Nació
como cualquier persona, en una sala de hospital, llorando, rodeado de médicos.
— Es un
niño — Informó el doctor, mientras su madre abrazaba al pequeño por primera
vez, escurriendo lágrimas de felicidad.
Creció como
cualquier niño, jugando con una pelota, viendo películas de superhéroes. Tenía
un amigo, confidente, juntos hicieron las más grandes travesuras de su vida.
— Maxi,
¿Estás seguro de hacer esto? — Le preguntaba a su amigo, mientras le echaba una
mirada desconfiada a la caja de cartón que traía entre manos.
— Ya no hay vuelta a atrás —
Decía con una sonrisa decisiva, para luego lanzar la caja por la ventana de la
sala de profesores, y al tocar el suelo ésta se abrió liberando decenas de
grillos que revolotearon por la habitación, enredándose en el cabello de las
profesoras asustadizas, que gritaban y corrían despavoridas.
Se enamoró como cualquier
persona, sintiendo que una mujer por primera vez se ganaba un lugar especial en
su corazón.
— Es hermosa — Exclamaba en un
susurro, mirando a una joven esbelta de cabellera cenicienta.
— ¿Carol? — Preguntaba Maxi
sorprendido — No te conviene — Le advertía su amigo.
— ¡A ti nadie te cae bien! —Se
defendió frunciendo el ceño enojado.
Le rompieron el corazón por
primera vez como a cualquier persona, sintió aquella amarga daga invisible que
se clava en el corazón para infligir uno de los más horribles dolores.
— ¿Quieres salir conmigo, Carol?,
eres una chica muy linda y creo que…
— ¿Acaso crees que una chica como
yo saldría con alguien como tú? — Le interrumpió con una de las preguntas más
dolorosas que le habían hecho en la vida.
— Pensé que tal vez si me
conocías mejor…
— Pensaste mal — Lo volvió a
interrumpir, dándose media vuelta para marcharse, dejándolo allí, con el
corazón en la mano hecho trizas como si fuera de frágil porcelana. Rechazarlo porque ella era muy hermosa para él,
le hizo sentirse feo, horrible e indeseable.
El tiempo curó su corazón como
cualquier enamorado, cicatrizando las heridas infringidas por amor.
— Olvídate de ella — Le aconsejaba
Maxi — Y la próxima elige a una chica no tan soberbia — Ambos lanzaron a reír,
su amigo lo ayudó a superarla con sus chistes, y su siempre buen humor de siempre.
Como cualquier hombre se enamoró
por segunda vez, llenó aquel vacio que creyó que nunca podría llenar con otra
persona.
— Ella es Helena — Le presentó
Maxi, intentando hacerse oír por encima de la música — Una amiga de la
universidad.
Saludó a Helena con una enorme
sonrisa en su rostro, admirando la belleza inusual de la chica, que batía glacialmente
su cabello castaño al compas de la música.
Disfrutó de un noviazgo lleno de
color rosa y momentos inolvidables que quedaron grabados en un lugar especial
en su memoria.
— ¿Helena?
— ¿Sí?
— Creo que llega un momento en la
vida del hombre que lo hace detenerse y pensar, pensar que ha encontrado al
amor de su vida, que la persona que está a su lado es tan importante que nunca
quisiera dejarla ir, entonces un hombre lo sabe…
— ¿Qué sabe? — Se preguntó la
chica emocionada por sus palabras.
— Que quiere casarse con ella —
Le respondió mostrándole un anillo brillante en belleza, pero que cuyo brillo
se opacaba ante la hermosura de Helena.
Su corazón sintió lo que todo
hombre siente cuando tiene en brazos a su primer hijo, fragmento de vida de su
propia sangre.
— Es nuestro hijo — Dijo
orgulloso sosteniendo con una mano al recién llegado, y con la otra la mano de
su mujer, que yacía agotada sobre la camilla.
— Se parece a su padre — Dijo
ésta embozando una sonrisa grande.
Pensó vivir la vida como
cualquier persona lo haría, ver a sus hijos crecer, caminar por la senda de la
vida de la mano de su esposa, ver a su madre envejecer rodeada de nietos
cariñosos, volverse ancianos con Helena.
Esperó aquella vida, pero no todo
sucedió como esperaba.
Su pelo se mantuvo colorido y
brillante, mientras el de Helena se plagaba de canas. Su piel nunca perdió la
elasticidad joven y ninguna arruga hizo aparición en su cuerpo, mientras la
figura de su esposa se volvía arrugada, dejando atrás la hermosura de la adolescencia.
Nunca perdió la fuerza, nunca se enfermó, en cambio Helena envejeció.
La muerte paso por delante de él,
pero nunca se detuvo, a no ser que fuera para llevarse algún ser querido.
La muerte de Maxi fue la primera,
mientras en el cajón se hallaba su amigo de la misma edad, no lo parecía, el
anciano que estaba en el cajón tenía el cabello blanquecino, el cuerpo delgado
y arrugado, mientras el rebosaba de juventud. Los familiares se preguntaban
quien era aquel chico, no era el hijo de nadie, tampoco era un sobrino de Maxi.
No sabían que era un anciano al igual que el fallecido, y que juntos habían
caminado los mismos años, pero uno había comenzado a extinguirse lentamente,
como todo el mundo, con cada año se volvía mayor, su rostro cambiaba, pero para
él era como si los años no pasaran. Su cuerpo no tenía secuelas del tiempo.
Estuvo en el velatorio de su
esposa, viendo como se hundía el cajón que guardaba su cuerpo sin vida en la
tierra, separándolo de él para siempre. Su corazón lloró amargura, se estrujó
en dolor, aceptando la peor de las perdidas.
Luego llegaron las muertes de sus
hijos, y si creyó que perder a tu esposa era el peor dolor que se podía sentir,
se había equivocado, nada se compara con presenciar la muerte de tus hijos. Eso
no es natural, se supone que los hijos entierran a sus padres, no en viceversa.
El hombre llenó de dolor,
comprendió que no moriría, que vería eternamente fallecer a sus seres queridos
una y otra vez. Era un castigo que no comprendió porque merecía, pensó pero no
supo que era lo que había hecho para merecer tal tortuosa eternidad. Si existe
algo más allá de la vida, un cielo y un infierno, él nunca lo sabría.
Se alejó de todo, se internó en
la selva, solo, para vivir solo y no tener que perder a nadie más.
Pasó los años, los siglos y
milenios en soledad absoluta, ya no tenía con quien hablar, por quien sentir,
sólo le quedaban los buenos momentos vividos, para recordar por el resto de su
infinita vida.
Hola!cómo estás? Te nominé en mi blog, para que realices este "booktag", se llama Best Blog. Espero que lo hagas. Besos! http://viajandoentrelibrosinfinitos.blogspot.com.ar/2015/12/best-blog-2.html
ResponderEliminarGracias por nominarme
EliminarEso es lo horrible de la inmortalidad. Ves a todo a tu alrededor morir y por más que aparezca gente nueva a llenar el vacío, algún día se irán también. Es algo deprimente y horrible. Una verdadera maldición.
ResponderEliminarLa "buena" inmortalidad no es aquella que te mantenga vivo por siempre, sino aquella en la que tus acciones hagan sentir tu presencia aunque tu cuerpo ya esté corrompido por la podredumbre y los gusanos.
Que tengas una bonita tarde. ¡Saludos!
Es muy cierto lo que dices, ser inmortal sería otro tipo de soledad.
EliminarGracias por leer. Un saludo.