miércoles, 25 de marzo de 2015

La sala del muerto


 A su alrededor se abría un oscuro charco de sangre. Su piel ahora pálida se había vuelto fría como el hielo. Sus ojos antes tan vivos ahora carecían de expresión. Una violenta pistola negra se hallaba a unos centímetros de su mano diestra. Y en su sien derecha se abría paso una sangrienta grieta circular hacía lo profundo de su mente.   
 Lo rodeaba cinta amarilla y hombres de guardapolvos níveos tomaban fotos de flashes cegadores mientras otros recogían con dedos estilizados posibles pistas causantes. A la distancia en el marco de la puerta una joven casi niña y una mujer de cabellos carbones lloraban con desconsuelo una en los brazos de la otra. Largos alaridos femeninos inundaban el helado ambiente.       
La adolescente intentó llegar a su padre que se hallaba muerto, pero su madrastra la detuvo en el umbral envolviéndola en un abrazo.  
Un policía se acercó a ellas. Odiaba dar malas noticias, pero ese era su trabajo: 
― Lo siento mucho― Dijo sintiendo la garganta dura.
La madrastra no pudo más que responderle con un asentimiento de cabeza. No lloraba, pero su rostro era tan agrió y regio como una roca. Intentaba mostrarse fuerte. Solo se enfocaba en abrazar a la joven que lloraba.     
El equipo  forense se llevó la victima para la autopsia. La niña vió como el cuerpo de su padre abandonaba la sala siendo cargado en una camilla por dos enfermeros. No pudo evitar volver a llorar. 
Los días pasaron y la joven no dejaba de pensar en su padre.
Necesitaba aire. Últimamente se mareaba y se sentía débil. Se sentó en el banco de madera que daba al estanque del jardín. Su jardín era amplio y hermoso como el resto de la mansión. Celeste no comprendía como su padre pudo haberse suicidado, tenía todo lo que necesitaba, mucho dinero, incluso más que eso tenía el amor de su hija y de su esposa.   
Presionó con sus temblorosos dedos la foto que tenía entre sus manos sin darse cuenta que la estaba arrugando. La volvió a ver decepcionándose cuando vió que le había doblado una de las esquinas inconscientemente.
La foto tenía cinco años, había sido tomada poco tiempo antes de que su madre muriera. Su padre sostenía con los dedos de su muñeca un pincel manchado en tinta azul,  mientras su madre lo rodeaba cariñosamente en un abrazo.   
Su madre parecía tan feliz, al igual que su padre. No entendía como ambos pudieron haberse suicidado cuando aquella foto los retrataba tan felices. Y no era una felicidad fingida. Ella lo sabía porque había compartido durante años aquella felicidad con ellos.     
Su mente comenzó a pasear por lejanos recuerdos, que una vez deseo olvidar. Recuerdos que sofocan el corazón de un dolor imposible de superar alguna vez. 
Recordaba a Wen, la señora de la limpieza, cuando dio aquel horrible grito desesperado. Grito que nunca abandonó su memoria. Aquel alarido de angustia de Wen cuando encontró a su madre inmóvil sobre su cama sosteniendo entre sus pálidos dedos un frasco de arsénico. Un frasco vacio.
Nunca supieron cual fue la causa que impulsa aquella alocada acción en la madre de Celeste. ¿Por qué había llevado a quitarse la vida de aquella manera?  
Y ahora esto, su padre se acababa de quitar la vida en la sala. Una sala familiar, donde ocurrían todas las cenas familiares y fiestas con amigos. ¿Cómo un lugar tan alegre de repente se había convertido en el más horrendo de todos?
Perdió a su madre, y cinco años después a su padre. Ambos se suicidaron.   
Pero no encontraba sentido. Su padre, el señor Hans, había rehecho su vida, se había vuelto a casar con una estupenda mujer y nunca perdió el amor de su devota hija. Nunca podría borrar el dolor de la muerte de su primera esposa, pero hasta hace dos días atrás parecía llevarlo muy bien.
