sábado, 11 de septiembre de 2021

La Caja del Mimo



 

El señor Pericles pensó que ese iba a ser un día como cualquier otro, pero se equivocó. Pues, en su lugar, cualquiera pensaría que ese sábado sería como cualquier otro sábado de su vida. Como siempre, se levantó a las seis de la mañana y todo marchaba normal.  

Por supuesto, la indumentaria y el maquillaje llevaba de un gran preparativo, así que pasó sus habituales dos horas frente al espejo, pintando su rostro de blanco y negro. Dibujando una sonrisa falsa, pero alegre. Y su traje, que parecía de un preso con frac, lo esperaba planchado e impecable sobre el placar.    

Antes de marcharse, como ya era rutina diaria, se dio una última ojeada al espejo. Estiró los tirantes y se sonrió a sí mismos cuando al soltarlos, estos latiguearon contra su pecho.

Tomó su maleta de trabajo, que por supuesto estaba vacía. Y con ella, y todo embadurnado en maquillaje y apretado en su traje a rayas, abandonó aquella vieja y familiar habitación de hospedería.

Hizo el mismo recorrido de siempre. Anduvo por las mismas tres calles que bien conocía, con los pasos más cerca de la pared que del cordón. Dobló a la izquierda cuando se encontró con la avenida principal, y desde allí tuvo que caminar otras tres cuadras más. Estaba seguro que si cerraba los ojos, podría llegar a su destino sin perderse. Su cuerpo estaba acostumbrado a recorrer siempre el mismo trayecto.  Ni una cuadra más, ni una calle menos.

Por fin llegó a aquella plaza. Era la ideal para un mimo como era el señor Pericles. Ya que frecuentaban muchos niños que eran atraídos por las hamacas y los toboganes.

— ¡El señor Pericles está aquí! — dijo uno de ellos. Y como siempre, los niños comenzaron a congregarse a su alrededor, acompañados de algunos hermanos mayores y de madres protectoras, que se negaban a dejar a sus pequeños jugando solos en el parque, sin la supervisión de un mayor.

El señor Pericles hizo una reverencia. Esa era su costumbre antes de comenzar el show. Su público, que no era poco, pero tampoco mucho, lo recibió con aplausos.

Y comenzó el acto. Hizo lo que estaba acostumbrado a hacer y en el mismo orden. Levantó un yunque enorme, le costó, obvio, algunos niños se rieron cuando sus rodillas temblaron a causa del enorme peso que estaban soportando. Pero… las risas no eran tantas como siempre. Tocó un piano, y se cayó graciosamente de la butaca cada vez que llegaba a la última nota. Al parecer el acto ya no les parecía tan gracioso como siempre.   

Las risas de antes, esta vez fueron reemplazadas por toses, bostezos e incluso algunas quejas.

— Mamá, el señor Pericles es aburrido. Hace siempre el mismo acto.

— Oh, cariño, tienes razón. Lleva haciendo el mismo acto desde que yo era pequeña.

El mimo se sintió desfallecer cuando los murmullos llegaron hasta él. ¡El público no se estaba divirtiendo!, corría peligro que se levantaran y abandonaran al viejo Pericles ahí solo, en medio de la plaza, con sus imitaciones para él solo.      

Al parecer, los niños ya no eran tan fáciles de contentar como antes.  

Bien, si este público difícil quería algo nuevo, el señor Pericles se los daría. Se saldría de su rutinario show que llevaba siendo un éxito durante los últimos años, todo eso haría para no ser olvidado, para seguir despertando risas infantiles. Haría un cambio.  

Uno de los niños, se había levantado de su lugar, con obvias intensiones de abandonar el acto del mimo, pero se detuvo cuando se percató que algo cambió en la rutina del mimo.  

— ¿Eh?, ¿el señor Pericles nos trae un nuevo show? — dijo, y volvió a sentarse, dándole esta vez toda su atención al que vestía a rayas.  

Pericles, se sobó los guantes, pensando en un acto improvisado. Tenía que sacar algo de la galera de inmediato.   

— ¿Qué está trayendo el viejo Pericles? — preguntó un niño interesado, cuando el mimo comenzó a jalar de una cuerda trasparente, la cual lucía sumamente pesada.

— Qué buen actor — dijo una de las madres —. Incluso pareciera que hiciera fuerza de verdad, y todo.

Pericles escuchó aquellas palabras. Se limpió una gota de sudor que se escurrió por su maquillaje. Sí, lucía real, porque extrañamente, después de treinta años de actuar como mimo, realmente sentía que estaba arrastrando una enorme caja con una soja. ¿Qué diablos?, se preguntó Pericles. No entendía nada. Pero siguió con el acto.  

Fue un gran esfuerzo real, pero logró traer aquella caja invisible.

Pericles, con algo de temor, tanteó en el lugar con las manos. ¡Parecía una locura! ¡Lo sabía! ¡Pero él sintió que estaba empujando una caja real y pesada! Pero por suerte, todo había estado en su imaginación. Sus palmas sólo tocaron aire, así, que, con el pulso del corazón más tranquilo, pudo continuar con su nuevo acto.

Hizo que abría una puerta invisible y que la traspasaba. Después de cerrarla, hizo un chiste que despertó carcajadas en todos los espectadores. Dio un par de saltos dentro de la supuesta caja e hizo como si se golpeara la cabeza con el techo invisible. Los niños no podían parar de reír mientas Pericles se sobaba la cabeza y fingía llorar de dolor.

A continuación, colocó la palma de su mano sobre la supuesta pared invisible. La idea era mostrarles a los niños el tamaño de la caja. Pero… tuvo que volver la mano en un reflejo veloz cuando sintió algo.

No, no, no…

Debía ser su imaginación.

