentó el ritmo de sus latidos como si fueran furiosos martilleos sobre la pared de su tórax. Su pecho se oprimió. La boca de sus pulmones se cerró impidiendo la entrada o salida del aire.  Su mente se nubló. Una nube gris invadió su mente oscureciendo su conciencia y equilibrio. Sintió como sus piernas flaqueaban y cedían al peso de su cuerpo dejándose caer al suelo, pero se sostuvo del mueble, sea cual sea que sus manos pudieron alcanzar antes de caer. ¿Qué le sucedía?, estaba sufriendo un ataque de pánico.    
Era mucho en poco tiempo. El glaucoma, la pérdida del trabajo, y Dafne. Era más de lo que podía soportar.  
Cuando sintió por fin que sus rodillas no soportarían más y se precipitaba a caerse al suelo. Alguien lo sujetó del brazo. No supo quien, pero lo condujo fuera de la habitación. No supo por donde, solo se dejó llevar.   
Escuchó una voz que le hablaba, pero no supo de quien era. Estaba muy abrumado para percibirla y reconocerla. Solo se dejo llevar arrastrando los pies mientras intentaba con fuerza recuperar el aire que le faltaba a sus pulmones.    
No supo cuanto tiempo pasó, pero fue un alivio cuando las fauces de sus bronquios se volvieron a abrir dejando paso al aire. Un aire ligero y húmedo, con aroma a verde. Estaba en su jardín.  
Tomó varias bocanadas mientras sentía como su cuerpo recuperaba la fuerza.
Todavía lo sostenían por el brazo.  
¿Quién era? Supo que era una mujer, porque tenía el brazo pequeño. ¿Sería Dafne?, ¿Se había arrepentido?, ¿Sería capaz de perdonarla por lo que le había hecho?   
Tomó otra bocanada de aire fresco y le habló, lento y de forma grata:
― Gracias―Le dijo, esperando oír su respuesta para reconocer su voz.  
― Llame a la puerta pero nadie contestó, entonces use la llave que me diste el otro día― Al escuchar esas palabras supo de inmediato quien era. Se sorprendió y se alegró al reconocer la mujer dueña de tan hermosa voz― Y te encontré― Agregó aferrándolo fuerte por el antebrazo.    
― Gracias, ha sido una semana difícil― Le dijo sintiendo como las suaves yemas de sus dedos hacían contacto con la tosca piel de su brazo.    
― Me lo imagino― Le dijo dulcemente.
― Dafne terminó conmigo― Le contó.
― Ah, mmm― Exclamó en forma de comprensión. No sabía que más decir.
― Me alegro de haberte dado esa llave― Le dijo ―Gracias― Le repitió ― Jazmín, gracias.
―No lo agradezcas, somos amigos. Los amigos hacen eso― Dijo embozando una sonrisa. Marco no podía ver su sonrisa, pero la conocía bien para saber que lo estaba haciendo, mostrando sus brillantes dientes al mundo.
Jazmín lo acompañó de vuelta a la sala y le preparó un té. Ambos charlaron mientras sus labios saboreaban el dulzón propio de la infusión de manzanilla:
― Porque ya no sea tu secretaría, no se significa que ya no sea tu amiga― Estaba seguro que volvió a sonreír.
― Cierto― Dijo mientras se le escapaba una risita.
                Marco se levantó de su asiento y guiándose con su bastón se sentó frente al piano.
                Pasó sus dedos por la madera de la superficie del instrumento musical. Lo recordaba. Aquella madera oscura barnizada. Era hermosa. Ahora solo sentía su textura brumosa y su aroma a barniz fresco.
                Colocó sus dedos en posición y los desplazó presionando las teclas de memoria. Recitó a la perfección una melodía lenta y pesada de notas tristes. A pesar de ser una canción de ritmo de pesadumbre no carecía de belleza:
― No necesitó leer la partitura para tocar el piano, conozco cientos de melodías de memoria― Hizo una pequeña pausa y agregó ― También conozco el lugar de cada nota, de cada sostenido y de cada bemol, es imposible que me equivoque.