No se había dado cuenta, pero su rostro estaba inundado en lágrimas. Lloraba.         
Lloraba por haber perdido a su madre. Lloraba por haber perdido a su padre. Por haberlos perdido de la peor manera posible. Saber que eran infelices, eso le rompía el corazón. Pero aun peor lloraba por no saber qué era lo que les había arrebatado la felicidad de sus vidas.  
Volvió a mirar la foto. Estuvo el resto de la tarde recordando malos momentos, intentando encontrar algún indicio de infelicidad o depresión. Pero no encontró ninguno. Todos los recuerdos eran felices.
Cuando sintió que la llamaban giró en su asiento para percibir la figura que agitaba su brazo para llamar su atención. Ginger, su madrasta, lo único que le quedaba ahora, la llamaba para que entrara a la casa. No se había dado cuenta, era de noche. Había pasado toda la tarde sentada en aquel banco de madera.            
Cuando entró por la puerta del pasillo, Ginger le dio un pequeño abrazó mientras le daba pequeñas palmaditas en la espalda. Intentó reconfortarla con palabras: 
― Yo siempre estaré para ti―Decía mesclando sus palabras entre suspiros― Yo no te dejare.
Aquella afirmación hizo que todos los músculos de su cuerpo se tensaran. ¿Sus padres la habían dejado?, ¿La habían abandonado?
No pudo pensar más porque escuchó un murmullo que provenía de la cocina:
― El forense y el oficial están aquí para darnos noticias sobre Hans― Celeste no dijo nada, solo se dejó llevar por su madrastra hasta la cocina.
El oficial, con su reluciente traje de azul oscuro se sacó la gorra cuando la vió:
― Buenos días señorita Celeste― Decía colocándose de vuelta la gorra en su lugar.
Celeste le saludó con un casi inaudible “Hola”, todavía estaba muy sentimental como para formular palabras sin lanzarse a llorar nuevamente. Pero se contuvo, quería escuchar al doctor. Éste habló mientras levantaba unos papeles:
― Estos son los datos de la autopsia… ― Decía pero Celeste lo interrumpió.
― ¿Dos días y la autopsia está terminada?― Preguntó sorprendida.  
El doctor se aclaró la garganta con una tos disimulada antes de retomar la palabra:    
― Sí― Dijo girando los papeles entre sus manos para inspeccionarlos ― No hay mucho más que analizar o investigar. El tiro en su sien derecha indica claramente que se ha suicidado, la única anomalía que he notado es que en su mano derecha no tenía sangre salpicada como debería producto de un disparo sino que estaba como corrida o frotada, supongo que habrá sido producto de la caída― Se detuvo para tomar un respiro y continuó ― Seguramente su mano habrá tocado el suelo o la ropa y eso produjo la frotación de la misma sangre. Nada anormal ― Terminó por agregar.
Celeste escuchó aquellas palabras, tardó en procesarlas, eran información muy dolorosa. Pero cuando las entendió su rostro se volvió a hundir en tristeza. No había error, la autopsia lo decía todo. Su padre se había quitado la vida con su propia arma.  
No pudo siquiera despedirse del doctor o del educado oficial. Se giró rodando sobre su eje y se encaminó a su cuarto. Necesitaba tiempo para superar otra muerte. Tan dolorosa y confusa como la de su madre. 
Se sentó al borde de su cama y sintió entre sus dedos la textura de la foto. La tensión del momento provocó que haya olvidado que la tenía entre las manos. La volvió a mirar. Era lo único que le quedaba de ellos. Solo fotos. 
De repente su mente se confundió al momento que sus ojos encontraron la imagen de la foto, algo no cuadraba. Intentó volver a centrar la vista sobre la fotografía pero la sorpresa la abrumó de tal forma que había nublado su visión.  
