jueves, 12 de marzo de 2015

Temporal


Ella era hermosa. Tenía un cabello áureo que brillaba cual semblante solar, miraba a través de dos ojos oceánicos, profundos y llenos de misterios.
Zelus, era un poderoso aristocrático que podría tener a la mujer de noble sangre que quisiera, pero él no quería a nadie más, desde que había visto a aquella hermosa joven no podía pensar en otra mujer a la que pudiera desposar.
No le importaba que Lucida, ese era el nombre de la joven, no procediera de familia ilustre. Ella era una simple campesina, pero para él era la mujer más hermosa de la ciudad, e incluso de las ciudades vecinas.      
Cuando se presentó en la granja de los padres pidiendo la mano de la joven, al principio los ancianos creyeron que era una broma, ningún aristocrático se casaría con una clase menor a la suya. Pero no era una broma, Zelus realmente quería casarse con Lucida.   
Fue una boda suculenta. Luego de la procesión nupcial y las formulas sacramentales que se acostumbraban en una ceremonia semejante, se celebró un enorme banquete. Rebosaban sabrosos platillos, se sentaron ante la mesa celebres personajes de la ciudad, pertenecientes al senado y a la caballería, la familia de Lucida nunca se había codeado de tales insignes personajes.          
No había nada que Zelus amara más que a su esposa, era hermosa, inteligente, y tenía una voz celestial, voceaba cada palabra de forma suave y dulce.  
El tiempo trascurrió y notó que él no era el único que la veía de esa forma. Podía ver cuando tenía huéspedes en su casa, como ellos no apartaban los ojos de su esposa. Incluso algunos se atrevían a hablarle, ¡Qué atrevimiento!, creyeron que tenían el derecho de hablarle. Lucida era solo suya, solo le pertenecía a él, no podía imaginarse a nadie más que él besándola y tocándola, incluso mirarla y hablarle, no podía creer que no existiera una ley que prohibiera intercambiar miradas con las esposas de otros hombres.   
Sentía como en su interior se desataba algo muy grande y violento.  
El peor de todos era su vecino Procacis, ni siquiera disimulaba sentirse atraído por Lucida, la miraba con aquellos ojos fisgones y sedientos. No soportaba a aquel hombre, incluso podría jurar que lo odiaba. Odiaba a Procacis, hacía que en su interior se encendiera fogosamente la ira.
Lucida sabía que el vecino había insinuado con ella, pero ella lo rechazó decenas de veces, nunca se atrevería a engañar a su amoroso esposo.  
Un día Lucida se encontraba en un jardín de flores recogiendo las que le parecían las más bellas, pensaba hacer un centro de mesa para adornar su sala.  
Zelus la observaba de lejos desde un ventanal de su casa, no confiaba en nadie, no la dejaría sola en ningún momento.  
Procacis descubrió a Lucida entre las flores, pero no se percató que Zelus la estaba cuidando de lejos. No se podía resistir a su hermosura, así que se acercó a ella y tomándola de la cintura le besó el cuello.
Ella reaccionó al instante y lo apartó golpeándolo con su canasta, de la cual se cayeron todas las flores que había recolectado.    
Su esposo no necesitó más para aparecer en escena, su sangre palpitaba violenta por la ira, sentía en su interior como la furia y los celos crecían descontroladamente.  
Procacis la había besado, había puesto sus asquerosos, repugnantes, pervertidos e impertinentes labios sobre su delicada piel. No lo podía soportar.
Tomó a Procacis del cuello, y le gritó cientos de insultos y amenazas.
Su ira explotó, y aquello que se había comenzado a acumular en su interior resbaló de su cuerpo.
Su piel se oscureció como la noche, y sus ojos se encendieron como relámpagos. De sus poros escapó la ira acumulada formándose en una enorme tormenta. Violentos vientos los encerraban, un enorme tornado se alzó envuelto en relámpagos y truenos que tocaban la tierra.   
El cielo se oscureció y comenzó a llover gruesas lágrimas. Un rayo tras otro tocaba la tierra sacudiéndola como si un terremoto lo hiciera.   
Un quemante rayo alcanzó a Lucida, volviendo su carne en carbón y su hermosura en fuego.

Fue horrible cuando Zelus cayó en cuenta de lo que había hecho, aumentó mucho más su ira y tristeza. Lloró como nunca lo había hecho, él había matado a su esposa, los celos lo habían cegado. La protegió tanto que la mató.                

10 comentarios:

  1. Buen giro al final. Podría resumir lo que sucede cuando los celos son tan extremos: matan. Zelus debió controlarse. Le hubiera dado una bofetada o una patada donde no le da el sol a Procacis pero al dejarse llevar por la ira mató a lo que más quería, quizá por demás...

    Excelente cuento. Te deseo una bella tarde. ¡Saludos!

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    1. Jajaja me reí mucho con "le hubiera dado una patada donde no le da el sol", jajajjajaja... pero es cierto, muchas veces nos dejamos llevar por nuestra ira y nos cegamos y las cosas terminan peor cuando la solución era facil.

      Jaja Un saludo!! Nos vemos en la proxima entrada (supongo jaja)

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  2. Me ha gustado muchísimo tu relato, me ha parecido corto !!!!!
    Está muy bien narrado para mi gusto.
    Un abrazo !!!!

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  3. K hermoso mmm soy muy celosa también snf creo k si devo de cambiar k feo es ser así y talvz lastimamos a personas sin darnos cuenta

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  4. K hermoso mmm soy muy celosa también snf creo k si devo de cambiar k feo es ser así y talvz lastimamos a personas sin darnos cuenta

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    1. Hola..gracias por leer y comentar.

      Yo creo que los celos son signos de amor, el problema surge cuando el amor se convierte en obsesión.

      Un saludo.

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  5. Felicidades! Me encanta todo lo que he leído tuyo. Un abrazo

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  6. Felicidades! Me encanta todo lo que he leído tuyo. Un abrazo

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    1. Gracias por leer. Me alegro mucho que te gusten mis escritos.
      UN SALUDO.

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