                Jazmín también se había levantado de su asiento y había caminado hasta pararse a la par de Marco para disfrutar de su música:
― Eres un gran músico.
― Había solo algo que amaba más que la música― Dijo melancólico sin retirar sus dedos de la melodía.      
                Jazmín sabía dé que se trataba, la sala era una enorme biblioteca, había estanterías colmadas de libros en las cuatro paredes:
― Beethoven y yo tenemos mucho en común― Dijo todavía tocando el piano ― Ambos perdimos lo que más amábamos.     
                Sobre la mesita más próxima al sillón oliva, había un libro de tapa blanca. Jazmín lo tomó entré sus manos y leyó el título:      
― “Dedos de Cisne”― Dijo. En ese momento Marco interrumpió la melodía con una nota final desafinada. Escuchar aquel título de repente le produjo una invasión de nostalgia. Una dolorosa nostalgia― ¿Es lo que estabas leyendo?   
                Marco asintió sin decir ninguna palabra. Jazmín se sentó en el sillón de oliva y le preguntó:
― ¿Por dónde quedaste?
― No es necesario que me leas― Le dijo levantándose de la butaca del piano.
― No, no lo es. Pero quiero hacerlo― Lanzó una simpática carcajada― No puedes quedarte con la intriga de cómo termina la novela de por vida.
                Marco rió y se sentó junto a Jazmín. Con sus sentidos preparados para escucharla leer:
― ¿En qué página quedaste?
― En la 126. “La limusina avanzó entre el oscuro asfalto debajo de una noche fulgurante bañada de millones de estrellas”― Dijo recordando el fragmento a la perfección.
― ¿Cómo lo recuerdas?― Dijo la secretaría sorprendida por su memoria.  
― Nunca olvidare aquella frase. Fue lo último que mis ojos vieron antes de…― Su voz se fue. Era muy duro. Todavía no lo superaba. Pero Jazmín entendió a que se refería: Antes de que perdiera la visión. Antes del glaucoma. Antes de perder el vínculo con su mayor pasión.      
― Bueno― Dijo aclarándose la voz para comenzar con la lectura ― “La limusina avanzó entre el oscuro asfalto debajo de una noche fulgurante bañada de millones de estrellas. La ventanilla empañada por la fría humedad de la noche era una poesía de contraste frente a la alegría del público que la despedía”― Marco se sorprendió al oírla leer para él. Tenía una hermosa voz. Y leía de una forma especial. De una forma tranquila y relajante que adormecía su duro corazón― “Sin que pudiera antecederse, sintió un violento torbellino dentro del automóvil. En una curva, la limusina tuvo un accidente, y salió saltando por la acera mientras daba vueltas frenéticas” ― Jazmín dio un pequeño gemido de sorpresa. La historia la estaba envolviendo en su suspenso― “Cuando la bailarina despertó, ya no se encontraba en la limusina. Una habitación blanca y brillante como una estrella la envolvía. Supo de inmediato que algo vacio había en ella. Algo ya no era como antes. Quiso sentarse en la camilla, pero no pudo. Sus manos se movieron, pero sus pies no”― Jazmín dejo de leer. Marco sintió como una daga volvía a clavarse en su corazón. Era como revivir todo de vuelta. Perder algo a lo que amas. Como él había perdido la vista. La bailarina había perdido la movilidad de sus pies.
                Marco suspiró un par de veces intentando mantener sus lágrimas detrás de sus ojos. No quería llorar frente a Jazmín. No quería que se sintiera peor por haberle leído ese libro. Que casualmente tenía mucho de común con su vida. Intentó parecer tranquilo:
― ¿Qué pasó?― Le preguntó amablemente ― No podemos quedarnos con la intriga.
                Supo de vuelta que Jazmín sonreía. Volvió a escuchar cómo se aclaraba la voz:    