Se esforzó en calmarse. Necesitaba volver a mirar la foto. Debía aclarar lo que acababa de mirar. Tal vez las emociones del momento pudieron jugarle una mala pasada y enredar su percepción. Pero no. Había visto bien.  
Su padre sostenía el pincel con su mano izquierda.  
Tomó largas bocanadas de aire para tranquilizarse. Sentía que su mente se nublaba. No quería desmayarse justo en este momento.   
Si su padre era surdo, ¿Por qué había disparado el arma con la mano derecha?
Le pareció muy claro, su padre no se había suicidado. Le habían hecho creer a ella, a su dulce madrastra, a todos los forenses y a los oficiales que se había suicidado. Cuando en verdad había sido asesinado.
Celeste abrió la puerta de su cuarto de una patada y salió corriendo por el pasillo para encontrarse con su madrastra y contarle lo que había descubierto:
― ¿Qué sucede niña?― Le preguntó Ginger algo extrañada por la repentina reacción de su hijastra.
Cuando la mujer vió a Celeste intentó tranquilizarla. Le palmeó el hombro cariñosamente y le extendió una taza de té. Celeste miró la taza de color pastel y la tomó con pereza:  
― Iba caminó a tu habitación a llevarte algo para tomar― Dijo cruzándose de brazos, como si estuviera esperando algo. Celeste no pudo siquiera preguntarse que sería lo que esperaba.  
Celeste vió la taza. Se veía apetitosa, pero estaba tan nerviosa que dudaba que pudiera tomar aun que sea agua sola:
― Toma querida― Insistió Ginger ― Sé por lo que estas pasando, no te vendría mal tomar un caliente té de manzanilla.   
Tal vez Ginger tenía razón. Necesitaba relajarse. Tal vez solo estaba imaginando cosas por lo que había pasado los últimos dos días. Mejor dicho los últimos cinco años.  
Presionó con fuerza la aza de la taza y comenzó a elevarla en dirección a su boca para darle un sorbo al contenido líquido. Ginger la observaba con una enorme sonrisa satisfecha. Ella sabía reír incluso en los peores momentos.    
Posó la porcelana de la taza sobre su labio inferior. Y antes de que pudiera volcar el contenido sobre su boca, un sonido la espantó produciendo que la taza se resbalara de sus dedos y chocara sobre la superficie del piso haciéndose añicos y dispersándose en cientos de filosos fragmentos.
Odiaba aquel timbre del teléfono, siempre provocaba darle aquellos sustos de muerte. Su padre siempre decía que debía cambiar de teléfono, pero antes de hacerlo desgraciadamente murió.   
Ginger se levantó veloz y atendió el teléfono.
Celeste estaba tan exaltada que su corazón pegaba saltos tan fuertes que apenas pudo concentrarse en la conversación de Ginger en el teléfono:   
― ¿Si?, si― Decía ― Si, ahora no puedo hablar― Dijo mirando de reojo a Celeste ― Después te llamó.   
Mientras colgaba el teléfono de vuelta en su lugar no pudo evitar lanzarle una horrenda mirada a su hijastra, miró con enfado la taza desecha, y volvió a centrar la mirada en Celeste.  
Celeste se sintió incomoda de inmediato. Nunca había visto a Ginger de aquella forma. Siempre había sido simpática y dulce. Pero ahora la miraba de forma oscura.  La miraba con unos ojos que nunca antes había visto en ella. Incluso podía decir que le daba miedo.
Ginger no le dijo nada, solo la miró de aquella forma. Pero de inmediato se recompuso cambiando de expresión tan rápido como si se cambiara de mascara:
― No te preocupes, te hare otra― Dijo embozando una tenue sonrisa.
― No, no te molestes Ginger― Dijo recogiendo los fragmentos del suelo ― Creo que mejor iré a dormirme temprano, estoy muy agotada.     
Ginger dudó, pero al final asintió dejándola retirarse a su habitación.
Antes de salir de la cocina Celeste le hizo una última pregunta a Ginger:
