lunes, 6 de junio de 2022

Reynolds, el último

27 de septiembre de 1849, Nueva York. 

Un nuevo monstruo había comenzado a habitar en mi hogar. Cada cierto tiempo me volvía a suceder. Estaba acostumbrado. La única manera de deshacerme de ellos era “aprisionándolos” en un papel. Pero no bastaba con poner su nombre en una hoja. No, era mucho más complejo, debía darle un lugar, un tiempo y una historia en la qué habitar. Con el gato negro había sido fácil. Con ese maldito cuervo que repetía como loro “Nunca más” me había llevado un poco más de tiempo, y luego estaba ese piso palpitante. ¡Era exasperante! Pero… ahora con Reynolds algo andaba mal. Era la primera vez que no podía encerrar a una de aquellas alucinaciones en el papel. Era extraño en demasía, generalmente al primer intento funcionaba, pero con Reynolds había escrito decenas de relatos, y Reynolds seguía allí, tan aterrador, acechante y molesto. Me estaba volviendo loco. Lo había convertido en villano, en coprotagonista, en personaje secundario, terciario, cuaternario, ¡incluso en el maldito protagonista!, pero nada lo dejaba satisfecho. ¡Se negaba a meterse en el papel sin importar qué!

29 de septiembre de 1849, Nueva York.

El insomnio comenzó a hacerse presente. Era evidente con Reynolds mirándome fijamente, junto a la cama, con sus ojos oscuros sin un ápice de brillo, sus dientes aterradores, su piel de difunto, su cuerpo monstruoso y su voz… cada vez que lo escuchaba respirar se me helaba la sangre.

— ¡Vete! Déjame dormir, maldito monstruo. ¡Métete en el malnacido papel! — No había caso. Reynolds era terco y cada día que compartíamos juntos, se volvía más aterrador y exasperante. 

Comencé a escribir cartas a mis familiares y amigos, estaba desesperado, sentía que Reynolds nunca me dejaría, que se quedaría vigilándome hasta el último aliento miserable de mis días, y no quería que fuera lo último de ver en mi lecho de muerte.

1 de octubre de 1849, Nueva York.

A Maria Clemm, en Richmond:

Durante más de diez días estuve totalmente trastornado, fuera de mí, aunque no bebí ni una sola gota; durante ese lapso, imaginé las calamidades más atroces. Fueron sólo alucinaciones, consecuencia de un ataque como jamás había experimentado en mis carnes, un ataque de mania-à-potu [delirium tremens].

2 de octubre de 1849, Nueva York.

Llevo días sin dormir. Puede que ello haya ocasionado que los demás monstruos escaparan. Al estar débil, loco y poco cuerdo, los cuervos habían logrado fugarse de sus prisiones de papel. Mi casa estaba plagada de emplumados negros que iban por aquí y revoloteaban por allá. Me tapé los oídos, pero el graznido enloquecedor se escuchaba por encima de mis manos. Me estoy volviendo loco. Ya no lo soporto. 

3 de octubre de 1849, Baltimore, Maryland.

Ahora no eran sólo los cuervos, el gato negro saltaba por las paredes, maullaba a la noche, rasguñaba los muebles y brincaba sobre mí. 

— ¡Basta! ¡Basta! ¡Deténganse! — Las paredes y el piso no dejaban de latir, de palpitar como un músculo vivo.

Miré a mi alrededor en busca de algo que pudiera serme útil. Mis ojos chocaron con los de Reynolds. Me miraba fijamente con esos orbes negros espeluznantes. Estoy loco. Corrí a la calle sin saber bien el curso que tomaba. Sólo podía pensar en escapar de los monstruos. Los cuervos volaban y graznaban a mi alrededor. El gato negro corría a mi lado, maullando como un desquiciado. Tenía que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para no tropezar con la acera que no dejaba de palpitar a mis pies.

— ¡Basta! Déjenme tranquilo.

Alguien se acercó a mí. Creo que dijo algo, pero no pude entenderlo. Su imagen y palabras parecían vedadas por una tela difuminada. 

7 de octubre de 1849, Washington D. C.

Estaba recostado. En un pequeño lapso de lucidez pude entender que me llevaron a un hospital. Estaba aislado, solo con mis monstruos y mi locura.

— ¡Reynolds! ¡Reynolds! — Creo que alguien me preguntó quién es Reynolds, pero yo no pude responderle. Solo podía centrar mi visión en aquella bestia del demonio, que estaba parada, inamovible, junto a mi camilla. Lo miré con furia, él había ganado, sería lo último que vería antes de morir.

Este relato de 689 palabras fue escrito para el “CONCURSO DE RELATOS XXXII Ed.CUENTOS MACABROS de EDGAR ALLAN POE”.

Como ya se habrán dado cuenta, el protagonista del relato es el mismo Poe. Llevada por la incertidumbre que existen en relación a su muerte, decidí escribir mi propia versión, donde Poe fue “asesinado” por sus propias creaciones. Los hechos que se relatan en el cuento están basados en hechos biográficos del autor:

Se sabe que Edgar Allan Poe murió el 7 de octubre de 1849. Cuatro días antes de su muerte, el 3 de octubre, Poe fue encontrado en las calles de Baltimore, Maryland, en un estado delirante. Según Joseph W. Walker, la persona que lo encontró, el escritor estaba «muy angustiado, y (...) necesitado de ayuda inmediata». Fue llevado al hospital universitario de Washington, donde murió a las 5 a.m. del domingo 7 de octubre. En ningún momento tuvo la lucidez necesaria para explicar de forma coherente cómo había llegado a dicho estado.

La carta es un fragmento real de su correspondencia con Maria Clemm, su suegra. Pero me tomé la licencia de cambiar la fecha de esta carta para que coincidiera por el hilo argumental del relato. La carta fue escita el 19/07/1849, unos meses antes que en el relato.

¿Y quién es Reynolds? Se dice que, en su agonía, Poe llamó repetidas veces a un tal "Reynolds" la noche antes de su muerte, pero nadie ha sido capaz de identificar la persona a la cual se refería.

Su muerte es un real misterio en todas sus letras.