
Siempre odié
las reuniones familiares y está no es la excepción. Vinieron todos y de todos
lados, incluso mi hermana Ester, que nunca fue capaz de llamar una sola vez en
todo este tiempo, ni para saber como me encontraba. Pero ahora, llegado a este
extremo, todos se habían reunido. También están sus hijos, mis sobrinos, “los ocupados”,
como a mí me gusta llamarles. Nunca tenían tiempo, ni siquiera para tomar una
mísera taza de té.
Luego está
Ramiro, el esposo de Ester, siempre me miró con suficiencia, como si yo fuera
un mero estorbo en esta familia. Recuerdo esa vez que lo eché de mi casa en
Navidad. No me place recordar el porqué
ahora, pero sólo diré que todos se fueron detrás de él, y pasé el resto de la
víspera sola, con una copa de sidra en la mano y lágrimas en los ojos.
Desde ese
momento comprendí que mi única amiga era la soledad. Era la única que nunca me
traicionaría, ni se iría de mi lado, a pesar de lo dolorosa que resultaba a
veces.
Pero ya
está en el pasado, aprendí a no vivir en mis recuerdos. Sólo el presente y el
porvenir me interesan.
Seguramente
se preguntarán, si odio a todo el mundo, ¿Por qué asistí a esta reunión?. La
verdad es que la reunión me encontró a mí.
Voy a irme de viaje, y todos lloran por mi partida. Estoy frente al
tren, y tengo a los hipócritas llorando a mi alrededor. Hubieran llorado antes,
ahora es tarde para detener mi partida. Me voy y nada me detiene.
Pero
tampoco se crean que ellos están tristes porque me mandé a mudar, no señor, si
me voy, se van conmigo sus posibilidades de recibir algo de mi parte, a pesar
de que yo nunca recibí nada de las de ellos.
¡Oh, Dios!,
ya llegó la peor. Su entrada fue como un torbellino de lágrimas y gritos. Incluso
fingió un desmayo, quien Ester atendió con el amor fraternal que nunca me
brindó a mí. Clotilde, esa sucia mujer, siempre mirándome como a un insecto, y
ella creyéndose una estrella sobre el resto de su familia, pobres mortales
inmundos. A pesar de tener la misma sangre de padres, nunca fuimos hermanas,
éramos como meras desconocidas. Y ahora es la más afectada por mi viaje. ¡Ja, irónico!,
pero a mí no me engaña, la conozco, con y sin su máscara de actriz.
Luego
llegaron mis hijos con sus hijos. Mis hijos lloraron, y me pregunté si sus
lágrimas eran honestas o no, talvez no lloraban por mi mudanza, sino por
arrepentimiento. Mis nietos ni siquiera se molestaron en mirarme, se sentaron alejados,
entre ellos, y se hundieron en el mundo artificial de sus celulares, que les
iluminaban los rostros como si fuera una película de terror.
Nunca vi
tantas lágrimas de cocodrilo en mi vida y en el mismo lugar, pero esas lágrimas
no me detendrán. Este viaje me espera y no pienso volver nunca.
Nunca se
interesaron por saber como estaba, y ahora que me voy, todos me rodean como buitres
hambrientos. Pero están muy equivocados si piensan que van a ver una moneda de
mi bolsillo.
Antes de afrontar
este viaje me aseguré que ninguno de ellos vaya a hacerse de mi fortuna, ni de
mi casa, ni de mis autos, ni de mis cuentas, nada, me deshice de todo, vendí
todo y regalé lo que no se podía vender.
Es irónico
como ayer, mi casa se encontraba vacía, sumida en mi única compañera, la soledad,
y hoy, está atestada de amigos y familiares. De algunos que incluso hacía más
de media vida que no los veía. Pero ahora ya es tarde. Llegaron muy tarde.
Me doy una
última mirada a mí misma en el cajón y decido emprender el viaje. El tren me
espera, está por zarpar, y yo no pienso quedarme ningún segundo más en este
lugar.