― ¿Puedo hacerte una pregunta antes de dormir?― Ginger asintió alegre exclamando un “si” ― Quería que antes de dormir escuchar alguna historia de papá, no se…― Dijo tambaleándose torpemente sobre sus pies.
Ginger volvió a sonreír y le preguntó qué historia le gustaría escuchar:
― Estaba pensando en la vez que tú y papá se conocieron. Se que lo he escuchado un montón de veces, pero me gustaría volver a revivirlo todo― Ginger asintió dando un leve temblor. Celeste supuso que le emocionaba recordar aquello.
― Hace siete años. ¡Lo recuerdo bien!― Dijo sentándose ante la mesa mientras Celeste la acompañaba ― Me presente en la compañía de tu padre. Él estaba pidiendo secretarias. Éramos muchas chicas, pero él me eligió a mi― Lanzó una pequeña carcajada y siguió hablando ― El estaba casado, pero eso no impidió que fuéramos grandes amigos, incluso tu madre me aceptó. Éramos inseparables. Tomábamos mucho té ― Dijo volviendo a sonreír, pero de pronto su rostro se ensombreció ― Me dolió mucho la muerte de tu madre. La quería mucho. Tu padre la amaba locamente. Fue aquel amor por ella que nos unió. Era una excelente mujer― Suspiró levemente y continuó ― Bueno, ya conoces el resto de la historia. Nos casamos y me mude aquí contigo y Hans.
Luego de escuchar la historia le dio un pequeño abrazó a Ginger y volvió a habitación lo más rápido que pudo sin despertar alguna sospecha en su madrastra. 
Celeste paseó nerviosa por toda su habitación. Sabía lo que había visto. Y agradecía no haberle mostrado la foto a Ginger, desconfiaba de ella. Aquella mirada la había perturbado. Pero la historia que le contó comprobó algo que Celeste especulaba. Ginger había conocido a su madre.
Tal vez su madre tampoco se había suicidado.    
Celeste entreabrió la puerta de su habitación para espiar a Ginger. Ella estaba hablando por teléfono otra vez. Esta vez no pudo escuchar la conversación, estaba muy lejos del alcance de su audición. 
Luego de colgar el teléfono, Ginger se colocó una campera y salió por la puerta principal. ¿A dónde iría a estas horas?
Cuando escuchó que la puerta se cerró fue dando pequeños pasos hasta encontrarse completamente en el medio del pasillo.
Dudó, pero al final se decidió. Investigaría la habitación de Ginger.
Rodó la manija metálica de la puerta abriéndola hasta que chocó contra la pared. Se dispuso a revisar primero los cajones, pero no encontró nada. Luego reviso el placar. Tampoco encontró nada sospechoso.
Se sentó en la cama y miró la mesada de luz de Ginger. ¿Por qué su madrastra guardaba una foto de su madre? Daba la impresión que Ginger quería crear la ilusión que realmente apreciaba a su madre. Pero ella no era tan ingenua.       
Tomó el marco de la foto y comenzó a abrirlo para sacar la foto. ¿Quién se creía para guardar la foto de su madre?
Pero lo que halló al otro lado de la foto la sorprendió aun más. Era una carta. ¿De quién era? No pensó mucho, solo la leyó:
“Queridos Hans y Celestes:
Quiero disculparme porque no he encontrado mejor solución que esta.
Me duele en lo más profundo de mi corazón tener que dejarlos, pero debo hacerlo. No es que quiera, pero no hay otra solución.     
Antes de explicarles quiero que sepan que los amo, y pase lo que pase nunca dejare de hacerlo. Lo que hare es muestra de mi amor por ustedes. Aun que no lo entiendan, es para protegerlos.
Hans y Celeste nunca confíen en Ginger.
Ella es la que provoca esto. Ha amenazado con matarlos a ambos si yo no me quito la vida.
Hans te has ido de viaje por trabajo y no volverás por una semana. Ella me encerró en nuestra habitación con un frasco de veneno. Celeste está jugando inocentemente en su habitación con sus muñecas. Si en una hora no he tomado el veneno Ginger amenazó con matar a Celeste.
