
Algunos
me llamarían “zombi”, pero no es un término que nos guste mucho a los de mi
especie. Y como el siglo veintiuno fue el siglo de los derechos humanos; el
siglo veintidós, lo es de los no-humanos. Cuando el congreso presentó el
proyecto de ley, mi raza no esperó mucho para abogar por nuestros derechos como
no-vivos. Algunas de las cláusulas que más nos alegraron fueron: “Será
reprimido con multa o tres años de cárcel al que llamare a los no-humanos por
apelativos despectivos o de carácter discriminatorio, tales como: no muertos,
zombis, carne muerta, olorosos, etc.”. Fue así como se cambiaron términos como
“no muertos” por “no vivos” o “resucitados”. Todos coincidimos que la palabra
“muerte” y sus derivados pueden dañar la susceptibilidad de varias no-personas.
Para evitar eso, es mejor desaparecer ciertas palabras de nuestro vocablo
diario. Otras de las leyes que nos benefició como especie fue la que dicta:
“Toda empresa estatal, pública o privada debe habilitar tres cupos, como
mínimo, reservados para no-personas”.
Así que,
gracias a esa nueva ley, es que me encuentro ahora mismo frente a un
escritorio. Podría decirse que evolucioné de no-persona a esclavo del sistema.
Paso enormes cantidades de tiempo trabajando, al igual que mis compañeros no
vivos. Varios nos quejamos al respecto, ya que nuestras jornadas constan de más
de setenta y dos horas de corrido, sin recesos para comer o descansar. “Los
no-humanos no duermen”, respondió nuestra jefa ante nuestro reclamo por
descanso. “Los no-humanos solo se alimentan una vez cada siete días”, refutó
también ante la queja por nuestro inexistente almuerzo diario. Por supuesto, la
denuncia ante las autoridades no llegó a ningún lado, ya que es científicamente
comprobable que, efectivamente, no dormimos y sobrevivimos consumiendo un
cerebro hasta la próxima semana.
¿Qué por
qué no renunciamos si nos explotan laboralmente? Pues muy simple: ¿con qué
vamos a comprar nuestros cerebros para la cena semanal si no trabajamos?
Nuestros ancestros se alimentaban a la “antigüita”, cazaban algún humano y
saciaban su necesidad en el momento; pero, si queremos pertenecer e integrarnos
a la sociedad, debemos seguir las reglas y comprar nuestro alimento y no
cazarlo como meros animales salvajes.
—Jhoni,
no te veo tecleando —me espanto al escuchar una voz gruñona detrás de mí—. Está
bien que tengas medio cerebro, pero esa no es excusa para holgazanear en el
trabajo.
—Lo
siento, jefa. Ahora mismo vuelvo a trabajar —Reanudo el movimiento torpe de mis
dedos sobre el tecleado. A los no-humanos nos lleva el doble de tiempo que los
humanos, gracias a nuestras dificultades motoras, escribir en el maldito
teclado del computador. Por supuesto, como no necesitamos dormir, recuperamos
el tiempo perdido durante la noche cuando nuestros compañeros humanos duermen
en sus casas.
Mientras
intento no atrasarme en el trabajo, mi medio cerebro no puede dejar de
pensar. Pensar…, uno de los pocos rasgos humanos que aún conservamos.
¿Por qué
se siente como que algo no está bien? Es como si los humanos nos hubieran
tendido una trampa, ¿es verdad o es mi imaginación? ¿Acaso nos endulzaron con
palabras bonitas y solo nos estaban utilizando para sus sucios intereses?
Antes, antes… éramos distintos, pero las cosas se sentían reales y correctas.
¿Era mejor la no-vida que teníamos antes a esta? Tal vez, ser zombi no tenía
nada de malo y nos hicieron creer que sí. Tal vez nosotros…
—¡Jhoni,
te estás dispersando de nuevo! ¡No me hagas reportarlo al Ministerio! —Abro los
ojos ante su amenaza. Si los no-humanos subversivos tienen más de tres
denuncias al Ministerio de Derechos No-Humanos, puedes perder tu ciudadanía por
considerarte inadaptado para la sociedad. Y eso significaba perder tu trabajo y
ya no ser recomendado en ningún otro. Y, en el peor de los casos, puedes ser
desterrado de la sociedad y devuelto a la vida salvaje.
—Lo siento, jefa, lo siento. No volverá a suceder.
...
Este relato obtuvo el noveno lugar en el CONCURSO DE RELATOS 35ª Ed. LA CONJURA DE LOS NECIOS de John Kennedy Toole