― “Nunca volvería a bailar. Su pasión quedaría olvidada. Guardada solo en su memoria. Temía olvidar lo que se sentía bailar. Girar como un elegante trompo y saltar como una libre mariposa. El ballet significaba libertad. Y había perdido esa libertad”― Jazmín volvió a callar. Pero esta vez sintió que lo miraba. No podía verla mirarlo, pero sentía sus ojos sobre él. Él estaba llorando.
                Marco sacudió su cabeza pasando sus dedos por su mejilla para secar la humedad de sus lágrimas:
― Es irónico. Una bailarina que pierde el control de sus piernas. Un músico que pierde la audición. Y un lector que pierde su visión― Sacudió devuelta su cabeza en un gesto melancólico ― Pensé que yo era el único― Dijo riendo. Riéndose de sí mismo. La vida era irónica. Te quita para siempre lo que más amas― Terminemos la historia― Le dijo volviendo con disposición sus oídos para recibir la lectura.    
― “Ella no se rindió. No se dejaría vencer por lo que la vida tenía preparada para ella. Sus manos fueron las confeccionistas de su siguiente número de ballet. Cortaron y cocieron su nuevo traje. Añadió mucho brillo encarecedor. Plumas y alas. Sería un verdadero cisne. Los cisnes no bailan con los pies. Su elegancia está en su fino cuello y en sus amplias alas.”
“Su cuello llevaba una estupenda ornamentación de relucientes plumas y preciosas piedras blancas. Sus dedos sostenían y movían lo que era la estructura de unas alas. Dedos de cisne. Sus dedos bailarían.”
“Y así fue. Mientras un grupo de bailarinas la rodearon dando saltos en el aire como pichones que planean antes de volar. Ella en el medio de sus compañeras abrió sus enormes alas de cisne. Y las hizo bailar. Las agitó en una y otra dirección. Era un baile elegante y mágico. Enmarcando al compas de la canción un aire de misterio encantador. Casi hechizante. Eran alas enormes. Llenas de brillo y hermosura insuperable.”  
“El número musical terminó.  Aun que nadie quería que termine. El público nunca había visto algo así. Los aplausos recibidos fueron ensordecedores. Alaridos deleitosos inundaron el teatro. La bailarina nunca en su vida había recibido tanta ovación”― Jazmín cerró el libro. Había leído hasta la última página.
                En la cabeza de Marco pasearon un montón de ideas sueltas. Tardó en ordenarlas. Pero cuando lo hizo se dio cuenta de lo afortunado que era.
                Beethoven era sordo. Pero tenía su visión para leer las partituras y escucharlas en su mente.  
                La bailarina era paralítica. Pero tenía sus manos que eran capaces de bailar y acompañar a un grupo de bailarinas en un ballet.  
                Él era ciego. Pero tenía de la audición para escuchar las historias que antes leía. Además tenía a Jazmín. Que con su hermosa y suave voz le había leído.
                No pudo contener sus manos las cuales viajaron hasta el rostro de Jazmín. Acarició sintiendo la anchura de sus elevados pómulos. Sintió sus labios tiernos como almohadas y húmedos como el rocío mañanero sobre los pétalos de las rosas. Tampoco pudo contener que sus labios viajaran hasta los suyos. Y la besó. La besó para nunca dejarla ir de su corazón.     

martes, 7 de abril de 2015

Soñando


No más que un vuelo ligero,
es un sueño.
Flotando como niebla,
paseamos por una extraña mente de ciudadela.

Nuestra alma flota a la deriva,
paseando, recorriendo valles que alucina.     
Explora siendo virgen,  
lugares que no existen.  

Mas la magia tiene lugar,
su poder se torna real. 
Personajes oriundos de fantasía,  
caminan por el ensueño de melancolía.    

Como un laberinto sin salida,
nuestra mente nos muestra mil perspectivas.     
Podemos volar sin alas,
y respirar agua.   

Millones de posibilidades se abren paradojos,
con solo cerrar las puertas hacía los ojos.   
Una mirada nublada y oscura,
es el pasaje hacía el país de la locura.