miércoles, 1 de junio de 2016

La chica con cabellera de fuego



                Las llamas se inflaban y alzaban, danzarinas, mortíferas, llenando las paredes de la casa como serpientes, pintando en negro ceniza el camino por donde habían pasado. Las ráfagas, hambrientas habían consumido el oxigeno de la atmosfera, saturándola, haciéndola imposible de respirar.  
                — ¡Todo esto es tú culpa!— Le recriminó el hombre mientras tomaba el brazo de la joven con brusquedad.
Eglantine se cubrió el rostro con la otra mano, apenas podía respirar en medio de aquella nube de humo y cenizas.
— Lo siento — Masculló en medio de una tos, luchando por respirar.
— Un lo siento no arreglara esto — Su prometido se veía enfadado, en sus ojos brillaba el reflejo del fuego que lo rodeaba.
— Debemos irnos, huir… ¡Suéltame! — Dijo sacudiendo su brazo, sin poder lograr zafarse del agarre de su prometido.   
— ¿Huir?, ¿A dónde?, ¡Ya no me queda nada!— Clavó su mirada sobre la joven, mirándola con ira contenida — ¡Mi casa!, ¡Mi riqueza!, ¡Lo he perdido todo!, ¡Y todo es por tu culpa! — Volvió a sacudir a la joven, mientras esta gemía de dolor sintiendo como los dedos del hombre se cerraban con fuerza sobre su antebrazo.   
Las llamas se incrementaban, extendiéndose por toda la casa, tomando las paredes, inundando el segundo piso también.  
El hombre levantó su mano sobre la chica, dispuesto a golpearla, a descargar toda su furia y bronca sobre ella. Moriría allí, él y ella. Estaba dispuesto a perecer con su fortuna.
Eglantine viendo como la mano del hombre se movía hacía su rostro, gritó, llamando al que sabía que sería el único en ayudarla.
— ¡O´Niasrax!      
La mano del hombre se detuvo antes de llegar a la chica, un fuerte temblor por toda la casa lo detuvo en el acto.  
El prometido comenzó a correr, arrastrando a la joven, mientras esta intentaba soltarse, pero le era inútil, el hombre era muy fuerte. El hombre subió la escalera, en dirección al segundo piso. Tomó a su prometida por el cabello rojillo y la arrojó dentro de una habitación.  
— No dejaré que nos encuentre. Tampoco te entregaré a él — Dijo con rabia en su mirada azul, mientras tomaba un arcabuz que colgada encima de la chimenea, lo cargó con pólvora y una bala.     
Eglantine comenzó a llorar, las lágrimas surcaron por sus mejillas empapadas en grises cenizas.
— Cállate, o lo atraerás aquí — Y fue muy tarde O´Niasrax ya había escuchado su llanto, e iba por ella. Con su impecable habilidad trepó por las paredes exteriores, en el tejado sintió el aroma de la joven llenar sus pulmones, dándole con precisión su ubicación.  
O´Niasrax rasgó con sus patas las tejas del techo, abriendo una entrada en la casa, un rugido aterrador dio a conocer su imponente presencia.   
El prometido viendo al enorme dragón sobre su cabeza, por un momento se quedó congelado, era tan imponente, aterrador e intimidante, pero el rugido que soltó a continuación le sirvió para salir del trance. Apuntó el arma a la cabeza de la criatura y disparó. La bala voló por el aire, hasta impacta en el hocico del dragón.  
O´Niasrax sacudió su cabeza con un gemido de dolor, la bala le había abierto el labio, haciendo que su quemante sangre, encendida como la lava se escapara de su interior, quemando la madera del suelo al gotear sobre esta.
La criatura alada volvió a rugir, aun mucho más enfadada que la vez anterior. Mirando al hombre de ojos azules como una criatura odiosa e insignificante, y la verdad que a su lado lo era.  
El prometido quiso volver a cargar su arcabuz, pero el dragón no le dio suficiente tiempo para hacerlo. Abrió sus fauces humeantes y de ellas dejó escapar una ráfaga que envolvió en fuego al hombre, este gritó, siendo víctima de una gran tortura y dolor, quemado vivo, hasta la muerte.
El cuerpo incinerado del hombre cayó al suelo inmóvil.
Eglantine se levantó del suelo, y corrió hasta el centro de la habitación, alzando los ojos hacía el techo donde se encontraba la abertura y el dragón de escamas plateadas mirando por ella.
—Viniste por mí — Dijo con una enorme sonrisa.
El dragón tomó a la joven entre sus jarras con suma delicadeza, y ampliando las alas de su espalda se lanzó a la noche, huyendo lejos de aquella casa.
Mientras volaba rodeada de la noche, sostenida por las zarpas de O´Niasrax, recordó como había llegado exactamente a este momento:    
Un matrimonio arreglado con un hombre horrible, violento e irrespetuoso. Embargada por esta nueva realidad, escapó al bosque, corriendo si rumbo fijo, se rehusaba a vivir una vida a lado de aquel despreciable ser.  
En el bosque lo conoció, era un hombre misterioso y solitario, que vivía en el límite del bosque, al pie de una montaña, en una cueva oculta por una espumosa cascada. Su nombre era O´Niasrax, y no era un humano común, su alma estaba ligada a una extraña magia que le permitía trasmutar en otro ser mucho más grande y poderoso.
O´Niasrax cuidó de ella, la llevó a su cueva cuando la encontró desmayada en medio del bosque, después de todo seguía siendo un humano, y su corazón se había apiadado de la pobre joven lastimada.           
Pasaron los días y su prometido había organizado un grupo de treinta hombres a caballo que cruzara todo el bosque buscándola sólo a ella, la quería de vuelta, se había burlado de él descaradamente al huir de esa manera, él era el hombre más rico de la cuidad y no aceptaría semejante deshonra, la recuperaría y la haría su mujer a la fuerza.
El grupo encontró a Eglantine bañándose en el lago, junto a la cascada. Cuando intentaron capturarla una enorme bestia alada los atacó, perdieron varios hombres, pero estaban armados, lucharon contra la bestia, hiriéndola con sus flechas y arcabuces.
Mientras el dragón estaba ocupado luchando contra los intrusos, el prometido aprovechó su distracción para tomar a la joven de cabellera rojilla, tan roja como un fuego encendido, y llevársela en su caballo de vuelta a su mansión.       
O´Niasrax no tardó en percatarse de la ausencia de la mujer, siguió su aroma por el bosque hasta una mansión en la ciudad. Rugiendo con rabia incendió las paredes de la casa con su aliento de fuego, esperando que le devolvieran a la joven de cabello escarlata.        
La criatura voló por encima del bosque dejando la mansión, ahora hecha ceniza, atrás, sus alas cortaban las nubes, mientras que la luna llena proyectaba su sombra alada sobre los árboles.
La joven pelirroja sonreía embobada deleitándose de la sensación del viento abrumando su cabello, y abrazándola con cada aleteó que daba.
El dragón entró por la cascada, dejando que la cortina de agua mojara su lomo herido por las flechas. Aterrizó en el suelo de roca, dejando delicadamente a la joven de pie, para luego volverse humano.   
O´Niasrax cayó de bruces con un quejido atorado en su garganta, la batalla lo había agotado.
— O´Niasrax —Murmuró Eglantine mientras abrazaba a su amado con delicadeza, procurando no darle más dolor del que sentía. El joven correspondió su abrazó y la besó dulcemente, mientras le prometía estar con ella por siempre, protegiéndola de cualquiera que quisiera hacerle daño.