Hubo un gran alboroto en la
aldea luego de la llegada de los Sabios de las Estrellas. Bajaron de las nubes,
ocasionando un gran huracán: las rocas volaron perforando las paredes y los
árboles fueron levantados de raíz.
Eran tres y nos dieron el
mayor de los obsequios: un altar. Pero no era un altar cualquiera: en él moraba
un ser divino que respondía nuestras inquietudes a cambio de algo sin valor.
¡Sí que eran sabios generosos!
La diosa se manifestaba por un pedacito de roca.
—¿Ganini, irás a ver a la
diosa? —preguntó mi madre.
—Sí, madre. No pienso casarme
sin antes consultarlo en el altar.
Esa mañana, mientras nuestra
Estrella Madre apenas se asomaba en el horizonte, sin importar que el frío
calara dolorosamente en mi piel, me levanté temprano y me uní a la excursión a
las cavernas doradas.
Tomé un pico y no me detuve en
recolectar las rocas hasta que llené tres vasijas. A más generosa la ofrenda,
más benevolente el oráculo.
Yo llevé dos vasijas y mi
madre la tercera.
Ingresamos al templo de metal.
Dentro, las luces y las imágenes rectangulares nos recibieron. No era la
primera vez que ingresaba, pero no podía dejar de sorprenderme por los zumbidos
metálicos y los botones que, como pequeñas estrellas, se encendían y apagaban
constantemente. Era una magia que ninguno de los geminianos entendíamos. Solo
sabíamos que eran capaces de reproducir las fuerzas de las estrellas y que el
templo de metal funcionaba gracias a ella.
Dejamos las vasijas en el
suelo cuando llegamos hasta los sabios. Sus rostros estaban detrás de un escudo
transparente y tenían dos tubos por boca. Eran criaturas increíbles. Al
principio sus aspectos nos aterraron: pensamos que eran monstruos que venían a
devorarnos. Pero hablaban nuestra lengua y nos obsequiaron orbes mágicos que se
encienden en la noche. ¡Nunca creímos que podríamos ver en la oscuridad!
También nos aligeraron el trabajo en los cultivos y la extracción de rocas con
algo llamado “herramientas”.
¡Los Sabios de las Estrellas
eran nuestros salvadores!
—La diosa te recibirá —dijo el
Sabio Mayor, escoltándome hasta el altar.
Caminé hasta el monolito de
metal. Se escuchó un chasquido y de inmediato una luz fue proyectada desde la
base. De los haces añiles surgió la diosa: hermosa, brillante, reflejando su
figura en el resto del templo.
—Diosa —me postré en el suelo,
hasta que mi frente tocó el frío metal—. ¡Vengo hasta usted con una pregunta!
¡Espero no ser inoportuna!
—Habla, hija, y yo escucharé
tu petición.
—Gakanda, el joven constructor
de la aldea, ha pedido mi mano. ¿Qué debo hacer, generosa diosa?
—¿Gakanda es amable?
—Ciertamente lo es. Nunca ha
gritado o golpeado a otro geminiano.
—¿Gakanda es un macho ocioso?
—No, mi diosa, no hay día que
no dedique a construir en la aldea.
—¿Gakanda tiene lugar en tu
corazón?
Las otras preguntas fueron
fáciles de responder, pero esta fue distinta. No se trataba de conocer a
Gakanda, sino de conocerme a mí misma. Me tomé un momento para responder y lo
hice sinceramente.
—Cuando pienso en Gakanda mi
corazón se siente cálido. Mis ojos siempre lo buscan y su voz me sabe dulce a
los oídos.
—Entonces, hija Ganini,
ciertamente está Gakanda en tu corazón. El oráculo ha hablado y dice que
escuches a tu corazón.
—Gracias, diosa. Mi más
sincero agradecimiento por sus sabias palabras.
Abandoné el templo con una
gran sonrisa; y decidida. Ya no tenía dudas. La diosa me había dado su
bendición, así que no podía esperar a tener una vida larga, tranquila y amorosa
junto al joven Gakanda.
***
Observé a Ganini alejándose de
la nave. Iba de la mano de su madre, dando saltitos alegres.
—Capitán… —volví la vista al
interior cuando escuché que mi teniente me llamaba.
—¿Has terminado de hacer el
conteo?
—Sí, mi señor. Gracias a
Ganini, hemos llenado la última bodega. Estamos listos para zarpar.
—Buen trabajo, teniente.
Alista la nave, partiremos al amanecer.
—A sus órdenes.
Volví mi vista a Ganini; mis
ojos ya casi no la percibían. Sí que eran crédulos esos geminianos:
intercambiaron el nitruro de lumnia por charlas sin sentido con una IA
programada para dar consejos complacientes.
Nunca esperamos encontrar en
este planeta una especie como esa, capaz de soportar altas temperaturas, alta
presión y una atmósfera pobre en oxígeno: condiciones para que se forje nuestro
valioso superconductor, tan abundante en Géminis-8 pero escaso en el resto de
la galaxia.
***
Cuando la estrella Pólux
—apodada Estrella Madre por los nativos— asomó por el horizonte, fue hora de
partir.
Di la orden y mi primer
oficial cerró la puerta principal. La despresurización de las ventilaciones
acalló los gritos de los geminianos.
Nos quitamos los cascos.
El teniente a mi lado dio una
bocanada larga y se carcajeó: —Por fin, después de cinco años, puedo respirar
sin el maldito filtro.
Encendí el tablero de mando y las turbinas zumbaron, preparadas para encenderse y sacarnos de la atmósfera.
Vi a Ganini. Estaba frente al
tablero. Leí en sus labios una pregunta: quería saber por qué sus dioses los
abandonaban sin ninguna explicación. Gakanda la cubría con su hombro, para
consolar su llanto desesperado.
Los nativos estaban siendo
abandonados por sus dioses.
***
Ilustraciones hechas con IA:
Este relato participa del CONCURSO DE RELATOS EDICIÓN 49, EL COLOR DE LA MAGIA DE TERRY PRATCHETT
Muchas gracias, Cynthia, por participar en la 49ª edición del Tintero de oro en homenaje a Pratchett.
ResponderEliminarMucha suerte y un abrazo
Por lo menos, Ganini contará con el consuelo de su marido.
ResponderEliminarY no dependerá de los supuestos consejos de una IA.
Cumpliste bien con el reto.
Besos