No tengo otra opción.            
Ella no miente. La matará. 
Encontré esta hoja y una lapicera para escribir esta nota para que sepan la verdad. La esconderé con la esperanza de que Ginger no la encuentre.   
¡No confíen en Ginger!, ¡Que su porte simpático y amable no los engañe!, ¡Ella quiere deshacerse de mí para casarse contigo Hans para ser dueña de nuestra fortuna!, ¡No se dejen engañar! 
Nunca olviden que los amo. Este frasco de contenido blanquecino será el brindis de mi amor por ti Celeste, no es el brindis que seguro uno espera algún día celebrar. Pero de sincero amor más que este nunca nadie tomara.
Los amo: Clarisa”
Celeste había manchado la carta de su madre con pesadas lágrimas. El corazón le dolía. Había confiado en aquella serpiente durante años.
No necesitaba preguntar. Ginger también había matado a su padre. Y seguramente la taza de té tendría veneno para ella.
Quería deshacerse de toda la familia. 
La furia abrumó su interior. Arrojó con violencia el cuadro contra la pared mientras este estallaba convertido en afilados escombros.
Se dio cuenta que había arrojado la foto de su madre sobre la pare. Entonces llorando fue a recogerla mientras gritaba:
― ¡Lo siento!― Su visión se nublaba por las lágrimas ― ¡Lo siento mucho!
Su mirada percibió en el marco de la puerta una sombra.
Ginger se paraba rígida en el umbral mientras sostenía firme un cuchillo de cocina.
Celeste no tuvo miedo. No tenía nada que perder. Aquella horrible mujer le había quitado todo. Pero de algo estaba segura. Ginger ya no le sacaría la vida a nadie más. Lucharía por su vida que era lo único que le quedaba.
Ginger se lanzó hacía Celeste mientras lanzaba una macabra carcajada. Disfrutaba del mal.
Celeste tomó un fragmento del vidrio del cuadro y saltó lejos de Ginger:
― ¿Qué harás con eso?― Decía Ginger señalando el vidrio cortado mientras lanzaba burlonas carcajadas.  
Celeste no le respondió. Nunca más le dirigiría la palabra. Nunca había odiado a nadie. Pero en este momento no pudo evitar odiar a aquella persona. Había vivido cinco años bajo el mismo techo con el asesino de sus padres.    
Ginger agitó el cuchillo en su dirección. Celeste intentó esquivar el filo metálico. Pero fue imposible. La hoja del cuchillo rasgó la piel de su brazo izquierdo. Por suerte era diestra. Y en su mano derecha sostenía firme el fragmento de vidrio.    
Esta vez fue el turno de Celeste de atacar. Pensó que solo tenía una opción. Ginger era muy rápida. No podría acercarse a ella. Entonces tomando la fuerza que pudo hallar lanzó con brusquedad el afilado vidrio en dirección a Ginger.
Ginger se llevó las manos al pecho y cayó de bruces mientras un torrente sanguíneo se escapaba manchando su vestido blanco.  
El vidrio había volado hasta el pecho de Ginger y atravesado la suave piel. Se hundió hasta llegar a su vacio corazón. Carente de sentimiento o amor alguno. Ahora carente de vida.  
   

  

2 comentarios:

  1. ¡Menudo cuento! Bastante espeluznante. ¡Qué hija de mujer que vende su cuerpo, horizontal cuatro letras, que es Ginger! Y pensar que Celeste estuvo a punto de morir por el veneno que tendría esa taza (seguro que estaba envenenado su contenido). Pobre chica, por suerte vengó a sus padres. Me gustó mucho.

    Que tengas una linda noche. ¡Saludos!

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    1. Gracias. Que bueno que te haya gustado!

      Mi primer idea fue hacer un cuento policial (medio futurista) pero termine haciendo uno tipo de horror!! jaja

      Un saludo!!

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