Los espectadores se sorprendieron, siendo contagiados por la expresión del viejo Pericles.   

— ¿Mamá qué le sucede al mimo?

— Es todo parte del show, hijo.

Sí, sí, eso pensaban los espectadores. Pero… ¡Pericles había sentido algo! Tenía guantes gruesos, pero incluso, a través de ellos había podido sentirlo. ¡Había una maldita pared real!

No, no…

¡Debo estar volviéndome loco!, es imposible que haya una pared real, pensó.  

Pericles estiró su mano una segunda vez. Necesitaba asegurarse que todo había sido parte de su imaginación.

Pudo soltar un suspiro de alivio, cuando su palma no encontró más que aire y la mismísima nada.

Sí, debía ser su imaginación. Talvez no estaba lo suficientemente descansado.

Intentó no darle mucha importancia a lo sucedido y siguió con su show.

Abrió la puerta de la caja una vez más y salió de ella.

Esa había sido una caja grande, ahora se metería en una caja pequeña. Si la grande había venido de la izquierda, de la derecha traería la pequeña.

Tomó otra cuerda imaginaría y comenzó a tirar de esta.  

Otra vez…, lo sintió. Pero esta vez la caja no era tan pesada, no, se sentía como si trajera una más pequeña, una mucho más pequeña, como del tamaño de una caja de zapatos.

Se preguntó si lo mejor sería dejar el acto allí y volver a su casa. Talvez, mañana sería un mejor día, pero no, el viejo Pericles era un hombre perfeccionista y ¡nunca había abandonado un acto!, ni siquiera en días de lluvia. ¡Y hoy no sería la primera vez que faltaría a su antaña tradición de actos!

Cuando tuvo la supuesta caja ante sus pies, hizo como si la pisara y saltara sobre ella. Luego de un par de saltos, dio un paso a la derecha, pero se tropezó cuando sus pies dieron con algo.     

Los niños estallaron en risas cuando el viejo Pericles cayó al suelo. Ellos pensaron que fue parte del acto, pero no. ¡Sus pies realmente habían chocado con algo! Se giró, buscando aquello que lo había hecho caer, pero sus ojos no encontraron nada. El escenario estaba vacío.

¿Acaso había tropezado con la caja invisibl…? No, eso era una locura.  

¡Definitivamente se estaba volviendo loco!

Se levantó del suelo, con el corazón hecho un desastre. Aquellos incidentes lo estaban asustando. ¡Pero incluso así Pericles continuó con el show!, sí, Pericles era de esos hombres que no saben cuando detenerse.

El acto final consistía en entrar en una caja pequeña, en una que medía la mitad que él.

Primero empezó colando un pie dentro de la caja. Su idea era meter un brazo a continuación, pero falló cuando entendió que algo extraño estaba sucediendo con su pie. Pues, lo sentía pesado, como si hubiera quedado atascado en una pequeña caja. Intentó sacarlo de la caja trasparente, sus manos, contra todo pronóstico y lógica, sintieron aquella caja, pequeña como una de zapatos, que rodeaba a su pierna. Tiró de ella, pero no había manera de zafarse. La caja tenía a su pie mordido como si dientes tuviera. Estaba completamente atrapado en su interior.

Las carcajadas resonaban a su alrededor.

— ¡Este acto es realmente bueno!

— ¡Sí!, no sé porque no lo hizo antes.  

— Cierto, siempre actuando el mismo acto aburrido por años.

Pericles intentó gritar, explicarles que no era un acto, que verdaderamente su pie había quedado atorado en una caja invisible, pero… su voz no salió. Se había quedado mudo, como un mimo.   

Y desde ese día, el mimo Pericles no dio más un acto, porque su vida entera se convirtió en uno. Nadie había vuelto a escuchar su voz, y siempre lo veían arrastrando una pierna, como si de ella colgara algo molesto y pesado.   

Su traje de rayas, no se lo volvió a cambiar nunca más. Una vez él mostró que no se lo podía quitar cuando lo regañaron por llevar ese viejo traje sucio y rotoso por el uso. Y era así, incluso una de las madres intentó ayudarlo. Pero los botones no se desprendían. El traje de mimo lo tenía cautivo. ¡Se sabía que incluso dormía y comía con él!    

Y aún peor, los rumores decían que Pericles había olvidado su verdadero nombre. Cuando tuvo que firmar una forma, le solicitaron que lo hiciera con su verdadero nombre, pero el viejo se quedó pensando durante horas, frente al papel, como si ya no recordara cuál era, y derrotado, ya no le quedó de otra que firmar con su nombre artístico y con el que todos lo conocían: el mimo Pericles.       

  

 


6 comentarios:

  1. El relato se fue volviendo inquietante con su avance.
    Interesante planteo.
    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La progresión de la realidad tangible a la realidad invisible (la de los mimos), fue gradual, acompañando la inquietud del relato.
      Gracias por dejar tu comentario. Un saludo.

      Eliminar
  2. ¡Hola, Cynthia! Buenísimo. Me encanta cuando conforme leo un relato este crece. Empezamos con una historia que se antoja tierna, seguimos con esa reacción de los niños y... entonces la realidad da un vuelco. Las intangibles paredes comienzan a amarrar al mimo. Asistimos a esa doble realidad, angustiosa para él y divertida para la audiencia. El relato se adentra en el terror de lo irracional y nos deja con ese final y una sensación de haber asistido a una estupenda historia. Muy pero que muy buen relato e idea. Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias David por tu comentario. Me alegro que te haya gustado el relato. Es cierto, la historia va transformándose gradualmente de lo racional a lo irracional, a tal punto que Pericles queda inmerso en "el mundo de los mimos", atrapado, sin posibilidades de retorno.
      Un saludo.

      Eliminar