Desperté
como cada mañana, con las cortinas abiertas, y las paredes azules envolviéndome
como un cielo artificial. Un remolinó de imágenes se agruparon en mi mente, de
lo que soñé anoche, siempre recordaba el sueño completo, pero hoy, sin ninguna explicación
sólo recordé fragmentos de él: Un despertador rojo estrellándose contra un piso
de madera, una joven de cabellos rubios, tan claros que parecían haber sido
pintados por la nieve, se peinaba frente a un espejo de marcó amarillo, la
misma joven, caminando por una vereda repleta de gente. Todos los días era lo
mismo, una y otra vez, no importara que hiciera, no podía librarme de esta
maldición, ni siquiera sabía si llamarlo así.
Me incorporé con desganó,
sentándome sobre el colchón. Busqué con los pies descalzos las pantuflas y
cuando las encontré, caminé arrastrando los pies, hasta el baño. Miré mi
reflejo en el espejo, como todas las mañanas, a veces era frustrante y otras
veces no le daba importancia, pero todas las mañanas despertaba con el mismo
sentimiento, con esa sensación de no saber quien soy en realidad, ¿Por qué me
sucede esto?, ¿Qué está mal en mí?, ¿Por qué nací de esta manera?, la vida se
volvía ridículamente irreal, por más que intentara explicarlo nadie me creería,
solo había una persona que me entiende, pero no hablaría con ella, nunca nos
hemos visto en persona.
La espuma del dentífrico se
escabullía de mis labios mientras cepillaba mis dientes, mis ojos oscuros
buscaban en el reflejo mi imagen, como si no fuera real, como si algo pudiera
indicarme que no estaba despierto, pero si lo estaba, aunque nunca podía
confirmarlo completamente. Mi piel ligeramente oscura, en contraste con mis blancos
dientes, mi cabello castaño oscuro, mis rasgos musulmanes, apenas perceptibles.
Todo estaba allí.
Mi nombre es Alejo, tengo
veinticinco años, curso mi último año en ingeniería. Y todos los días es lo
mismo, padezco de una extraña existencia, que apenas yo comprendo.
Me encaminé a la puerta, con los
pies pesados, todavía repasando los fragmentos del sueño en mi cabeza, sin
comprender porque no podía recordarlo, nunca me había sucedido esto en mis
veinticinco años de vida. Nunca.
Caminé por la vereda mirado al sucio
suelo de la vereda, perdido en mis pensamientos, ¿Acaso algo iba a suceder?,
¿Qué andaba mal?, me encontraba muy inquieto.
Mis pies se detuvieron
inconscientemente cuando sentí unos ojos sobre mí. Un escalofrió recorrió toda
mi espalda, y un frio helado se alojó en mi pecho. Levanté la mirada
lentamente, con el corazón golpeando en las sienes como un martillo asesino.
Ella estaba allí. Enfrente de mí Albina se encontraba parada en medio de la
vereda, mirándome como si fuera un fantasma, con los ojos bien abiertos y su
cabello blanquecino hondeando como una bandera blanca.
¿Debía decir algo?, ella sabía
todo sobre mí y yo todo sobre ella, y sin embargo era la primera vez que nos
encontrábamos en persona. Siempre había arreglado todo para que nuestros
cuerpos no se cruzaran, pero las cosas hoy cambiaron.
¿Qué hice mal?, ¿Qué está
sucediendo?
Ella se encontraba aquí. Yo me
encontraba aquí. Nosotros nos encontrábamos aquí. Y no había nada que decir,
porque sabía cómo pensaba y sé que en este momento ella se está haciendo las
mismas preguntas que yo. La conozco perfectamente. Sé todo sobre ella.
Mis pies se movieron y los de
ella también. Su cuerpo pasó junto al mío, y paso a paso nos fuimos
distanciando hasta que ya no pudimos percibir la presencia del otro.
Estuve todo el día inquieto, ni
siquiera pude prestar atención en las clases de la universidad. Era la primera
vez que la veía en persona, era la primera vez que no recordaba mi sueño y
estaba seguro que nuestro encuentro había tenido algo que ver con ello.
Después de la universidad volví a
mi casa y allí me quedé, mirando al techo, pensando en nuestro encuentro hasta
que me dormí.
La alarma resonó por la
habitación chillando como una bruja, mi corazón, al igual que mi cuerpo, saltó
del susto. Intentando apagar la alarma, todavía media adormilada, logré golpear
al despertador rojo y hacer que este rodara por la mesa de luz hasta
estrellarse contra la madera del suelo.
Maldecí entre dientes y me
levanté rascándome la cabeza. Caminé hasta el baño, donde cepille mi largo
cabello blanco. Tengo veinticinco años y me llamó Albina, sí, mis padres tuvieron
mucha originalidad al nombrarme con la misma anomalía que padezco. Por cierto,
esa no es mi única anomalía, hablando de eso, ahora que lo recuerdo, no logró
recordar mi sueño anterior, sólo pequeños fragmentos, pero un sentimiento,
residuo del sueño anterior, se alojaba en mi pecho y este era la incertidumbre,
de esas que surgen cuando hay algo que no comprendes, un cambio que altera tu
día. Pero no me quedé a pensarlo por mucho tiempo, estaba llegando tarde a
trabajar, y mi jefa no soporta las impuntualidades.
Me vestí con lo primero que
encontré y salí a la calle, la cual estaba más concurrida de lo habitual.
Caminé esquivando a la gente, y de repente algo se removió en mi interior, una
sensación extraña y cálida azotó mi pecho. Me paré en seco, y mis ojos hallaron
frente a mí a Alejo, aquel chico con que he soñado toda mi vida, allí estaba,
caminando mientras miraba al suelo preocupado, como si hubiera perdido algo,
pero se detuvo de inmediato, porque había sentido mi presencia, al igual como
yo sentí la de él.
Alejo levantó el rostro y
nuestros ojos se encontraron.
¿Qué debía hacer? Nunca nos
habíamos visto en persona, siempre en los sueños. Antes de despertar siempre
había vivido su día, ambos cumplíamos años el mismo día, fui testigo cuando aprendió
a andar en bicicleta, vi su primer beso, su primer novia, soñé la muerte de su
madre, estuve cuando ingresó a la universidad, lo acompañé en cada examen, leí
con él cada libro que leyó, incluso sé su forma de pensar, y él lo mismo
conmigo, Alejo conocía cada día de mi vida. Pero siempre nos habíamos evitado,
sería extraño encontrarte con la persona que sueñas su vida cada noche, además
no teníamos nada que decirnos porque sabíamos todo del otro.
Mis pies se movieron y los de
Alejo también. Nuestro primer encuentro duro pocos segundos.
Parece un cuento de Cortazar, encuentro soñado, esperado...y efimero.
ResponderEliminarSalvo que se habla de primer encuentro. No de único. Y tal vez los sueños insistan en conectarlos
Un abrazo
Cierto, se parece un poco a Cortazar, posiblemente La noche boca arriba.
EliminarGracias por leer y comantar. Un saludo.
Es bellamente hermoso. Me encanto ��
ResponderEliminarGracias por leer y comentar. Me alegro que le haya gustado.
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