Elias Voss estaba sentado frente al receptor, como cada mañana desde que había llegado a Kepler b-405.
Según los cálculos, la transmisión debió llegar en las
primeras tres horas tras su arribo. Pero ese día se cumplía una semana desde
que había instalado la base. Miró por la ventana la tormenta electromagnética
que se avecinaba desde las dunas keplerianas.
Un día en Kepler b-405 equivalía a cinco años en la Tierra,
ya que orbitaba dentro del campo de distorsión de Metatrón, una estrella
magnetar…
“Ya han transcurrido… 35 años terrestres”, pensó.
Respiró hondo, intentando mitigar los síntomas de ansiedad
que comenzaban a presentarse.
El panel se agitó con violencia y los LED titilaron al ritmo
de la tormenta cuando esta alcanzó la base.
Elias se apresuró a desconectar el receptor, pero se detuvo
al ver un comando numérico aparecer en el panel. No lo reconoció. La frecuencia
provenía de algún lugar desconocido.
“¿Acaso de otra estación lejana? Tal vez ellos sepan qué
sucede en la estación terrestre…”
Aceptó la transmisión.
—No recibirás el mensaje que esperas —se sorprendió al reconocer la voz del otro lado. Era su voz. Él mismo se estaba enviando un mensaje—. Esperé por años, y nunca llegó. Luego de que la nave abandonara la Tierra, hubo una rebelión cibernética. Misteriosamente, la IA logró tomar conciencia. No pierdas el tiempo como yo lo hice. Mi tú de ese entonces: aún estás a tiempo. Busca y encuentra a las personas que aún están libres de la inteligencia artificial consciente. Debes llegar primero, encuéntralos a todos y recupera la Tierra. Recuérdales que es nuestro planeta, no el de las máquinas.
Este escrito participa en Microrrelatos séptima temporada: La espera